Esta Casa principal de los Córdoba, Córdova o Fernández de Córdoba, rama troncal de toda esta extensa familia andaluza, conquistadores de la antigua ciudad califal de Al-Andalus desde los tiempos de Fernando III el Santo, fue conocida primero como Casa de Aguilar y, a partir del siglo XVI, como Casa de los Marqueses de Priego. Se trata de otro ejemplo representativo de antigua nobleza castellana de rango medio que, con la reconquista y repoblación del valle del Guadalquivir, se afincan en tierras andaluzas y aquí adquieren niveles más altos en el escalafón social. Su origen, en realidad, procede de la unión de dos linajes castellano-leoneses, los Témez y los Muñoz, nobleza en ambos casos de segundo orden en los siglos XII y XIII, que va a adquirir altos vuelos en la ciudad y la tierra de Córdoba.

La familia Témez era oriunda de Galicia, donde tenía casa-solar como señores de Témez y Chantada, y su tronco posiblemente se remonta a Urraca Fernández y a su esposo, el conde Fernando Bermúdez, que vivían en Portugal a fines del siglo XII. Descendientes de estos progenitores del linaje fueron Vasco Fernández de Témez, rico-hombre gallego en la segunda mitad de la misma centuria, y su hijo Nuño Fernández, también señor de Témez y Chantada, en tiempos de los monarcas leoneses Fernando II, Alfonso IX y Fernando III el Santo. Nuño fue merino mayor del reino de Galicia y acompañó al último de estos soberanos a la reconquista de Andalucía participando en las tomas de Baeza, Jaén, Córdoba y Sevilla, donde obtuvo repartimientos. También su hijo segundogénito, llamado Fernán Núñez ( ? -1283), intervino en las campañas de recuperación para la Corona de Castilla del valle del Guadalquivir (destacando su participación en la toma de Córdoba), e igualmente obtuvo como compensación importantes repartos de tierras sevillanas y cordobesas. Por tal motivo, quedó definitivamente enraizado en la ciudad de los califas, en la que consiguió la alcaidía y alguacilazgo mayor de su concejo. A este Fernán Núñez de Témez debemos considerar, por tanto, como el verdadero tronco y primer señor de toda la Casa de Córdoba.

Con motivo de su matrimonio fusionó, además, su linaje con el de los Muñoz, del adalid cordobés Domingo Muñoz —alcaide de Andújar, primer alguacil mayor de Sevilla y primer alcaide de la villa de Dos Hermanas, otro de los destacados participantes en las campañas reconquistadoras andaluzas desde las tomas de Andújar, Úbeda, Baeza, Córdoba y Sevilla—, pues Fernán Núñez contrajo nupcias con una hija de éste, llamada Ora (Gila o Leonor) Muñoz, siendo así artífice de la integración de los dos susodichos linajes. Esta alianza se consuma patrimonialmente en el hijo heredero del matrimonio, Alfonso Fernández de Córdoba I (  ? -1327), II señor de la Casa de Córdoba y el primero en usar por apellido el nombre de esta ciudad andaluza, que legó a su posteridad.

De su descendencia, el primogénito Fernando Alfonso de Córdoba (  ? -1343), I señor de Cañete de las Torres, ejerció el oficio de Alcaide de los donceles del Rey, cargo que pasó y se perpetuó pronto en otra línea familiar. Por su parte, el segundogénito crearía la primera rama salida de la troncal de la Casa de Córdoba, que no era otra que la de los señores de Montemayor que inició Martín Alfonso de Córdoba (también, por ello, llamado Martín de Montemayor), que daría lugar a la Casa de los condes de Alcaudete.

Fue continuador de la rama principal del linaje el primero de los Gonzalo Fernández de Córdoba ( ? -1384) que tuvo la estirpe, hijo mayor del segundo matrimonio del aludido Fernando Alfonso con María Ruiz de Biedma, y auténtico forjador del patrimonio de su Casa, con denominación de Aguilar por el nombre de uno de los señoríos que obtuvo en 1370 de Enrique II, el de Aguilar de la Frontera —antiguo patrimonio de la familia de origen portugués Do Vinhal que acababa de extinguirse biológicamente—, dentro de un amplio grupo de las llamadas «mercedes enriqueñas» (que incluía, además, los señoríos de Priego, Puente de Don Gonzalo, Monturque, Castillo Anzur y Montilla). Le sucedía en 1384, tanto en sus señoríos como en los oficios desempeñados, su hijo Alfonso Fernández de Córdoba II (  ? -1424), que actuó preferentemente en acciones militares fronterizas.

Nuevos aportes señoriales para la Casa de Aguilar, como la villa de Carcabuey y la aldea de Santa Cruz, se producirían en tiempos de Alfonso Fernández de Córdoba IV (1447-1501), jefe de toda la Casa de Córdoba, más conocido como Alonso de Aguilar y reconocido con el sobrenombre de «el Grande» pues durante su gobierno la estirpe recuperó mucho del esplendor de antaño. Su fuerte personalidad, indómita y controvertida, se manifestó a lo largo de su vida, y se alimentó su leyenda por la trágica muerte que tuvo en Sierra Bermeja, luchando en combate contra los moriscos sublevados de las Alpujarras (1501). Su hermano Gonzalo Fernández de Córdoba, también sobresaldría con creces en su tiempo, ganándose con justicia el título de duque de Terranova y la fama de «Gran Capitán» por sus acciones en los campos de batalla, al servicio de los Reyes Católicos, y su gran capacidad de organización e innovación militar, reformando el ejército español.

Al malogrado don Alonso le sucedió su primogénito, Pedro Fernández de Córdoba y Pacheco (1470-1517), como IX Señor de Cañete, VII de Priego, Aguilar de la Frontera, Puente de Don Gonzalo, Monturque, Castillo Anzur, Montilla, II de Carcabuey y Santa Cruz. Y en póstumo homenaje a la figura de su padre, los propios Reyes Católicos elevaron el rango de aquellos dominios cordobeses constituyéndolos en marquesado, con el título de Priego. De ahí que la Casa de Aguilar desde los inicios del siglo XVI fuese conocida como Casa de Priego, a raíz de recibir don Pedro, en diciembre de 1501, el título de primer Marqués de esa denominación.

El estado se amplió de inmediato con el señorío de Montalbán, que el propio primer Marqués de Priego adquirió por compraventa entre 1503-05. Muy poco después, con ocasión de los serios incidentes acaecidos en la ciudad de Córdoba en 1506-08 cuando el inquisidor Lucero se erigió en autoridad de la iglesia cordobesa y el marqués apresó al corregidor que quiso investigar su conducta como alcalde mayor de la ciudad en aquellos tumultos, Pedro Fernández de Córdoba sufriría el destierro perpetuo de Andalucía, por orden de Fernando el Católico, y la pérdida de todos sus cargos y tenencias, más la destrucción de su fortaleza de Montilla y una multa de 20 millones de maravedís, pena posteriormente reducida hasta quedar finalmente absuelto. Desde entonces vivió prácticamente retirado hasta su muerte en 1517.

La heredera de estos dominios fue la mayor de sus hijas, doña Catalina Fernández de Córdoba I (1495-1569), II Marquesa de Priego y Señora de Aguilar, Cañete de las Torres, Puente de Don Gonzalo, Monturque, Castillo Anzur, Montilla, Carcabuey, Santa Cruz y Montalbán. De este modo, el marquesado adquiría en los años centrales del siglo XVI, sus perfiles espaciales máximos, asentado al sur del reino de Córdoba, mayoritariamente dentro de la comarca natural de la Campiña y con una prolongación —discontinua del núcleo anterior— en las sierras Subbéticas colindantes con el reino y obispado de Jaén.

Ese mismo año de 1517, en el que doña Catalina tomaba posesión de sus dominios, se concertaba su matrimonio con el III Conde de Feria, Lorenzo Suárez de Figueroa III ( ? -1528), unas capitulaciones que posicionaban claramente la prelación de la Casa de Priego (recién reconocida por Carlos I como una de las contadas “Grandes de España” inmemoriales) sobre la ducal de Feria, pese al mayor rango de este título en el escalafón nobiliario. Y cuando todo hacía prever una prolongada agregación de ambas Casas pues el matrimonio tuvo descendencia de inmediato, asegurando la posteridad, la rigurosa agnación inherente al título ducal de Feria obligó a que ambas Casas siguieran derroteros paralelos en dos líneas sucesorias distintas hasta 1634, en que se produjo tal unión en la persona del sordomudo Alfonso Fernández de Córdoba y Figueroa (1588-1645). La ocasión para esta fusión se presentó cuando, su nieto materno, el IV Duque de Feria Lorenzo-Gaspar Suárez de Figueroa y Córdoba, fallecía joven, soltero y sin descendencia y, en calidad de varón más propincuo a la sucesión de esta familia, don Alfonso «el Mudo» se convertía en el V Duque de Feria y IV Marqués de Villalba, concluyendo así un largo proceso sucesorio que arrastraba desde 1518.

El sucesor de la doble Casa de Priego-Feria, en 1645, fue su hijo Luis Ignacio Fernández de Córdoba y Figueroa I (1623-1665), VI Marqués de Priego, IV de Villafranca y Celada, VI Duque de Feria, V Marqués de Villalba y otros títulos, quien por su salud quebrantada fallecía, aún joven, veinte años después. Otra sucesión efímera fue la del hijo y sucesor de éste, Luis Mauricio Fernández de Córdoba y Figueroa II (1650-1690), VII Marqués de Priego y VII Duque de Feria, esposo desde 1675 de Feliche María de la Cerda y Aragón (1657-1709), la mayor de las hijas del VIII Duque de Medinaceli Juan Francisco de la Cerda Enríquez de Ribera, y de la VIII Duquesa de Segorbe, IX de Cardona y IX Marquesa de Denia, Catalina Antonia Folc de Cardona y Aragón. El primogénito de este matrimonio, Manuel Luis Fernández de Córdoba y Figueroa (1679-1700), tomaba posesión de los estados cordobeses y extremeños en 1690 y, con tan solo 10 años de edad, se titulaba VIII Marqués de Priego, VIII Duque de Feria y demás títulos agregados (excepción hecha del marquesado de Celada, que se perdió en la familia). Y aunque se discernían sobre él grandes expectativas sucesorias en los estados de la poderosa Casa materna, el destino no consintió que tales supuestos se cumplieran en su persona pues falleció soltero y sin descendencia en 1700, a la edad de 20 años. Por testamento previo dejaba a su madre, doña Feliche, como única heredera de sus bienes. Le sucedía en la titularidad del doble mayorazgo su hermano inmediato, Nicolás María Fernández de Córdoba y Figueroa (1682-1739).

Por entonces su madre era considerada virtual sucesora de la Casa Ducal de Medinaceli y agregadas, no solo porque el IX Duque D. Luis Francisco de la Cerda Folc de Cardona y Aragón (1660-1711), único hermano varón de doña Feliche, carecía de descendencia sino también porque, en septiembre de 1710, fue sometido a un proceso político y condenado a prisión, donde fallecía en los primeros días del año siguiente.

Su falta de posteridad lo convirtió en el último varón de la Real Casa de la Cerda. Ni tan siquiera doña Feliche llegó a conocer el trágico desenlace final de su hermano pues había fallecido repentinamente en 1709. Quien sí recibió la noticia de esta infortunada muerte fue el Marqués de Priego-Duque de Feria Nicolás María Fernández de Córdoba y de la Cerda, sobrino del duque Medinaceli y su heredero como varón más propincuo a la sucesión, quien desde 1711 añadía a la nómina de sus títulos el de X Duque de Medinaceli y los otros muchos agregados que llevaba consigo. De esta manera quedaba incorporada a la Casa de Priego la de mayor alcurnia histórica del espectro nobiliario, Medinaceli, descendiente de aquellos infantes de la Cerda que quedaron relegados de la Corona de Castilla-León tras la muerte de Alfonso X el Sabio. Y aun cuando don Nicolás María mantuvo normalmente el título de Marqués de Priego como el primero de su titulación, de inmediato los sucesivos jefes de la Casa de Córdoba (por varonía, además, Figueroa) antepusieron el título de Duque de Medinaceli sobre los demás, en razón evidente de una alcurnia de éste que no podía alcanzar ningún otro. De ahí que, desde 1711, la familia se constituyese en eje de las sucesivas Casas que se agregaron a la de Medinaceli.

Así sería hasta el año 2013, en que la raza Fernández de Córdoba de duques de Medinaceli se extinguió, pasando a la germánica de los Hohenlohe-Langenburg.

Autor: Antonio Sánchez González

Bibliografía

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