Este texto trata sobre espacio público. Pero no sobre un espacio público abstracto, simbólico. Hablaré del espacio público resultado de la interacción, no sólo de elementos simbólicos, sino de elementos humanos y también no-humanos. Y lo haré con el pretexto de un nuevo posgrado que acabamos de poner en marcha conjuntamente desde la UOC y la UAB, y con la participación del híbrido SÒCOL (socol.cat): «Espacio Público: políticas urbanas y ciudadanía», dirigido por Joan Subirats, Jordi Borja y Itziar González.
El objetivo de este posgrado que co-coordino es visualizar y analizar la complejidad e incertidumbre que caracteriza los procesos de diseño o gestión del espacio público, y formar profesionales que sean capaces de movilizar las múltiples dimensiones y capas que atraviesan el espacio público, para incorporarlas en los procesos de gestión y diseño. Profesionales, no obstante, que escapen de la lógica de experto que ha primado hasta ahora en los procesos de producción de espacios públicos. Es sobre esta cuestión que trataré a continuación.
Soy consciente de que no seré el primero en hacerlo si afirmo que el espacio público no es solamente una realidad simbólica. Tampoco es un recipiente que puede contener o permitir cualquier uso o realidad social. El espacio público, de hecho, es una realidad heterogénea en la que es complicado marcar nítidamente la frontera entre lo social y lo técnico. Y esto es debido a que estamos conectados de formas diversas y muy intensas con elementos no-humanos.
Las materialidades median en relación a humanos, y a otros no humanos. No son un elemento pasivo ni un intermediario fiel en manos de los arquitectos o políticos. Al contrario, en todo momento, los objetos nos facilitan y nos permiten algunas cosas, nos obligan a otros, y nos impiden también muchas otras. Nos afectan y tienen un papel destacado en la configuración y mantenimiento del espacio público. Es por ello que podemos afirmar que la frontera es del todo difusa.
Pero, aparte, para entender la complejidad del espacio público debemos atender también al impacto que el entorno material tiene en nosotros. En cómo estas agencias (heterogéneas, relacionales y distribuidas) promulgan determinadas formas de relación y usos, determinadas formas de convivencia; en definitiva, determinadas realidades sociales. Cuando reconocemos la agencia (relacional) de la materialidad en la configuración del espacio, es cuando podemos afirmar y entender que el diseño del espacio público, aunque en ningún caso será definitivo ni un producto cerrado, nunca es algo neutral. Determinadas composiciones del espacio permitirán que emerjan unos usos o realidades y no otros. El espacio público no es nunca neutral, permite unas relaciones y rechaza otras. Por lo tanto, aquí lo social deja de ser la variable explicativa, para pasar a ser lo que debemos explicar.
En este sentido, conviene observar cómo esta distinción entre elementos sociales y elementos técnicos, a la que hacía referencia, está vinculada a dicotomías de la modernidad, como sociedad-naturaleza o sujeto-objeto. Dicotomías que dibujan una especie de mundo con dos caras contrapuestas. Un escenario de dos caras separadas, como dos dimensiones paralelas, que purifica los elementos para poderlos meter (y gestionar) en una u otra. La primera cara, la de los objetos, la de la naturaleza, poblada por no-humanos y gestionada a través de la Ciencia. Y la segunda, la de los sujetos, la de la sociedad, formada por humanos y gestionada por la Política.
Parking day in Copenhagen. Fuente: http://gehlcitiesforpeople.dkMás allá de distinciones ontológicas, la dicotomía, en el fondo, no es más que una forma de organización (política), de separación de tareas, como veremos, no exenta de consecuencias. La Ciencia se encarga de lo que es objetivo e indisputable, y la Política trata con lo social y disputable. Todo tranquilo y en paz, mientras todo el mundo respete la soberanía de los dos reinos.
Es en este escenario, y fundamentada en esta distinción, que se ha basado la actual noción de experto. A continuación hablaremos de ello. Pero, además, es precisamente también en este escenario y debido a él que demasiado a menudo confundimos la materialidad (estos elementos no-humanos con los que interactuamos, de los que ya no nos podemos despegar) con el reino de naturaleza. Es decir, con aquel dominio puro poblado por objetos que esperan de manera pasiva que hagamos con ellos lo que consideremos conveniente. Y es así como consideramos a los no-humanos como mudos, dóciles, maleables y, por tanto, sin agencia. Es más, por si acaso, los separamos, purificamos, secuestramos de nuestros vínculos. Para ser extraditados a la esfera de los objetos, y bajo los auspicios de la ciencia y la técnica.
Es precisamente aquí donde encontramos las consecuencias políticas a las que hacía referencia. Cuando entendemos cómo la retórica científica y técnica ha sido, en nombre del conocimiento o de la “experticia”, un medio habitual para saltarse la política, es decir, el debate colectivo sobre los efectos y nuestros vínculos con las materialidades que nos rodean.
La complejidad del espacio público nos pide que aprendamos a gestionar realidades múltiples. El espacio público está atravesado por diferentes dimensiones, capas y formas de realidad, a menudo en conflicto. Precisamente, la complejidad del espacio público proviene de la heterogeneidad de los elementos en interacción y de la multiplicidad de posibilidades de acción, composición e intersección entre las múltiples dimensiones del espacio público.
Esta complejidad es precisamente el campo de juego en el que deben actuar los profesionales en la construcción y gestión del espacio público. Solemos pensar que los espacios están pensados antes de que construidos. Sin embargo, en la práctica nos encontramos con procesos impredecibles y nada lineales, guiados por derivas y sorpresas, por roturas y por modificaciones. El diseño no es una intervención sobre un mundo pasivo, sino un conjunto de transacciones y negociaciones entre materiales, capas, formas, arquitectos, usuarios o políticos.
Urbantactics, proyecto Ecobox, La Chapelle, área norte de París. Fuente: http://www.urbantactics.org/projects/ecobox/ecobox.htmlSólo partiendo de la heterogeneidad y multiplicidad del espacio público podemos entender su configuración y sus impactos. Y optar por una noción de diseño entendida como la forma de establecer conexiones y producir lazos que hacen que una variedad de elementos se congreguen, se agrupen y formen un determinado escenario social. Un escenario que haga compatible la complejidad y el enrevesamiento social y técnico del espacio público. Un proceso de aprendizaje y ajuste entre las múltiples dimensiones y capas, de experimentación colectiva, a medida y tiempo reales. Porque los espacios y sus usos y usuarios se constituyen mutuamente, y al mismo tiempo.
Y en este sentido, en medio de esta multiplicidad y complejidad, puedo afirmar que las diversas y dispares formas de acción pública o participación de la ciudadanía pueden ser un recurso muy interesante para el reconocimiento, la movilización e incorporación de diferentes formas de realidad que atraviesan el espacio público. Permiten hacer visibles, representar e incorporar nuevos grupos y realidades en el marco de los procesos de gestión y producción. Considero que una mayor democratización de estos procesos no tiene tanto que ver con una mayor o menor participación de los ciudadanos, sino con el replanteamiento de la categoría de sujeto político y el funcionamiento de las técnicas de representación.
El debate no es entre representación o participación directa. Sino entre (nuevas) formas y modelos de representación. Por un lado, monopolios de representación, estáticos, desconectados, institucionales, expertos en la conquista y el ejercicio del poder. O, por otro lado, una diversificación de los portavoces que representan nuevas realidades. Portavoces que entran y salen. Portavoces precarios, siempre provisionales, vulnerables a las objeciones de los representados. Es en la emergencia y sostenimiento de estos procesos donde deben entrar en juego unos «nuevos» expertos en la producción del espacio público.
Y en este sentido, no podemos obviar el contexto político actual. Un contexto que muchos han denominado de cambio de época. La ciudadanía exige reinventar las formas democráticas y la relación entre las instituciones públicas y la ciudadanía. Hablamos, por tanto, de una crisis de representación. Una crisis de la lógica de delegación, sin embargo, que va más allá de la esfera de la política. También podemos observar una crisis en lo que podríamos llamar la delegación científica o técnica. Controversias ambientales, alimentarias, médicas, pero también el interés o la exigencia de colectivos de poder incidir en los procesos de diseño urbano, evidencian no sólo que la ciudadanía ha tomado conciencia de que las innovaciones científicas y técnicas nos afectan, nos transforman, sino, especialmente, evidencian una crisis de confianza en este otro tipo de expertos.
Esta es otra cara de la misma crisis institucional en la que estamos inmersos. La ciudadanía va perdiendo la fe ciega y exige participar en lo que le afecta. Una crisis que podemos llamar de la doble delegación. Por una parte, la de los ciudadanos que designamos a través de las elecciones a los que, en nuestro nombre, se encargarán de velar por el interés general. Y, por otro, la delegación a los científicos o técnicos de la capacidad de producir conocimiento, dispositivos técnicos, etc. Estamos ante nuevas prácticas que van en la dirección de renovar las formas de gestión y la relación entre la ciencia y tecnología, la política y la ciudadanía.
Nos encontramos, por lo tanto, en un contexto de redefinición de la posición del experto y de crisis de la noción de delegación, a partir de la cual se ha basado el funcionamiento de la actividad política y científica o técnica hasta el momento. Si estamos ante un cambio de época es porque cuando salgamos del túnel, el paisaje que veremos no será el mismo que cuando entramos. Ojalá los expertos en la producción de espacios públicos que encontraremos ya no tengan nada que ver con los del «antiguo régimen». Es sobre esta cuestión y para contribuir a este reto que he elaborado este texto. Es sobre expertos de un (y para un) cambio de época que estoy hablando.
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