El proceso de construcción de la Catedral de Málaga estuvo ligado a la preexistencia de la mezquita aljama malacitana, que fue reformada a principios del siglo XVI y reconvertida en iglesia mayor. De este inmueble se conservan muy pocos restos.

Entonces se planteó la construcción de un templo de nueva planta, aunque la ausencia de los primeros libros de la Fábrica (1528-1553), tal y como indica Sauret, hace que los historiadores hayan planteado diversas hipótesis. Según Pérez y Romero, esta idea fue comunicada al rey por parte del Cabildo en 1518 y en 1524 se propuso un edificio gótico con orientación norte-sur. Su acceso principal sería el nuevo vano ya abierto en el muro septentrional de la antigua mezquita, la Puerta del Perdón. Parece ser que esta propuesta se abandonó un año después, si bien continuó la polémica entre la erección de un nuevo templo o la reforma del existente. Lo que sí se decidió fue concluir la citada portada realizada en el denominado estilo tardogótico español “Reyes Católicos” entre 1500 y 1526 y rematada en el XVIII, en las reformas de la actual Iglesia del Sagrario.

El proceso constructivo de la Catedral de Málaga se vio afectado principalmente por la nefasta administración económica ejercida a lo largo de los siglos. Esta situación llevó a grandes periodos de parón constructivo así como a dejar inconcluso el conjunto. Los periodos de máxima intervención fueron los siglos XVI y XVIII.

No está documentado el autor de las trazas originales, si bien los historiadores citan varios posibles proyectistas, entre ellos Enrique Egas, Diego de Siloé, Hernán Ruiz I o Juan Bautista de Toledo, como bien recoge Camacho. Una de las figuras clave en el origen de este proyecto fue el deán Fernando Ortega, personaje bien relacionado en ese momento y que ocupaba, entre otros cargos el de apoderado de Francisco de los Cobos, quien fuese secretario de Carlos I. Llegó a Málaga en 1526 y decidió reestructurar la administración de la Fábrica catedralicia y dictar una serie de medidas para tal fin en enero de 1527. Pérez, Romero y Camacho señalan que los planos ya se atribuían a Diego de Siloé, y que por lo tanto su intervención en la seo malagueña tuvo lugar desde el principio, mientras que Sauret retrasa su participación a 1535-1536, o principio de esa década, al igual que la posesión del deán que la sitúa en ese último año.

En aquella fecha ya aparece la figura de Pedro López, quien dirigía la cimentación de la capilla mayor, la construcción de sus pilares absidiales y los muros de cerramiento de las capillas hasta 1539-1540, siguiendo el plan renacentista donde los motivos góticos eran meros recursos decorativos. En cambio, Medina Conde indica que llegó a Málaga en 1528, junto a Enrique Egas, para examinar su emplazamiento y las trazas presentadas en nombre del obispo Riario. En 1538 volvió Siloé para inspeccionar las obras. En 1541-1542, fray Martín de Santiago se convirtió en maestro mayor, y colocó los escudos del nuevo obispo, Manrique, a la altura que se encontraban las obras; trabajó allí hasta 1545.

En 1549 el prelado encargó dos modelos del edificio a Andrés de Vandelvira y a Diego de Vergara, que examinó Hernán Ruiz II en 1550, si bien su dictamen no se ha conservado. Quizás se tuvieran en cuenta soluciones presentes en ambas maquetas, pues la parte superior del templo se acerca a las intervenciones vandelvirianas realizadas en la seo de Jaén, tal y como apunta Camacho; mientras que Vergara, el Viejo, siguió como maestro mayor, cargo que ocupaba desde 1548. En 1583, y hasta 1598, continuó su hijo Diego de Vergara Echaburu.

El nuevo obispo, García de Haro y Sotomayor, ordenó la rápida conclusión del templo y su consagración, que tuvo lugar el 31 de agosto de 1588. Consideró que lo construido era más que suficiente para la feligresía; la cabecera y el crucero, que se cerró con un gran muro donde se dispusieron los accesos.

En el siglo XVII apenas se continuó la fábrica, a pesar de ser necesario para evitar su ruina. Sí se realizó el coro, aunque con gran polémica. Por orden de García de Haro y bajo la dirección de Hernán Ruiz III, se empezó uno de dimensiones menores al planteado en los planes originales. Éste fue demolido y, con Pedro Díaz de Palacio como maestro mayor desde 1598 a 1636, se construyó el actual; se inauguró en 1631 sin la existencia de su célebre sillería. En esta centuria también se realizaron las portadas del crucero.

Tras más de un siglo de paralización la situación empeoró. El dictamen del informe del ingeniero Bartolomé Turus derivó en la continuación de las obras en 1721 bajo la dirección de José de Bada, maestro mayor desde el siguiente año, quien realizó nuevas trazas a partir de varias anónimas anteriores. Comenzó por la fachada, de la que se rechazó un proyecto barroquizante a modo de telón. Su propuesta mantenía la unidad estilística y su correspondencia con el interior mediante tres pórticos y dos cuerpos. Su carácter sobrio fue modificado con la inclusión de elementos barrocos por parte de fray Miguel de los Santos. Las torres se presentan adelantadas, casi autónomas, pero planteadas junto a la fachada como una única unidad.

A la vez se fue construyendo el interior, donde surgieron series complicaciones técnicas. Bada, autor también de las portadas laterales secundarias, falleció en 1755, antes del cerramiento total de las bóvedas. Al año siguiente fue sustituido por Antonio Ramos, a pesar del poco apoyo recibido por el Cabildo. Con él se concluyen los cubillos del crucero y la operación más delicada, la unión de la fábrica vieja y la nueva en 1764-1765, con la aprobación de Ventura Rodríguez en su sistema de contrarrestos y empujes; quien además propone una cubierta a dos aguas para la catedral.

En 1768 se dio uso al templo, a partir de este momento las obras fueron menores y se paralizaron por completo en 1782. Ese año dirigió las obras Martín de Aldehuela. En esa fecha se anuló definitivamente el arbitrio real aplicado a la fábrica, a favor de otras obras para modernizar el país, como es el caso de los caminos de comunicación de la provincia, y no de la independencia de los Estados Unidos de América, como erróneamente se cree.

Los intentos de continuación desde entonces han sido en vano, y se han limitado principalmente a temas de decoración y ordenación urbana de su entorno. En 1967-1968, Enrique Atencia realizó el volumen del Oratorio de la Fe, que anuló la función de la portada secundaria meridional. La intervención más destacada fue la realización de una segunda piel sobre la cubierta entre 2006 y 2010 por parte de Juan José Jiménez Mata, que sin embargo no solventó los graves problemas de filtraciones. Desde 2011, Juan Manuel Sánchez la Chica intervino en la cubierta. Fue nombrado responsable del nuevo plan director en 2017 y junto al Obispado pretende la conclusión total del templo mayor de la ciudad, en el que ya se han integrado algunos elementos nuevos, y donde la construcción de la torres sur sigue siendo el tema más polémico.

El templo es de planta longitudinal con tres naves, siendo más ancha la central (16 m.) que las laterales (11 m.) y capillas perimetrales entre contrafuertes. La cabecera se integra con las naves mediante un gran arco de triunfo triple y está compuesta por una amplia girola que surge de la continuación de las naves laterales por detrás de la capilla mayor. Y posee crucero de brazos salientes. Se trata de una solución a medio camino entre el gótico y el renacentista. Un intento, a la vez, de continuidad y ruptura con los modelos medievales, operativos y con carácter político a través del lenguaje clásico, algo común en las construcciones religiosas españolas coetáneas; esta seo guarda relación directa con las de Granada y Guadix.

Su estructura siloesca es un alzado que permite ampliar su altura con la superposición de elementos que mantienen sus proporciones clásicas: un pilar cruciforme sobre pedestal, con semicolumnas adosadas sobre cuyos capiteles se dispone el denominado dado brunelleschiano, una solución ya aplicada en Italia. Aquí surge un ático de pilares considerablemente elevado, con toda probabilidad idea de Vergara, el Viejo, sobre los que descansan los arcos de medio punto que sustentan las bóvedas vaídas que conforman una cubierta al mismo nivel (38-36 m.), en todo el templo, sistema de influencia vandelviriana. La capilla mayor, semidecagonal, está diferenciada, pero no aislada; es diáfana en sus dos niveles y posee entablamento continuo y arcos de medio punto con refuerzo inferior de entibos.

Las bóvedas se adaptan a cada uno de sus tramos, destacándose los trapezoidales de la girola. Todas se decoran con elementos denominados llaves, a modo de obeliscos o pirámides sobre dobles ‘C’ enfrentadas. Para Camacho se hace uso de un programa iconográfico martirial, de simbología mariana y cristológica, donde se pone en relación la dedicación del templo a la Virgen y su estructura como fortaleza –Málaga era una plaza militar estratégica en el XVI–, contrastando así el uso predominante del orden corintio en el interior y del dórico-ático en el exterior. Bolea y Sintas hipotetiza sobre un proyecto centralizado de esta catedral, sin duda relacionado con los preceptos clásicos del renacimiento; se basa en la decoración y en documentos del siglo XVIII, y considera que Diego de Vergara, el Viejo, es su autor.

Como recoge Sauret, la catedral se plantea con un programa modular, tanto en planta como en alzado, cuyas medidas resultarían casi idénticas a las de las seos de Salamanca y Segovia, de las que se aleja por sus alturas escalonadas. Indica que se traza siguiendo las normas armónicas del último gótico, solapado con el sistema de proporciones renacentista, y que se acerca más a las concepciones clásicas con cierta tendencia a la centralidad.

La iluminación del interior se consigue a través de triples vanos, situados tanto en las capillas laterales, como en el segundo cuerpo de los muros perimetrales, donde se superponen destacándose los óculos que flanquean el superior.

Cuando en el siglo XVIII se decide ampliar la catedral, se hace con un criterio historicista, siguiendo las directrices del XVI, aunque con cierta libertad, apareciendo así ligeras variaciones tanto en lo técnico como en lo decorativo, con elementos más pictóricos aunque perfectamente integrados. Además, en 1770 se concluye la actual decoración pictórica, mucho más neoclásica y que oculta –aunque conserva– la del siglo XVI.

La Catedral de Málaga se encuentra incluida en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz como Bien de Interés Cultural.

Autor: Antonio Jesús Santana Guzmán

Bibliografía

ARCOS, Estrella (coord.), Retrato de la Gloria. Restauración del altar Mayor de la Catedral de Málaga, Barcelona, Winterthur, 1999.

BOLEA Y SINTAS, Miguel, Descripción histórica que de la Catedral de Málaga hace su canónigo doctoral, Málaga, Talleres de Imprenta Arturo Gilabert, 1894.

CAMACHO MARTÍNEZ, Rosario,  Arquitectura y Símbolo. Iconografía de la Catedral de Málaga, Málaga, Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, 1988.

LLORDEN, Andrés, Historia de la Construcción de la Catedral de Málaga, Málaga, Colegio de Aparejadores y Arquitectos Técnicos, 1988.

MEDINA CONDE, C., La Catedral de Málaga, Málaga, Editorial Arguval, 1984.

PÉREZ DEL CAMPO, Lorenzo; ROMERO TORRES, José Luis, La Catedral de Málaga, León, Editorial Everest, 1986.