El establecimiento de estrechos contactos comerciales entre la  Península Ibérica y los Países Bajos puede retrotraerse al siglo XV, momento en el que no solo se establecieron rutas para el intercambio de mercancías sino que también se abrió la puerta al movimiento de personas e ideas entre ambos espacios en virtud de la la integración de estos territorios en un mismo entramado dinástico bajo Carlos V. Durante la primera mitad del siglo XVI la presencia en la Baja Andalucía de comerciantes neerlandeses procedentes de Amberes, Brujas y otras ciudades manufactureras del interior flamenco, así como de importantes puertos septentrionales como Ámsterdam o Middelburg, fue incrementándose paulatinamente así como su participación en el circuito comercial hispánico. Desde centros atlánticos como Sevilla y Cádiz, pero también presentes en puertos mediterráneos de importancia como Valencia, Génova y Livorno, los miembros de este grupo consiguieron poner en contacto economías y territorios distantes. Actuaban así como importantes conectores que, a través de sus negocios y sus servicios navales para el transporte de mercancías, contribuían a dotar de mayor operatividad al desagregado sistema imperial hispánico al facilitar el contacto entre sus múltiples dominios. La comunidad neerlandesa, formada tanto por aquellos comerciantes procedentes de las provincias meridionales como por los hombres de negocios de Holanda, Zelanda y otras provincias del norte, manifestaba entonces cierta coherencia y uniformidad. Súbditos todos ellos del monarca hispano, el potencial económico de estos comerciantes y la importancia de sus actividades, actuando como perfectos intermediarios entre el Báltico y el Mediterráneo, justificaban su posición privilegiada y la buena acogida y protección de la que gozaron, por parte de la Corona. Además, aquellos que se asentaron en Sevilla y Cádiz lo hicieron alentados por las posibilidades de incluir en el negocio los nuevos productos y mercados americanos.   

El inicio de la revuelta en Flandes a partir de 1566 dio lugar en las décadas siguientes a una serie de acontecimientos políticos que afectaron profundamente a la composición de esta comunidad mercantil. En este sentido, los primeros años de la rebelión no supusieron aparentemente grandes diferencias respecto a las décadas anteriores. No obstante, la prolongación del conflicto y, sobre todo, el rechazo de la soberanía de Felipe II por parte de las siete provincias septentrionales y su constitución como entidad política independiente (la llamada República de las Provincias Unidas) dio lugar a una diferenciación política y jurídica, a ojos de la Corona, entre sus vasallos flamencos y los “rebeldes” holandeses. Algo que tuvo evidentes consecuencias al ámbito comercial, pues si bien los primeros mantuvieron su posición privilegiada dentro del sistema, a los segundos se les intentó excluir del mismo por medio de una política de embargos que limitase su presencia dentro de los circuitos comerciales hispánicos. La situación bélica en los Países Bajos, por otro lado, dio lugar al desplazamiento y la migración de un alto número de firmas de negocios flamencas que durante las décadas de 1570 y 1580 se trasladaron desde Amberes y otras plazas flamencas hacia otros centros mercantiles y financieros europeos como Hamburgo, Colonia, Ruan o incluso los puertos septentrionales de Ámsterdam o Rotterdam, llevando consigo familias y capitales y trasladando sus negocios a las nuevas ciudades de acogida. Un elevado porcentaje de estos emigrantes flamencos se dirigieron también hacia España y Portugal, donde reforzaron la presencia de comunidades neerlandesas preexistentes en ciudades como Sevilla, Cádiz o Lisboa. Desde allí pudieron actuar como privilegiados conectores mercantiles entre el Atlántico, el Mediterráneo y el norte de Europa,  participando en unos circuitos comerciales por los que fluía una amplia variedad de productos (maderas y cereales bálticos, metales americanos, sal del Caribe, lana castellana, textiles flamencos, aceite y vino andaluz, cítricos…) cuya circulación facilitaba la integración de mercados y regiones económicas. Por tanto, las transformaciones políticas surgidas al hilo de los problemas en Flandes y del posterior conflicto con las Provincias Unidas septentrionales pondrían fin, al menos teóricamente, a la uniformidad y la homogeneidad que hasta entonces había caracterizado a la nación neerlandesa.

En las últimas décadas del XVI y los primeros años del siglo XVII la Corona se esforzó en distinguir a los comerciantes flamencos de las provincias meridionales y, por tanto, vasallos del monarca frente a sus vecinos holandeses y zelandeses. Era el paso previo para una eficaz puesta en práctica una política de embargos eficaz, tal y como se llevó a cabo contra los hombres de negocio de la República a través de una serie de decretos generales de embargo en los años de 1585, 1586, 1598, 1608 y 1621. La presencia de hombres de negocio holandeses en la región andaluza sufrió un duro golpe pues las operaciones de detención y embargo promovidas por los titulares del ducado de Medina Sidonia, en calidad de capitanes generales de la costa de Andalucía, sin duda dificultaron sus  operaciones. No obstante, hasta 1609 los comerciantes neerlandeses recurrieron a prácticas de contrabando con las que sortear los mecanismos legales de represión.

La llegada de la Tregua de los Doce Años y la supresión temporal de los embargos hicieron posible entre 1609 y 1621 la navegación y el comercio de los hombres de negocio neerlandeses en aquellas zonas donde anteriormente se habían aplicado medidas de asfixia económica y exclusión comercial contra los súbditos de la República. En el caso andaluz, el restablecimiento de sus negocios y la autorización de su presencia en Sevilla y en otros puertos (Cádiz, Sanlúcar, el Puerto de Santa María, Ayamonte…) que se integraban dentro del importante polo comercial de la Baja Andalucía, punto de contacto fundamental de rutas y mercados a nivel global, favorecieron su capacidad de operar libremente en áreas que, en gran medida, habían quedado fuera de su alcance como consecuencia de la anterior política de embargos. En este sentido, la firma de la tregua permitió a los comerciantes neerlandeses irrumpir con fuerza en el comercio del Mediterráneo (en neerlandés, Straatvaart) como principales conectores mercantiles entre este espacio y el norte de Europa. Recuperaban así en las décadas de 1610 y 1620 una función en la que habían sido sustituidos durante las anteriores décadas de conflicto por parte de los mercaderes hanseáticos, quienes hasta entonces habían podido participar en el sistema comercial español en calidad de socios preferente. En el contexto de la tregua, sin embargo, los holandeses llegaron incluso a monopolizar los lucrativos circuitos comerciales que unían regiones económicas distantes, desbancando a sus competidores hanseáticos y posibilitando además, gracias a su operatividad desde centros como Sevilla, Cádiz o Lisboa, la presencia en dichos circuitos de productos americanos (plata, sal, cochinilla) y asiáticos (pimienta, porcelanas) que quedaban así al alcance de los distintos mercados europeos, tanto en la región báltica y del Mar del Norte como en la cuenca mediterránea.  No es de extrañar que, al hilo de esta importante labor que los hombres de negocio holandeses desempeñaban con el almacenamiento, procesamiento y distribución de mercancías a nivel global, los Estados Generales de la República tratasen de defender la posición y los intereses de estos grupos de mercaderes por medio del establecimiento de instituciones corporativas en aquellos puertos y ciudades donde el peso de estas comunidades era cada vez mayor. En esta línea, entre los años de 1610 y 1620 la República estableció una red de consulados en el Mediterráneo y en Asia Menor que se fue ampliando progresivamente conforme los negocios neerlandeses se incrementaban en un espacio que, pese a lo que tradicionalmente se ha venido considerando, para el siglo XVII gozaba aún de una evidente vitalidad económica. El establecimiento de consulados en Livorno (1612), Alepo (1613), Venecia (1614) y Génova (1615), entre otros puertos, corría paralelo al reconocimiento de las Provincias Unidas como entidad soberana por parte de poderes mediterráneos como el Imperio Otomano, en cuya capital figuraba un representante diplomático neerlandés con carácter permanente desde 1612. Por otra parte, aunque la República fue incapaz de contar con un representante diplomático dentro de la Península, en tanto en cuanto su consideración como poder independiente seguía siendo rechazada por la Corona, sí que consiguió, no obstante, el envío a Sevilla de un agente (Johan van Hoorn) al que las fuentes neerlandesas califican de cónsul y que se instaló en la ciudad hispalense en 1615. Aun así, hay pocas pistas de la actuación de este individuo y no se conoce exactamente la fecha de su regreso a los Países Bajos. En cualquier caso, hubo de tener lugar necesariamente antes del fin de la tregua hispano-neerlandesa en 1621 y del restablecimiento del conflicto, que se vio acompañado nuevamente por una política agresiva contra la navegación y el comercio holandés, con el embargo de barcos y el cierre de rutas y mercados hispánicos a sus productos.         

No obstante, es en los años inmediatamente posteriores a la firma de la Paz de Münster donde mejor se ve la importancia estratégica que la fachada atlántica andaluza siempre tuvo a ojos de la República y sus hombres de negocios como puerta hacia el comercio de Levante y como principal vía de acceso a unos mercados americanos cuyo control, al menos en teoría y con excepción de algunos puertos brasileños que por el tratado de 1648 quedaban en manos neerlandesas, seguía estando reservado exclusivamente a los castellanos. La llegada de la paz hispano-neerlandesa y el restablecimiento del comercio entre los súbditos de ambas potencias promovieron una fuerte afluencia de mercaderes holandeses sobre los puertos andaluces. Pese a que la presencia de la mayor parte de este grupo era de carácter temporal, por contraposición a la tendencia que sus vecinos flamencos mostraban de fijar su residencia en ciudades andaluzas e integrarse en sociedad local, no por ello las autoridades de la República dejaron de establecer mecanismos de representación consular al servicio de sus comerciantes. La creación de nuevos consulados en San Lúcar, Málaga y Cádiz en fechas tan tempranas como 1648 demuestra el profundo interés que la costa andaluza despertaba en una comunidad mercantil neerlandesa que, a partir de entonces y hasta los primeros años del siglo XVIII, contará con una presencia y un volumen de negocios muy por encima de otras naciones extranjeras que operaban en la misma zona, como los ingleses y los franceses. Así, para las décadas de 1670 y 1690 fueron los holandeses quienes ejercieron un papel dominante sobre los mercados peninsulares y americanos como principales socios comerciales de la Corona, lo que hay que poner en relación con un acercamiento político entre ambas potencias que tiene lugar de simultánea frente a la amenaza francesa. Al hilo de un proceso por el cual Sevilla fue perdiendo progresivamente su papel como principal puerto hacia América y que acabaría culminando en el traslado de la Casa de Contratación a Cádiz, la ciudad gaditana se convirtió durante la segunda mitad del XVII y el XVIII en la capital del comercio neerlandés en la Península y en un punto fundamental del comercio internacional donde se entrecruzaban las rutas atlánticas, mediterráneas y septentrionales. Esta posición privilegiada del emporio gaditano, junto a la importancia de la plata como elemento clave para las transacciones en aquellas regiones y mercados que integraban el sistema mercantil neerlandés a escala global (Báltico, Mediterráneo, Oriente), favorecería una presencia de comerciantes neerlandeses en la ciudad que nunca dejó de ser importante ni cuantitativa ni cualitativamente durante todo el siglo XVIII. Todo ello pese a la ventaja que sus competidores franceses demostrarían a partir de 1715 y de la aparición de nuevas condiciones políticas y comerciales surgidas del Tratado de Utrecht, las cuales afectaron a Europa, en general, y a España, en particular.

Autor: Alberto Mariano Rodríguez Martínez

Bibliografía

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ISRAEL, Jonathan Irvine, “Spain, the Spanish embargoes and the struggle for the mastery of world trade, 1585-1660” en ISRAEL, Jonathan Irvine (ed.), Empires and Entrepots: Dutch, the Spanish Monarchy and the Jews, 1585-1713, Londres, Hambledon Press, 1990, pp. 189-212.

ISRAEL, Jonathan Irvine, Dutch primacy in world trade, 1585-1740, Oxford, Oxford University Press, 2002.

SCHUTTE, Otto, Repertorium der Nederlandse vertegenwoordigers in het buitenlands, 1585-1810, La Haya, 1976, 2 vols.