Pedro de Mendoza nació en Guadix en torno al año 1499 en el seno de una familia que entroncaba con Iñigo de Mendoza, primer marqués de Santillana. Sus padres, también vecinos de Guadix, fueron Fernando de Mendoza y Constanza de Luján, natural de Madrid. Sus abuelos paternos, Juan Hurtado de Mendoza, hermano del segundo Marqués de Santillana y primer duque del Infantado y su tercera esposa Elvira Carrillo. Sus abuelos maternos, Diego de Luján, Comendador de la Orden de Santiago y María de Ludeña, hermana del Comendador Ludeña. Fue el menor de cuatro hermanos, siendo éstos Catalina de Mendoza, Diego de Mendoza y María de Mendoza.

La infancia de Pedro de Mendoza discurrió en su Guadix natal, coincidiendo con un tiempo de profundos cambios para la ciudad. Son escasas las noticias que se conocen de él hasta el año 1521, cuando figura como paje de cámara de Carlos V. En calidad de tal acompañó en 1522 al emperador en su viaje a Inglaterra. El ascenso dentro de la Corte lo confirma su designación posterior como gentilhombre de cámara con una asignación de 85.000 maravedíes anuales.

En 1524 ingresó en la Orden Militar de Alcántara cuyo hábito cambió, a instancias de su padre, por el de Santiago. En 1526 se hallaba en Italia formando parte del ejército enviado por Carlos V contra el papa Clemente VII y un año después participaría en el saqueo de Roma. De nuevo en España, continuó al servicio de la casa imperial. Viajó por tierras alemanas y austríacas hasta recalar en Barcelona en la primavera de 1533 y luego, en noviembre de ese mismo año, llegó a su Guadix natal. En ese tiempo determinó adquirir el solar y feudo familiar de Valdemanzanos comprando las partes de sus hermanos por 1.500 ducados. En conjunto, la fortuna de Mendoza en el momento de embarcarse para el Río de la Plata sobrepasaba los 40.000 maravedíes de censo perpetuo sobre casas, viñas y tierras, además del referido fundo de Valdemanzanos. Sin embargo, la estancia en aquella ciudad fue muy breve. Conocedor de las intenciones de la Corona de poner en marcha una expedición al Río de la Plata, no dudó en postularse para tal empresa.

El proyecto rioplatense se enmarcaba en nuevo contexto de rivalidad hispano-lusa, tras las expediciones de Alonso de Ojeda, Vicente Yáñez Pinzón, Diego Lepe, Pedro Álvarez Cabral o Américo Vespucio. La región se ubicaba en un espacio marginal y alejado de los circuitos habituales del tráfico indiano. Acrecentaba su singularidad la baja densidad demográfica, el desarrollo cultural de sus habitantes y su condición fronteriza con Portugal. Circunstancias todas que confirieron a aquella expedición unas características específicas muy distintas de los precedentes azteca y peruano. La falta de un punto de abastecimiento próximo, la organización tribal de las culturas autóctonas, la ausencia de una economía minera o de un urbanismo desarrollado resultaron determinantes y, a la postre, tuvieron mucho que ver en el fracaso de la misma.

La capitulación para la conquista del Río de la Plata fue firmada por Pedro de Mendoza en Toledo el 21 de mayo de 1534. En ella se le confería el título de Adelantado, Gobernador, Capitán y Alguacil Mayor de las tierras que descubriera y poblase. Se trataba de un territorio comprendido entre los paralelos 25 y 36 con posibilidad de internarse por él hasta el océano Pacífico. Se le hizo merced de la doceava parte de todos los quintos reales, la exención de por vida del pago del almojarifazgo para el aprovisionamiento de su casa; el transporte desde Brasil, Cabo Verde o Guinea de 200 esclavos negros, libres de todo impuesto; la facultad de repartir solares y tierras; encomendar indios, siempre de acuerdo con las instrucciones recibidas. En contrapartida, debía correr con el gasto de armar los barcos y reclutar a los hombres, además de incorporar un médico, un cirujano y un boticario, cuyo salario pagaría también de su propio bolsillo.

Las cuestiones relativas a la población indígena y a la conducta de los españoles fueron recogidas con detalle en la capitulación. Insistían en la defensa y buen trato de los naturales, encareciendo el cumplimiento de la Real Cédula de Granada de 1526. Mendoza se comprometía a llevar consigo un determinado número de religiosos, cuya misión, además de la propiamente evangelizadora, se extendía a intervenir en los conflictos que surgieran e informar al rey de cualquier abuso.

No hay unanimidad entre los historiadores a la hora de concretar el número de expedicionarios que la integraron. Schmidl, en un cálculo exagerado, habló de 2.650 personas y Díaz de Guzmán, de 2.200. Por su parte, López de Gómara y Martín del Barco Centenera calcularon 2.000.  En el extremo opuesto, Herrera redujo esa cantidad a 800 hombres y Groussac a 1.200. En cualquier caso, fue una expedición de proporciones nada frecuentes, que llevó al cronista López de Gómara a calificarla como “la de mayor número de gente y mayores naves que nunca llevó capitán alguno a Indias”. No faltaron en la expedición los familiares y allegados del Adelantado. Su hermano Diego de Mendoza, que fue nombrado almirante de la flota, y sus sobrinos carnales Pedro y Luis Benavides. Entre los allegados, Francisco Ruiz Galán, amigo de la infancia y al que siempre tuvo en gran estima. La presencia de sus paisanos accitanos fue asimismo notable. Entre las mujeres, sobresale la presencia de Isabel de Guevara.

La armada zarpó de Sanlúcar de Barrameda el 24 de agosto de 1535. Tres días antes había hecho testamento, dejando a su hermano la dirección de la empresa en caso de fallecimiento. A la altura de las costas brasileñas se produjo uno de los sucesos más oscuros y negros que tiñen la biografía de Pedro de Mendoza. Se trata del proceso que se siguió contra Juan Osorio, plagado de irregularidades y que culminó con la sentencia a muerte de éste sin que las acusaciones formuladas fueran demostradas con certidumbre.

Ya en el estuario del Plata, comenzó el reconocimiento del terreno y la búsqueda de un enclave óptimo para establecer la población. Tras recorrer ambas orillas, se eligió un punto en la desembocadura derecha del río, denominado Boca del Riachuelo por su condición de puerto natural, adecuado y seguro. La fundación debió tener lugar el día 2 ó 3 de febrero de 1536. Unos investigadores proponen la primera fecha, festividad de la Candelaria. Otros se inclinan por la segunda, festividad de San Blas, tradicionalmente considerado como el patrono de la conquista. La nueva ciudad fue bautizada con el nombre de Puerto de Nuestra Señora Santa María del Buen Aire. Un año después ese nombre había sido sustituido por el más breve de Puerto de Buenos Aires. El primitivo emplazamiento de Buenos Aires se redujo a un solar cuadrado de tapias de 150 varas de lado, defendido por un foso y una fuerte empalizada. En su interior se levantó una casa-fuerte para el Adelantado, un centenar de chozas para la tropa, almacenes, depósitos y una iglesia.

La recién fundada ciudad hubo de afrontar dos graves problemas. Uno, la escasez de alimentos; otro, el hostigamiento indígena. Así pues, la historia del primer Buenos Aires resultó ser la historia de una dura supervivencia ante la escasez de víveres y el asedio indio. El precario estado de salud de Mendoza amenazó desde el principio el incierto futuro de la empresa que apenas avanzaba. En la batalla del rio Lujan, 15 de junio de 1536, perdió a su propio Diego y a dos sobrinos –Pedro y Luis Benavides-, además de otros capitanes. Pese a tantos contratiempos, aún le quedaron fuerzas para ponerse al frente de una expedición que remontó el río Paraná y culminó a fines de septiembre de 1536 con la fundación de un nuevo fuerte al que bautizó eufóricamente Nuestra Señora de Buena Esperanza. Además, ordenó explorar las tierras del interior confiando la nueva misión a Juan de Ayolas. El 2 de febrero de 1537 levantaba éste el fuerte de Candelaria, punto de partida de la posterior conquista de Paraguay.

Para entonces Pedro de Mendoza ya había regresado a Buenos Aires. Postrado a causa de una enfermedad que ulceraba todo su cuerpo, apenas tenía voluntad para acometer nuevas iniciativas. Al contrario, intuyendo cercano el fin de sus días y contemplando impotente el desmoronamiento de su empresa, determinó volver a España. El destino de Pedro de Mendoza se presenta, así, como uno de los más tristes y frustrantes de cuantos jalonan la primera mitad del siglo XVI americano. Con razón el clérigo Miranda pudo escribir en su poema: “conquista la más ingrata a su señor”.

El 22 de abril de 1537 la carabela Magdalena y el galeón Santantón pusieron rumbo a España con aproximadamente 150 hombres. Pedro de Mendoza embarcó en la primera. Mediada la travesía, sintió agravarse la enfermedad. Su médico Hernando de Zamora no pudo hacer nada para remediar las dolencias. Consumido en el lecho del que ya nunca volvería a levantarse, redactó tres breves codicilos fechados los días 11, 12 y 13 de junio. Considerados como un “testamento hecho en el mar”, incluyen cláusulas con donaciones a la Iglesia y a su familia, además de las mandas habituales para los criados y enfermeros. Murió en alta mar, al suroeste de las islas de Cabo Verde, el 23 de junio. Su cuerpo, en rápida descomposición, fue arrojado al Atlántico al día siguiente.

La historiografía no coincide a la hora de hacer balance de la empresa llevada a cabo por Pedro de Mendoza. Paul Groussac ofrece la imagen de un personaje que fracasa en todos los órdenes y que nunca tuvo un concepto elevado y cabal de su iniciativa. En esa misma línea crítica se expresa Julián Mª Rubio, quien insiste en su escaso relieve desde el punto de vista de la conquista de América, y en particular de la del Río de la Plata. Vicente D. Sierra llega hasta el extremo de negarle el título de primer fundador de Buenos Aires. En el extremo opuesto, Carlos Sanz evoca la figura del accitano en un tono casi heroico. Por su parte, Enrique de Gandía ofrece, sobre la base de una concienzuda investigación de archivo, una aproximación al personaje y a su obra más centrada y ecuánime.

Autor: Miguel Molina Martínez

Bibliografía

GANDÍA, Enrique de, Crónica del magnífico adelantado don Pedro de Mendoza, Buenos Aires, Talleres Gráficos Argentinos,1936.

GROUSSAC, Paul, Mendoza y Garay: las dos fundaciones de Buenos Aires (1536-1580), Buenos Aires, 1949.

MOLINA MARTINEZ, Miguel, Pedro de Mendoza, Granada, Editorial Comares, 1999.

PEÑA, Enrique, Documentos relativos a la expedición de don Pedro de Mendoza ty acontecimientos ocurridos en Buenos Aires desde 1536 a 1541, Buenos Aires, Imprenta Angel Curtolo, 1936.

SANZ LOPEZ, Carlos, La fundación de Buenos Aires por el Adelantado don Pedro de Mendoza y Luján, hijo insigne de Guadix, Madrid, Gráficas Basagal,1958.