Pintor y grabador nacido en Villanueva de los Infantes (Ciudad Real), tuvo una destacada posición y trayectoria con una acusada personalidad en la Sevilla de la segunda mitad del siglo XVII. Desde muy joven se trasladó con su familia a la capital hispalense, lugar donde continuó sus estudios en el taller de su padre Bartolomé de Arteaga con quien aprendió el oficio de grabador, práctica que desarrolló a lo largo de su vida. Esta técnica le ayudó en su labor como pintor al mostrar un fuerte interés por dotar a sus obras de gran detallismo y minuciosidad, rasgos tan necesarios y preciados en el trabajo del grabado. Según Ceán Bermúdez también fue discípulo de Juan de Valdés dada la influencia que tuvo de este artista, sin olvidar la impronta de la obra de Murillo.

Sabemos gracias a su testamento que estuvo casado en dos ocasiones, primero con Juana de la Vega con quien tuvo seis hijos y en segundas nupcias con Juana Isidora y Valdovinos, así como se desprende su buena situación económica y los bienes que disfrutaba en sus últimos años. El investigador Duncan Kinkead compara su legado con los de los afamados Francisco de Zurbarán y Juan de Valdés Leal y confirma que nuestro artista poseía más bienes y de mayor calidad. Gozaba de una colección de ciento cincuenta y tres cuadros, además de seis pinturas en un biombo y cuatro lienzos preparados. Entre los temas destacaban los cuadros de la vida de la Virgen y Cristo, santos, flores, paisajes y una exquisita biblioteca, sólo superada por la de Diego Velázquez, con treinta y cuatro tomos con ejemplares de ediciones tan significativas como la Historia General de España del padre Juan de Mariana. Otra nota que nos describe la distinguida formación de Arteaga es su conocimiento del latín y sus inquietudes por la filosofía. Por consiguiente, estamos ante un artista con amplios conocimientos en el grabado, la pintura, la arquitectura, las matemáticas…. que le granjearían un significativo estatus económico y social en la ciudad en la que desarrolló gran parte de su vida.

Durante la segunda mitad del seiscientos tuvo una importante reputación y éxito como artista y de ahí los numerosos encargos que disfrutó en la Catedral hispalense entre otros mecenas de alto linaje. A esto se sumaba su posición dentro de la Academia de Pintura creada por Murillo en 1660, donde tuvo los cargos de secretario y cónsul, además de impartir una labor docente única en la casa Lonja. Su rango y posición social también se desprende del nombramiento que tuvo como hermano de la Hermandad de la Santa Caridad, al igual que Murillo, lugar donde se reunieron los mejores artistas del momento bajo las directrices del patrocinador y magnate Miguel de Mañara.

En este momento las obras de Murillo y Valdés Leal serán los grandes referentes en la producción artística. Esta circunstancia no fue ajena a Matías de Arteaga y por ello apreciamos claras reminiscencias de los anteriores en varias de sus composiciones, transmitiendo la fuerza y expresividad de Valdés al mismo tiempo que tomaba la dulzura de los cuadros de Murillo. Al respecto, es importante destacar que esta fue una práctica usual por los jóvenes artistas que tuvieron la oportunidad de compartir espacio y aprendizaje con los maestros del barroco español. Por consiguiente, no se trataba de simples copistas o emuladores de las obras de los pintores consagrados sino que el éxito de su pintura se regía también por continuar los parámetros artísticos que estaban en boga en la ciudad del Betis.

Su nómina de obras fue fructífera y elevada tanto en el grabado como en la pintura, aún siendo mayor el número de láminas que talló. De esta destacan la mayor parte de las estampas realizadas con motivo de la fiesta de canonización de San Fernando en 1671, que se incluyeron en  la obra publicada por Fernando de la Torre Farfán. Aquí se reúnen los mejores artistas del momento para dar aún mayor realce a los festejos consagrados al nuevo culto concedido al rey Fernando III. Como decíamos gran parte de los grabados fueron realizados por Matías de Arteaga y es en ellos donde observamos su gusto por reflejar con minuciosidad amplios espacios de la ciudad y las arquitecturas efímeras que se levantaron para este fin. Su capacidad para captar las atmósferas y las amplias escenografías eran únicas y esto fue determinante para que el encargo recayera en él. También observamos el trabajo en equipo que vivió junto a Valdés Leal y Murillo y cómo su maestría como grabador se puso de nuevo en evidencia con la creación de la estampa de la pintura de San Fernando realizada por Murillo y que hallamos en la Catedral de Sevilla. No será la única pintura que lleve al molde como se constata en el San Domingo in Soriano a través de un dibujo de Alonso Cano. También se distinguen las láminas de San Francisco, el triunfo del Sacramento, la amplia serie de San Juan de la Cruz con la que ilustró la edición que hizo en 1703 y las realizadas a la Virgen de Guadalupe mexicana publicadas en la edición sevillana del libro de Luis Becerra Tanco que se publica en 1685.

No debemos olvidar el importante papel del grabado como vehículo difusor de imágenes y discursos. Por un lado, referíamos a las estampas de la Guadalupana en territorio español, en un momento en que su culto estaba ampliamente asentado en la ciudad sevillana y por otro el envío de grabados que servirían como modelos a los artistas americanos. Al respecto, el investigador Antonio de la Banda mostraba la influencia de sus estampas en unas pinturas del convento de las Teresianas en Querétaro. Es probable que no sea el único caso dados los estrechos lazos que existían entre Sevilla y las ciudades virreinales.

En cuanto a la pintura apreciamos su gusto y afición por la perspectiva, y como relataba Ceán Bermúdez “por lo que se encuentran pocos lienzos de su mano en que no haya templos, palacios, calles ó jardines, y por lo regular con asuntos de la vida de la Virgen”. Sabemos que poseía cinco libros de arquitectura que le servirían para crear sus propias escenografías. En sus obras también vemos el gusto por incluir numerosos personajes en sus escenas recreando al mismo tiempo el espacio terrenal y celestial con su majestuosa paleta. Enrique Valdivieso señala que la mayor parte de las obras que se conocen pertenecen a series, como la de la Vida de la Virgen del Museo de Bellas Artes de Sevilla, la Vida de San Laureano localizada en la capilla de su nombre en la Catedral de Sevilla, la Serie eucarística de la Cofradía del Sagrario de esta misma Catedral, y en el ámbito privado sevillano encontramos la serie de José o la pintura firmada con el tema de la Virgen con el Niño y Santa Rosa de Viterbo. Por último,  citar la Asunción de la Virgen situada en el techo del anteoratorio del Palacio Arzobispal de Sevilla, composición que evoca el aprendizaje de sus maestros y en especial de Murillo, obra atribuida por Teodoro Falcón aún manteniendo su disconformidad Valdivieso. En cualquier caso las obras firmadas nos muestran a un artista con propia personalidad, manifestándose su interés por crear amplios escenarios arquitectónicos con marcadas perspectivas y múltiples personajes que otorgan mayor dinamismo a sus escenas.

Finalmente fue enterrado el 12 de enero de 1703 en la parroquia de Santa María Magdalena, espacio sagrado donde otros grandes artistas decidieron pasar su último tramo. Sus láminas seguirán viajando allende los mares.

Autora: María de los Ángeles Fernández Valle

Bibliografía

AGUERA ROS, José Carlos, “Nuevas aportaciones a la obra de Matías de Arteaga”, en Goya, revista de arte, 169-171, 1982, pp. 133-137.

BANDA Y VARGAS, Antonio de la, “La influencia de un grabador sevillano en las pinturas del coro del convento del coro del convento de las Teresitas de Querétaro”, en Anuario de Estudios Americanos, tomo 16, 1959, pp. 553-560.

KINKEAD, Duncan T, “Tres documentos nuevos del pintor don Matías de Arteaga y Alfaro”, en Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología, Tomo 47, 1981, pp. 345-358.

PORTILLO MUÑOZ, José Luis, “El San Fernando de Murillo grabado por Matías de Arteaga. Una iconografía del Barroco”, en Archivo Hispalense, tomo 64, 195, 1981, pp. 115-122.

VALDIVIESO GONZÁLEZ, Enrique, “Una serie de la historia de José por Matías de Arteaga”, en Laboratorio de Arte, 10, 1997, pp. 437-443.