El gobierno de la ciudad de Jaén fue ejercido durante la Edad Moderna por los regidores (que como su nombre indica, eran los oficiales que regían la ciudad), posteriormente conocidos como caballeros veinticuatro, en conjunción con los jurados y otros oficiales municipales que se reunían en cabildo para tratar acerca de los negocios y toda clase de asuntos que afectasen a la capital del Santo Reino. Este cabildo municipal estaba presidido por la figura del corregidor, representante del poder real en la ciudad.
Hay que destacar que Jaén fue durante esta época una de las ciudades que poseyó voto en Cortes, razón por la que el oficio de regidor fue muy codiciado. La participación de un regidor en las distintas reuniones de Cortes en calidad de procurador suponía un beneficio económico y político asegurado, algo de lo que todos los regidores querrán obtener provecho. Para ello debían esperar a que les llegara su turno mediante el correspondiente sorteo de procuración a través del denominado “sistema de rueda”.
Durante el período en que el condestable Miguel Lucas gobernó en Jaén (1459-1473) el número de regidores de la ciudad creció hasta llegar a ser doce, recayendo estos nuevos oficios sobre criados y personas de su confianza, lo que dio mayor estabilidad a su gobierno. Tras ser asesinado, sus enemigos elevaron numerosas quejas a los Reyes Católicos para que desposeyeran de sus respectivos oficios a todos aquellos que los habían obtenido gracias a su cercanía con el condestable y en su lugar los nombraran a ellos, petición a la que los monarcas accedieron. Sin embargo, las protestas de los afectados ante los perjuicios ocasionados por esta decisión llevaron a la Corona a optar finalmente por una solución salomónica, restituyendo en sus antiguos oficios a aquellos oficiales que habían sido desposeídos de ellos, a la vez que se mantenía en el cabildo a los recién nombrados, con lo que el número de regidores se duplicó, quedando en veinticuatro. Desde entonces, los regidores de Jaén serán conocidos como caballeros veinticuatro, denominación que, al igual que ocurrirá en otras ciudades andaluzas, se mantendrá durante toda la Edad Moderna a pesar de que su número continuará creciendo a medida que la Corona proceda a la enajenación y acrecentamiento de nuevos oficios concejiles para hacer frente a los cada vez mayores apuros hacendísticos de la Monarquía Hispánica.
En efecto, este número aumentó a raíz de los acrecentamientos de veinticuatrías llevados a cabo a partir de 1543. Así, por ejemplo, si en 1555 ya eran 29 los regidores, cinco años más tarde este número había superado los 40. En cambio, en 1565 éste descendía a 37 como consecuencia del consumo de algunos de estos oficios, para posteriormente elevarse a 43 en 1580. Tras producirse nuevos acrecentamientos y consumos, el número de caballeros veinticuatro ascendía a 45 en los primeros años del siglo XVII, llegando a los 48 en 1640 y a 53 en 1657. A partir de este momento, los regidores empezarán a dejar de asistir a los cabildos, a medida que se vayan celebrando cada vez menos reuniones de Cortes y la posibilidad de obtener nuevos beneficios vaya disminuyendo, lo que llevará consigo la pérdida de valor del oficio de caballero veinticuatro y, en consecuencia, la progresiva disminución de su número.
En cuanto a la composición social de este grupo de poder, ésta fue sufriendo cambios a lo largo del tiempo. A diferencia de otras ciudades como Córdoba o Sevilla, durante los últimos siglos de la Baja Edad Media y hasta la primera mitad del siglo XVI, en la ciudad de Jaén encontramos pocas familias pertenecientes a la nobleza de sangre, entre las que podemos destacar los Torres y Portugal (Casa de Villardompardo), los Hurtado de Mendoza, posteriormente Fernández de Córdoba a raíz de un enlace matrimonial (Casa de Torrequebradilla y Torralba) y los Ponce de León-Messía Carrillo (Casa de Santofimia y La Guardia), todos ellos correspondientes a la nobleza media. La presencia de estas familias en el cabildo municipal jiennense se puede constatar, aunque no de manera continuada, desde el último tercio del siglo XV. También en el gobierno de la ciudad estuvieron representadas algunas familias hidalgas que se habían ido ennobleciendo a lo largo del siglo XV gracias principalmente al servicio de las armas, tanto en el marco de las guerras civiles castellanas que salpicaron esta centuria y la anterior, como en el de la guerra contra los musulmanes del Reino de Granada.
En cuanto a los demás oficiales del Concejo, muchos de ellos fueron en su origen caballeros de cuantía, miembros de familias pecheras enriquecidas pertenecientes a la oligarquía municipal. En el caso de los linajes cristiano-viejos su riqueza provenía principalmente de las rentas procedentes del arrendamiento de las tierras y otros bienes inmuebles que poseían, mientras que en el caso de los judeoconversos el origen de su fortuna radicaba en el ejercicio de actividades tales como el préstamo, el arrendamiento de rentas, la artesanía suntuaria (platería), el comercio (seda, especias) y el desempeño de oficios de pluma (escribanías). Desde mediados del siglo XVI todas estas familias se fueron ennobleciendo sistemáticamente a medida que sus miembros obtenían en la Real Chancillería de Granada el reconocimiento de la condición de hidalgos, que más adelante les permitirá adquirir a muchos de ellos hábitos de órdenes militares, títulos nobiliarios y altos puestos en la administración. De esta manera, aquellas familias de caballeros cuantiosos se habían terminado transformando ya en el último tercio del siglo XVI en una oligarquía nobiliaria bien consolidada mediante una fuerte endogamia entre sus miembros.
Los acrecentamientos y ventas masivas de oficios concejiles llevados a cabo por la Corona desde mediados del siglo XVI posibilitaron el ascenso social de nuevas familias procedentes de la mesocracia local, judeoconversas muchas de ellas, que de este modo fueron aterrizando en el cabildo municipal durante la segunda mitad de este siglo y primeras décadas de la centuria siguiente. Al principio tuvieron que hacer frente a la oposición ejercida por aquellos linajes que llevaban asentados desde hacía generaciones en el gobierno de la ciudad, que veían con claro recelo el hecho de tener ahora que compartirlo con familias advenedizas. No obstante, a pesar de este rechazo inicial, pronto las familias tradicionales vieron una oportunidad de fortalecer sus haciendas enlazando matrimonialmente con estas nuevas pero ricas familias, lo que permitió consolidar aún más esta élite de poder.
Autor: Félix Marina Bellido
Bibliografía
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