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¡Cruza ya! Tiempo y sostenibilidad relacional urbana

Carlos Silva y Lupicinio Íñiguez 13 julio, 2016

1) Instante y distancia

La Calle Balmes, justo en el cruce que da al Mercat de Sant Gervasi, tiene doble sentido, es decir, sube a la montaña y también baja de la montaña. Esto es así desde que la atraviesa la Vía Augusta; punto donde sólo baja hasta llegar al centro de Barcelona, en la Calle Pelai. Bien, en el cruce que mencioné al principio hay un semáforo que gestiona el cruce de peatones. Es un semáforo de función simple: detiene a los coches que van en un sentido y en otro para que las personas crucen. Esto lo hace con las tres luces clásicas. Cabe decir que es el único cruce formal que existe desde la Ronda del General Mitre hasta la Calle Castanyer. Las personas que salen de la Plaça de Figuerola, que se encuentra a mitad de camino entre la mencionada Ronda y el cruce en cuestión, deben caminar hacia arriba aproximadamente una cuadra si quieren cruzar hacia la acera de enfrente. O caminar hacia abajo una cuadra para hacer lo propio. Por supuesto, entre el semáforo del Mercat y el de la Ronda la gente cruza sin subir ni bajar tanto. Esto lo hacen aprovechando a la distancia el cambio de las luces. Puesto que no hay otra entrada hacia Balmes desde la Ronda o desde el Mercat, si el semáforo del cruce está en rojo y el de la Ronda también, no hay peligro de cruzar. Sólo hay que coincidir con esta coincidencia. Si se observa de pasada este tipo de comportamiento, uno pudiera pensar que se trata de una transgresión o de un gesto de irresponsabilidad vial. Sin embargo, con solo ver hacia los lados pronto se notará que los humanos que optan por ahorrarse una caminata no son tontos, ni los semáforos son inútiles. Simplemente, reinterpretan y acomodan la noción de cruce peatonal si ésta supone lo que Bataille llamaba un gasto improductivo, es decir, un lujo normativo que no se traduce en seguridad sino en cansancio físico y pérdida de tiempo. Quien vive en el instante, opera no en contra de la norma sino que la ubica en su propia actualidad: Voy a la tienda de enfrente y quiero cruzar ya sin tener que caminar tanto. En el caso de los no-humanos, es evidente que su agencia no se reduce a estar plantados al borde de la acera. Los semáforos se conectan con los coches para que el rojo no sólo funcione cuando se lo ve, sino cuando se ve a las entidades que ese rojo detiene. El peatón distanciado, por llamarlo de alguna manera, observa desde lejos que los coches están detenidos, lo cual funciona por el rojo del semáforo. No es que estén detenidos por el rojo, sino que son el rojo. Visto así, más que saltarse la norma, la acatan a distancia, y en poco ponen en riesgo la continuidad de su existencia, es decir, se ubican por un instante en el lado sostenible de la relacionalidad urbana.

Tal como puede leerse en la nota, en un primer momento, la asunción de la temporalidad vertical, es decir, la temporalidad regida por el instante, en cierto modo marca una oposición respecto del curso normativo de las cosas: pudiera decirse que se trata de una contravención. Sin embargo, en un segundo momento, esa oposición demuestra ser una forma alternativa y tal vez sostenible de relacionarse con el dispositivo artefactual. Pudiéramos decir que existe un vínculo alternativo, por llamarlo de alguna manera, entre la norma percibida a distancia y el tiempo definido por la lógica de la instantaneidad. Esta última, en cierto modo, es afín a los imperativos de la conveniencia. Visto desde una perspectiva cenital, el agente humano detenido en medio de dos bordes normados intenta, porque le conviene, saltarse la norma sirviéndose a su vez del aura normativa cuyo núcleo de irradiación o, si se quiere, epicentro lumínico está lejos. El alcance de la luz es también el alcance de la norma. No se limita al ancho de la calle, sino que puede llegar a extenderse longitudinalmente hasta donde la vista alcance, y también puede delegar su función en otros agentes como los coches detenidos o los peatones cruzando a lo lejos, con lo cual permite por un instante que el Otro actúe según los dictados de sus intereses y, al mismo tiempo, se mantenga residualmente al interior del espacio normativo, es decir, que no ponga en peligro la continuidad de su existencia y por ende permanezca dentro de los márgenes de la sostenibilidad relacional urbana, tal como lo hacen los agentes con los que se conecta remotamente. De hecho, nos atreveríamos a decir que se trata de una versión o traducción sociotécnica del control remoto.

¡Apaga y vámonos! by Carlos de Paz vía Flickr

¡Apaga y vámonos! by Carlos de Paz vía Flickr

2) La instantaneidad de los mediadores locales

Barcelona, 7 de junio de 2009. En Las Ramblas la cuestión semafórica adopta la forma de su usuario más común: el turista. ¿Qué es un turista? Si tomamos como referente el que circula por allí, es una persona que quiere ver todo lo que está determinado que se vea y quiere estar delante de lo que ve junto con todos aquellos que tienen su misma finalidad. Es también una persona que se desplaza al ralentí. Que puede que tenga un destino, pero que puede cambiarlo o llegar a él con una serie de escalas preliminares que van desde sentarse en una terraza a beber una caña, hasta detenerse ante uno de esos saltimbanquis que pueblan Las Ramblas para aplaudirle con marcado entusiasmo. Aunque su detención característica es la fotográfica: el turista es aquel o aquella que se detiene para tomar una foto o para que le tomen una foto. Esto en él o ella es casi una compulsión. El turista no vive el presente de la experiencia, sino que se sale de ella, fotografía su salida para luego recordar que pudo haberla vivido. Resumiendo, el turista es un mediador y, como tal, no es fácil predecir su trayectoria. En este sentido, cuando el turista quiere salirse de Las Ramblas y cruzar la calle, lo hace independientemente de la regulación semafórica, y los semáforos de Las Ramblas, sobre todo a medida que se acercan al mar van perdiendo consistencia hasta permanecer apagados o en la recurrente intermitencia del ámbar. El turista, como el nómada de Dasmann, no está interesado en relacionarse con los mediadores locales sino por un instante. Los ve, los acata o los obvia, y se marcha.

En esta segunda entrada, el nomadismo turístico de los agentes humanos funciona de manera tal que su desplazamiento por la ciudad se redefine a cada instante según el carácter voltario e instantáneo de los intereses personales. En este sentido, el núcleo normativo, subordinado a la lógica de la temporalidad vertical, se transforma y el semáforo acaba presentándose como un agente cecuciente a la inversa, es decir, que no va dejando de ver sino que va dejando de ser visto. Aquí, los mediadores, es decir, los semáforos, los turistas, las normas, etc., se conectan en un instante de modo tal que los unos traducen la función de los otros. De un instante a otro, el turista cruza cuando quiere y el semáforo funciona cuando puede. Del mismo modo, el turista parece actuar según un principio de suspensión instantánea de ciertas obligaciones civiles basándose en la licencia que da el no ser de aquí. Puesto que su presencia es provisional, su comportamiento de cara a las normas también es provisional, y el semáforo al interior de esa provisionalidad poco a poco va adquiriendo un estatus existencial más bien fantasmático.

Semáforo by Daniel Lobo vía Flickr

Izquierda arriba: Semáforo by Daniel Lobo vía Flickr; derecha: Más que un semáforo by Daniel Lobo vía Flickr; izquierda abajo: Semaforo (per beggi) by Luca Sartoni vía Flickr

Tanto en ésta como en la entrada anterior, la comprensión del ser-ahí de los mediadores es posible gracias a la actuación cercana o lejana de lo que Alfred North Whitehead llamaba ‘complejos auxiliares’, noción que, a pesar de la distancia temporal, comulga de buen grado con la lógica de la ANT [Actor-Network Theory; Bruno Latour, 2005]. Y para finalizar la presentación de estas dos entradas, haremos un breve inciso con la intención de dejar más o menos clara esta relación. Al comienzo de “El concepto de naturaleza”, Whitehead (1968, 1971), palabras más, palabras menos, sostiene que la diferencia básica entre la naturaleza y el pensamiento es que en la primera no hay el segundo. Es decir, que no hay nada en la naturaleza que piense. En este sentido, sostiene que la naturaleza está cerrada a la mente. Esto se debe a que la naturaleza tiende a ser autocontenida. Está conformada por una serie de entidades que no requieren del pensamiento para existir, para darse en el mundo tal como se dan. Incluso, sólo basta percibirlas para que nuestra consciencia note que están ahí. Alcanzado este punto, y ya que ha usado el término, Whitehead considera pertinente definir qué entiende por entidad. Ofrece entonces una definición en apariencia simple: una entidad es una cosa. Inmediatamente, agrega que todo pensamiento ha de ser acerca de cosas. Puesto que parece creer que ese enunciado requiere de una explicación adicional, sugiere una analogía: compara el pensamiento con la estructura de una proposición. Una proposición, dice Whitehead, está hecha de frases, y las frases pueden ser de dos tipos: demostrativas y descriptivas. Las primeras permiten que una persona cualquiera le diga a otra lo que una cosa es, dejando claro que eso que es la cosa nada tiene que ver con las frases que se usaron para hablar de ella. Por ejemplo, cuando se dice a alguien lo que es volar mostrando unas palomas en Plaza Catalunya. Más adelante, refiriéndose a estas mismas proposiciones, Whitehead concluye algo extraordinario y que, desde nuestro punto de vista, tal como hemos adelantado, comulga con la lógica de la ANT. Dice el filósofo que una proposición acerca de un factor en la naturaleza no puede ni expresarse a los otros ni retenerse para que los otros lo repitan sin la ayuda de complejos auxiliares que son irrelevantes para la proposición misma. ¿Qué significa esto? Pues que cuando muestro las palomas en Plaza Catalunya como índices de vuelo, la Plaza y todo lo que ella supone en su complejidad habitan en la proposición de manera larvada y, al mismo tiempo, de manera necesaria. Dicho de otra manera, las proposiciones suelen ser elípticas: dicen todo lo que tienen que decir sin decirlo todo; este segundo «todo» funge de complejo auxiliar. ¿Por qué decimos que esto tiene que ver con la lógica de la ANT y, por ende, con buena parte de lo que hemos dicho en este artículo respecto de la sostenibilidad relacional urbana? Pues porque cualquier acontecimiento, aparentemente pequeño y discreto, adquiere su sentido a partir de esos complejos auxiliares que en un primer momento parecen no ser relevantes de cara a la comprensión del aquí y el ahora de ese evento, pero elípticamente requieren estar conectados con ese lugar y en ese momento para que el evento se dé en el mundo como tal. Requieren que todo se conecte en un instante. Por ejemplo, cuando el semáforo cambia a rojo para los coches, los peatones cruzan la calle y ya está. No obstante, presentes pero ocultos o con una morfología que no necesariamente los hace resaltar actúan agentes heterogéneos como la sensibilidad de la retina, la longitud de onda, el espectro electromagnético, la cultura, los electrones, los cables, el cobre, el plástico, el petróleo, el concreto, el clima, la voluntad, el interés, la condición de turista, el tiempo, la ciencia, la prisa, etc. La sostenibilidad relacional urbana, partiendo del pequeño acontecimiento que ocurre en un instante y no en otro, requiere para su comprensión del concurso de la red de complejos auxiliares, es decir, de la red de mediadores misceláneos que hacen posible que un acto sea un acto. […]

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Cruce de semáforo by Vidal Alonso Lozano vía Flickr

Cruce de semáforo by Vidal Alonso Lozano vía Flickr


Latour, Bruno (2005). Reassembling the social. An introduction to actor-network theory. New York: Oxford University Press.

Whitehead, Alfred. N. (1968). El concepto de naturaleza. Madrid: Gredos.

Whitehead, Alfred. N. (1971). Concept of nature (6 ed.). London: Cambridge University Press.

Imagen de portada: ALT!!! Colosseo innevato by (Waiting for) Godot vía Flickr

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Carlos Silva y Lupicinio Íñiguez

Henri Bergson decía que el tiempo no es nada si nada ocurre en él. Cuando escribimos “Cruza ya”, estábamos preocupados por el acontecimiento; específicamente, por el cambio de luz en la situación semafórica. Entendíamos el acontecimiento como una variación en el estado de la red. Pero la red nunca es estable, pues en la medida que está conformada por acontecimientos no puede hacer otra cosa sino variar. Esta inestabilidad en modo alguno podía entenderse como una especie de negatividad. Se trataba de una inestabilidad productiva debida precisamente a la plataforma metafísica sobre la cual se despliegan los acontecimientos: el tiempo. En efecto, el acontecimiento es lo que pasa y, como todos sabemos, lo que pasa es el tiempo. En este sentido, tiempo y acontecimiento avanzan pari passu. En “Cruza ya” quisimos expresar de un modo más o menos puntual esta asociación, agregándole un elemento igualmente supeditado a la temporalidad: la sostenibilidad relacional urbana, es decir, la forma como interactuamos en los espacios públicos de modo tal que esa interacción sea siempre posible en el futuro. No sé si lo logramos, pero estamos convencidos de que el resultado sirvió (y sirve) para ampliar un poco las posibilidades heurísticas de esa asociación a la hora de pensar lo urbano. (La imagen del avatar es Facial traffic light, de Nicolas Nova, Flickr).

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