La palabra morisco que designa a los musulmanes convertidos al cristianismo se puede aplicar a la población del reino de Granada a partir de 1500. Antes hubo conversiones de particulares, generalmente de miembros de las élites del reino nazarí, por ejemplo de la familia de Cidi Yahya que tomó el nombre de Pedro de Granada Venegas, pero quedaron aislados. El movimiento masivo empezó en el Albaicín granadino en enero de 1500 como consecuencia del motín del mes anterior. Fueron decenas y decenas de miles de musulmanes que recibieron el bautismo y si una parte de ellos prefirió exiliarse para no franquear la frontera religiosa la inmensa mayoría eligió ser cristiana y así quedaron en su lugar de origen. Sin embargo todos, cristianos viejos y cristianos nuevos, tenían conciencia de estar en una situación forzada y precaria. Los unos se preocupaban de organizar una evangelización en profundidad, los otros de mantener su fe ancestral por todos los medios es decir casi siempre de manera clandestina.
En el Islam fue planteada tempranamente la cuestión de la postura del creyente que se encontraba viviendo debajo de la tutela del no-musulmán. La situación de los moriscos en España provocó en la materia un debate entre muftíes. Y si algunos de ellos, por ejemplo el argelino al-Wancharichi, pensaban que era necesario huir el control de los infieles, otros y en particular al-Maghrawi, muftí de Oran, emitió una fatwa permitiendo en estas condiciones vivir practicando la taqiyya, es decir el disimulo, que podía hacer creer a cualquiera una total adhesión a la fe cristiana.
De hecho las manifestaciones de apego al islam eran prohibidas y las destrucciones de los edificios públicos de culto, empezando por las mezquitas y los cementerios, las impedían. En la misma Granada desaparecieron unas doscientas mezquitas salvo las transformadas en iglesias parroquiales, generalmente las más grandes. Los moriscos estaban obligados a asistir a la misa, a confesar y a recibir los demás sacramentos. Los curas de las parroquias debían asegurarse de la observancia de los preceptos cristianos y ser los artesanos de una eficaz evangelización. Pero sabemos que muchos de ellos se preocupaban poco de su grey morisca, o aprovechaban la situación para exigir tributos e imponer multas. Las relaciones entre sacerdotes y moriscos eran a menudo muy tensas. En muchas ocasiones el arzobispo de Granada y los obispos de Almería, Guadix y Málaga, confiaron a órdenes religiosas, primero sobre todo a franciscanos y luego a jesuitas, la tarea de la catequesis fundada por ejemplo en misiones. A estos intentos se añadían medidas de control como la obligación impuesta en 1511 de recurrir a padrinos y madrinas cristianos viejos. Los moriscos intentaron escapar por todas las vías posibles a las presiones. Sabemos que solían “sacrificar” algunos recién nacidos que recibían varias veces el sacramento del bautismo o que aprovechaban las incapacidades de sacerdotes, confesándose por ejemplo en masa a un rector sordo.
La casa fue el refugio de las prácticas islámicas. Al abrigo de las miradas externas – aunque las puertas dando a la calle debían en principio estar abiertas los viernes y los domingos – los moriscos cumplían buena parte de los preceptos. Rezaban, hacían sus abluciones, ayunaban durante el mes del ramadán, celebraban las principales fiestas (aid el kebir y aid al fitr), observaban los ritos acompañando nacimiento, matrimonio y muerte, recurrían a barberos y sastres para circuncidar a sus hijos varones. El hogar fue el lugar esencial de la transmisión de la fe en el islam y la lengua árabe fue su vector fundamental. Si buena parte de los moriscos varones tuvieron posibilidad de aprender o al menos de entender el español en el ámbito del trabajo, las mujeres casi siempre confinadas en su casa hablaban, casi todas, solamente el árabe. La fuerte solidaridad de las comunidades moriscas rurales – por ejemplo en las Alpujarras y en tierras almerienses – constituyo otro factor decisivo para el mantenimiento de la fe ancestral.
Sin embargo los moriscos del reino de Granada no formaban un bloque homogéneo. Si según muchos documentos todos no escatimaban esfuerzos en trabajar y mejorar su nivel de vida, había entre ellos ricos y pobres. La diferencia era considerable entre los potentes mercaderes y las familias nobles de Granada por una parte y los muy numerosos modestos campesinos cuyos inventarios de bienes traducen sus dificultades cotidianas. Los contrastes existieron también en el plan religioso y tuvieron tendencia en amplificarse a lo largo de los años. A finales de los años 1560, en vísperas de la rebelión iniciada en las Alpujarras constatamos que en el interior del conjunto de los moriscos granadinos existe una infinita serie de matices yendo del auténtico cristiano al musulmán que no soporta el ejercicio de la taqiyya y llega a romper cruces o a embarcarse para ir al Norte de África. De un lado conocemos la existencia de eclesiásticos moriscos, el padre Torrijos, cura de Darrical, pueblo alpujarreño, Francisco López Tamarid, vicario de Vera, el jesuita granadino Juan Albotodo… Varios de los miembros de la famosa familia Granada Venegas fueron miembros de órdenes religiosas. De otro lado actúan los monfíes estos bandidos, a menudo acogidos y protegidos por campesinos moriscos, contaron entre sus víctimas a varios sacerdotes. Casi todos tuvieron un papel relevante en la rebelión de 1568-1570. En medio de estos extremos se sitúa la inmensa mayoría de los moriscos intentando mantener más o menos en la clandestinidad, gestos, más o menos prácticas que consideraban como señas importantes de su identidad religiosa.
En 1566 una junta de expertos, juristas y eclesiásticos, reunida en Madrid por Felipe II, decidió prohibir todas las manifestaciones públicas y privadas relacionadas con el islam en el reino de Granada, desde el uso de la lengua árabe hasta el porte de vestidos distintos a los de los cristianos viejos, caso muy frecuente entra las mujeres moriscas. Se trataba de una magna operación de aculturación semejante a la decidida en 1526 por una junta ya reunida en la Capilla real de Granada pero cuya aplicación había sido levantada al cabo de una negociación con los moriscos ofreciendo el pago de un sustancial servicio. El programa de prohibiciones de 1566 era más amplio que él de 1526, así se decidió demoler los baños públicos que las autoridades veían como lugares de iniciativas sospechosas. La puesta en práctica de este a pesar de múltiples quejas, por ejemplo la del eminente morisco Francisco Nuñez Muley, fue uno de los principales detonantes de la rebelión iniciada el 24 de diciembre de 1568. La insurrección fue marcada por un revival de las prácticas escondidas.
Autor: Bernard Vincent
Bibliografía
CARO BAJORA, Julio, Los moriscos del reino de Granada, Madrid, Alianza, 1957.
VINCENT, Bernard, El río morisco, Granada, Universidad de Granada, 2006.
VINCENT, Bernard, DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Historia de los moriscos: vida y tragedia de una minoría, Alianza Editorial, 1985.