Hablar de Ruiz del Peral, es hablar de la escuela barroca granadina. El análisis de su producción artística se ha visto como el culmen de los planteamientos estéticos configurados por los artistas del seiscientos. Clave será en su hacer y en el del resto de los escultores granadinos la obra de Alonso Cano, responsable de la creación de unos modelos, tanto escultóricos como pictóricos, que han sido continuados por los artistas de la ciudad hasta nuestros días. Durante el siglo XVIII, tuvo lugar un momento de inflexión en lo concerniente al mundo de las artes. Contraria a la educación tradicional, nacía una nueva corriente que abogaba por que la enseñanza se llevase a cabo de manera adoctrinada. Una visión academicista, que culminaría con la creación de la Academia de Nobles Artes en 1777. En el caso que nos atañe, nuestro artista se formaría “al modo antiguo”, es decir, en un taller, concretamente en el de Diego de Mora. Ubicado en el barrio del Albaicín, en la parroquia de San Miguel. De su mano adquirió los conocimientos sobre la obra de los grandes espadas granadinos, el cual además de enseñarle todos los procedimientos técnicos necesarios para la talla en madera se convertiría en su mayor fuente de inspiración.

Torcuato Ruiz del Peral nacía en el seno de una familia humilde, en 1708 en Exfiliana, un pequeño pueblo cercano a Guadix. Dadas sus inclinaciones artísticas se trasladó a formarse en el referido taller en 1722, aunque el primer dato conservado de su entrada en el mismo es de tres años más tarde. Allí conviviría y se formaría junto a otros escultores, como fue el caso de Agustín Vera Moreno (1697 – 1760). Ambos han sido considerados tradicionalmente por la historiografía como los mejores discípulos de los Mora. Si bien es cierto que Vera Moreno siguió más fielmente la línea del maestro. Durante su faceta como aprendiz supo impregnarse perfectamente de los modelos granadinos, reflejando estos conocimientos en su obra, elogiada por sus contemporáneos desde un primer momento.  Uno de los primeros trabajos de los que tenemos constancia fue la realización de las esculturas del púlpito de la catedral de Guadix. Éstas, tienen una gran importancia ya que hasta día de hoy son el único testigo de su trabajo realizado en un material no lignario (1734 – 1735). Al poco tiempo de estar trabajando para el cabildo catedralicio se le encargaría la estatuaria del coro. Cabe decir que de cuarenta imágenes que lo componían, realizó veinticuatro. Un proyecto que no llegaría a terminar debido a su fallecimiento y en la que colaboraron otros cuatro imagineros. Desgraciadamente la contienda civil española, hizo que el conjunto escultórico desapareciera prácticamente en su totalidad, salvaguárdense solamente la imagen de San Torcuato y el relieve de la Coronación de la Virgen.  Si se salvó la sillería, la cual vuelve a estar dotada de nuevas esculturas, gracias al buen hacer del imaginero accitano, Ángel Asenjo Fenoy.

Su vida personal, está embutida en una historia propia del romanticismo. Desde su juventud tuvo una relación “prohibida” con Beatriz de Trenco, con la que tendría hasta seis hijos de manera extra matrimonial. A pesar de que se casaron el 4 de marzo de 1747, todo indica que no vivieron como un matrimonio al uso, debido a que los antepasados de ella tenían ascendencia morisca. Un tema que seguía siendo un problema en este momento, convirtiéndose en la principal razón por la que viviría separado de su esposa. El único documento que se conserva, en el que se hace referencia a una convivencia en común data de 1773, año en el que fallece. Una situación, por otra parte, que debía de conocerse lo menos posible, para que no perjudicase a nuestro escultor. A pesar de todo esto, supo relacionarse muy bien, vinculándose con la élite eclesiástica, tanto de Granada como de la comarca de Guadix- Baza. Estos contactos, unido a su magnífico trabajo pronto dieron sus frutos, dotándole de una extraordinaria clientela. Cerca de la parroquia de San José, tuvo su taller, al que, a pesar de la gran competencia existente en la ciudad, no le faltaron encargos. Como buena cuenta da de ello el Catastro del Marqués de la Ensenada.

Su producción es de lo más variada y seguramente muchas de sus obras están aún por descubrir. Si bien es cierto, que de un tiempo aquí se han llevado a cabo una serie de investigaciones muy necesarias en torno a su figura, devolviéndole varias piezas que, fruto del afán atribucionista, estaban vinculadas con otros artistas. Analizando su trabajo sobresale la tipología en la que nos presenta a María como Mater Dolorosa. Una representación que nos acerca a la Virgen en su mayor soledad o con su Divino Hijo sobre las rodillas, como ya hiciera con Santa María de la Alhambra. Partiendo de un modelo preestablecido, muy arraigado a la mentalidad granadina, consiguió dotarlo de un profundo dramatismo presente en la forzada postura del Cristo y donde la carga simbólica está presente en las manos entrelazadas de la madre y el hijo.

Inspirado en la Virgen que hiciera Gaspar de Becerra, que tomaría anteriormente José de Mora para esculpir la dolorosa de los servitas, Ruiz del Peral, tallaría una serie de imágenes donde se muestra a María vestida a modo de viuda, arrodillada y con las manos sobre el pecho en actitud orante. Con el gesto compungido y la mirada al suelo. Esta iconografía fue muy aceptada por el fervor popular. Un ejemplo de esto lo tenemos en Nuestra Señora de los Dolores del convento granadino de las MM Agustinas del Corpus Christi, o la conservada en la Iglesia de San Juan de los Reyes. No podemos abandonar este apartado sin mencionar a la Virgen de la Humildad del Museo catedralicio de Guadix, donde el genio nos vuelve a descubrir a la madre de Dios en su máxima soledad, sedente sobre una roca, haciendo gala de una profunda plasticidad en el tratamiento de sus ropajes. Imágenes muy volumétricas, que denotan las grandes cualidades estéticas que éste tenía, donde vemos como el tratamiento de los pliegues difiere del tradicional, y en el que nos encontramos con una huella bastante italianizante.

No solo representaría a María como una dolorosa, sino que también llevó a cabo varias tallas e imágenes de candelero de Gloria, como la Virgen de Consolación, la del Carmen, la Divina Pastora, o la que en nuestro parecer es una de sus mejores obras. Nos estamos refiriendo a la Virgen de Gracia patrona del pueblo granadino de Valderrubio.

El otro grueso de su vasta producción, está vinculado con la hagiografía, aunque tenemos que decir que la tipología por antonomasia ligada a este campo será el tema de San José. Volviendo la vista atrás, esta tierna escena, en el que el Santo y el Divino Infante, parecen estar paseando fue un tema tratado por artistas como Pablo de Rojas, que sería uno de los primeros imagineros en plasmarlo en la escultura, continuado por Pedro de Mena, o incluso por Alonso Cano, aunque en este último caso lo haría a modo de dibujo. El conjunto escultórico que hizo para la iglesia homónima, se convirtió en el modelo a seguir por los artistas de finales del XVIII y del XIX. En él vemos el momento en que el padre putativo, erguido, tiende la mano a Cristo que eleva la vista al cielo pareciendo esperar una respuesta del Padre. No sería este episodio relacionado con la Infancia de Cristo el único que realizaría.

Cabe destacar el perfecto conocimiento que tenía acerca de la anatomía humana presente en toda su obra, como vemos en el Cristo del conde de Luque, (hacia 1768).  Un bagaje anatómico que se hace más fuerte en las cabezas cortadas de San Juan Bautista.

Su obra está cargada de tradición e influencias, algo que podemos ver en los rostros ovalados, las narices pronunciadas, las bocas pequeñas y cerradas, unos pómulos marcados, un hoyuelo en el mentón que dan como resultado unas imágenes muy cercanas, aunque menos dulcificadas que las que hiciera su maestro. Si bien es cierto, que a todo esto debemos de añadirle sus habilidades y las aportaciones que haría a la estatuaria granadina. Su forma de tratar el cabello, por ejemplo, exquisitamente tallado a modo de tirabuzones y ondulado a la altura de las orejas. Aunque sin duda, la policromía fue la clave a la hora de concebir sus imágenes y hacerlas más expresivas, más sentimentales. El uso de unas carnaciones más claras, y una gama cromática limitada, se verá reforzada por el uso del estofado, de ello se encargó su hermano Juan Manuel.

El 5 de julio de 1773 se apagaba el genio de Ruiz del Peral, tras sufrir una enfermedad, y tan solo un día después era sepultado en la iglesia de San José. Con él desaparecía el último gran barroco de la escuela granadina, dejando tras de sí un gran número de seguidores. Tras permanecer en el olvido durante unas décadas, nuevamente su figura comienza a ser recuperada y puesta en valor. Una labor en gran medida a la constancia e interés de la doctora Ana María Gómez Román.

Autor: Venancio Galán Cortés

Bibliografía

  1. VV., Monográfico Torcuato Ruiz del Peral (1708 – 1773), Boletín Centro Pedro Suarez, 21, 2008.

GALLEGO BURÍN, Antonio, “Un escultor del Siglo XVIII”, en Cuadernos de arte de la Universidad de Granada, 2, 1936, pp. 185 – 327.

GALLEGO BURÍN, Antonio, Granada. Guía Artística e Histórica de la Ciudad. Granada, Comares, 2015.

GÓMEZ ROMÁN, Ana María, “Nuestra Señora de los Dolores”, en  Iuxta Crucem. Arte e iconografía de la Pasión de Cristo en la Granada Moderna (Siglos XVI – XVIII), 2015, pp. 302 – 304.

LÓPEZ-MUÑOZ MARTÍNEZ, Ignacio, Torcuato Ruíz del Peral: escultor imaginero de Exfiliana: III Centenario de su nacimiento (1708 – 2008), Valle del Zalabí, Ayuntamiento, 2008.