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La vivienda en que resido y/o la casa que habito

Fabricio Espinosa Ortiz 14 enero, 2020

La vivienda es el objeto arquitectónico que mejor permite dilucidar las diferencias conceptuales existentes entre el residir y el habitar un espacio. La vivienda en su conceptualización arrastra una fuerte influencia reduccionista y positivista, que sigue vigente hoy en día, pues se ha fortalecido en los sistemas escolarizados de formación de arquitectos, urbanistas, geógrafos, entre otros profesionales que participan en la formulación de normativas, planes y estrategias para la producción de los espacios que conforman las ciudades y metrópolis. Estos profesionales tienen una fuerte incidencia en la toma de decisiones y en los procesos de construcción del espacio. Sin embargo, estos ven al hombre como un dato, como un individuo inmutable, cuyas acciones y comportamientos son predecibles [i], y, como consecuencia, persisten políticas públicas, estudios e intervenciones en la ciudad sustentados en visiones del espacio racional cartesiano, privilegiando el análisis de los grandes territorios sobre el de los pequeños territorios, que además han dejado de lado el punto de vista del sujeto que habita el espacio [ii].

Para llenar este vacío, los estudios en las ciencias sociales han sido partícipes de giros disciplinarios hacia la subjetividad que han propiciado que se valore paulatinamente la dimensión sensible del mundo y se generen intensos debates entre el humanismo en contraposición del racionalismo, y la razón pura versus la razón sensible [iii]. La casa no es ajena a este debate, y para comprenderla de manera integral es necesario considerarla en su relación con los sujetos y su subjetividad, ya que ésta es materialidad física pero también construcción simbólica, y la manera en que es vivida y sentida está marcada por la imaginación de quienes la habitan [iv]. Las imágenes que se generan en torno a la casa están impregnadas de emociones, de manera que esta no es solo una estructura física material conformada por cuatro paredes y un techo que nos protege de la intemperie, es el lugar donde habitamos, en donde estaremos tristes o seremos felices, en soledad o en compañía de nuestra familia. La casa, en su materialidad y objetos que la constituyen, modela a quien la habita a la vez que quien la habita la modela, y en este proceso mediado por imaginarios, casa y sujeto habitante se co-construyen [v].

En este contexto, la casa no es satisfactor solamente de la necesidad de protección de la intemperie que su materialidad le confiere, sino que constituye un satisfactor de múltiples necesidades y deseos, que, en la medida que el usuario logra satisfacer, la apropia, la significa, y se referencia a sí mismo en ella. Por ello, cuando confluyen en la casa todas estas condiciones, se hace posible también la apropiación espacial a otras escalas, como la de la colonia o barrio, lo que posibilitará la identidad y pertenencia a una comunidad, en la interacción entre el individuo, la familia y la sociedad, y en este momento podremos decir que una vivienda se asimila como una casa, aunque este proceso depende en gran medida del entorno en el que las personas desarrollan su vida cotidianamente [vi].

Desafortunadamente, la consumación de este proceso es cuestionable cuando las viviendas no satisfacen las expectativas de las personas, ya sea porque son muy pequeñas, de mala calidad material, estructural y de diseño de espacios, o porque no cuentan con los espacios públicos adecuados para el esparcimiento, o se localizan a grandes distancias de los servicios y equipamientos que brinda la ciudad. Todo esto, más allá de no contribuir en la satisfacción de necesidades, ha logrado potenciar otros problemas sociales como la segregación socioespacial, la inseguridad, la violencia, entre otros derivados que están muy lejos de propiciar una mejoría en la calidad de vida [vii].

Casi todos ocupamos una vivienda, pero pocos ocupamos una casa en donde nos sentimos protegidos, seguros, realizados, en donde nos sustraemos hacia nosotros mismos, nos arraigamos y planeamos nuestra vida familiar. La casa fija a las personas convierte al nómada en sedentario, le permite descansar y hacer pausas para contemplar la vida [viii]. La casa es el centro de la vida cotidiana y el punto de anclaje a un sitio, en ella se enmarcan las realidades espaciales del complejo entramado de contactos y flujos. Así que el imaginario de la casa tiene un anclaje evidentemente espacial, y está relacionado a su vez con otros espacios en diferentes escalas y conexiones [ix].

La casa es el lugar donde es posible satisfacer nuestras necesidades y deseos, si es que realmente es una casa en la que se habita, y no una vivienda en la que se reside. Habitar una casa va más allá de residir en una vivienda. Si bien residir involucra los vínculos con las actividades cotidianas, no necesariamente se esta­blece un nexo con cierto grupo social, como los vecinos o incluso los demás residentes de la vivienda. En este sentido, se puede estar presente y usar el espacio; pero es posible que no exista apropiación de este, ni arraigo, que se resida sin habitar [x].

Así, el residir y el habitar difieren. Por ejemplo, la casa real, la que tenemos, y aunque no sea nuestra, la que usamos en el día a día, no necesariamente es la casa imaginaria que deseamos tener y en la que nos imaginamos felices. La casa imaginaria promete calidad de vida por la unión familiar y la formación de un hogar, en ella podemos vivir en tranquilidad, formar parte de una comunidad y movilizarnos cuando se desee hacia los equipamientos comerciales, educativos, de ocio, etc. En este sentido, la casa imaginada se habita, porque va acompañada de la capacidad de satisfacer las necesidades y los deseos de tener, de hacer y de ser [xi].

Fuente: Tu nuevo Hogar al mejor precio por m2. 2: 18 min, [Vídeo]. http://hogaresherso.com.mx/


[i] Ábalos, Iñaki (2005). La buena vida: Visitas guiadas a las casas de la modernidad. Barcelona: Gustavo Gili.

[ii] Lindón, Alicia, y Hiernaux, Daniel (2012). Renovadas intersecciones: la espacialidad y los imaginarios. En Alicia Lindón y Daniel Hiernaux (dirs.), Geografías de lo imaginario (pp. 9-28). Barcelona: Anthropos/México: UAM-Iztapalapa.

[iii] Hiernaux, Daniel (2008). Geografía objetiva versus geografía sensible: trayectorias divergentes de la geografía humana en el siglo XX. Revista da ANPEGE, 4, 29-45.

[iv] Claval, Paul (2012). Mitos e Imaginarios en Geografía. En Alicia Lindón y Daniel Hiernaux (dirs.), Geografías de lo imaginario (pp. 29-48). Barcelona: Anthropos/México: UAM-Iztapalapa.

[v] Berdoulay, Vincent (2012). El sujeto, el lugar y la mediación del imaginario. En Alicia Lindón y Daniel Hiernaux (dirs.), Geografías de lo imaginario (pp. 49-65). Barcelona: Anthropos/México: UAM-Iztapalapa.

[vi] Espinosa Ortiz, Fabricio (2015). Vivienda de interés social y calidad de vida en la periferia de la ciudad de Morelia, Michoacán. México: PUEC, UNAM, Infonavit.

[vii] Espinosa Ortiz, Fabricio; Vieyra, Antonio, y Garibay, Claudio (2015). Narrativas sobre el lugar. Habitar una vivienda de interés social en la periferia urbana. Revista INVI, 84(30), 59-83.

[viii] Bachelard, Gaston (2000). La poética del espacio. México: Fondo de Cultura Económica.

[ix] Blunt, Alison, y Dowling, Robyn (2006). Home (Key ideas in Geography). Londres: Routledge.

[x] Duhau, Emilio, y Giglia, Ángela (2008). Las reglas del desorden: habitar la metrópoli. México: Siglo XXI, UAM-Azcapotzalco.

[xi] Allardt, Erik, y Uusitalo, Hannu (1972). Dimensions of welfare in a comparative study of the Scandinavian societies. Scandinavian Political Studies, 7(A7), 9 – 27

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About The Author

Fabricio Espinosa Ortiz

Doctor en Geografía por la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus líneas de investigación son “La vivienda y los procesos metropolitanos”, “La calidad de vida y las (des)igualdades urbanas”, y “Los imaginarios urbanos y las subjetividades espaciales”

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