El descubrimiento de las Indias, ese “nuevo mundo” que expandió los horizontes de la corona de Castilla, tuvo protagonistas y colaboradores. A finales del siglo XV, Moguer era una villa próspera, con cerca de 5.000 habitantes, que contaba con un puerto que los Reyes Católicos protegió con un seguro que concedieron a las embarcaciones que arribaran procedentes de Canarias, norte de África y Europa. Por este puerto salían los productos de la tierra, principalmente vino, aceite, almendra y otros frutos, y entraban las capturas de las pesquerías y manufacturas y otras mercaderías del país y del extranjero. La zona portuaria incluía además del muelle de carga y descarga, la calzada, los edificios de la “alota” y un astillero. En las inmediaciones, a lo largo de la rivera que conectaba con el puerto de Palos cuyo ámbito llegaba hasta La Rábida, una extensa marisma proporcionaba la sal, una concesión real que disfrutaba el señor de la villa, y varios humeros de pescado, propiedad de vecinos pudientes. El puerto conectaba a través de la calle de la Ribera con el concejo y la plaza pública, escenario que daba cobijo a una feria semanal y una variopinta amalgama de gente: autoridades, agricultores, marineros y pescadores, armadores y comerciantes, clérigos y frailes, hidalgos y militares, esclavos y extranjeros, carpinteros, olleros, sastres, zapateros, médicos, cordoneros, toneleros, carreteros, y un largo etcétera. Los judíos de Moguer formaban un grupo diferenciado, uno de los más destacados entre las minorías con anterioridad a la expulsión, hecho que coincide con los preparativos del primer viaje colombino.

La primera llegada de Cristóbal Colón a La Rábida se produjo en 1485. El genovés había dejado Portugal tras enviudar de Filipa Moniz Perestrelo y, ante la difícil situación personal por la que atravesaba, se encaminó con su hijo Diego, niño de corta edad, hasta Huelva o San Juan del Puerto, donde residía una cuñada suya que estaba casada con Miguel Muliart, empleado del duque de Medina Sidonia, con quien dejaría supuestamente al pequeño. Colón sabía que los marinos del estuario del Tinto eran buenos navegantes que hacían con frecuencia la ruta comercial de las Canarias y Guinea, rica en pesquerías, y Mina del Oro, donde además rescataban esclavos. Entonces inició los primeros contactos con vecinos de Palos y Moguer, contactos que empezaron a dar sus frutos con la ayuda de los religiosos de la Rábida, fray Antonio de Marchena, el “fraile estrellero”, primero, y fray Juan Pérez, en los meses previos a los preparativos del viaje del noventa y dos cuando los Pinzón, de Palos, y los Niño, de Moguer, armadores y marinos respetados, se sumaron a la empresa atrayendo a la marinería que completaría el rol de la tripulación de la nao Santa María y las carabelas Pinta y Niña, esta última propiedad de Juan Niño.

En 1491 y 1492 tuvieron lugar los contactos más intensos entre Colón y personas destacadas de Moguer a las que implicó desde el primer momento en su proyecto de viaje a Catay y Cipango por una ruta distinta a la utilizada por los portugueses; su intención era acortar la distancia, inconsciente aún de que acabaría descubriendo un nuevo continente. En Moguer, solo o en compañía de un fraile de La Rábida, Colón negoció su viaje a las Indias y, lo mismo que hiciera en la villa de Palos, mandó pregonar la real provisión de 30 de abril de 1492 que obligaba a las autoridades a proporcionarle tres carabelas y el apoyo necesario, y una  sobrecarta fechada el 20 de junio que reiteraba la ejecución del mandato real. Hasta entonces, Colón se había ido haciendo de una clientela que le facilitara llegar hasta los reyes para lograr su objetivo: conseguir los barcos y la tripulación. Una de las personas fue la abadesa del monasterio de Santa Clara, Inés Enríquez, del linaje de los almirantes de Castilla y familiar del rey Fernando El Católico. Este cenobio de clausura de la orden de San Francisco era uno de los más importantes del reino; en él ingresaban las hijas de la alta nobleza castellana, detalle que no se le escaparía al futuro almirante de las Indias. Además de emporio económico y casa de mujeres nobles, era un centro –según confirma el padre Las Casas– de gran devoción en la comarca.

Muchos de los testigos que declararon en los pleitos colombinos, entre 1512 y 1532, así mismo en las probanzas que hacen valer los méritos y servicios de los hermanos Niño en el primer viaje colombino, insisten en que dicha armada se preparó en las villas de Palos y Moguer. Uno de los más destacados fue el hacendado Juan Rodríguez Cabezudo, judeoconverso, quien dijo al respecto que “vido al dicho almirante viejo en esta villa de Moguer negociando de yr a descubrir las Yndias con vn fraile de Sant Francisco que andava con él” y“quel año de noventa e dos partió el dicho don Christoual Colón desta villa e de la villa de Palos”. Entre Cabezudo y Colón existió una amistad verdadera, pues fue él quien facilitó la cabalgadura en la que  fray Juan Pérez se trasladó al campamento de Santa Fe para conversar con los reyes sobre el proyecto colombino. Tras la firma de las Capitulaciones el 17 de abril, Colón emprendió una actividad desaforada para conseguir los barcos y la marinería más experta. Antes de la partida desde el puerto de Palos de la pequeña flotilla, compuesta por la nao Santa María y las carabelas Pinta y Niña (esta última preparada y avituallada en Moguer), el 3 de agosto de 1492, Colón encomendó a Cabezudo y al clérigo Martín Sánchez la custodia de su hijo Diego, quien más tarde se reuniría en Córdoba con su hermano Hernando hasta el regreso del almirante. Otros testigos también informaron sobre el particular. Destaca la declaración de Alonso Pardo, un joven escribano público que acompañó a Colón a embargar navíos en la ribera de Moguer, enclave en aquellos momentos de una gran efervescencia marinera y actividad comercial, que dijo que lo “vido quel año que partió deste río de Saltés con navíos e gente desta villa e de la villa de Palos a descubrir.” La aparición en escena de los hermanos Niño, en Moguer, y los Pinzón, en Palos, aceleró los preparativos del viaje en un tiempo récord, aunque los siete años que Colón pasó en la corte, deambulando con su plan a cuestas, sin crédito y sobreviviendo a duras penas, le reportaría finalmente honores y fama.

La tripulación de la flotilla colombina estaba compuesta por unos noventa hombres, una cifra creíble que sugiere Alice Gould a tenor del tamaño de las naves. Esta investigadora ha identificado a muchos de los tripulantes, pero otros, que no son pocos, siguen teniendo una vecindad dudosa. De Moguer eran Pedro Alonso Niño, piloto mayor de la expedición que iba con Colón en la nao Santa María, y Juan Niño, maestre y propietario de la carabela Niña; Alonso de Morales, Bartolomé Roldán, Francisco García Vallejos, Juan de Jerez, Juan Verde de Triana, Rui García, Alonso Clavijo, Juan Reinal, Bartolomé Vivas, y un tal Morón, marineros; Diego Leal, grumete; el físico maestre Alonso y Luis de Torres, un intérprete judío que había estado en tierras del adelantado de Murcia y hablaba “ebraico y caldeo y aun diz que de arábigo”. Este políglota y Rodrigo de Jerez, natural de Ayamonte, formó parte de la embajada que Colón envió al cacique Ganahaní con la carta de los reyes al Gran Khan. (No nos consta que otros judíos fueran al viaje del noventa y dos.) Es muy posible que otros tripulantes que se consideran de Palos fueran de Moguer, pues era norma habitual la aceptación de la doble vecindad.

La última vez que Colón estuvo en Moguer fue con ocasión del regreso de la carabela Niña el 15 de marzo de 1493. Procedente de Lisboa, donde había aportado días antes y fue reparada después de haber sufrido el envite de la tormenta de las Azores y otra tempestad a las puertas de la ciudad portuguesa, la Niña quedó fondeada en La Rábida. Hasta allí fue Juan Rodríguez Cabezudo y pudo comprobar por la información que le dio el propio Colón del éxito del viaje, y él mismo le obsequió con una carátula de oro que llevaba uno de los indios taínos que traía la nave moguereña (la Pinta, procedente de Bayona, entró unas horas más tarde). Después de pasar varios días en la zona, siempre rodeado de los más leales (Martín Alonso Pinzón venía enemistado con el almirante), entre los que se contaban Juan Niño, que le acompañó por tierra a Barcelona, donde se encontraban los reyes, y sus hermanos Pedro Alonso y Francisco que participarán en posteriores viajes, el almirante de las Indias cumplió su promesa de velar una noche en la iglesia del monasterio de Santa Clara, lo que se conoce como el “voto colombino”, y ya no regresaría jamás a estos lugares que tanto significaron y aportaron a su proyecto de descubrimiento, pues sin la contribución de la gente de Palos y Moguer habría fracasado.

Autor: Diego Ropero-Regidor

Bibliografía

GOULD, Alice, Nueva lista documentada de los tripulantes de Colón en 1492. Madrid, Real Academia de la Historia, 1984.

ORTEGA, Ángel, La Rábida. Historia documental crítica, Sevilla, Imprenta y editorial de San Antonio, 1925, 4 vols., edición facsímil realizada por la Diputación Provincial de Huelva, 1985.

ROPERO-REGIDOR, Diego, Moguer y América en la era de los descubrimientos, Moguer, Fundación Municipal de Cultura, Archivo Histórico Municipal, 2003.

ROPERO-REGIDOR, Diego, “La aportación de Moguer al Descubrimiento: sus hombres de mar, el monasterio de Santa Clara y la familia Niño”, en GONZÁLEZ CRUZ, David (coord.), Descubridores de América: Colón, los marinos y los puertos, Madrid, Sílex Ediciones, 2012.

ROPERO-REGIDOR, Diego, “El retorno de los Niño y las repercusiones de la navegación descubridora en el señorío de Moguer”, en GONZÁLEZ CRUZ, David (coord.),Versiones, propaganda y repercusiones del Descubrimiento de América: Colón, los Pinzón y los Niño, Madrid, Sílex Ediciones, 2016.