En los territorios granadinos el regadío ocupaba una superficie escasa en relación al secano (ver tabla 1), aunque su importancia económica era, en proporción, bastante mayor debido a su elevada productividad y a que su práctica era dominada perfectamente por los cristianos nuevos. De ahí que la figura de los moriscos hortelanos se haya convertido en un tópico, llegando incluso a afirmarse que no practicaron la agricultura de secano. Las parcelas irrigadas se localizaban generalmente en las cercanías de los núcleos de población, junto a ríos y ramblas, en laderas de escasa pendiente, y en las vegas cercanas a las desembocaduras. El morisco derrochó todo su ingenio cultivador en las huertas, muchas de ellas situadas en zonas contiguas a las viviendas urbanas.
En cuanto a la superficie cultivada, el regadío únicamente predominaba sobre el secano en la vega de Granada, en Las Alpujarras, la Serranía de Ronda y en aquellos valles en los que las disponibilidades hídricas eran elevadas y/o la superficie total cultivada escasa. Los cristianos viejos, en numerosas ocasiones controlaban parcelas de regadío, aunque fuesen cultivadas por moriscos mediante algún tipo de cesión, como ocurría en la tierra de Almería y en pueblos de la sierra de Filabres y del valle del Almanzora.
En los pueblos moriscos la propiedad del agua era comunal, siendo también comunes los trabajos y los gastos precisos para su acopio, mejora, construcción y conservación de la red de distribución hasta las parcelas. El agua también se vinculaba a la propiedad de la tierra (acequia de Ainadamar –junto a Granada-), e incluso había zonas, como la tierra de Almería, en las que la compraventa de agua era frecuente. En cambio, en las ciudades y villas de predominio cristiano-viejo una poderosa oligarquía intentó apoderarse de las fuentes para su aprovechamiento exclusivo. Los problemas suscitados por el control y la gestión de los recursos hídricos dieron lugar a pleitos que llegaron a durar siglos, como el de la acequia alta de Cogollos en Guadix.
Las roturaciones progresivas que se ejecutaron en estos años, así como el intento de convertir tierras de secano en regadío, generó la necesidad de ampliar las disponibilidades de agua, sobre todo para asegurar el riego en los años de sequía. Siempre se realizaron obras de pequeña hidráulica (ampliación de fuentes), o de compra de manantiales para el aprovechamiento común, aunque se conoce un único intento de realizar una gran obra: el trasvase de agua procedente de la cabecera de los ríos Castril y Guardal, con objeto de poner en regadío los campos de Cartagena.
Los cultivos herbáceos se desarrollaban tanto en regadío como en secano. En el regadío, además de los árboles, en las mismas parcelas, ocupaban una parte importante las leguminosas y los cereales. El trigo y la cebada, junto con otros cereales como el panizo, suponían gran parte de la riqueza agrícola de algunas zonas del reino de Granada.
Es necesario establecer distinciones entre las comarcas de clara implantación cerealista y las zonas de montaña. Las primeras, con parcelas grandes, llanas, abiertas, generalmente de secano, con cultivos extensivos, localizadas en el norte del reino, próximas a la antigua frontera (altiplanicie de Baza-Huéscar, Los Vélez, comarca de los Montes), o en algunas llanuras costeras (condado de Casares, tierra de Almuñécar, tierra de Málaga y Marbella). En estas parcelas se puso en práctica el modelo productivo castellano, en un territorio prácticamente vacío, con una producción destinada en gran medida al abasto de las ciudades.
En las segundas, los cultivos de las áreas de montaña, de secano o de regadío, estaban más vinculados a una economía de subsistencia, y se localizaban en los pueblos de Las Alpujarras, de la Contraviesa, del valle de Lecrín, de los Filabres, del marquesado del Cenete o del valle del Almanzora. En estas comarcas la productividad dependía por completo de los aportes hídricos, siendo mucho más elevada en el regadío que en el secano, pero en todos con una gran importancia para la economía familiar. Las tierras eran cultivadas por los moriscos, empleando técnicas similares tanto en regadío como en secano, con balates y caballones para permitir el aprovechamiento del agua de lluvia, impedir la erosión y la pérdida de la escasa capa de suelo fértil. Los cultivos de suelo se hallaban asociados a cultivos arbóreos (frutales, olivos), más o menos espaciados, según la calidad de la tierra.
Diferentes árboles frutales, como la higuera, la palmera, el naranjo, el limonero, el manzano o el peral, completaban el típico policultivo arborescente de los campos cercanos a los núcleos habitados. Extendidos por las más diversas comarcas del reino, los frutales no tenían en ninguna de ellas importancia comercial.
La hoja de moral era prácticamente la única posibilidad que tenían muchas familias moriscas del reino de Granada de realizar un cultivo comercial en sus exiguas parcelas. Predominante en el regadío, a veces el moral aparecía en secano en lugares como la tierra de Almuñécar y Las Alpujarras, en donde a principios del siglo XVI representaba el 75% de los habices.
El olivo, otro de los cultivos importantes de secano, se cultivaba también en amplias zonas de regadío. Su importancia en la dieta medieval musulmana lo hacía presente en todas las comarcas del reino, si bien las zonas de mayor producción se situaban en algunos puntos de la vega de Granada (como Alfacar, donde superaba al moral), interior del condado de Casares, Jubrique, Tolox, Monda y la sierra de Bentomiz. Destacaba también en los señoríos almerienses de la sierra de Filabres, en el valle del Almanzora, y, sobre todo, en la tierra de Almería, donde se practicaba en monocultivo con fines especulativos.
El viñedo era uno de los cultivos más característicos del secano, aunque también se trabajaba en regadío cuando los excedentes de agua lo permitían. Generalmente en pequeñas parcelas, se extendía por todo el reino, con una producción destinada al consumo familiar y al mercado local. A lo largo del siglo XVI, el progresivo incremento de los precios del vino y pasas, generó una tendencia al aumento de la superficie cultivada, especialmente acentuada en el obispado de Málaga. En algunos pueblos cercanos a Granada la vid compitió con el cereal, llegando a alcanzar extensiones importantes al final de la época morisca, como en los casos de Güevéjar, Atarfe o Nívar. Pero, fue en la zona de Málaga, desde la costa hasta la Serranía de Ronda, donde alcanzaría caracteres de monocultivo: si en Cómpeta y Casares superaba el 20%, en Canillas de Aceituno pasó del 40% de los bienes de moriscos, y en Marbella y Yunquera representó los dos tercios de las tierras de cristianos nuevos.
Por último, el lino se cultivaba en los terrenos mejor regados de algunas vegas, como la de Granada -donde Alfacar destinaba exclusivamente para su riego una fuente-, la de Marbella y la del río Andarax (Almería), en donde la producción alcanzó en 1560 la cifra de 1.500 arrobas.
Por lo que respecta al resto de Andalucía, a lo largo del siglo XVI la superficie cultivada tuvo un gran incremento en las comarcas del Guadalquivir y de sus afluentes más señalados. En ellas, y en las que ya estaban en producción desde tiempo atrás, las especies más arraigadas fueron la vid, el olivo y los cereales. También destacan las extensiones dedicadas a dehesas, como se ha visto en la ficha sobre los aprovechamientos no agrícolas.
La vid se había ido introduciendo en los cultivos de los reinos andaluces desde la conquista cristiana. En el territorio sevillano estaba bien implantada en la franja lindante con la comarca del condado de Niebla, ocupada por localidades como Manzanilla o Castilleja del Campo, con más del 10% del territorio ocupado por el viñedo. Parecida situación se daba en la zona de Cazalla y Constantina, en la Sierra, que era, según el valor de los diezmos del vino, la zona de mayor producción vinícola de Sevilla. Pero además conocemos otros datos igualmente reveladores. Además, sabemos que no solo el porcentaje de vecinos propietarios era muy elevado, sino que las parcelas que poseían eran muy extensas. Si la superficie media de una parcela en el Aljarafe o la Campiña estaba entre 1 y 1’5 aranzadas, en Cazalla era de cinco.
Unida a su presencia, hay otra realidad destacable en el viñedo. Se trata de su marcado carácter social. La viña era un claro fundamento de una economía de tipo campesino. La elevada carga de trabajo que exigía y su destino en mercados locales casi exclusivamente dio lugar a que los grandes propietarios de la comarca se despreocupasen de ella. Ello explica que, cuando encontramos este cultivo en las posesiones de monasterios, cabildos catedralicios o grandes oligarcas, sus propietarios, no muestren interés por el mismo, entregando el suelo, muy parcelado, a los campesinos en enfiteusis.
El olivar estaba presente prácticamente en todas las comarcas naturales del alfoz sevillano, destacando la que había sido zona olivarera por excelencia en los siglos anteriores, y que siguió siéndolo en el XVI: el Aljarafe. Con respecto a su cultivo, tan decisivo en la conformación del paisaje agrario andaluz, hay que mencionar, al igual que lo hacíamos con la viña, su relación con el paisaje social, con un tipo específico de propietarios. El buen mercado internacional de su producción, a la vez que las exigencias de mano de obra que tenía, hizo que el olivar fuese monopolizado por un tipo de propietario que unía a su potencia económica —se precisaban fuertes inversiones para su puesta en funcionamiento— su mentalidad de productor, de administrador directo de sus posesiones. Nos referimos a la oligarquía urbana. Un grupo social que había conseguido hacerse con importantes explotaciones olivareras, comprando pequeñas parcelas y arrendando las propias de instituciones eclesiásticas. Hay, pues, de nuevo, una relación directa entre tipo de cultivo y el grupo social que lo controlaba.
Por último, trataremos del paisaje de campos abiertos, de campos de cereal. En esta zona no es fácil encontrar un especial interés de los grandes propietarios por poner en cultivo las tierras de secano antes del siglo XVI. Fuese debido a la falta de mano de obra, a los importantes beneficios de los pastizales, el hecho es que el proceso roturador de estas parcelas parece que se inició directamente por los vecinos al compás del crecimiento demográfico que se produjo en la Andalucía occidental a partir de los años finales del siglo XV. El ejemplo más claro lo ofrecen las rozas que se produjeron en las comarcas de Morón y Osuna.
Las llamadas rozas se definen como parcelas en las que se efectúa un trabajo de desmonte, retirada de vegetación y preparación para su posterior cultivo con cereal. Este trabajo de transformación del paisaje agrario se desarrolló extraordinariamente al desaparecer la frontera de Granada. Desde principios del XVI serán los concejos y los señores de vasallos quienes regulen este proceso. En Osuna, entre 1500 y 1504 se entregaron más de 4.000 hectáreas de terreno para roturar. Una importante cifra que se hace aún más sorprendente si aceptamos la declaración del señor de este lugar, quien afirma que en los años 30 de este mismo siglo se habían repartido entre los vecinos más de 10.000 hectáreas de monte. Si a esto le sumamos lo que la misma política estaba produciendo en Morón y El Arahal, el fenómeno de transformación del paisaje es evidente. Ya no había frontera, ya no había peligro, y en la Andalucía occidental se vivía una situación clara de excedente de mano de obra. Así, lo que se había iniciado como una transformación paisajística lenta, que podríamos calificar de popular, se convirtió en una empresa señorial de la que se sacarían buenas rentas. Se produjo de este modo una aceleración que dio lugar a que una amplia comarca con una dedicación casi preferentemente ganadera en los siglos precedentes se transformara en zona agrícola.
Con realidades geográficas, políticas y económicas diferentes e incluso contrapuestas, las tierras del reino granadino y las de la llamada Andalucía, siguieron a lo largo del siglo XVI un mismo camino en su desarrollo agrícola: el incremento espectacular de la superficie cultivada y el desarrollo de producciones basadas en la trilogía mediterránea (la vid, el olivo y los cereales), amén de algunas comarcas en las que la huerta era predominante, otras dedicadas a cultivos especulativos como la caña de azúcar, y el mantenimiento de extensiones incultas dedicadas a dehesas y pastizales.
Autor: Julián Pablo Díaz López
Bibliografía
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Tabla 1: Superficie cultivada en el reino de Granada antes de 1570 (%)
Secano | Regadío | Viña | |||||||
CV | CN | Total | CV | CN | Total | CV | CN | Total | |
Atarfe | 37 | 42 | 40 | 48 | 53 | 51 | 15 | 5 | 9 |
Cenete | — | — | 84 | — | — | 11 | — | — | 5 |
Casares | — | — | 74 | — | — | 5 | — | — | 21 |
Marbella | — | — | 35 | — | — | 5 | — | — | 60 |
Canillas | — | — | 43 | — | — | 4 | — | — | 42 |
M. Vélez | 75 | 69 | 70 | 25 | 31 | 30 | — | — | — |
Gérgal | 12 | 85 | 82 | 88 | 15 | 18 | — | — | — |
Serón | 50 | 64 | 63 | 50 | 36 | 37 | — | — | — |
CV: cristianos viejos; CN: cristianos nuevos. Fuentes: M. Barrios Aguilera, J. Arias Abellán, R. Benítez Sánchez-Blanco, F. Martín Ruiz, J. M. Martín Ruiz, A. Franco Silva (M. Vélez, Gérgal, Serón).