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Viajes, ébola y espacios de tránsito

Isabel Pellicer Cardona 14 octubre, 2014

El azar ha hecho que esta semana me encontrase con tres personas que por motivos laborales, sentimentales o formativos en breve partirán hacía distintos lugares del planeta. La semana pasada comí con un amigo que regresaba de Perú y estaba gestionando un visado para entrar en los EE.UU. la próxima semana. La alarma causada por la llegada a España del virus del ébola y sus consecuencias han sido noticia, acompañándome durante el café del desayuno. Todo esto me ha transportado a uno de los puntos de partida de mi investigación doctoral: la movilidad y los espacios urbanos que la posibilitan.

En este texto, no voy a hablar de la movilidad y sus consecuencias en la forma de relacionarnos y vivir, aunque los constantes intercambios y desplazamientos de personas, ideas, objetos e información es una de las principales características de la forma de vida actual (Urry, 2007; Elliott y Urry, 2010). Quiero reflexionar sobre los espacios urbanos que posibilitan y articulan los desplazamientos, interconectando y diluyendo las barreras geográficas, y de lo que en ellos acontece.

Con el término ‘espacios de tránsito’ (Pellicer, Vivas y Rojas, 2010) nos referimos a los emplazamientos urbanos construidos por múltiples interacciones complejas y cambiantes que posibilitan los desplazamientos y la movilidad de las personas. Se trata de espacios emblemáticos, lugares comunes en los que se desvelan el nomadismo, las formas de sociabilidad transitoria y radicante actuales y las políticas económicas imperantes, entre otros factores que caracterizan la sociedad actual (Pellicer, 2013).

El motivo por el que hoy propongo fijar nuestra atención en estos espacios es que no se trata de simples infraestructuras que de una manera inocua nos permiten desplazarnos, sino que son las puertas que comunican distintos lugares, ya sea dentro de una misma zona metropolitana (como, por ejemplo, el Metro), de una región (como infraestructuras ferroviarias o autopistas y sus áreas), o que unen lugares distantes o intercontinentales (aduanas y aeropuertos). De entre toda esta casuística de espacios de tránsito, los que me interesa rescatar son los aeropuertos ya que están vinculados con los viajes y desplazamientos y, al mismo tiempo, son el vestíbulo de las ciudades en las que se hallan, y que en muchos casos ejercen de punto de control, de acceso o de cribado.

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Como vestíbulo, zaguán o primera pieza de la ciudad (o país), en los aeropuertos se producen los primeros contactos entre los viajeros y el destino de su trayecto. Así, estos espacios tienen una doble función. Por un lado, ofrecen la primera impresión de la ciudad en la que se hallan. Este hecho es el motivo por el que muchos aeropuertos son encargados a arquitectos de fama internacional (Foster, Rogers, Bofill, etc.), tratándose de infraestructuras de autor que pretenden proyectar una imagen cosmopolita y de potencia (generalmente asociada a ‘la marca ciudad’).

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Por otro lado, deben cumplir con la función de recibir a los visitantes que provienen de distintos lugares y deben gestionar y controlar su entrada al país. Esta segunda función, a raíz de la crisis desencadenada por la alarma de pandemia causada por el virus del ébola, aparece estos días de actualidad. Fruto de la amenaza del posible contagio, se están proponiendo extremar las medidas de control a los pasajeros (en este caso, a los provenientes de Sierra Leone, Liberia y Nigeria). Pero, ¿hasta qué punto son seguros estos controles? ¿Se pueden ofrecer garantías? La respuesta, obviamente, es no. Del mismo modo que hace unos años no se pudo evitar que la gripe A se extendiera por todo el mundo.

Independientemente de si se puede o no asegurar la protección a los ciudadanos, se aprovecha el estado de ansiedad constante en el que vivimos por los peligros que pueden ocurrir de manera imprevista y en cualquier lugar (Bauman, 2006 y 2007) para poner en marcha mecanismos reguladores y controladores  que ejercen un elevado control sobre nuestros cuerpos. Así, tras el supuesto intento de controlar epidemias, atentados terroristas y demás plagas que, como espadas de Damocles, amenazan nuestras sociedades, vamos incrementando el control y restringiendo la circulación de las personas.

Cada vez más, estos espacios están proyectados buscando controlar e inhibir la potencia de los usuarios. La potencia es entendida aquí como aquello que pueden hacer los viajeros de manera inesperada o inadvertida. A través del diseño arquitectónico se limita la posibilidad de experimentar con los otros, de interactuar con ellos y de desmarcarse de lo previsto. Lo distinto o lo que escapa de la homogeneidad en este espacio se convierte en el elemento subversivo, aquello que hay que controlar, vigilar y reconducir. Y, por si este hecho fuera poco, cada vez más debemos justificar nuestra entrada a ciertos países (como el caso del amigo que gestiona el visado para EE.UU.), pasar por más escáneres (nuestras pertenencias o nosotros mismos), responder a cuestionarios y, ahora, incluso justificar nuestro buen estado de salud. Los aeropuertos se han convertido en lugares donde se ponen en juego relaciones de poder, relaciones que mediatizan el comportamiento de los usuarios y las interacciones que en ellos se dan. En estos espacios todos nos hemos convertido en potencialmente peligrosos ya sea porque somos posibles terroristas, posibles inmigrantes ilegales o posibles focos de contagio. La presunta inocencia en los aeropuertos se ha cambiado por presunta sospecha. Las personas debemos acatar las directrices y normativas que se nos imponen, por más absurdas que sean y por más que vulneren nuestra privacidad. Pasar por escáneres corporales puede indicar que tenemos fiebre en ese momento, no va a indicar si somos portadores de enfermedades y los cuestionarios más de lo mismo.

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En definitiva, cuando vuelva a quedar con estos amigos, aparte de las anécdotas propias de sus viajes, me contaran las anécdotas surgidas por su paso por los aeropuertos y los periplos realizados para poder entrar a los distintos destinos elegidos ya que, cada vez más, se somete a los viajeros a un control más estricto y se ponen en juego elementos de negociación de identidades.

Referencias

Bauman, Zygmunt (2006). Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores. Barcelona: Paidós.

Bauman, Zygmunt (2007). Tiempos líquidos. Barcelona: Tusquets.

Elliott, Anthony, y Urry, John (2010). Mobile Lives. Abingdom: Routledge.

Pellicer, Isabel; Rojas, Jesús, y Vivas, Pep (2010). Espacios de Tránsito: los paisajes del movimiento en el Metro de Barcelona. Psyechology, 1(2), 173-186.

Pellicer, Isabel (2013). Espais de Trànsit. Una lectura de la societat contemporànea des del Metro de Barcelona. (Tesi doctoral, Universitat Autònoma de Barcelona.)

Urry, John (2007). Mobilities. Cambridge: Polity Press.

Imágenes por cortesía de Teresa Brosa.

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About The Author

Isabel Pellicer Cardona

Psicóloga Social, Máster en investigación y doctora en Psicología Social de los estudios de Psicologia Social, Universitat Autònoma de Barcelona. Profesora consultora de la Universitat Oberta de Catalunya. Miembro del equipo editorial de URBS Revista de estudios urbanos y ciencias sociales. Integrante del grupo de investigación URBSIC del IN3 (UOC) y del grupo PASEANTES URBANOS, Becarios Tomás Ibáñez (UAB). Sus intereses giran alrededor del estudio de la ciudad y la sociedad contemporáneas a través de las metodologías móviles y cualitativas, la investigación urbana crítica y los estudios del discurso.

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