La representación mexicana en las metrópolis estadunidenses supone un fenómeno que, alimentado por la inmigración recurrente, se ha perpetuado de modo que actualmente se puede hablar de ciudades mexicanas trasterradas. Entre los bastidores de este modelo urbano se encuentra una institución social relevante y reveladora de la experiencia de los expatriados. El Barrio, tomado en toda su particularidad histórica, se ha incrustado en la estructuración socio-espacial de las urbes estadunidenses. Sus paralelismos con otros fenómenos de apartheid como el gueto afroamericano suscitan controversias irresolutas entre los investigadores y la opinión pública. La dupla conceptual barrio-gueto evidencia la carga conflictiva implícita en ambos enunciados.
[…]
Una revisión detallada de la conformación histórica que instituye los espacios étnicos segregados, especialmente en su desarrollo secular, me permite trazar las líneas maestras de esta institución espacio-discursiva a partir de estudios históricos precedentes en varias metrópolis estadunidenses (Ricardo Romo, 1983 [i]; María Teresa García, 1981 [ii]; Martha Menchaca, 1995 [iii]). Los estudios de caso referidos por estos autores se ubican en Los Ángeles (California), El Paso (Texas), Santa Paula (California) y Chicago (Illinois). Los atributos requeridos según estos autores para considerar un espacio étnico segregado como gueto son: segregación dual (interna-externa), amplia mayoría de residentes del grupo étnico, imagen social negativa y amenazante, en expansión espacial, bajo tutela policial, con historicidad propia. La consolidación histórica de los barrios como zonas de exclusión espacial, uniformidad étnica, subordinación social-económica-política, estigmatización y criminalización, se fundamenta en varios factores:
- Factor demográfico. La población mexicana mantuvo un continuo incremento, en parte alimentado por el carácter histórico y estructural de la migración. Cuando esta población se incrementa sensiblemente se reactivan y refuerzan los mecanismos de segregación, efectuándose también represión física directa por grupos nativistas o por fuerzas de orden público (Menchaca, 1995).
- Factor socio-económico. La competencia por la oferta laboral beneficiaba a los grupos étnicos más numerosos y cohesionados, ocupando nichos laborales permanentes. La relativa ausencia de negros en el Suroeste benefició inicialmente a los mexicanos. No obstante, la segregación laboral también condenó a muchos mexicanos a la inmovilidad socio-laboral (Romo, 1983, p. 84). La segregación escolar limitó asimismo la movilidad socio-geográfica.
- La segregación espacial se fomentaba por los códigos de conducta profesional de los vendedores de bienes raíces y del sector bancario, y redundaba en la segregación escolar por supuestas necesidades especiales de los niños hispano-hablantes (Romo, 1983, p. 139), el confinamiento gremial y los perpetuos bajos salarios, junto a un elenco cíclico de campañas de estigmatización y acoso directo sobre la identidad mexicana [iv], confinaron social y espacialmente en áreas urbanas despreciadas por sus vecinos anglo-americanos. La única excepción la protagonizaron los actores de cine de origen mexicano y los exilados porfiristas, ejemplificados por Luis Terrazas, el magnate chihuahuense. Por ejemplo, en California, la segregación residencial de mexicanos inició tempranamente en 1850, y el proceso se completó en 1870. En San Francisco, San José, Santa Bárbara, Los Ángeles, San Diego, Santa Cruz y Monterrey, los colonos anglo-americanos reestructuraron los viejos pueblos construyendo nuevas sub-divisiones en las ciudades y prohibiendo a los mexicanos moverse dentro de las vecindades blancas. En la primera década del siglo XX, igualmente en California, la segregación residencial se reforzó por el hostigamiento y violencia raciales y, en muchas ciudades, por el uso de restricciones al convenio de edificación, prohibiendo a mexicanos residir en «zonas de blancos» (Menchaca, 1995, p. 169).
- La comunidad étnico-nacional fungió como agente de atracción (para quienes deseaban habituarse a los Estados Unidos dentro de un ambiente familiar y no hostil, racialmente hablando) y de retención (la cohesión solidaria requiere de lealtades y opera mediante mecanismos de control social que sancionan la «deserción» del grupo étnico-nacional).
- La proximidad de muchos barrios a México, todos dentro de un radio no mayor de 320 kilómetros, favorece la retroalimentación cultural al intensificar los contactos.
En tiempos más recientes, la situación de estos barrios, que podemos denominar como «arquetípicos», no dista en demasía de la descripción histórica ofrecida hasta aquí. Y, exceptuando el caso del asentamiento de mexicanos en tres localizaciones de Chicago (Louise Kerr, 1996 [v]), que obedecen más al patrón poli-céntrico que a un espacio único de «cerrazón excluyente», mutatis mutandis, el Barrio como concepto, se corresponde con el complejo institucional edificado y mantenido por los mexicanos en sus barrios segregados del Suroeste estadunidense. La institucionalidad del Barrio, donde florecen muchos ítems de la cultura popular mexicana, se compone de comercios, iglesias, asociaciones de diversa índole, y espacios para el consumo y la producción cultural «en español».
Precisamente, esta cuestión simbólica, donde el sentido de mexicanidad engrana ese esprit de corps [vi] apuntado por otros autores, es central para la diferenciación frente al hiperghetto [vii] negro, ya que la percepción hegemónica sobre estos espacios urbanos incide en el grado de segregación y estigmatización espacial, en tanto opera sus representaciones a partir de símbolos de “desorden moral” (Douglass Massey y Nancy Denton, 1993, p. 138 [viii]). Como ya se apuntó anteriormente, el desorden moral es uno de los nudos gordianos de la exclusión, por la fuerza de representación social que se le otorga, y por ser gestionado por los saberes científicos, y que, en perspectiva histórica, se crea y recrea con las especialidades espaciales de la economía de ilícitos en estos enclaves etnificados, tal y como veremos en la revisión histórica de Houston, Texas.
Y, sin embargo, la cuestión moral no se presenta independientemente de otros procesos internos a los barrios, fundamentalmente la irrupción del narcotráfico y el consumo de narcóticos ilícitos no como novedad, sino como modus vivendi de muchos de sus residentes y dirigiendo la dinámica de la economía política del Barrio (Pierre Bourgois, 2003 [ix]). La pandilla latina se adaptó a estas nuevas coyunturas, y sabiéndose solos sus miembros ante el deterioro de la vida en el barrio y el recorte de las menguadas alternativas de optar a un ascenso social por la falta de oportunidades empleo-educación. Este es el paso a una economía política basada en el narcomenudeo y otros ilícitos, y en ocasiones, o de modo sinérgico, centrada en la industria cultural (artes gráficas, musicales…), donde la solidaridad y el complejo cultural legado por la pandilla histórica funge como motor y parapeto de la economía política del tráfico de drogas (Manfred Liebel, 2005 [x]). Este mismo autor cita igualmente la progresiva incorporación de otros residentes, no vinculados a pandillas, al narcotráfico como alternativa o complemento de los ingreso familiares devaluados por la reconversión del modelo de producción industrial. Asimismo, se incrementan las actividades económicas informales para detener o paliar la crisis permanente y la precariedad contractual en el trabajo. Los barrios, con sus rasgos culturales y su economía informal e ilícita, ya asemejan un espacio de la periferia latinoamericana. Este fenómeno se halla imbricado con las seriales crisis económicas y el paso de un capitalismo fordista al capitalismo flexible, dando pie al surgimiento de una población post-industrial en las metrópolis otrora centros productivos mundiales.
Finalmente, el barrio arquetípico experimentó un cambio recientemente, en particular aquellos ubicados en los centros urbanos o muy próximos a estos. Los planes gubernamentales o proyectos privados de regeneración urbana llegaron a estos enclaves históricos o tocaron a su puerta, resultando en resistencias y demoras (Jan Lin, 1995 [xi]; Selfa Chew, 2017 [xii]), así como en respuestas comunitarias organizadas. Ejemplo de esto último fue el traslado masivo y coordinado desde el este al norte houstonianos de un sector de la comunidad mexico-americana en las últimas décadas novecentistas (Freddy De León, 2011, tejano residente de Magnolia Park. Comunicación personal).
[…]
El texto completo está disponible en URBS 9(2)
[i] Romo, Ricardo (1983). East Los Angeles. History of a barrio (1° ed.). Austin: University of Texas.
[ii] García, María Teresa (1981). Desert immigrants. The Mexicans of El Paso, 1880-1920. New Haven: Yale University.
[iii] Menchaca, Martha (1995). The Mexican Outsiders. A community history of marginalization and discrimination in California. Austin: University of Texas.
[iv] El repertorio variable iniciaba con la mitificación del mexicano como un individuo nomádico, trabajador esporádico, un homing pigeon (paloma mensajera) que siempre regresaba a México, pasando por la amenaza prieta del revolucionario magonista y trabajador inconforme de la segunda década secular, hasta el estereotipo más extendido del individuo violento, borracho y haragán (Romo, 1983).
[v] Kerr, Louise Año Nuevo de (1996). Chicanos en Chicago, 1920-1970. En David R. Maciel (ed.), El México olvidado (I) (1° ed.). Ciudad Juárez: UACJ-UTEP.
[vi] Este galicismo es usado por Wirth en la obra arriba referida. En castellano existen sinónimos como aire de familia para expresar la identidad compartida, pero basada en la suma y orden interno de una serie de elementos simbólicos, por lo demás, sutiles.
[vii] La noción de hiperguetto está desarrollada en Löic Wacquant, Los condenados de la ciudad. Gueto, periferias y Estado (1° ed.), Buenos Aires, Siglo XXI, 2007.
[viii] Massey, Douglass, y Denton, Nancy (1993). American Apartheid: segregation and the making of the underclass. Cambridge: Harvard University.
[ix] Bourgois, Pierre (2003). In search of respect. Selling crack in the barrio. Cambridge: Cambridge University.
[x] Liebel, Manfred (2005). Barrio Gangs en Estados Unidos. Un reto a la sociedad excluyente. Desacatos, (18), 127–146. http://desacatos.ciesas.edu.mx/index.php/Desacatos/issue/view/86
[xi] Lin, Jan (1995). Ethnic places, postmodernism, and urban change in Houston. Sociological Quarterly, 36(4), 629–647. https://doi.org/10.1111/j.1533-8525.1995.tb00457.x
[xii] Chew, Selfa (2017). La destrucción del barrio Duranguito. El Paso, Texas. Ciudad Juárez: IADA-UACJ. http://erecursos. uacj.mx/handle/20.500.11961/2940