Miramos a las ciudades asombrados por la extensión que se pierde más allá del alcance de la vista, intuimos una realidad que nos sobrepasa, y la pregunta sobre el origen nos resulta remota y extraña. Después, nos miramos los pies caminando, los objetos cercanos alrededor, y nos invade un sentimiento de pequeñez mundana, o deberíamos decir humana. Hace mucho tiempo que la ciudad escapó de los hombres, como antes escaparon los reinos, los imperios y los dioses. Nuestra magna obra ya no es de nadie, nadie tiene las claves para reducirla de nuevo a las dimensiones de nuestra pequeña vida, o de nuestra vida tradicional. Los biempensantes se asustan, siempre se han asustado, hemos perdido la dimensión humana, dicen, el cara a cara, las relaciones, los afectos, llevan diciéndolo tantos años, y no se cansan de repetirlo. Peores que las máquinas, fríos como el metal de las farolas y las barandas del metro. Nosotros seguimos caminando, miramos los escaparates, esquivamos perros y personas, nos acurrucamos dentro del abrigo o dejamos la ropa en casa para sentir el aire sobre la piel. Estos pasos nuestros a los que nadie presta atención forman eco y coreografía, bailamos sobre el asfalto cuando los coches lo permiten, aquí y allá, en todas partes, un retumbar de pasos renueva la ciudad por las mañanas, la aduerme por las noches. Si hay un monstruo, somos nosotros, los insignificantes que hacemos multitud sin pretenderlo, los urbanitas que nos sumergimos en las entrañas de la tierra sin darle importancia, sin delirios de grandeza, en silencio, suspicaces, desatentos, bien educados en el respeto distante a los demás que siguen sus propios pasos. La ciudad es un sueño sobre hombros de gigantes, pero ya no confiamos en las estructuras ni en los gobiernos. La ciudad es una sombra del tamaño de un valle, y no le queda rincón, asiento o árbol donde no haya uno de nosotros ocupándose de sus cosas un instante, su vida es la nuestra, y viceversa.
David Guillén, fotógrafo cosmopolita, madrileño y andaluz afincado allá lejos en los mares del Norte, lo ha intuido con su imaginación de las arterias urbanas. La osamenta de la ciudad (torres y avenidas) se desintegra en lo celular de nuestros pasos, y basta la imagen de un caminante que cruza la calle a destiempo para entender la paradoja urbana, el sol metálico al amanecer; basta una pared, un oficio, una trastienda, para adivinarle un presente a la mancha urbana, una mirada que piensa, un corazón que late; basta un árbol encerrado entre las tapias, una estatua sedente, un disfraz de ángel, para que sigamos construyendo el sueño de la ciudad que nos cobija. David ha encontrado una idea, un hilo argumental, un paseo revelador, y lo ha llenado de pequeños sucesos, de retratos que nos traen la multiplicidad urbana a la quietud siempre misteriosa de la fotografía. Nosotros nos preguntamos qué significa una sombra, un peinado, un traje de soldado, una escalera, y David responde con un cuento antiguo más allá del tiempo y el espacio: venimos del fuego de la tribu para dar en el imperio, pero basta una calle para entender que todo se reduce a nuestros pasos.
David expuso A Tale on The Mile en el museo de Edimburgo en septiembre de 2017, y volverá a exponerlo en Teba, Málaga, la última semana de agosto, como parte de las Catorceavas Jornadas Escocesas. Mientras tanto, nos ha cedido amablemente el permiso para publicar algunas de las imágenes en nuestras páginas. Le deseamos éxito en sus futuros trabajos, e invitamos a nuestros lectorxs a caminar por las calles de su fotografía, a escribir sus pequeños cuentos, pues, como afirma Roland Barthes, la verdad del texto pertenece a la lectura, y a cada cual nos queda el placer de la mirada y la interpretación.
“Una última ráfaga de viento lo levantó en el aire, lo zarandeó y removió sus entrañas. Le lanzó más allá, donde todo empieza. Una masa descomunal de piedra, arena y agua se alzaba imponente y él, que creía haberlo visto todo, no daba crédito ante tal espectáculo. No pudo resistir la tentación de caer en sus brazos, beber de su agua y refugiarse entre los caprichos de las piedras que dibujan fortalezas improvisadas. Entonces entendió el verdadero significado de Protección. Observó el agua de la lluvia que regularmente mantiene el caudal del río y comprendió la importancia del sistema. Ahora un pájaro recogía ramas del suelo para construir su nido con paciencia, esfuerzo y trabajo.
Entonces cerró los ojos y no le hizo falta preguntar ni responder nada más.”