Todos los autores coinciden en señalar que, en líneas generales, el volumen de la producción agrícola aumentó a lo largo del siglo XVIII, aunque con matices según zonas, épocas y especies.

En el territorio andaluz, los cereales ocupaban la mayor parte del terrazgo cultivado y el primer puesto en volumen de producción. A ellos se dedicaban entre la mitad y las tres cuartas partes de las zonas de regadío, así como la práctica totalidad del secano, ocupando todas las campiñas y tierras llanas de la región. La tendencia general del volumen de producción de trigo y cebada entre los años 1755-75, observada a través de los datos de las series de diezmos, es de un ligero aumento, pero con fuertes fluctuaciones interanuales. En cambio, para el conjunto del siglo, la tendencia de la primera mitad fue claramente positiva, como ha observado A. Gámez para Málaga, sobre todo en las comarcas de interior, aunque a partir de los años cincuenta, se produjo un estancamiento.

Al trigo se dedicaban las mejores parcelas de regadío en la vega del Guadalquivir, en el Aljarafe sevillano, en las márgenes de los ríos mediterráneos, en las ricas vegas del interior, como la de Granada, y en las comarcas típicamente cerealísticas, como la Tierra de Alhama, la Tierra de Baza o los altiplanos orientales de las actuales provincias de Granada y Almería. También se cultivaba trigo en la sierra de Segura y, en general, en las márgenes de los pequeños ríos interiores como el Verde, en Cázulas y Otívar. En ellas el trigo mantenía una posición dominante entre los cereales, muy por delante de la cebada, a la que se dedicaban únicamente las parcelas más pobres, aunque fuesen regadas. De ahí el predominio de este cereal menos exigente en amplios territorios más orientales como los de Almería. En estas zonas, el incremento de la superficie cultivada a base de terrenos cada vez más pobres tuvo una correlación clara en el aumento de la producción de cebada y centeno. Este incremento tuvo que darse de forma paralela al del ganado de labor y de tiro, indudable a lo largo del siglo. En cambio, en las comarcas costeras de las actuales provincias de Málaga y Granada, la superficie cultivada de cereales se redujo progresivamente, sustituida por cultivos subtropicales como la caña de azúcar y por la vid.

Mención aparte merece el cultivo del maíz, cereal que tuvo una buena acogida, especialmente en Andalucía oriental, donde si a mediados de siglo había importantes superficies cultivadas, a finales sobresalía el reino de Granada como el cuarto productor de toda España, con más de 300.000 fg. anuales. Destinado a alimentación animal, fue un complemento o sustitutivo adecuado de la cebada, ocupando las mejores tierras cultivadas de trigo o cebada en regadío durante el verano, mediante una segunda cosecha. Prácticamente éste fue el único factor de incremento de producción sin que se ampliase la superficie cultivada.  El proceso de expansión se produjo desde las vegas cercanas a la desembocadura de los ríos mediterráneos (Málaga, Motril, Almería), e interiores (Granada), hacia las comarcas del interior de esos mismos valles. A mediados de siglo ya se había implantado en la comarca de Los Vélez, la hoya de Baza y en la vega de Berja, donde desplazó al trigo en volumen de producción. En cambio, no hay noticias en el Catastro de Ensenada de su cultivo en las altiplanicies interiores como la de Huéscar.

La producción de hortaliza tenía, en todas las comarcas, un destino doble: su consumo por los mismos productores que las sembraban en los huertos de sus casas; o su venta en los mercados de las ciudades o villas cercanas. No generaba importantes intercambios comerciales, pero resolvía la alimentación familiar, permitiendo hacer frente a las épocas de crisis. Las habas, las habichuelas, las leguminosas, en general, eran los productos más significativos. En cambio, hay pocas noticias sobre el cultivo de la patata. Se intentó introducir en Jaén a partir de 1787 y hay noticias sobre su producción en Málaga a finales de siglo, donde tenía ya una cierta importancia su cultivo. Las demás referencias son esporádicas y muy fragmentarias.

El lino y el cáñamo son los cultivos industriales que tuvieron mayor auge. El lino era importante en la vega de Granada, ocupando en Santafé cerca del 7% de todas las tierras de regadío. En las hoyas de Guadix y Baza, en la vega de Berja, así como en otras litorales, como la de Almería, se plantaba como una segunda cosecha en las tierras de mejor calidad, después de recoger la de trigo. El cáñamo, que se cultivaba en las mismas comarcas citadas, incluso en algunas con rendimientos mejores que el lino (en el valle de Lecrín producía 8 quintales por hectárea, mientras que el lino daba solo 5). En otras, como Marbella, conoció un auge importante en la segunda mitad del siglo, relacionado con la concesión a la ciudad de Granada en 1777, del privilegio de abastecer de lonas al arsenal del puerto de Málaga. Así, entre 1780 y 1794 la producción de cáñamo en la vega de Granada se multiplicó por 7, y la de lino por 4,3. A finales de siglo, las producciones de cáñamo y lino más importantes eran las de La Zubia (12.000 arrobas de cáñamo y entre 3 y 4.000 de lino), Armilla (6.000 y 3.500, respectivamente), Alhendín (2.000 de cada uno), Huéscar (3.000 y 100), Cúllar (2.200 y 2.600). Entre 1780 y 1794, la superficie total cultivada de lino se multiplicó por tres y la de cáñamo por seis. Esta gran expansión cambió de signo a finales de siglo, en el marco de la crisis general del país y de las dificultades de la Hacienda pública, produciéndose la ruina del sector. El algodón, que era muy poco representativo a mediados de siglo, extendió su cultivo tanto en las costas orientales como en las occidentales, ocupando parcelas importantes en los campos de Motril y Salobreña.

La caña de azúcar, era ya un cultivo importante desde el siglo XVI en las vegas costeras de clima subtropical (Adra, donde ocupaba, a mediados del XVIII, el 70% de la superficie de regadío, Motril, Almuñécar, Nerja, Vélez-Málaga, Torre del Mar, Marbella, Estepona, Manilva). La comercialización de la caña de azúcar y su transformación en los ingenios y trapiches de las propias localidades se realizaba mediante técnicas de mercado típicamente precapitalistas. Su cultivo sufrió un retroceso en la vega de Motril, y seguramente en las demás comarcas, en la primera mitad del siglo y, sobre todo, desde finales del segundo tercio, como consecuencia de la apertura del mercado americano y de la escasa modernización de los procesos de producción. De los cinco ingenios que había en tiempos del catastro de Ensenada, algunos no molían por falta de caña y a finales del siglo solo trabajaban dos. Quedaban otros tantos en Almuñécar, Marbella y Torrox; y solamente uno en Adra, Nerja, Frigiliana, Vélez-Málaga, Torre del Mar, Manilva, Estepona y Lobres. Aun así la producción seguía siendo importante, alcanzando las 4.000 toneladas de azúcar en 1800.

La vid, acusó un incipiente retroceso desde finales del siglo XVII en los plantíos próximos a Sevilla capital a favor de los que surgieron alrededor de la bahía gaditana desde Chiclana hasta Jerez, que consolidó una primacía indiscutible en cantidad y calidad de producción. También se ampliaron los viñedos del Condado de Huelva, mientras que los de la sierra Norte conocieron un incremento, no tanto por la demanda de vinos sino por los aguardientes, que habían aparecido en el siglo XVII. En el reino de Granada había sido un cultivo tradicional desde la época medieval, con un destino exclusivamente familiar o local, pero en el siglo XVIII conoció un auge espectacular. Se extendió por la zona costera de Málaga y sus comarcas limítrofes, por la zona del interior cercana al litoral granadino, así como, en menor medida, por la comarca de la Baja Alpujarra. Aquí ocupó una parte importante, e incluso la totalidad de las tierras nuevamente roturadas, así como las que se dejaban de plantar de cereales.

En 1752, en el término de Málaga se cultivaban 10.315 ha. de viña, y en la Axarquía y la costa oriental más del doble, prácticamente siempre sobre tierras de secano. En estas zonas, en casi todos los términos, ocupaba más de la mitad de la superficie cultivada, llegando en algunos, los de orografía más accidentada, como Iznate, Moclinejo, El Borge, Algarrobo, Salares, o Canillas de Aceituno, a ser prácticamente un monocultivo, con más del 80% del terrazgo. Su cultivo estaba relacionado directamente con los intereses de los comerciantes malagueños y sus negocios de exportación. En los años finales del siglo, la crisis de la economía de exportación como consecuencia de la competencia de la pasa alicantina desde 1782, que gozaba de ventajas fiscales, y la guerra con Inglaterra, a donde se exportaba el 40% de la pasa malagueña, supuso un duro golpe para la economía de la zona.

Los morales y las moreras estaban en franca decadencia. Según los datos de Ensenada, el moral estaba sólidamente instalado en todas las comarcas del reino de Granada, cultivado en numerosas las parcelas de regadío de forma dispersa, en los márgenes de las mismas, aunque, la superficie ocupada en total era poco significativa. Como es lógico, el retroceso del moral fue paralelo al de la manufactura de la seda, como consecuencia de los fuertes gravámenes que soportaba y de la competencia murciana. En líneas generales, se conservaba mejor en las comarcas más aisladas de los flujos mercantiles, donde los cultivos más especulativos habían llegado menos.

El olivar disfrutó de un proceso de expansión a lo largo del siglo, constatado en muchos lugares. En las comarcas de la Andalucía occidental fue ocupando el espacio que dejaba libre el retroceso del viñedo, sobre todo en las campiñas. Fue en este momento cuando el Aljarafe sevillano impuso su paisaje olivarero sobre el predominante de viñedo que tuviera en el siglo XVI. Las haciendas de olivar se asentaban por los alcores de Alcalá de Guadaira y Mairena, por las campiñas que flanquean la vega de Carmona, pero, sobre todo en las tierras de Utrera, Marchena, Osuna, Morón de la Frontera, Écija, Estepa, etc. En la Andalucía oriental también evolucionó su extensión de forma positiva, como en Ronda, donde el catastro de Ensenada recogía 975 fg. plantadas de olivos muy jóvenes. Se extendía por todas las comarcas, en algunas de forma importante, como algunos pueblos del Condado de Huelva (Almonte e Hinojos, con el 30% de la superficie, y La Palma, Manzanilla y Villarrasa, cerca del 10%), Jaén (donde se le dedicaban cerca de 40.000 ha. a mediados del siglo, además de otras 7.000 en las que se mezclaba con otros plantíos), el valle del Andarax (en el que había más de 7.000 fg., más del 20% de los cultivos de regadío) y la vega de Granada (casi el 5% del regadío). Era el árbol dominante en el valle de Lecrín; ocupaba la tercera posición, después del moral y la viña, en Fiñana; y destacaba en Albondón, Benamaurel e Iznalloz. En Baza había en 1787 unos 50.000 pies, según el recuento de la Sociedad de Amigos del País. Prácticamente toda su producción tenía un destino claramente comercial.

El frutal estaba en retroceso. No era objeto de un cultivo especial y simplemente proporcionaba un complemento alimenticio familiar, así como, en algunos casos, unos ingresos extras procedentes de la venta de su escasa producción en el mercado local. En líneas generales, en todas las fincas estaban plantados alrededor de las parcelas de cereal en regadío, o junto a los cortijos en el secano y en las campiñas occidentales.

Autor: Julián Pablo Díaz López

Bibliografía

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