‘El incremento del tiempo libre, las vacaciones pagadas y el aumento del nivel de vida y consumo después de la Segunda Guerra Mundial han hecho del turismo un fenómeno social de masas’ (Zárate y Rubio, 2005: 431).
Así, agencias de viajes, guías turísticas, páginas web, foros, etc., nos dirigen hacia lugares específicos que por su valor histórico, paisajístico, artístico o simbólico se convierten en estaciones ritualizadas del itinerario del viajero. Sea Fes o París, ‘encontrar la ciudad es muy a menudo descubrir todo un dispositivo sensorial, afrontar una agresión o una invasión de los sentidos’ (Augé, 2008: p 117).
El turismo se configura así como un ‘sistema de actores, de prácticas y de lugares’ (Knafou y Stock, 2002).
Lugares, monumentos, paisajes, etc., en definitiva objetos de valor estético, histórico o simbólico, como la Calle de las Flores en Córdoba, o la basílica du Sacre Coeur y sus escalinatas, en París, el turismo los transforma en puntos de encuentro, en espacios, donde la gente se cruza sin encontrarse –‘el espacio del viajero como arquetipo de no lugar’ (Augé, 2006: p. 91)–. Podríamos hablar de esta manera del turismo como forma de movilidad, que busca sus objetos para aprehenderlos a través de sus imágenes para incorporarlos a nuestras propias referencias espaciales, temporales, emocionales, etc.
‘Nuestra relación con la imagen y el espacio se presenta en un doble aspecto: recibimos imágenes (fijas o móviles) y fabricamos imágenes. Fabricar imágenes (fotografiar, filmar) significa a la vez apropiarse del espacio y en cierto modo transformarlo, consumirlo. De manera que “la toma de vistas” asigna como finalidad última al espacio y a la historia del espectáculo, un espectáculo al que espacio y tiempo históricos dan la materia prima; la toma de vistas impone un cambio de naturaleza, de lugar, de temporalidad’ (Augé, 2008: 124)
La gente va a determinados sitios ‘para poder decir que ha estado allí y para dar la prueba de ello. Se trata de una visita al futuro que cobra su sentido después, cuando se muestran a los parientes y a los amigos’ (Augé, 2008: 26).
Pero no se trata ya de captar, de llevarse el objeto, o de certificar la estancia. A menudo, en diferentes ocasiones, observamos la intención de incorporar el objeto a nuestras acciones, incorporarnos nosotros al objeto, aplicándonos a ello mediante ‘el empleo del tiempo, la ocupación del espacio y el manejo del cuerpo’ (Augé, 2008; 36)
Estamos pues, ante un fenómeno de la sobremodernidad, caracterizado por ‘la superabundancia de acontecimientos, la superabundancia espacial, y la individualizacion de las referencias’ (Augé, 2006: 112), donde se ‘convierte a lo antiguo (la historia) en un espectáculo específico’ (Augé, 2006: 113). Así, podemos caracterizar al turismo actual como una forma de movilidad sobremoderna, que ‘responde en gran medida a la ideología del sistema de globalización: una ideología de la apariencia’ (Augé, 2007: 16).
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Referencias
Augé, Marc (2008). El viaje imposible. El turismo y sus imágenes. Gedisa, Barcelona.
Augé, Marc (2006). Los no lugares. Gedisa, Barcelona.
Augé, Marc (2007). Por una Antropología de la movilidad. Gedisa, Barcelona.
Knafou, Rémy, et alter (2002). Tourismes. Lieux communs. Belin, París.
Zárate, Manuel Antonio, y Rubio, María Teresa (2005). Geografía Humana. Sociedad, Economía y Territorio. Centro de Estudios Ramón Areces, Madrid.
