Decir que el espacio urbano genera una serie de vínculos más o menos significativos quizá no sea mucho decir a estas alturas. Buena cuenta de ello lo da la profusión ingente de análisis y artículos en el marco de la Psicología Ambiental. Así, seguro que no nos son extraños ya conceptos como el apego al lugar, la territorialidad, el espacio urbano simbólico, la apropiación del espacio, la identidad del lugar o la identidad social urbana.
Las diferentes aproximaciones sobre el espacio han generado también discursos interdisciplinares que resumiremos en un diálogo dicotómico entre los que conciben el espacio como algo que contiene, o como algo que es producto de las relaciones sociales que en ellos se producen. Foucault, por ejemplo, ya nos dirá que en el espacio se despliega el poder encargado de controlar nuestras subjetividades individuales y nuestras intersubjetividades colectivas. Por otro lado, serán los Lefebvre y De Certeau los que pongan de relieve la idea de que el espacio se convierte en un lugar practicado o que es el resultado de las prácticas sociales que se dan en el mismo.
Ahora bien, la idea fundamental que subyace en estas aproximaciones es que los espacios no son un hecho a priori que existe de manera independiente de las personas ni de las prácticas sociales que llevamos a cabo en ellos. El giro lingüístico introducido en las ciencias sociales pondrá encima de la mesa la importancia del lenguaje como constructor de realidad (más que un simple descriptor de ésta) y su concepción como práctica social. Hablar es hacer cosas, diría Austin, otorgándole un sentido performativo al lenguaje. Será en este sentido en el que consideremos que los espacios tampoco son independientes de las producciones discursivas que pasean, transitan, permean, fluyen y delinean la realidad urbana, entrando en las esferas de lo público y lo privado; condicionando, ejerciendo, enriqueciendo, desplegando y reinventando las narraciones que se constituyen y constituimos sobre los mismos.
Puestos entonces a producir narrativas, dejémonos narrar y escuchemos…
“… de hecho, colonia era la palabra que se utilizaba para referirse a los barrios obreros. Los trabajadores vivían en colonias y eran auténticas colonias alejadas de las ciudades y eso era un estrategia para evitar que entrasen en contacto con otros trabajadores para que no pudiesen organizar huelgas y cosas por el estilo, por eso los mantenían aislados. Era, entonces, una colonia fabril, construida como un espacio idílico para que los habitantes se sintiesen como en casa, ya que la mayoría provenían de pueblos, de regiones pobres. El objetivo no era que los obreros fuesen felices. El objetivo era que fuesen más productivos. Se trataba de un urbanismo despótico, que hacía vivir al ciudadano un sueño de libertad irreal” [1].
Así comienza “NO – RES. Vida i mort d’un espai en tres actes”. Nos encontramos con un inicio que a pocas y a pocos dejará indiferente. Pero este sabor no es nuevo. Aún recuerdo el regusto amargo al terminar el visionado de Ciutat Morta.
El documental se sitúa en la colonia Castells. Esta colonia debe su nombre al empresario Manuel Castells, quien impulsó su construcción con el fin de ofrecer casas baratas y de alquiler a personas que llegaban a trabajar a Barcelona procedentes de otras provincias españolas. Estaba formada por unas 200 casas bajas adosadas y unas pocas calles estrechas que se abrían entre las calles Entença, Taquígraf Serra, Montnegre y Equador del barrio de les Corts en Barcelona [2]. Una de sus peculiaridades era que, en su momento, todavía era una de las pocas colonias que se había edificado como tal y había conseguido sobrevivir y permanecer en la trama urbana de Barcelona.
La primera de las partes del documental Crónicas de un espacio de vida se encarga de poner poesía visual y simbólica a través de la imagen. Narrar a través de la imagen: imagen y discurso. A través de una observación distante, pretendiendo no molestar ni invadir la vida diaria de sus vecinas y vecinos, nos introduce en un sueño y en una relación idílica con el espacio: niños jugando en torno a un coche, un día de lluvia, el paseo del perro, el caminar viniendo de hacer un recado, correr por sus calles sin preocupaciones, el niño que acompaña a su padre, la quietud de la noche, las miradas curiosas de las vecinas durante la irrupción de la grabación de un vídeo clip, la canasta que se cuelga en una pared en mitad de la calle para jugar el enésimo play-off de ascenso –otros solíamos utilizar un soporte para macetas instalado en la pared del corral de casa de nuestra abuela–, la mesa comunitaria en la calle para comer, la calle convertida en piscina municipal para darse un remojón en los días de más calor, tender y destender la colada, el juego de la nieta con su avia, las conversaciones en el banco a la fresca, el huerto y las gallinas, el rallar la zanahoria, pintar las fachadas o limpiar el coche. La uva que crece en la puerta de casa.
Poco a poco, y con una música estridente y quizá algo esquizofrénica, angustiosa y marciana en ocasiones, se nos despoja de este sueño idílico. Como un despertador que nos saca de nuestros sueños, se precipita sobre nosotras la edificación magnánima en horizontal y en tonos grises. En este juego de contraposiciones urbanas, detrás del cementerio se levanta un edificio tibio y sin color, irrumpe el bullicio del tráfico cuando el silencio era la nota predominante, un centro comercial, avenidas grandes, el Nou Camp… El bullicio monótono y que no cesa. Y de nuevo: el silencio. Que da paso a la conversación entre vecinas sobre quién ha sido la afortunada que le toca piso y quién no; el “Plan Revolucionario para la Resistencia, la Reforma y la Rehabilitación”, a modo de parodia del Plan Ñ, y realizado por la plataforma Salvem la Colonia Castells. Nos acaban de despertar de nuestro sueño idílico (no, ya no valen cinco minutos más), y nos introducen de lleno en una trama que acabará por convertirse en drama.
Entre las imágenes de vecinas y vecinos firmando la venta de sus propiedades en la Colonia, a cambio unas veces de un piso en propiedad, otras sólo de forma vitalicia; y vecinos y vecinas protestando sobre el proyecto a las puertas del acto, emergen las palabras del alcalde:
“Me hace ilusión institucional, pero sobre todo me hace ilusión personal, daros las llaves que os han de permitir ir a vivir a este edificio. Un edificio de vivienda protegida. Un edificio de calidad en el corazón de les Corts, de este distrito y de este barrio que tanto queremos. Porque este es un barrio que tiene un gran futuro. Y lo único que deseo es que vosotros los sigáis disfrutando. Ahora desde nuevas viviendas. Desde viviendas que tienen futuro. Y de alguna manera, ir mejorando lo que es el antiguo barrio de la colonia de Castells. La Colonia Castells se construyó para la clase trabajadora en el año 23. Y en el año 28 la ocupó gente que venía aquí a trabajar. Vosotros sois los herederos de esta gente. Sois los legítimos representantes de este barrio. De manera que ninguno se confunda. Cuando un barrio decide, negociando, luchando, acordando que ha de dar un paso de futuro, no hay nada ni nadie que lo pare” [3].
La modernidad, el progreso, el futuro, la regeneración urbana y lo nuevo, como valor per se. Palabras vacías, acríticas, tibias. Vecinas y vecinos legítimos para ocupar las nuevas casas. Esta clase trabajadora. No otra. Estos representantes de un barrio. No otros. Palabras que excluyen. Palabras. Aplausos.
Las palabras del alcalde cristalizan un hecho irreversible que se venía gestando desde hace un tiempo. Allá por los años ochenta, la apertura y el ensanchamiento de la calle Entença, desde Josep Tarradellas hasta la Travessera de Les Corts, produjo la primera segmentación del barrio. Posteriormente, y a medida que se iba completando la urbanización de la zona, el futuro de la colonia se agravaría todavía más. En el año 2002 se aprueba un Plan Urbanístico que condenaba al barrio a su desaparición para construir viviendas, equipamientos y una zona verde. A modo de aldea gala, la colonia quedaría rodeada por un conjunto de bloques de edificios que desafiaban la estética del progreso [4]. En el año 2011, se procedió a iniciar el derrumbe del barrio para dar paso a la reurbanización de la zona. Algunas familias pasaron a ser reubicadas en pisos de protección oficial. Otras tuvieron que buscarse alternativas. Lo que es seguro es que no se ha conservado ni una pequeña calle para dar testimonio de aquel pintoresco y singular barrio.
Y esto es precisamente lo que nos vienen a mostrar las dos últimas partes del documental Taxidermia y La construcción del no res. Las imágenes de la cotidianeidad se siguen sucediendo, pero con dos nuevos protagonistas: el ladrillo y el cemento. Una distopía que es. Las ventanas se tapian. Las puertas se tapian. El balón espera enfrente de una puerta tapiada. El vecino que viene de comprar y la casa de su vecino aparece tapiada. Y en esta nueva cotidianeidad, las grúas destruyen las casas al ritmo que imprimen sus sirenas. Lo viejo que cae ante la mirada impasible de lo nuevo. La vecina que se queja sin remedio. La mirada al vacío ante todo lo que se está perdiendo.
¿Y todo esto para qué? Todo esto para construir el no-res. Todo esto para un nuevo Forat de la Vergonya. Todo esto para un nuevo urbanicidio.
“Supongo que ya habréis notado en qué tipo de barrio nos encontramos. De hecho es el segundo barrio más caro de Barcelona, se trata de Les Corts. Acabamos de ver el pasado del barrio. Aquí el futuro: una “zona verde” de cemento, rodeada de edificios de lujo, igual que una maqueta de arquitectos. Se trata de un proyecto escrito en los años sesenta, ya hace medio siglo, fue durante una dictadura, una dictadura fascista. Ni rastro del antiguo pasado: un pasado obrero. Basta de fábricas. Basta de pueblos idílicos para los trabajadores. Basta de trabajadores. En lugar de esto, el inicio de un nuevo sueño, el sueño de una ciudad perfecta, ideal, estéril, vertical. Una ciudad mentira que vende un sueño” [5].
Y todo esto proyectado en un espacio como La Harinera de San José. Un espacio enmarcado en un barrio que también tiene su historia.
Con un pasado obrero fruto de la instalación de diferentes industrias (de harina, de materiales de construcción, textil, etc.), se reconvierte un espacio agrícola en un espacio industrial. La industria se verá atraída por una red de abastecimientos de agua articulada fundamentalmente por el Canal Imperial de Aragón, y la creación de una red importante de acequias, además de la llegada del ferrocarril (estación de Utrillas). Esta reconversión se completa con la instalación de trabajadores de estas fábricas [6].
Posteriormente, las dinámicas socioterritoriales siguen configurando la ciudad actual. Durante veinte años (1960-1980), se produce una saturación y el paulatino vaciado del centro histórico a favor de algunos barrios, por aquel entonces periféricos (San José, Las Fuentes, Oliver, Valdefierro o Delicias), y los nuevos barrios de la margen izquierda, configurándose la ciudad compacta contemporánea [7]. Consecuentemente, las fábricas van saliendo del núcleo urbano. Paralelamente, y fruto de la configuración de la ciudad, el barrio se convierte en zona residencial. El paisaje y la identidad industrial del barrio de San José se diluye. Y, en este proceso, la Harinera se mantiene en pie a modo de lo que significó la “colonia Castells”, como símbolo de la memoria urbana. Como recuerdo de lo que un día fue.
Con los tropos, giros y licencias que nos permite el lenguaje, el vacío que nos deja el No-Res, pretende llenarlo de contenido la Harinera. Un espacio proyectado en otro. Un espacio dentro de otro. Cual muñeca matriuska. Dos espacios en un solo tiempo. Dos coordenadas. Y ninguna abcisa. O dos abcisas y ninguna coordenada. La expectativa es elevada. Al regusto a desolación que nos deja la colonia, Harinera ZGZ emerge como símbolo de un barrio. Un símbolo de la memoria urbana y colectiva de su pasado industrial. Símbolo y memoria urbana de un pasado de reivindicaciones vecinales y resistencias al olvido. Símbolo de un modelo de gestión híbrido y de gobernanza entre la asociación de vecinas y vecinos del barrio, agentes culturales e instituciones municipales. Un proyecto que se alinea con discursos como el de la participación, el creativo, el desarrollo cultural, o lo colaborativo.
Espacios entonces practicados y narrados. Espacios configurados y compuestos ensamblando elementos como el cálculo financiero y el mercado inmobiliario, la innovación tecnológica, la segregación socio-residencial, los planes urbanísticos, la rentabilidad del marketing del diseño urbano, los proyectos de regeneración urbana o el flujo de capitales de la economía urbana; o también a través de la reactivación de espacios, la emergencia de modelos de autogestión, la solidaridad entre vecinas y la ayuda mutua, gestiones híbridas atravesadas por el discurso de la participación que transcurre entre los límites de la legitimación y la transformación. Dijimos espacios. Ahora decimos ciudad. La ciudad como resultado de sus prácticas sociales y urbanas. La ciudad que aparece y desaparece a la misma velocidad. La ciudad con sus prácticas, subjetividades, discursos, actitudes, identidades e influencias. La ciudad: caprichosa, ella.
Estos procesos que intervienen en la transformación material del espacio-ciudad, producen nuevas formas de socialización urbana, resignifican las prácticas y los objetos que constituyen el espacio público y construyen nuevas formas de subjetividad a través de la práctica cotidiana de lo urbano. El discurso como práctica e interacción social. La ciudad que navega a la deriva a través de los recursos lingüísticos disponibles para construir versiones de la misma. La ciudad y sus posibilidades de relación e interacción, a merced de los discursos urbanos que la conformen, que se impongan y que se logren excluir. La ciudad que se argumenta. La ciudad impregnada de elementos ideológicos. La ciudad que se mira al espejo y devuelve visiones, representaciones y valores sociales. La ciudad construida socialmente. La ciudad ingenua que se alinea con los discursos para devenir. La ciudad escéptica, madura y crítica que se hace eco de aquello, como ya nos sugirió Tomás Ibáñez [8], y problematiza las consecuencias de tu discurso, los efectos que produce y las prácticas que sugiere. La ciudad posicionada, ahora ya sí, a favor o en contra de tu discurso.
Imagen de portada, @CaligrafiasU
[2] Territori. Observatori de proyectes i debats territorials de Catalunya.
[4] Barcelofilia. Inventario de la Barcelona desaparecida.
[6] Zaragoza Cultural: https://www.zaragoza.es/ciudad/cultura/zaragozacultural/anexo1_harinera_bases.htm
[7] José Luis Calvo, Ángel Pueyo y María Zúñiga (2011). La ciudad de Zaragoza en un escenario de crisis: diagnóstico y propuestas territoriales para nuevos paradigmas urbanos. Geographicalia 59-60, pp. 47-59.
[8] Tomás Ibáñez (2009). Municiones para disidentes. Realidad. Verdad. Política. Barcelona: Gedisa.