El establecimiento en 1503 del puerto de Sevilla como única base de la carrera de Indias y por consiguiente el monopolio de la navegación con los nuevos territorios de ultramar, conllevó un extraordinario desarrollo de la actividad náutica en la ciudad. Pilotos, capitanes, maestres y dueños de los diferentes navíos y embarcaciones que formaban la flota fundaron la Universidad de Mareantes en 1569, siendo sus estatutos aprobados por Felipe II en 1569. Esta institución estuvo ligada desde su mismo origen a la Cofradía de Mareantes de Nuestra Señora del Buen Aire, que poseía capilla y hospital en el arrabal de Triana. Ambas corporaciones, con un fuerte carácter gremial, atendían a sus miembros tanto en el plano espiritual como en el laboral. Como consecuencia, en 1680 se decide fundar una escuela de náutica para los niños huérfanos de los mareantes. Esta medida proporcionaba una asistencia de tipo social a estos huérfanos. También garantizaba la continuidad de la profesión así como el control sobre la formación que se ofrecía.

Se trata de un momento, 1680, en el que la cabecera de la flota se ha trasladado de facto al puerto de Cádiz, debido a que los avances en la construcción de buques permitió embarcaciones más grandes y capaces, provocando que no pudieran remontar con solvencia el curso del río Guadalquivir debido a su calado. Aunque la Casa de la Contratación de Indias permanecería en Sevilla aún algunas décadas, la crisis en el sector de los mareantes era manifiesta. Por eso, la creación de esta escuela pretendía revitalizar la institución, a la vez que mantener la importancia de Sevilla como cabecera y base de la flota.

Desde un primer momento, la Universidad de Mareantes aspiraba a dotar al nuevo centro formativo de un edificio propio. Esto explica que la arquitectura que entonces comenzó a gestarse, participase desde un primer momento de un fuerte carácter emblemático y simbólico, acorde con las intenciones de los mareantes. No obstante, y una vez obtenida la real cédula de fundación el 17 de junio de 1681, el colegio de mareantes y escuela de pilotos comenzó a funcionar en la vieja sede de la institución en Triana.

De forma paralela, se daban los pasos necesarios para comenzar las obras de edificación del futuro real colegio de San Telmo. En efecto, para ese mismo año de 1681 hay ya constancia de la existencia de planos y trazas para el edificio. Se trata de un proyecto denominado “mapa” enviado desde la corte madrileña, en el que se especificaba cuales debían ser las características y capacidad –para 150 alumnos- de la nueva edificación. Tras un primer intento infructuoso, de localizar el colegio en el lado de Triana, los responsables de la Universidad de Mareantes piden licencia real para emplazarlo del lado de Sevilla.

Una vez obtenida la licencia, el lugar elegido para el emplazamiento definitivo fueron terrenos pertenecientes al Santo Oficio de la Inquisición, junto a la Puerta de Jerez, donde se ubicaba una ermita en honor de San Telmo, precisamente, el patrón de los mareantes. Allí comenzó a construirse el actual palacio dedicado al mismo santo el 10 de marzo de 1682, con la colocación de la primera piedra.

El edificio que hoy se contempla es el resultado de un largo proceso constructivo en el que pueden identificarse diferentes etapas que abarcan desde finales del siglo XVII hasta el mismo siglo XXI, cuando han finalizado las obras de recuperación y rehabilitación del edificio para su actual uso como sede institucional de la presidencia de la Junta de Andalucía. A lo largo de todo ese lapso de tiempo, el edificio albergó, además del centro de enseñanzas náuticas que fue su origen, otras instituciones formativas navales, la residencia palaciega de los duques de Montpensier, y seminario metropolitano. Cada uno de estos usos caracterizó y dejó huella en la configuración formal y espacial de un edificio que, no obstante, mantuvo cierta unidad tanto en lo formal como en lo decorativo. Este hecho implica que el mérito creativo de esta construcción no recae sobre un solo maestro.

No se ha podido determinar la autoría de las trazas originales, acerca de las que se ha aceptado que tendrían gran similitud formal con el edificio que finalmente se acabaría construyendo. Parece que en su diseño intervendrían diferentes maestros, entre los que estarían Acisclo Burgueño, maestro mayor de la ciudad, Francisco de Escobar, correspondiente al Alcázar y Francisco Moreno, maestro mayor del Arzobispado. Estos arquitectos realizarían colectivamente la traza de un edificio rectangular de grandes proporciones, con portada de acceso en uno de los lados mayores, comunicada con un patio principal con la capilla al fondo del mismo. En los ángulos del conjunto se previeron torres miradores.

Un momento clave de esta construcción es 1704, cuando la Universidad de Mareantes traslada su sede desde Triana al nuevo edificio. Para este momento, parece que ya en 1699 estaban terminadas diferentes estancias del frente sur, si bien, la obra dirigida desde el primer momento por el maestro alarife Antonio Rodríguez, carecía de los elementos más representativos: Fachada, patio principal y capilla.

Puede deducirse que durante el siglo XVIII las obras avanzaron con lentitud. Circunstancia debida en buena parte a la mala coyuntura económica e institucional en la que tuvieron lugar. De un lado está la pérdida definitiva de la importancia del puerto sevillano y el traslado de los organismos oficiales de la corona para el control de la carrera de Indias. De otra parte, el descenso cuantitativo del aporte económico de la corona, patrocinadora del proyecto.

La entrada de Leonardo de Figueroa en el proyecto en 1722 constituirá uno de los puntos de inflexión más significativos de todo el proceso constructivo. En efecto, a su etapa como maestro mayor del proyecto corresponden la fachada principal, dispuesta en el lado de poniente, el patio central y la capilla, formando estos dos últimos un eje compositivo que enlaza ambos espacios con la espectacular portada monumental del colegio. Figueroa estará al frente de las obras hasta su muerte en 1730 cuando le sucedería su hijo y discípulo Matías, asumiendo la responsabilidad de continuar los proyectos de su padre. Un tercer Figueroa, en este caso Antonio, nieto del primero e hijo del segundo, maestro de obras del edificio en 1776.

Entre 1722 y 1734 se levanta el gran imafronte de piedra que supone la portada monumental que centra el frente occidental del edificio. Se trata de un dispositivo arquitectónico que, tanto en su planteamiento formal como en los recursos decorativos, funciona como un retablo abierto al espacio urbano, que emplea recursos como los entrantes y salientes con respecto a la línea de fachada, proporcionando un efecto de claro-oscuro. Se organiza a partir de tres niveles, los inferiores corresponden con el esquema de alturas del resto del edificio, más un tercer piso, a modo de ático, con el correspondiente remate arquitectónico. El nivel inferior está protagonizado por la puerta de ingreso, flanqueada por dos pares de columnas que se adelantan y cuyo fuste está completamente retallado, según modelos de Dietterlin. Otra pareja más de soportes aparecen retrasados con respecto a la línea de muros. El segundo piso mantiene el mismo esquema en los soportes, si bien delante de éstos se han colocado un total de diez esculturas pétreas de bulto redondo que han sido atribuidas a Pedro Duque Cornejo y que representan las asignaturas impartidas en el colegio y seminario de pilotos. Al centro y cobijado en un arco de piedra, aparece el balcón principal, que avanza con un volumen convexo. El tercer piso, que sobresale de la cumbrera del edificio presenta al centro un edículo que contiene la escultura de San Telmo, patrón del colegio, flanqueado de San Fernando y San Hermenegildo, en un claro recordatorio de que es esta una obra auspiciada por la monarquía hispánica, bajo cuyo amparo quiere poner se no sólo la institución educativa, sino toda la Universidad de Mareantes. Por lo que respecta al resto de la fachada, Figueroa plantea aquí una fórmula ya aquilatada como arquetípica en la arquitectura de la ciudad. Una división en dos alturas articuladas mediante pilastras cajeadas y separadas por un potente entablamento. Los vanos son rectangulares y están enmarcados en molduras sencillas en la planta inferior, y con una cornisa en la superior. Destaca el empleo del ladrillo y el enlucido polícromo en la solución de los paramentos. Es también muy significativo el empleo de una cubierta de teja árabe dispuesta a dos aguas, lo que permite a Figueroa introducir las características buhardillas, casi una constante en su repertorio compositivo.

En el patio, donde se ha advertido claramente la intervención de Matias de Figueroa, se propone el clásico esquema desarrollado ya por su padre en algunos patios y claustros sevillanos. Dos alturas, la primera abierta en arcos sobre pilares y la segunda cerrada con balcones. Destaca nuevamente el manejo de la policromía en la arquitectura y dos elementos cupuliformes, plenamente imbuidos de la tradición barroca sevillana, que marcan el eje axial del edificio y que recuerdan al remate de la capilla sacramental de Santa Catalina. El primero funciona como caja del reloj y el segundo como campanario de la capilla.

La capilla es uno de los espacios más emblemáticos del edificio, concebida de forma muy unitaria y en la que participaron, además de los Figueroa, Domingo Martínez en la pintura y Pedro Duque Cornejo en la arquitectura de retablos de un espacio pensado para la persuasión por medio de la ornamentación, las soluciones decorativas y constructivas efectistas, y el programa iconográfico que se desarrolla a lo largo de toda la capilla.

En 1787, la institución pasa a depender del ministerio de Marina. Lucas Cintora será quien cierre, con la construcción de la escalera y la terminación del claustro, el primer ciclo constructivo, al menos del proyecto inicial de centro formativo. La actividad educativa decaería a comienzos del reinado de Isabel II, suprimiéndose definitivamente el colegio en 1841 cuando se trasladan los alumnos a Málaga.

El edificio se mantuvo sin uso y bajo jurisdicción militar hasta 1849, cuando es vendido junto a sus terrenos de huertas, a la Infanta María Luisa Fernanda de Borbón y Nápoles y su esposo, Antonio Felipe María de Orleans, Duque de Montpensier, quienes hacen del edificio su palacio, instituyendo en él la llamada “corte chica” de Sevilla.

Es en este momento cuando se da un nuevo impulso constructivo al palacio. La intervención del arquitecto Balbino Marrón se centraría en la reordenación del ala sur del palacio donde se opera un gran salón de baile abierto en galería acristalada con su correspondiente fachada. También se ejecuta una profunda intervención en el ala norte, creándose una nueva fachada, con la entrada de carruajes y la torre NE, además de toda una serie de modificaciones en la distribución espacial del palacio, orientada siempre a este nuevo uso palatino. El lenguaje historicista de Marrón permite que no existan grandes disonancias entre su intervención y el programa edilicio desarrollado por los Figueroa en el XVIII. Sobre la nueva fachada Norte se dispondría a finales del XIX un programa escultórico de personajes ilustres sevillanos ejecutado por Antonio Susillo.

A la muerte de la infanta, lega su palacio a la archidiócesis de Sevilla. En 1901, se abre en el edificio el Seminario Metropolitano bajo el patronazgo de San Isidoro y San Francisco Javier. Durante los años veinte, los arquitectos Basterra y Ammrán llevan a cabo una profunda reestructuración del palacio para optimizar el espacio para el nuevo uso. Operación que depreda buena parte del carácter barroco del edificio. Sucesivas intervenciones de Antoni Illanes del Río y José Galnares, continúan desfigurando el plan original del palacio. En 1989, el Arzobispado de Sevilla cede el edificio a la Junta de Andalucía, que comienza toda una serie de intervenciones de rehabilitación y restauración lideradas en lo tocante al patrimonio mueble por el IAPH y por Guillermo Vázquez Consuegra en lo arquitectónico, que finalizan en 2010.

Autor: Pedro M. Martínez Lara

Bibliografía

AA. VV.; Estudio Histórico del Palacio de San Telmo. Sevilla: Consejería de Cultura, 2010.

AA.VV.; PH. Boletín del instituto Andaluz del Patrimonio Histórico. 51, 2004. (número especial dedicado a San Telmo).

FALCÓN MÁRQUEZ, T.; El palacio de San Telmo. Sevilla: Gever, 1992.

HERRERA GARCÍA, A.; “Estudio histórico sobre el Real Colegio de San Telmo de Sevilla”. Archivo Hispalense. 28, pp. 233-266 y 29, 1958, pp. 47-76, 1958.

LIMÓN Y ESPINOSA, M.; Breue descripcion del sumptuoso edificio Real Colegio Seminario llamado San Telmo. Sevilla: Por Joseph Navarro y Armijo…, [1738?].