Sor María de Negro, (Alhama de Granada, 1579 – Málaga 13/02/1651), monja del Real monasterio de Nuestra Señora de la Purísima Concepción de Málaga, de la rama femenina franciscana de Santa Clara. Era hija legítima de Rafael de Negro, descendiente de una de las 28 casas nobiliarias de la República de Génova establecidas en Andalucía, y de doña Juana Blanca. Nació en la ciudad de Alhama, en la que fue bautizada el 12 de noviembre de 1579. Cuando contaba poco más de 12 años, en 1592, tomó el hábito y 5 años más tarde profesó, guardando los 4 votos de obediencia, pobreza, castidad y estricta clausura. Entró de niña en el convento de Santa Clara y no salió de él, rompiendo todo contacto con la familia, hasta el punto de no querer recibir a su hermano en el locutorio. Desde los primeros años demostraba buenas costumbres, era austera, poco exigente en cuanto al lecho, comida y ropa de vestir. Enseñaba y educaba en la virtud a las demás religiosas y por su fama y moralidad la veneraban dentro y fuera del convento. Sentía una gran devoción hacia el Santísimo y cuando oía las campanas se postraba y quedaba inmóvil, como estática, aconsejando a las demás religiosas que la imitarán y adoraran al Señor que salía para dar vida a un enfermo. Valoraba la entrega del Divino Amor al quedarse sacramentado por la salvación de los hombres. Adornaba su celda las imágenes de Nuestra Señora del Pópulo y de San Antonio de Padua. Manifestaba una gran compasión con los necesitados y enfermos, a quienes asistía y para aliviarles salía al locutorio a atenderlos. A los 71 años de edad, estando en el coro alto de la iglesia conventual de Santa Clara, tropezó y cayó al suelo; y si bien en un principio no se temió por su vida, falleció a los 11 días. Murió el 13 de febrero de 1651, a las ocho y media de la noche y las religiosas colocaron su cuerpo difunto en el coro, manifestando su dolor por la pérdida de una hermana, una maestra y una amiga. Al día siguiente fue enterrada en un lugar aislado, sin caja sobre el suelo de tierra y cal, dentro del cuerpo de la iglesia y no en el cementerio de la comunidad. Según las descripciones de sus coetáneos, sor María de Negro era de cuerpo delgado, redonda la cara y de tez blanca; gozaba de una salud precaria pese a lo cual murió el día de la Purificación, a una edad avanzada y como consecuencia de una caída. Por su notoriedad de mujer virtuosa la llamaban la “santa” y al morir su cuerpo fue enterrado en un lugar diferente al resto de religiosas, en el pavimento del altar de San José, que se encontraba en el coro bajo, del lado de la Epístola, y de ahí permaneció durante 80 años, sin perder la fama de santidad y buena opinión. Desde su muerte, las hermanas de religión del convento de Santa Clara rezaban por sor María de Negro un oficio entero de difuntos.

Tras una visita rutinaria al Real monasterio de Santa Clara de Málaga, el Superior de la Provincia franciscana de Granada consideró necesario que se labrase un armario junto al altar de San José para guardar los ornamentos sagrados. El 14 de febrero de 1731 se inician las obras de acondicionamiento y al picar la pared los obreros se sorprendieron al encontrar el cadáver incorrupto de una mujer, de color pálido, los ojos oscuros, con una guirnalda de flores rodeando su cabeza. Del hueco salía un olor a flores ante la sorpresa de los albañiles, que llamaron a la abadesa para informarle de su hallazgo, que no dudó en que sepultureros levantarán la lápida y reconocieran la cripta. Sin duda, se trataba de la sepultura de la religiosa profesa sor María de Negro. Por mucho que se intentó ocultar el hallazgo del cuerpo incorrupto de sor María de Negro la noticia se difundió como un reguero de pólvora por toda la urbe acudiendo a la iglesia conventual los más relevantes personajes del estado eclesiástico, religioso y de la nobleza, seguidos de los fieles y curiosos. Cuando hallaron el cuerpo incorrupto de la madre María de Negro, los obreros se sobresaltaron al verla dormida, entera sus facciones, con la tez entre blanca y pálida, los ojos llenos y a medio abrir. La dentadura completa, blanca y firme como de una mujer de 20 años y no de 71. El labio belfo y ambos enteros y unidos, sin desprenderse la mandíbula. La nariz “aguda”, entera y perfecta, aunque se apreciaba la herida en la cara del golpe que se dio. Tras el reconocimiento corporal comprobaron que en la zona derecha de su espalda tenía una llaga del tamaño de una mano, sin piel, causada por una cruz o un cilicio. Las manos cruzadas por las muñecas, la izquierda sobre la derecha, con uñas blancas, en las que se advertía la huella de la ligadura que le hicieron con la cinta para amortajarla. Su rostro iba cubierto con una toca de gasa sobre la cara, otra toca blanca sobre la cabeza, y amortajada con un hábito común, con una guirnalda de flores y con una palma a su lado, con las hojas frescas y unidas, como se estilaba en los entierros de las esposas de Cristo. Llevaba de ropa interior unos corpiños blancos de lienzo pobre y basto, abrochado con corchetes, unas enaguas blancas de tejido burdo que apareció en perfecto estado. Los presentes cortaron trozos del hábito y de la ropa para guardarlos como una preciada reliquia. Una vez reconocido el cadáver se le puso un hábito nuevo y una guirnalda de flores, colocándolo en el altar del Resucitado para que lo pudieran contemplar los fieles que se habían congregado en la iglesia. La noticia del hallazgo del cuerpo incorrupto de la religiosa María de Negro trascendió los límites locales por lo que el padre provincial de Granada ordenó una información exhaustiva de los testigos que habían conocido o habían tenido noticias de la fama, virtud y santidad de la monja. El 5 de marzo de 1731 se inicia la recogida de testimonios de las religiosas del Real convento de Santa Clara por el confesor del mismo, fray Juan de Velasco Salado, a instancias del maestro provincial de los franciscanos de la provincia de Granada, fray Antonio de Castilla. Sor Catalina de Funes, de 89 años de edad respondió al interrogatorio recordando que la madre María de Negro era muy devota y asistía a todos los actos de la comunidad, frecuentaba los Sacramentos y observaba los mandamientos de Dios y de las superioras; que era obediente al máximo, que acudía a los trabajos conforme y que siempre se preocupaba por dar buenos consejos a quien se los pedía. Confirma el prodigio al que estuvo presente, al ver como el Niño Jesús que tenía entre sus manos una imagen de San Antonio de Padua, colocada en un nicho en la pared de su celda, voló a las faldas de sor María de Negro, y que ella exclamó incrédula. “el Niño Jesús voló”, a lo que la religiosa respondió: que no, que lo había soñado. Clara de Vago, doncella, declaro que estando sor María de Negro un día en el Oficio Divino se quedó estática y que para certificarlo la madre abadesa pasó por debajo del cuerpo un bastón y comprobaron que estaba en el aire.

Se desconoce si el proceso de beatificación se inició o quedó en los tribunales del Vaticano, pero la fama de sor María de Negro siguió en el subconsciente colectivo de los malagueños y así lo recogen autores como Ovando Santarem. Al demolerse el convento de Santa Clara en el año 1869 se halló intacto el cuerpo de sor María de Negro y se trasladó a las bóvedas de la parroquia de Santiago, iglesia cercana al monasterio de clarisas de la Inmaculada Concepción de María. Actualmente se encuentran en el nuevo monasterio de Santa Clara, en la plaza de Capuchinos.

Autora: Marion Reder Gadow

Bibliografía

GÓMEZ NAVARRO, María Soledad, “La orden Concepcionista en Montilla (Córdoba). Fundación del convento de Santa Ana”, Actas del I Congreso Internacional: La Orden Concepcionista, León, Universidad de León, 1990, pp. 261-274.

GRAÑA CID, Mª Del Mar, “Reflexiones sobre la implantación del franciscanismo femenino en el Reino de Granada (1495 – 1571)”, Actas del I Congreso Internacional del Monacato femenino en España, Portugal y América, León 1993, pp. 523 – 538.

MARTÍNEZ DE VEGA, Mª E.: “Monasterios de clarisas descalzas en la provincia franciscana de Castilla: proceso fundacional e influencia en la sociedad española del siglo XVII”, en RAMOS MEDINA, Manuel, Memoria del II Congreso Internacional: El monacato femenino en el Imperio español. Monasterios, beaterios, recogimientos y colegios, México, Centro de Estudios de Historia de México, 1995, pp. 289 – 310.

RODRÍGUEZ MARÍN, Francisco José, Málaga Conventual. Estudio histórico, artístico y urbanístico de los conventos malagueños, Málaga, Ed. Arguval, 2000.

VALENZUELA ROBLES, Mª Concepción, “El primer monasterio femenino en Málaga en época de los Reyes Católicos: las Clarisas de la Concepción de Nuestra Señora”, en BALLARÍN, Pilar y ORTIZ, Teresa (eds.), La mujer en Andalucía. 1er Encuentro Interdisciplinar de Estudios de la Mujer, tomo I, Granada, Universidad de Granada 1990, pp. 320-326.