Entre 1609 y 1614, tuvo lugar la expulsión de los moriscos del conjunto de los territorios de España. Esta empresa que afectó a casi 300.000 personas está considerada según las palabras de un historiador del protestantismo como “la más importante migración religiosa, en términos cuantitativos de la historia de la Europa moderna”. Los expulsados se instalaron en toda la cuenca del Mediterráneo, en las dos orillas, pero principalmente en el Norte de África, desde Túnez hasta Rabat-Salé.
Los moriscos eran los descendientes de los musulmanes españoles obligados a elegir entre conversión o exilio ya en 1502 para los que vivían en tierras de la Corona de Castilla y en 1525 para los de la Corona de Aragón. No queriendo sacrificar ni su tierra ni su fe la inmensa mayoría se convirtió al cristianismo pero manteniendo clandestinamente su fidelidad al Islam.
Hacia 1525 los 300.00, quizás 350.000 moriscos representaban alrededor del 5% de la población total de las coronas de Aragón y Castilla. Sin embargo su distribución era muy desigual a través de los distintos territorios. Constituían la mayoría de la población del recién conquistado reino de Granada, una tercera parte de la del reino de Valencia, una quinta de la del reino de Aragón. En los demás territorios eran pocos (Cataluña, Castilla la vieja y Castilla la nueva, Extremadura, Andalucía occidental) o inexistentes en el noroeste de la península ibérica desde Galicia hasta el País Vasco. Por eso la documentación de la época suele hacer distinciones entre granadinos, valencianos, aragoneses y moriscos antiguos (o mudéjares antiguos) indicando con esta última expresión comunidades de tamaño reducido teniendo una larga tradición de vida en medio de poblaciones cristianas. Gran parte de los moriscos eran campesinos, pero había comunidades urbanas en las Castillas y en el reino de Granada. Entre estas últimas destacaba precisamente la de Granada.
Las autoridades civiles y eclesiásticas eran perfectamente conscientes del carácter forzado de la conversión de los moriscos al cristianismo. Intentaron promover una política que revertía dos aspectos: una evangelización confiada al clero tanto regular como secular y una represión de los ritos y costumbres considerados como manifestaciones de adhesión al islam.
Los resultados de esta política fueron en términos generales decepcionantes. Si encontramos dentro de las comunidades moriscas, individuos o familias perfectamente cristianizados, si la situación pudo ser distinta entre dos pueblos cercanos, si los intentos de atraer a las élites moriscas mediante obtención de cargos o de mercedes dieron algunos frutos, la gran mayoría de los moriscos continuó profesando su fe musulmana, empobrecida por el miedo y la represión, pero efectiva. En la vida cotidiana, las relaciones de vecindad o de trabajo entre cristianos viejos y cristianos nuevos (o moriscos) podían ser buenas pero cada incidente podía tener consecuencias graves. Una de las principales causas de este clima radicaba en los lazos, reales o imaginarios, que a los ojos de los cristianos viejos tenían los moriscos con los turcos y con los berberiscos del Norte de África.
Podemos distinguir cuatro fases en la historia de los moriscos, una primera que corresponde al primer cuarto del siglo XVI marcado por la desaparición del estatuto del mudéjar – el musulmán minoritario viviendo bajo la tutela de una monarquía cristiana – y la definición del ser morisco. Luego a partir de 1525-1526 (conversión en la Corona de Aragón, reunión de la Capilla real de Granada con la presencia de Carlos V) hasta finales del reinado del emperador, se estableció un periodo de modus vivendi durante el cual se esperaba una profunda asimilación de los minoritarios. Un fuerte distanciamiento entre los moriscos exasperados por el reforzamiento de la represión y el aumento de las dificultades económicas y la Corte y sus representantes insatisfechos por la poca eficacia de la evangelización y preocupados por las repetidas iniciativas turcas y berberiscas en el Mediterráneo condujo a la adopción de un arsenal de medidas aculturantes y a la rebelión en 1568 de los moriscos del reino de Granada. Esta contienda que duró unos dos años fue ocasión de una inaudita violencia desatada por las dos partes. Se terminó por una masiva deportación de los moriscos en otros territorios de la Corona de Castilla a finales de 1570. Por fin entre esta última fecha y la primera década del siglo XVII, la falta de confianza mutua, el fracaso de las nuevas campañas de evangelización, el temor a una invasión musulmana, facilitada por la llamada quinta columna morisca, hacen prosperar las propuestas más extremas de eliminación de las comunidades moriscas. Entre todas las vías la de la expulsión fue la más examinada por los consejeros del rey. Felipe III terminó decretándola el 4 de abril de 1609. Se consideró que esta medida que reforzaba la reputación de la monarquía a nivel internacional había sido el mayor acontecimiento del reinado. El mismo monarca pidió al marqués de Caracena, virrey del reino de Valencia, que encargara a pintores ejecutar cuadros realizados en 1612 y 1613 para conmemorar la expulsión. Siete enormes cuadros, cuyos autores son Pere Oromig, Vicent Mestre, Jerónimo Espinosa, Francisco Peralta, evocan los episodios del exilio de los moriscos valencianos. Además, en 1627 fue organizado en la Corte un concurso sobre el tema de la expulsión de los moriscos. El ganador fue Diego de Velázquez cuyo cuadro fue perdido en el incendio del Alcázar de Madrid en 1734.
Autor: Bernard Vincent
Bibliografía
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VINCENT, Bernard, L’islam d’Espagne, résistances identitaires des morisques, Paris, 2017.