Miguel Ángel Velasco, el héroe vulnerado

Acerca de las heridas de los héroes

A Agustín García Calvo

En la Ilíada nos prende

esa intención precisa en la manera

de describir el daño. Cuántas veces

se demora el hexámetro en el sitio

de la quebrantadura,

en el fiel inventario del estrago:

el lugar que desgarra la espada, cómo hiende

la carne y desmorona ese cartílago;

donde triza el pedrusco

el hueso, el recrujir de sus astillas;

la trayectoria exacta del venablo

que atraviesa las chapas del escudo,

la coraza de bronce.

Y el estruendo que hace al derrumbarse

la torre del guerrero.

Y no hay buenos ni malos, todos son

feroces alimañas que se ceban

en la carne ensartada,

que la agonía infaman del contrario

con palabras de burla,

y que después arrojan los despojos

al festín de los perros.

Y en esa pulcritud en el registro

de la calamidad va una plegaria

por la carne solar, por el milagro

precario de este cuerpo.

La cálida estructura bien trabada

que en la danza aligera su destino,

que se hace esclarecida geometría,

claro esquema en el nado, esa otra lanza.

El delicado cuerpo

que reverbera en luz cuando lo anima

el ritmo del amor o el del poema.

Porque no hay canto alguno

sin el humor del cuerpo, aunque destile

ese licor amargo de la pérdida.

De Sófocles nos dicen que era diestro

en el baile, y que Byron

gustaba de medirse

a menudo en el pulso de las olas.

Y de Tolstoi que sólo sonreía

después de nadar hondo en un brío de sábanas,

porque tras la liturgia de los cuerpos,

en contra del proverbio, no hay tristeza.

Velemos por su gracia,

porque el cuerpo es un templo mientras arde

el resplandor de su desnuda gloria.

  La miel salvaje, 2003

Otro poeta que muere joven. No hay aquí nada intencionado ni tiene nuestra elección mensaje alguno. La gente supersticiosa, que la hay, deberá abstenerse de sacar conclusiones sobre una eventual relación entre escribir versos al margen de Homero y la muerte más o menos prematura.

Miguel Ángel Velasco (1963-2010) fue poeta precoz y premiado ya desde su primer libro de poesía, a los dieciséis años (Sobre el silencio y otros llantos, 1979). Nada publica entre los años 1985 y 1995, año en que un nuevo libro, El sermón del fresno, ve la luz en la editorial Lucina (la divinidad romana que protegía el momento de venir al mundo). Siguió publicando con regularidad hasta el año de su muerte, 2010. Dejó una importante producción inédita que ha visto la luz póstumamente, gracias al trabajo de Isabel Escudero (La muerte una vez más. Poemas póstumos, 2013).

La pieza que comentamos pertenece al poemario La miel salvaje, que mereció el premio Loewe en el año 2003. “Sobre las heridas de los héroes” es la primera composición del libro, que un crítico calificó de desigual porque no ocultaba bien sus modelos, lo cual, proseguía ecuánime el crítico, en realidad no importa a quien lee. No podríamos decir si en este poema se exhiben demasiado los modelos, pero lo que sí quedan claras son las inspiraciones, entre ellas la de la Ilíada más concretamente los versos que nos meten en lo más brutal de la refriega, donde se despachan almas al Hades con una eficacia digna del siglo XX.

Sorprende la atracción de Miguel Ángel Velasco por lo más crudo del poema antiguo, por los versos que describen la muerte más o menos miserable de tantos combatientes. Ciertamente la cruda musa de la Ilíada suele inspirar mucho menos que los viajes de Ulises, tan fácilmente leídos en clave novelesca, romántica o existencial. Y de la Ilíada, ¿quién no prefiere el encuentro de Héctor y Andrómaca, con su estremecedor cuadro que tiene algo de sagrada familia? ¿O el aleccionador encuentro de Príamo y Aquiles, llorando frente a frente?

Miguel Ángel Velasco nos hace mirar donde nadie quiere, a lo recio del combate, allí donde sólo se trata de matar o morir, donde la muerte se ve, se siente, se produce en proporciones de hecatombe. Y es que, en efecto, ya para los antiguos fue la Ilíada el poema de la guerra y por ello fue su autor derrotado una vez por el poeta de la paz y el trabajo honrado, su rival Hesíodo. La afición homérica a la descripción de la herida ha despertado el interés de la historia de la medicina. En el siglo XIX un médico alemán, Hermann Fröhlich contabilizó con la minucia propia de la ciencia alemana las heridas infligidas en la Ilíada, que clasificó según su gravedad mortal, parte del cuerpo dañada y arma en uso (piedra, venablo, espada o flecha) entre otras variables dignas de estudio. El total arroja 145, 104 de ellas mortales. Sólo a finales del siglo XX han llegado los (y como veremos las) poetas a ver en estos versos poesía de altísima intensidad. Es el caso de Miguel Ángel Velasco en cuya inquietud por la parte sórdida de a guerra homérica se reconoce la lección de otro poeta buen conocedor del griego.y

La dedicatoria es, en efecto, reveladora. Agustín García Calvo (poeta, menos mal, longevo, 1924-2012) cuenta entre los mejores traductores de la lengua castellana. Su traducción de la Ilíada (Zamora: Lucina, 1995) es, en la humilde opinión de quien escribe estas líneas, una hazaña que merece el epíteto de homérica y que le llevó por lo que el mismo dice prácticamente lo que duró la fatal aventura troyana. García Calvo trasladó los versos más guerreros de Homero a versos castellanos produciendo un efecto que no se olvida. Para degustar este prodigio de la traducción, reproducimos a continuación una tirada larga de versos que ilustran bastante bien aquello que “prende” en quien tiene el valor y la paciencia de leer estas partes del poema. Diomedes guiado por su diosa protectora se enfrenta los dos hijos de Licaón, que se habían adelantado a atacarlo; mata a uno de ellos y después hace frente a Eneas:

Dijo, y, blandiendo, arrojábale el sombriluengo venablo;

el vuelo la punta bronceña quedó en la coraza pegando;

que dio alto grito sobre ello el hijo de-prez de Lucaón:

“Herido estás en la ijada a través, y cuenta me hago

que mucho no has de durar; y a mi gran gloria me has dado.”

Mas, sin dejarse temblar, habló Diomedes el bravo:

“Marraste, y no me atinaste; y ni pienso yo que vosambos

antes hayáis de parar que uno al menos, ahí derribado,

sacie de sangre al dios Ares guerreador coriaspro.”

Así en diciendo, tiró; y guió Atena el disparo

a la nariz cabe el ojo, los dientes pasándole blancos,

y de la raíz la lengua segó el duro bronce de un tajo,

y le salió la punta de la barbilla por bajo

y el del carro cayó, y sobre él las armas chocaron

fúlgidas, miltraceadas; y dieron los casquirraudos

corceles respingo; y desechos su alma y brío quedaron.

Que Eneas de un salto acudió con escudo y largo venablo,

temiendo no fueran Aqueos el muerto a llevarse arrastrando

y en torno a él iba, igual que león, en su fuerza fiado,

tendiendo ante sí la lanza y escudo bienarmado,

dispuesto, quienquiera que frente viniera a hacerle, a matarlo,

con hórrido aullido. Pero él tomó en mano, el Tudida, un peñasco

descomunal, que no fueran dos hombres a menearlo,

tal como hoy los mortales, y él solo blandíalo en alto:

que a Eneas con él le dio en la cadera, en donde en el flanco

el muslo hace juego, y lo llaman tazón al descoyuntarlo;

y así la coyunda quebró, y rajó los tendones entrambos,

la áspera laja, y abrió el cuero vivo; que arrodillado

el semidiós se venció, con la mano yerta apoyando

en tierra y sus ojos dejó ciega noche en velo nublados.

Ilíada 5, 280-310

Ahí lo tenemos: la morosa relación de cómo los héroes se encarnizan en duelos sucesivos con lo que tienen a mano, lanza o peñasco. Todo vale para matar. Sobrecoge la precisión del estrago: la trayectoria del venablo que la diosa guía hasta la cabeza del héroe, la magnitud del destrozo en la pierna de Eneas, la demora en el curso doloroso de la herida. Todo ello en versos cuidadosamente medidos para producir en castellano un efecto rítmico análogo del que sonara al recitar los versos de Homero.

Merece la pena detenerse en este punto del ritmo del verso. En los “Prolegómenos” a su traducción García Calvo facilitaba los detalles de su invención poética, que resumimos aquí para facilitar el disfrute de los versos. Ensayada ya en una composición anterior publicada con el título de Relato de Amor, la forma métrica en la que se vierte la traducción recuerda el verso doble del romance tradicional. Los esquemas rítmicos, en efecto, pueden circular entre lenguas bajo condicionantes prosódicos y gramaticales que, estos sí, dependen de cada lengua, En español son los acentos de palabra y su distribución en el verso, así como la sintaxis y entonación de la frase. Conforme a estas exigencias, el verso propuesto está formado por seis pies de compás binario del llamado genos ison, es decir, aquel en que las dos partes o tiempos se miden como equivalentes. Así el verso que sigue puede medirse como señalamos en la línea debajo

Y así la coyunda quebró, y rajó los tendones entrambos

XX /   .    .   /     .     .     /       .  /    .     .    /    .   .    /      .

     1           2                3         4             5             6

Las dos sílabas primeras (XX), al estar situadas antes del primer tiempo marcado, quedan fuera de la medida (algo que se suele denominar anacrusis en métrica). Esta posibilidad no existe en el hexámetro griego, que de esta manera señalaba la separación de los versos. En compensación García Calvo propone (aparte de limitar esta libertad) recurrir a la rima asonante que se aplica a series largas de versos, creando de este modo tramos o tiradas que pueden servir a la articulación de la extensa secuencia de los cantos. En la construcción interna de los versos está hecha de modo que se evita una partición exactamente en la mitad, es decir, que el fin de palabra coincida con el fin del tercer pie, como puede verso en el verso citado, don del tercer pie se extiende por encima del fin de palabra y frase que/bró y ra/jó.

Así que cuando Miguel Ángel Velasco habla del hexámetro que se demora en la herida en el sitio de la quebrantadura (4-5) esta señalando e invitando a admirar la carnalidad sonora del verso que canta las heridas de los héroes. La sensibilidad del poeta al ritmo de los versos le había sido reconocida por el propio Agustín García Calvo en el prólogo que firmaba a El dibujo de la savia (1998). Allí celebraba al poeta porque “has tenido la humildad de acordarte de que los versos tenían que empezar por sonar a los oídos, por más escritos que quedaran para los ojos, y de volver a aprender las olvidadas artes del ritmo del lenguaje”.

También alababa la materia poética que ofrecía “palpables maravillas”, y hacía aparecer a los ojos con la evidencia propia de una revelación cosas que no miramos. En el poema que comentamos la lección del maestro respecto de la materia se recibe de manera igualmente explícita. García Calvo tenía la Ilíada por obra maestra del arte de la acción, si bien no la acción en el sentido de la trama o argumento que suele servir para dar un triste resumen del poema. El valor poético del poema homérico está en su secuencia de “onda corta”, hecha de actos repetidos con un gesto cotidiano: vestirse, comer, reunirse, armarse y matarse. Es decir, la textura construida por las llamadas “escenas típicas”, que añaden a la formularidad métrica un orden nuevo de formularidad textual. En esta apreciación del poema épico, el sabio anarquista zamorano iba contra corriente, como le gustaba hacer en todo. La Ilíada es apreciada, decíamos, sobre todo por las escenas singulares e irrepetibles: el berrinche de Aquiles, el romance matrimonial de Héctor y Andrómaca, la tragedia de Patroclo, la paradoja sentimental del encuentro de Príamo y Aquiles… García Calvo y nuestro poeta nos hacen fijar la mirada en las partes que suelen demandar la paciencia a un público hecho a las prisas. En la secuencia de los combates y los días Homero desnuda la guerra y la revela sin compasión ni artificio. El prodigio homérico está en cantar la ceguera humana en su el clímax de la estupidez. No hay lugar para héroes, es decir, para personajes grandes y nobles que llevan la razón y sufren o perecen en el intento, sino para una caterva de personajes detestables manejados por una sociedad de dioses que está definitivamente a su altura.

Pocos poetas han seguido está lección de suprema poesía. Los cantores de la guerra (¡ya el propio Homero en la Odisea!) han preferido colocar en el centro a un héroe comme il faut, intachable y piadoso, un superviviente, por tanto, con toda justicia con la ayuda de los dioses. Es, sin embargo, la lección homérica la que leemos en los versos de Miguel Ángel Velasco:

Y no hay buenos ni malos, todos son

feroces alimañas que se ceban

en la carne ensartada,

que la agonía infaman del contrario

con palabras de burla,

y que después arrojan los despojos

al festín de los perros

El poeta esquematiza una de esas “ondas cortas” que permiten sintonizar la frecuencia propia del poema. Escenas de lucha en la que los guerreros añaden a la violencia física, la verbal del insulto y la mofa del vencido en medio de su sufrimiento, culminada con la violencia simbólica de la deshonra del cadáver, a la que los héroes de Homero son tan aficionados.

Sin embargo, la verdadera lección de Homero se despliega en la segunda parte del poema en una larga secuencia de endecasílabos sazonados por heptasílabos. En la terrible circunstancia del combate cerrado Miguel Ángel Velasco contempla la exaltación del cuerpo. Las escenas horrendas de agresión brindan un impactante espectáculo de vulnerabilidad que puede tomarse como una celebración de la “carne solar”, del “milagro precario” de nuestro cuerpo. Tomando como eje el cuerpo vulnerable y vulnerado de los héroes, el poeta invita a imaginar sus grandezas, el poder que exhibe el cuerpo en sus momentos pletóricos, cuando danza o cuando nada. Los poetas acuden, pero esta vez con sus vidas, a aportar las pruebas del ejemplo. Sófocles, de quien se sabe que vestido de muchacha danzó en la escena trágica con singular éxito; Byron cuyas proezas natatorias son igualmente famosas. E, inesperadamente, el venerable Tolstoi, que sirve contra todo pronóstico para introducir un tercer medio solar, donde el cuerpo alcanza grados de plenitud sin rival, a saber, la cama (lo cual nos trae a la memoria el famoso verso de Góngora: “para batallas de amor, campos de pluma”). Contra la sabiduría popular (que se hace remontar a viejo Aristóteles) de que la tristeza sigue a la coyunda de los cuerpos, nuestro poeta extrae de las escenas de cuerpos descoyuntados que abundan en la Ilíada una lección de vitalidad. Los versos de Homero y el ejemplo vital de los poetas nos empujan a velar por “la gracia del cuerpo”, sin la cual no hay canto alguno.

Apéndice sobre la guerra homérica en la poesía inglesa contemporánea

En la poesía británica contemporánea los más violentos versos de Homero han encontrado resonancias parecidas, de la que damos aquí un apunte con la intención de mostrar a la vez la fecundidad de la fuente y la intensidad de la inspiración. Más adelante seguirán otras pinceladas homéricas de la mano de otros autores empeñados en dar también al verso antiguo una traducción que esté a la altura de los tiempos.

La poeta Alicia Oswald (nacida en 1966) publicó en 2011 el libro de título Memorial. An Excavation of the Iliad, obra que queda finalista en el T.S. Eliot Prize (que había ganado ya en 2002 por Dart) y gana en el 2013 el Warwick Prize for Writing. En la breve presentación que hace al texto, Oswald expone su plan de despojar la Ilíada de su narrativa para dejarla en aquello que nos pone ante los ojos una realidad que puede llegar a ser insoportable. Privado de su trama, el canto de Homero se presenta como una sucesión de símiles y de escuetas biografías de más de doscientos combatientes, griegos y troyanos, muertos en Troya, la lista de cuyos nombres cubre las primeras páginas, como esas listas de nombres que se pueden leer en tantos monumentos a los caídos, que en inglés se llaman, precisamente, memorials. Oswald atiende a las mismas escenas de combate que “prendían” a Miguel Ángel Velasco, aunque lo que ella ve es, más bien, las escuetas biografías que se esbozan en ellas, como responsos que evocaran la memoria de los muertos en inminente peligro de anonimato con unas mínimas honras fúnebres. Homero conocía bien el ritual del duelo, del que tenemos un ejemplo espectacular al final de la Ilíada en el funeral de Héctor. Pero ¿qué pasa con los más de doscientos guerreros que son masacrados al margen de los grandes personajes cuyos nombres todo el mundo conoce? Leamos una muestra de la poesía homérica de Oswald que traslada los versos 49-58 del canto quinto:

SCAMANDRIUS the hunter

Knew every deer in the woods

He used to hear the voice of Artemis

Calling out to him in the lunar

No man’s land of the mountains

She taught him to track her animals

But impartial death has killed the killer

Now Artemis with all her arrows can’t help him up

His accurate firing arm is useless

Menelaus stabbed him

One spear-thrust trough the shoulders

And the point come out through the ribs

His father was Strophius

Admira la sobriedad contenida de los versos que avanzan con la solidez de bloques compactos, con mínima complicación sintáctica y una objetividad que recuerda un informe de bajas. La emoción se deja a los efectos que surge de la yuxtaposición de los hechos. Sobrecoge el contraste entre la intimidad que compartiera el hombre con la diosa virginal, y el destino mortal del que su maestra divina no puede salvarlo, sin que sepamos por qué una diosa tan fiera se muestra de pronto tan impotente. ¡Tan cerca de la inmortalidad estuvo Escamandrio! La muerte le alcanza de mano de un héroe famoso y se exhibe obscenamente en la herida que causa la lanza. Escuchemos la versión de García Calvo de esos mismos versos en metro castellano

Y en tanto al hijo de Estrofio, Escamandrio, espanto de fieras

mató Menelao Atrida con jabalina puntera,

al buen cazador: que Artemide misma le fuera maestra

en todo bicho alcanzar que en los montes cría la selva;

mas no le valió en aquel trance ni Ártemis reina-de-flechas

ni artes y punterías en que antes diestro se hiciera,

no, sino que Menelao Atrida lanza-señera,

ante él al huir, en la espalda le hincó la azcona entre medias

de hombro y de hombro, y la vara pasó a pecha traviesa;

de bruces él se arrumbó y rechinaron sus armas entre ellas.

Destacaremos en esta breve nota un detalle pequeño, pero de efectos gigantes. Entre García Calvo (cercano a Homero) y Oswald la poesía se concentra para intensificar el sentido del episodio: la mención de Menelao se reduce a una sola, pero de este modo se refuerza su efecto al hacerlo aparecer sin anunciar, como imitando la imprevisión de la suerte. La ironía del cazador cazado es ciertamente cosecha de Oswald, pero puede entenderse que lo que se hace es explicitar la paradoja contenida en la figura del guerrero.  También desplaza Oswald al final de la tirada el verso en que se declara que el padre de Escamandrio era Estrofio, con el que Homero presentaba a nuestro héroe. Obviamente no es el dato de quién es el padre, lo que importa, sino su protagonismo en el hecho de la muerte del héroe y en la dimensión que introduce . La evocación del caído no está completa sin la de quienes mantendrán la muerte en la memoria, sin la de quienes sienten la muerte realmente como una privación. Si como dice un filósofo (pos)moderno, solo alcanzamos la identidad subjetiva, sólo somos yo cuando sobrevivimos al abandono de la persona esencial (como se lee ciertas lápidas francesas “un seul être vous manque et tout le monde est dépouplé), ahí tenemos esa verdad enunciada en el trance de traducir el verso heroico. Ahí está, sobreviviendo a su hijo, Estrofio, solo, todo un sujeto.


NOTICIA BIBLIOGRÁFICA

Homero, La Ilíada (versión rítmica de Agustín García Calvo), Zamora: Lucina, 1995

Alice Oswald, Memorial. An Excavation of the Iliad, Londres: Faber & Faber, 2011

Miguel Ángel Velasco, El dibujo de la savia (1992-1994), Zamora: Lucina, 1998

Miguel Ángel Velasco, La miel salvaje, Madrid: Visor, 2003

Miguel Ángel Velasco, La mirada sin dueño. Antología, a cargo de Vicente Barredo, Madrid: Renacimiento 2015

One thought on “Miguel Ángel Velasco, el héroe vulnerado

  • Adrián

    on

    La gran paradoja que, desde las palabras de Velasco y García Calvo, nos muestra a los héroes como simples peones del juego superior me recuerda poderosamente, al punto, a Kierkegaard y a Dostoievski. Esa idea de que el destino es inexorable se tiñe de fatalidad y hasta de una suerte de ridiculez. El gran García Calvo, como siempre, con su adaptación de los patrones rítmicos del griego al castellano. Estoy deseando leer su versión de la Iliada.
    Enhorabuena, increíble reseña.

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