Tomás Sánchez de Ávila nació en Córdoba hacia octubre de 1550. Sus orígenes han permanecido tradicionalmente en la oscuridad, conociéndose tan solo que era hijo de padres honrados y ricos. Investigaciones recientes, sin embargo, han demostrado que Sánchez estaba directamente emparentado con algunas destacadas familias de mercaderes judeoconversos, caso de los Sánchez de Ávila o los Herrera. Dos estirpes enriquecidas mediante el comercio e instaladas tanto en Córdoba como en Granada; y que, pese a contar entre sus miembros a individuos procesados por la Inquisición −como el propio bisabuelo de Sánchez, Hernando de Baena, quemado en el célebre auto de fe cordobés de 1504− se encontraban en pleno proceso de ascenso social. Una dinámica ésta mediante la que algunos de los miembros del linaje terminaron por integrarse en el seno de las oligarquías cordobesas y granadinas durante los siglos XVI y XVII como regidores, jurados, alcaldes mayores o caballeros veinticuatros.

Educado por los jesuitas del Colegio de Santa Catalina de Córdoba, en el que estudiaban los hijos de la élite social de la ciudad, Tomás Sánchez pronto manifestó una fuerte vocación religiosa que le llevó a pretender ingresar en la Compañía de Jesús. En aquel momento, los jesuitas aún no exigían limpieza de sangre a quienes querían engrosar las filas del instituto ignaciano. Los superiores de la Compañía en Roma, sin embargo, ya aconsejaban no admitir a los descendientes de conversos notados argumentando alguna excusa o defecto físico. Un dato que podría demostrar que los jesuitas conocían los orígenes familiares de Sánchez es, precisamente, que en principio no se le admitió en la Compañía aduciendo una supuesta tartamudez de la que el joven se habría curado repentinamente mediante la milagrosa intercesión de la Virgen de la Fuensanta.

Tomás Sánchez ingresó en la Compañía de Jesús a los dieciséis años de edad, en 1567. No se sabe con certeza si fue admitido en el noviciado de Sevilla o en su Córdoba natal. Lo que parece más seguro es que fuera recibido directamente en Granada −ciudad a la que se trasladó en 1568−, ya que en su elogio fúnebre se afirma que vivió en la ciudad desde que entró en la Compañía. Sea como fuere, lo que sí es seguro es que pasó la mayor parte de su vida en el Colegio de San Pablo de Granada. En 1574 se encontraba estudiando el cuarto curso de Teología, siendo ordenado sacerdote hacia 1577. A partir de ese momento se especializó en la resolución de casos de conciencia y en las labores de confesor y director espiritual, ejerciendo como consultor del Colegio, admonitor de su rector y maestro de novicios durante la década de 1580. Su profesión solemne del cuarto voto, sin embargo, fue sorprendentemente tardía. Una cuestión que pudo deberse a dos factores. El primero, a la animadversión que le demostraba el padre Paulo Hernández −rector del Colegio de Granada entre 1583 y 1586− quien le desacreditaba con los de casa sin razón y con clara pasión y tocado en su honra con modo no religioso. El padre Hernández, consultor y calificador del Santo Oficio, incluso pudo haber tenido algo que ver con los problemas experimentados por Tomás Sánchez con la Inquisición. El motivo de dichos problemas fue que, en un proceso abierto contra un ex jesuita del Colegio granadino, un testigo afirmó que Sánchez había aconsejado al procesado que no declarara ante el tribunal de la Suprema. El segundo factor pudo tener algo que ver los orígenes conversos de Sánchez en un momento en el que la Compañía de Jesús se encontraba cada vez más presionada para que instaurara estatutos de limpieza de sangre; y para que, en consecuencia, no admitiera a descendientes de cristianos nuevos y expulsara de sus filas a quienes lo fueran. A la postre, Tomás Sánchez hizo su profesión solemne el 8 de febrero de 1587 en el Colegio de Córdoba y ante el provincial de Andalucía, afirmándose que toda cuestión previa se acabó honradamente, sin impedimento alguno.

Durante la década de 1590 el padre Sánchez se convirtió en todo un referente dentro de la Provincia de Andalucía de la Compañía de Jesús, estando presente en las Congregaciones Provinciales que se reunieron en Marchena en 1590 y 1593 y en la que se celebró en Córdoba en 1599. Participó, así mismo, en diversas misiones populares, destacando la que llevó a cabo en Guadix en 1590 junto al célebre padre Pedro de León. Sánchez acompañó al arzobispo don Pedro de Castro −a quien confesaba y aconsejaba−  en su visita pastoral por la diócesis de Granada en 1591, predicando en localidades como Almuñécar, Motril, Loja, Albolote, Íllora, Moclín o Montegícar y ofreciendo a los curas de almas del arzobispado una instrucción para confesores escrita de su propio puño y letra (que podría ser las Prácticas sobre los mandamientos de la ley de Dios y de la Iglesia) y aconsejándoles que estudiaran algunos meses en la capital de la archidiócesis a fin de completar su deficiente formación pastoral. El arzobispo Castro contó igualmente con la presencia de Sánchez en el Sínodo Provincial que confirmó la autenticidad de las reliquias del Sacromonte en abril de 1600.

Durante prácticamente toda su vida, la figura de Tomás Sánchez estuvo rodeada de una cierta aureola de santidad a nivel popular. En este sentido, se hicieron célebres numerosas anécdotas piadosas acerca de su sencillez, humildad, modestia y pobreza evangélica en el comer o en el vestir y sus frecuentes penitencias y mortificaciones. Se llegó a hablar, incluso, de sus supuestos poderes sanadores. Pero si por algo el jesuita adquirió fama fue por su sabiduría en temas de moral y resolución de casos de conciencia, lo que le llevó a ser solicitado por diferentes prelados, por Juan de Acuña, presidente del Consejo de Castilla, o por personajes de la más alta nobleza, como el duque de Medinasidonia. Cuando el padre Sánchez falleció el 19 de mayo de 1610, su funeral se convirtió en todo un acontecimiento que reunió a representantes de otras órdenes religiosas, a destacados miembros de la Real Chancillería, al arzobispo de Granada, a destacados personajes de la nobleza local y a mucho pueblo llano, que trataba de conseguir alguna reliquia suya. Fue enterrado en el Colegio de San Pablo, si bien los avatares del tiempo y la expulsión de los jesuitas en 1767 provocaron que sus restos terminaran en un desván de la sacristía de la actual parroquia de San Justo y Pastor hasta que, en 1921, fueron trasladados a un sepulcro en los terrenos del Colegio Máximo de la Compañía de Jesús, donde aún permanecen bajo una sencilla lápida.

El padre Tomás Sánchez fue admirado en vida por su enorme erudición y profunda experiencia en teología moral y casos de conciencia. Sus contemporáneos señalaban que solía dedicar entre diez y doce horas diarias al estudio, lo que llegó a granjearle algunas críticas entre sus compañeros jesuitas del Colegio de Granada, que argumentaban que su excesivo trabajo intelectual minaba su salud y le apartaba de la necesaria convivencia con los demás miembros de su comunidad.

Sánchez fue un digno representante de la primera generación literaria del Barroco y de la tratadística del Casuismo, fundamentando escrupulosamente sus escritos en citas y referencias de autores y teólogos clásicos y modernos. Sus tres grandes obras fueron Disputationum de sancto matrimonii Sacramento (Génova, 1602); el Opus Morale in decem Praecepta Decalogui (1613) y los Consilia et Opuscula Moralia, (1634-1635). Las tres proporcionaron a su autor una enorme reputación dentro de su propia orden religiosa, lo que llevó al padre jesuita Pedro de Rivadeneyra a incluirle en su Catálogo de los escritores ilustres de la Compañía. Pero fue la primera de ellas, dedicada a la moral dentro del matrimonio y gestada como obra de consulta orientada tanto a juristas como a confesores, la que dotó a Sánchez de fama universal en todo el mundo católico. Admirado por los santos Alfonso Mª de Ligorio y Roberto Belarmino, el papa Clemente VIII Aldobrandini consideraba que nadie había aclarado con más exactitud que Sánchez las cuestiones más controvertidas relativas al sacramento del matrimonio.

Esta celebridad de Tomás Sánchez no estuvo exenta de críticas. Ya los mismos superiores de la Compañía de Jesús en Roma trataron de imponerle a partir de 1606 una serie de censuras orientadas a matizar los pormenores y la modernidad con los que el jesuita analizaba las cuestiones de moral sexual, para las que empleaba descripciones que podían ser consideradas indecentes debido a su minuciosidad e incluso crudeza. El padre Sánchez se resistió a estas presiones defendiendo que debía mostrar al detalle las acciones sexuales −incluso las que se consideraban más reprobables− a fin de que los confesores pudieran tener perfectamente claro cuáles eran lícitas y cuáles eran pecaminosas a fin de imponer adecuadamente las correspondientes penitencias. Argumentaba también que, al estar sus obras escritas en latín, se aseguraba de que no caerían en manos de personas ignorantes que no supieran interpretarlas correctamente. Pese a sus explicaciones, la Compañía de Jesús dispuso alterar y mutilar tanto el Opus Morale como los Consilia, que permanecían inéditos a la muerte de su autor, lo que les restó fuerza y originalidad. Las críticas a la obra de Sánchez arreciaron pronto también desde el mundo protestante y en medios afines al Jansenismo. Dos ámbitos en los que se consideraban los tratados del jesuita como un verdadero cúmulo de inmundicias que daban pie e inspiraban la lujuria, el pecado y el libertinaje. Entre sus más duros adversarios estuvieron Petrus Aurelius, Pierre Bayle y Blas Pascal. Este último, en sus Cartas Provinciales, tachó a Sánchez de laxista, sacando de contexto muchas de sus máximas a fin de ridiculizar sus ideas y presentarlas como absurdas, irracionales, indecentes e incluso heréticas. Todo ello no fue óbice, sin embargo, para que la autoridad de Tomás Sánchez en el marco de las cuestiones concernientes al estudio de la moral sexual dentro del matrimonio siguiera acrecentándose con el tiempo. El padre Sánchez fue considerado, de hecho, la máxima autoridad sobre la materia al menos hasta el Concilio Vaticano II. Prueba de ello es que, entre 1918 y 1947, su tratado sobre el matrimonio fue citado en torno a 464 veces en las sentencias del Tribunal de la Rota Romana, mientras que en el Código de Derecho Canónico vigente desde hace algunas décadas se siguen exponiendo aún muchas de las sentencias incluidas en la obra del sabio jesuita andaluz, injustamente olvidado en la actualidad en la tierra que le vio nacer.

Autor: Julián José Lozano Navarro

Bibliografía

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