Sebastián Martínez Domedel es la figura más relevante de la pintura jiennense del siglo XVII. Antonio Palomino lo definió en su Museo pictórico y escala óptica como un «pintor insigne, y por una manera muy caprichosa, extravagante y rara; pero con buen gusto, y corrección, y con gran templanza, y vagueza de términos como lo acreditan repetidas obras».
Los aspectos técnicos y compositivos de sus lienzos nos hablan de un artista que posee una compleja personalidad artística, configurada en un constante y continuo proceso formativo que comprendió toda su vida. Su estilo es ecléctico y está marcado por una fuerte influencia de la pintura naturalista y por las concomitancias de otros artistas contemporáneos como Antonio del Castillo, Alonso Cano o José de Ribera. Se trata de un insigne maestro de la pintura que sabe recrear con todo lujo de detalles las calidades táctiles de sus bodegones, en los que abundan libros, folios, flores y frutas. Su paleta maneja un reducido registro cromático de tonalidades terrosas, cuya destreza técnica a partir de una pincelada empastada no se limita exclusivamente a las naturalezas muertas, sino que también derrocha grandes cualidades pictóricas en la definición de las anatomías de sus imágenes sagradas, las cuales encarnan a personajes reales tomados de la calle que miran fijamente al espectador, en actitud desafiante y con una tensión psicológica, que incitaba a la oración al fiel del siglo XVII, cumpliendo a la perfección los postulados tridentinos de la época como demuestran el San Judas Tadeo y el Santo Tomás de la Colección Granados.
Natural de la ciudad de Jaén, como indica la rúbrica de sus lienzos que reza «Sebastus f. giennii.», se desconoce con exactitud la fecha de su nacimiento pero se estima que debió producirse en torno a 1615 y 1620. Sus progenitores fueron Bartolomé Martínez –de oficio pintor– y María Domedel, siendo Sebastián el primogénito de una prolífera descendencia compuesta por ocho hijos y cuatro hijas.
Los años de su infancia y juventud debieron estar marcados por su formación en la ciudad de Jaén en torno al taller de su padre, en donde adquirió los conocimientos básicos del arte de la pintura. Relacionado con este periodo se conserva el Martirio de San Crispín y San Crispiniano (Palacio Episcopal de Jaén), una obra con una composición arcaica, aunque en ella ya se vislumbra el virtuosismo de su estilo.
Tras estos primeros pasos, Sebastián Martínez pudo completar su magisterio con el pintor local Cristóbal Vela Cobo (1588-1654) y con la visualización de obras importantes de la ciudad de Jaén como los lienzos que realizó Angelo Nardi para el convento de “Las Bernardas” en torno a 1634. Posteriormente se trasladó a Córdoba en busca de un foco que ofrecía nuevas oportunidades profesionales, bien acompañando a Cristóbal Vela Cobo como discípulo en 1630 o quizás de forma individual.
El viaje a la ciudad califal supuso el enriquecimiento de su estilo, al entrar en contacto con una notable realidad artística en donde Luis Zambrano había introducido las novedades del naturalismo de la pintura sevillana de Roelas y Herrera “el viejo” y donde un joven Antonio del Castillo empezaba a despuntar entre la sociedad cordobesa de la época. Durante este periodo, en torno a 1640-1650, Sebastián Martínez realizó cuatro lienzos para el convento dominico del Corpus Christi de Córdoba con los temas de la Natividad de Cristo, la Inmaculada Concepción, San Francisco y San Jerónimo, los cuales fueron calificados por Palomino como «cosa excelente», elogiando que «todos muestran bastantemente la eminencia, y capricho de su autor».
Respecto a su vida personal, el 31 de agosto de 1636 contrajo matrimonio en la iglesia del Sagrario de Jaén con Catalina de Orozco, hija del licenciado Pedro de Orozco y de Inés de Chincoya. La pareja tuvo cinco hijos, uno de ellos llamado Diego Martínez Orozco (1638-1718) que fue presbítero. Sebastián Martínez y su familia vivieron afincados en la calle Mesones, gozando de una holgada situación económica como consecuencia del arrendamiento de varios inmuebles que tenían en propiedad en la collación de San Ildefonso.
Trascurridos los años de aprendizaje, Sebastián Martínez debió comenzar a trabajar de forma autónoma, convirtiéndose en poco tiempo en el pintor más afamado de la ciudad de Jaén con obras como el Apostolado que se encontraba en el patio de la Compañía de Jesús y que posiblemente sea el que se halla en la actualidad en el Palacio Episcopal de Córdoba. Al igual que otros pintores del siglo XVII, para poder atender todos los encargos contó con un obrador del que únicamente figura documentado un joven y desconocido Francisco Santo, quien sabemos que ingresó como aprendiz en 1640.
En enero de 1655 se produjeron los fallecimientos de su esposa y de su padre. Estos trágicos episodios contrastan con el periodo más fructífero de toda su carrera, en torno a las décadas de 1650 y 1660. En este momento alcanzó la madurez de su estilo, siendo requerido por importantes instituciones religiosas y por destacadas personalidades civiles de la sociedad del siglo XVII. Entre 1653 y 1655, Sebastián Martínez trabajó para Rodrigo Ponce de León y Álvarez de Toledo, IV Duque de Arcos, en la hechura de un lienzo destinado a decorar el altar mayor de la iglesia del Santo Ángel Custodio del convento de Capuchinos de Marchena (Sevilla). Otras obras vinculadas a este periodo son el San José con el Niño del Museo del Prado, los santos jesuitas San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier procedentes de Cabra del Santo Cristo (Jaén) –hoy en la iglesia del Sagrado Corazón de Granada–, los cuatro Evangelistas de la Catedral de Jaén y la gran pala de altar con el tema inmaculista de la Virgen de la Esperanza que pintó para la parroquia de Santa Cruz de Jaén.
Durante la década de 1660 se documenta su presencia entre las ciudades de Jaén y Madrid, como demuestra el encargo de cinco lienzos que recibió en 1662 de D. Diego Gómez de Sandoval, V Duque de Lerma y por el que cobró la cantidad de 2.000 reales. Sin embargo durante esas fechas Sebastián Martínez también estuvo presente en Córdoba, como demuestra una Santa Águeda (Colección Granados, Madrid), firmada y dedicada a D. Luis Bernardo Gómez de Figueroa y Córdoba, quien fuera una destacada personalidad de la sociedad cordobesa del siglo XVII y un importante mecenas.
El prestigio que alcanzó Sebastián Martínez en su ciudad natal se manifiesta en la obtención del cargo de pintor de la Catedral de Jaén para ornamentar el templo con decoro y magnificencia con motivo de las fiestas de su consagración en 1660. Su empresa se centró en “refrescar” la decoración del retablo de la Capilla Mayor, iniciada con un lienzo sobre tabla de dos Ángeles sosteniendo el Santo Rostro para la puerta del relicario de la Santa Faz, que según Juan Núñez de Sotomayor fue muy celebrado entre sus contemporáneos en 1660 cuando dijo que «justamente merece las aclamaciones de este siglo». El programa iconográfico lo completaban cuatro cuadros que copiaban las composiciones de gran devoción popular del Monasterio de El Escorial, como eran la Anunciación de Alessandro Allori, La Visitación de Tiziano, Cristo atado a la columna de Navarrete “el Mudo” y el Descendimiento de Danile Volterra. Sebastián Martínez fue asignado para llevar a cabo dicha empresa y para que pudiese acceder a la pinacoteca escurialense el cabildo catedralicio solicitó permiso al rey Felipe IV en dos ocasiones. Por último, en 1663 realizó el Martirio de San Sebastián, un lienzo que debía presidir la capilla de la cabecera de la nave de la Epístola que fue elogiado por Palomino como «cosa admirable, en lo historiado, caprichoso, y bien observado de luz». La obra parte de un boceto (Fundación Focus-Abengoa) que deriva del grabado de la Flagelación de Cristo de Hendrick Goltzius. También debió ser realizado en esas fechas el Crucificado (h. 1660) que preside el altar del panteón de canónigos, a partir de estampas de Schelte a Bolswert, sobre composición de Rubens. El sobrecogedor rostro de Jesucristo se encuentra afín en su dramatismo con el San Antonio Abad y San Pablo ermitaño de la Colección Granados. Además, entre estas actividades se documenta el asesoramiento en 1653 para la aprobación del modelo de un San Miguel de una de las pechinas de la cúpula proyectada por Juan de Aranda Salazar y la realización de unos diseños de rejería para el altar mayor del presbiterio.
En 1660 Sebastián Martínez se encontraba en la plenitud de su carrera cuando fue nombrado Pintor Real de Felipe IV, tras la muerte de Velázquez. Según Palomino, mantuvo una relación cercana con el monarca, quien dijo que su pintura era «de poca fuerza, y que era menester mirarla junto a los ojos, porque lo hacía todo muy anieblado; pero con un capricho peregrino». De su estancia en la Corte no se ha identificado ninguna obra, salvo la referencia una Tentación de San Antonio Abad en el inventario del Real Palacio del Buen Retiro de 1794 que se halla en paradero desconocido. No obstante, estilísticamente se podría relacionar la Santa Catalina del Museo Provincial de Jaén al ser un cuadro con un registro cromático amplio, cuyas tonalidades rosáceas y granates derivan de la pintura madrileña de la época.
Durante su estancia en Madrid contrajo una peligrosa enfermedad que le obligó a otorgar el 29 de septiembre de 1667 un poder a Francisco de Miranda y Parra, correo mayor de Jaén, para contraer segundas nupcias con Juan de la Peña, una joven natural de Bailén que llegó a su casa cuando contaba con siete años. La relación estuvo cargada de polémica al iniciarse poco tiempo después de enviudar y por la diferencia de edad que había entre ambos. Fruto de ese noviazgo fuera del matrimonio, ambos tuvieron varios hijos que no fueron reconocidos. Juan, el mayor, habría nacido en 1660, estando Martínez fuera de Jaén y cuando se produjo su alumbramiento, el niño fue dejado en la puerta de una iglesia sin el conocimiento de sus padres con la intención de evitar un escándalo en la ciudad. Juana de la Peña lo dio por muerto, hasta que pasados unos años descubrió que estaba vivo y que había sido adoptado por otra familia jiennense, intentando recuperarlo aunque sin éxito. Los otros dos, Manuela (1663) y Sebastián (1665), no corrieron la misma suerte y fueron criados sin incidentes, siendo reconocidos como hijos legítimos.
Finalmente, el 10 de octubre de 1667 Francisco de Moya desposó por palabras de presente a Sebastián Martínez con Juana de la Peña en la parroquia de San Ildefonso de Jaén. Tan solo veinte días después, el pintor fallecía en la villa de Madrid sin dejar testamento. La partida de defunción indicaba que residía en el Mesón Nuevo de Francisco Delgado, en la Puerta de Segovia y que fue enterrado la parroquia de San Andrés.
Autor: Rafael Mantas Fernández
Bibliografía
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Título: Sebastián Martínez Domedel. Santa Catalina (h. 1660-1667). Óleo sobre lienzo, 205x113 cm. Museo Provincial de Jaén. Fuente: Museo Provincial de Jaén.
Título: Sebastián Martínez Domedel. Martirio de San Sebastián (1663). Óleo sobre lienzo, 496x319 cm. Catedral de Jaén, Capilla de San Juan Nepomuceno y San Sebastián. Fuente: Rafael Mantas Fernández
Título: Sebastián Martínez Domedel. Crucificado (h. 1660). Óleo sobre lienzo, 320x230 cm. Catedral de Jaén, Exposición Permanente de Arte Sacro, Sala II. Fuente: Rafael Mantas Fernández.
Título:Sebastián Martínez Domedel. Santo Tomás (h. 1655). Óleo sobre lienzo, 108x85 cm. Colección Granados. Fuente: Colección Granados.
Título: Sebastián Martínez Domedel. Martirio de San Crispín y San Crispiniano (h. 1638). Óleo sobre lienzo, 183x142 cm. Palacio Episcopal de Jaén. Fuente: Rafael Mantas Fernández.