Aunque existen vestigios de poblamiento en la zona desde el Paleolítico Superior, así como numerosas leyendas que aluden a su pasado tartésico, romano, visigótico y musulmán, Palos nace documentalmente a la historia en 1322, cuando Alfonso XI, después de la reconquista de Niebla, lo dona a Don Alonso Carro y Doña Berenguela Gómez. En 1379, Juan I volvió a entregarlo a Don Álvar Pérez de Guzmán, verdadero padre y fundador de la villa palerma, que se ocupó de repoblarla con 50 familias y de mejorar su producción agrícola. A partir de entonces, en parte gracias a una excelente organización y administración concejil, su población creció notablemente.
Palos de la Frontera es el lugar colombino por excelencia. En su monasterio de La Rábida, Colón encontró hospitalidad, comprensión y apoyo. Cuando su ánimo desfallecía, los franciscanos intercedieron por él en la corte y le pusieron en contacto con los marinos palermos. Los frailes conocían bien la audacia y pericia de estos navegantes, devotos de Santa María de la Rábida, a la que ellos llamaban, reconociendo los favores recibidos, Virgen de los Milagros. Colón halló entre estos marinos los recursos materiales y humanos que necesitaba, hombres hábiles, valerosos y osados que, con sus carabelas, habían navegado muchas veces por las aguas atlánticas, surcando rutas hasta entonces desconocidas. Eran, sin duda alguna, los hombres que Colón buscaba. Aquellos que creen fortuita y azarosa la elección de Palos, como punto de partida de la expedición descubridora, desconocen la historia palerma.
Disponía Palos de una magnífica posición: sobre un cabezo de 39 metros dominaba plenamente la desembocadura del río Tinto al Atlántico, y reunía unas condiciones inmejorables como puerto interior, al resguardo del viento y de los ataques piráticos, pero con un rápido acceso a los bancos de pesca y rutas comerciales atlántico-africanas, que la coyuntura secular hacía muy rentables y prósperas. La población siguió creciendo, abocada definitivamente al Océano, hasta alcanzar unos 2.500 habitantes, más otros 400 0 500 transeúntes que habitualmente recalaban en el puerto de la villa, en vísperas del descubrimiento de América.
La época dorada de Palos fue la década de 1470-1479, cuando la disputa sucesoria entre Juana la Beltraneja e Isabel la Católica desembocó en una guerra peninsular entre Castilla y Portugal. Ello supuso para Palos el respaldo real de sus incursiones a la Guinea y, en definitiva, para disputarle a los portugueses, rivales en la expansión oceánica, sus recién adquiridas colonias. Las principales expediciones navales castellanas, contra Portugal y sus dominios, requirieron siempre la presencia de marinos palermos, verdaderos expertos en las navegaciones atlánticas que, gracias a su pericia y hazañas, lograron fama internacional. Pero llegó la Paz de Alcáçovas (1479) con Portugal. La princesa Isabel, hija de los Reyes Católicos, se casó con el futuro rey portugués. Confiados en esta alianza, y tal vez esperando la unidad peninsular que supondría un heredero común, los reyes abandonaron en este Tratado todos los derechos sobre mares y tierras atlánticoafricanas, excepto Canarias, a Portugal. Los marinos palermos se veían así desposeídos de unas zonas pesqueras y comerciales esenciales para su subsistencia y sobre las que, con tantos esfuerzos, se habían afianzado. Los palermos hubieron, por una cuestión de supervivencia, de desobedecer lo pactado por sus reyes y Portugal.
Sus incursiones a Guinea, antaño alabadas, fueron entonces delictivas y objetos de castigo. Por una de estas incursiones fueron los palermos condenados a servir a la corona, durante dos meses, con dos carabelas aparejadas a su costa. El 30 de abril de 1492, los reyes ordenaron que esas naves se pusieran al servicio de Colón: era la Pragmática Sanción. La corona reducía así los gastos de la expedición y vinculaba a ella a los bravos y expertos marinos de Palos, los más aptos, según creencia general de la época, para realizar una empresa de tal envergadura. Además, los reyes, para que no existiese la menor duda del carácter real de la expedición, quisieron que las naves partieran de un puerto realengo. Para ello adquirieron, a fines de junio de 1492, la mitad de la villa de Palos perteneciente al Conde de Cifuentes por 16.400.000 maravedíes, que pagaron a plazos. La otra mitad era, en su mayor parte (5/12), del Conde de Miranda, por herencia desde Álvar Pérez. Y el «dozavo» (1/12) restante pertenecía al Duque de Medina Sidonia.
Cuando el 23 de mayo de 1492 se leyó a los vecinos de Palos, convocados ante la Iglesia de San Jorge, la Real Provisión por la cual se les ordenaba entregar dos carabelas a Colón y partir con él en el viaje que iba a realizar por mandado de Sus Altezas, la villa acata la decisión real pero no la cumple. Los palermos no estaban dispuestos a embarcarse en tan gran aventura con un desconocido sin prestigio. Ésa era la situación cuando Martín Alonso Pinzón regresó de Roma de uno de sus habituales viajes comerciales. Fueron los franciscanos de La Rábida los que pusieron en contacto a Colón con el marino palermo. También, pero Vázquez de la Frontera, viejo marino de la villa muy respetado por su experiencia, y amigo de Martín Alonso, influyó de manera importante para que Pinzón se decidiera a apoyar la empresa. Sea cual fuere el motivo del palermo, lo cierto es que, cuando decide incorporarse a la expedición, inicia una enérgica campaña de apoyo al viaje, animando a enrolarse a los más destacados marinos de la zona. Desechó los barcos embargados por Colón, contratando navíos más adecuados, y aportó de su hacienda medio millón de maravedíes, la tercera parte de los gastos en metálico de la empresa.
La nao Santa María fue construida en Santoña y era propiedad de Juan de la Cosa. Su nombre original era «La Gallega» y fue contratada por Colón en el Puerto de Santa María donde recalaba, y él mismo la rebautizó. Fue confundida durante mucho tiempo con «La Marigalante», la Santa María del segundo viaje colombino. Fue capitaneada por Colón. La carabela Pinta había sido construida en los astilleros de Palos pocos años antes de su famoso viaje. Su nombre hizo pensar a algunos historiadores que pertenecía a la familia Pinto, pero en realidad era propiedad de los palermos Cristóbal Quintero y Gómez Rascón, que fueron en ella hasta América como marinos, por lo que muy probablemente su verdadero nombre fuera «La Pintá». Martín Alonso, su capitán, la prefirió por sus buenas cualidades, ya que la había tenido alquilada. Su fletamento fue costeado por el concejo de Palos. La carabela Niña fue construida en los astilleros de Moguer y pertenecía al moguereño Juan Niño, de ahí el nombre con que se la conocía, aunque su denominación oficial fuera Santa Clara. Fue elegida por los Pinzón por ser muy maniobrable y costeada, como la Pinta, por el concejo de Palos. Su capitán fue Vicente Yáñez Pinzón.
Ultimados los preparativos, el 3 de Agosto, después de celebrar la víspera la Romería de Ntra. Sra. de los Milagros, la Santa María, la Pinta y la Niña partieron del Puerto de Palos, concretamente desde el muelle situado junto a la Fontanilla. Colón en su Diario sólo tiene palabras de elogio para Pinzón, que se muestra muy eficaz en la resolución de los problemas que van surgiendo, como el desajuste del timón de la Pinta que, junto a la necesidad de cambiar aparejos latinos por redondos, les llevaron a recalar en las Canarias. El 6 de septiembre, las tres naves zarparon de La Gomera (I. Canarias) rumbo al Oeste. El 7 de octubre alteraron el rumbo al Oeste – Sudoeste.
En los primeros días de octubre, cuando el malestar, el cansancio y los deseos de regresar, que el cauto ligur preveía, comenzaron a cundir entre los tripulantes de la Santa María, las dotes de mando y la capacidad resolutiva de Martín Alonso quedaron expuestas al abordar esta situación, que Colón no supo atajar, restableciendo la disciplina en la armada y propiciando decisivamente la continuación del viaje, cuando estaban a escasas jornadas de tierra americana. Después de muchas peripecias, donde los marinos palermos, y especialmente los hermanos Pinzón, demostraron sobradamente su valor y pericia como navegantes, el 12 de octubre desembarcaron en la isla de Guanahaní, a la que llamaron San Salvador.
Sucesivamente, las naves visitaron Santa María de la Concepción (Rum Cay), Fernandina (Long Island), Isabela (Crooked Island) y la isla de Arena (Little Ragged Island), antes de fondear en un puerto de Cuba llamado posteriormente San Salvador (Bahía Blanca). Colón se creía en Cipango, pero llamó al país Juana. Navegaron al Oeste hasta el Río de Mares (Puerto Gibara), y encontraron vientos de proa cerca del actual Puerto Padre. La convicción de que aquella costa pertenecía al continente asiático comenzó a prosperar. Regresaron al Río de Mares y navegaron hacia el Este rumbo a las islas Doradas de Babeque (Gran Inagua).
Hasta ese momento, las relaciones entre ambos líderes eran buenas. Circunstancia que acabará al adelantarse el 21 de noviembre Pinzón con la Pinta, separándose de las otras naves y llegando antes a la isla que buscaban, Colón no duda en hacer contra él las más graves e infundadas acusaciones. La Santa María y la Niña fondearon en el puerto de Santa Catalina (Puerto Cayo Moa), Puerto Santo (Baracoa), Puerto de San Nicolás (Haití), Puerto de la Concepción (Baie des Moustiques) y Mar de Santo Tomás (Baie de l´Ácul). El 24 de diciembre, la Santa María encalló y se hundió a la altura del actual cabo Haitien. Dos días después se fundó la fortaleza de La Navidad, primer asentamiento colonial en América. El 6 de enero de 1493, la Pinta se reunió con la Niña a la altura de Monte Christi (República Dominicana). Cinco días más tarde, los españoles lucharon por primera vez contra los taínos en Puerto de las Flechas (Bahía de Samaná). El 16 de enero, las dos naves iniciaron el viaje de regreso. Un temporal las separó, y tras una breve escalada en Santa María (Azores), la Niña fondeó en Rastelo, el puerto exterior de Lisboa. El 9 de marzo, Colón visitó a Juan II en Val do Paraíso, y el 15 la Niña arribó a Palos, en cuyo puerto se le unió pocas horas después, a mediodía, la Pinta, procedente de Baiona la Real, en Galicia, donde había llegado el 1 de marzo, por lo que fue este puerto amigo la primera ciudad en conocer la noticia del descubrimiento de América.
Los hombres de Palos quedaron subyugados por el Nuevo Mundo. Del puerto de la villa partieron algunos de los llamados viajes andaluces, que contribuyeron en gran medida al mejor conocimiento de aquellas nuevas tierras y mares. Más de 200 marinos de Palos pilotaron o capitanearon las naves españolas en los más destacados viajes de descubrimiento y conquista hasta mediados del XVI. Palermos había entre los hombres de Cortés en México, y también fueron con Pizarro al Perú. Los hombres de Palos siempre estuvieron en los lugares precisos en los momentos claves, cuando eran necesarios por su valor y experiencia náutica.
Entre los numerosos marinos de Palos que destacaron en la colonización de América, existen algunos de especial relevancia como Antón de Alaminos, el hombre que verdaderamente podemos considerar descubridor de México, de las culturas maya y azteca, después del primer contacto que con ellas tuviera su paisano Vicente Yáñez Pinzón. También sobresalió Juan Rodríguez Mafrá, que culminó su brillante carrera de piloto en aguas americanas enrolándose en la expedición de Magallanes – Elcano, la primera en dar la vuelta al mundo.
La atracción de las Indias fue tan importante que absorbió la reducida población palerma. Los armadores y marinos más capaces e intrépidos emigraron a América, o a Sevilla, que monopolizaba el comercio indiano. Así, a mediados del XVI, la marinera villa de Palos se encontró apenas sin naves. Los pescadores, para seguir ejerciendo su oficio, tuvieron que emigrar y contratarse en los barcos de las villas vecinas. La población había descendido de forma importante y, sin embargo, la presión fiscal se mantuvo, por lo que cada vecino hubo de pagar más, originándose un círculo vicioso, emigración – presión fiscal que acabó despoblando la villa casi por completo. Durante más de tres siglos se subsistió gracias a una exigua producción agropecuaria. Palos, el brazo ejecutor del descubrimiento, la cuna de América estuvo a punto de ser devorada por su criatura. A mediados del siglo XVIII se quedó tan sólo con 125 habitantes.
Autor: Julio Izquierdo Labrado
Bibliografía
GONZÁLEZ CRUZ, David (coord.), Descubridores de América. Colón, los marinos y los puertos, Sílex, 2012.
CAMPOS CARRASCO, Juan Manuel (coord.), Puerto histórico y castillo de Palos de la Frontera (Huelva). Protagonistas de la gesta colombina, Universidad de Huelva, 2014.