Al calor de su riqueza agraria, manufacturera y comercial, la ciudad de Sevilla se convirtió en uno de los focos de movilidad social más dinámicos de la España Moderna. Aunque tal vez deba admitirse una atención excesiva al comercio, ha sido inevitable que la mirada historiográfica se haya posado preferentemente sobre los grandes mercaderes que, merced a su fortuna y las circunstancias, cumplieron el sueño de ennoblecer su linaje. El dinero y la condición aristocrática se dieron la mano con frecuencia en la Sevilla de la Carrera de Indias.

El mundo del gran comercio era bastante cosmopolita. Consistía en redes de intercambio que, además de mover mercancías, movían personas. Las elevadas tasas de movilidad mercantil contribuyeron a aumentar los amplios contingentes migratorios recibidos en la ciudad, numéricamente y cualitativamente. Sevilla contó con una larga y variada población alóctona en la Edad Moderna, dentro de la cual se contabilizaban muchos comerciantes extranjeros. Estudiando sus vidas, pueden trazarse bastantes biografías de integración en la sociedad local, algunas de ellas tan exitosas que culminaron en procesos de ennoblecimiento. Aquellos comerciantes extranjeros pasaron a formar parte de los segmentos más encumbrados de la sociedad local.

Durante el siglo XVI y buena parte del XVII, los extranjeros sólo pudieron aspirar a los estratos bajos y medios de la nobleza. Una nobleza de hidalgos y caballeros, integrada en la oligarquía local gracias al desempeño de oficios civiles y eclesiásticos, que podía encontrar su mayor lustre en la obtención de hábitos de órdenes militares o, más raramente, algún señorío de vasallos. Un ejemplo prototípico de esta nobleza de caballeros puede encontrarse en la trayectoria de los Mañara. Oriundos de Córcega, se hicieron un lugar en la sociedad sevillana cuando el perulero Tomás Mañara decidió establecerse en la ciudad allá por 1610. La fortuna de sus negocios le permitió ingresar en el Cabildo, entroncar matrimonialmente con familias de la oligarquía tradicional y conseguir hábitos de órdenes militares para sus hijos. Miguel Mañara, el más célebre de ellos, lució uno de Calatrava y se retrajo de la actividad mercantil para vivir como noble hasta que la muerte de su esposa lo empujó a despreciar las vanidades mundanas e impulsar la obra de la Santa Caridad.

A los comerciantes no les resultó sencillo superar este nivel nobiliario medio. Los primeros logros significativos los consiguió Juan Antonio Corzo Vicentelo, conocido como El Corzo, apodo que rendía tributo a sus orígenes en la isla de Córcega. El Corzo se convirtió en una de las principales referencias individuales del comercio hispalense, y la riqueza no tardó en dorar la condición de su linaje con el condado de Cantillana (1611) y el marquesado de Brenes (1679). Este último coincidió ya con la apertura de nuevas posibilidades durante el reinado de Carlos II. A las hidalguías, hábitos y oficios, los títulos empezaron a sumarse como artículo relativamente accesible en el mercado de los honores. Esa fecha concreta de 1679 parece destacarse como punto de arranque de la tendencia, coincidiendo con el enlace matrimonial entre el monarca y su segunda mujer, María Luisa de Orleáns. Más allá del hecho concreto, el fenómeno obedecía a los apuros hacendísticos de una Monarquía con ingresos disminuidos y peor acceso a los mercados crediticios, pero que prefería abstenerse de aumentar la presión fiscal en general y se contentaba con solicitar la colaboración, forzada o voluntaria, de los sectores sociales más pudientes. Un ejemplo de esta política fue conseguir ingresos vendiendo títulos nobiliarios.

Sevilla se convirtió en uno de los núcleos más activos en el beneficio de títulos nobiliarios. Abundaban las clases medias nobiliarias y mercantiles, que los ansiaban como agua de mayo. En la nómina de títulos negociados en Sevilla a partir de 1679, los apellidos españoles conviven con los foráneos. Allí encontramos a los Peralta, mercaderes flamencos que aprovecharon los beneficios del comercio para ennoblecer y conseguir el marquesado de Íscar. Otros flamencos con suerte similar fueron los Jácome de Linden. Oriundos de Lovaina, los Jácome y los Van der Linden enlazaron en Sevilla, dando lugar a una conocida dinastía que pasó por los estratos medios y bajos de la nobleza hasta conquistar la cima de la jerarquía obteniendo un marquesado, el marquesado de Tablantes.

Dos importantes casas italianas titularon también, la de los Federighi y la de los Bucarelli. Ambas procedían del Gran Ducado de Toscana y llegaron a Andalucía a fines del siglo XVI. Durante el reinado de Felipe III, consiguieron cartas de naturaleza para comerciar con América, potenciando así el abanico de negocios que habían desarrollado desde su establecimiento en España. A partir de ese punto, ambas protagonizaron un proceso de ascenso social similar a los anteriormente comentados, que culminó con la concesión del condado de Villanueva para la familia Federighi y el marquesado de Vallehermoso para los Bucarelli. Ya en la cúspide, los Federighi emparentaron con los Céspedes, marqueses de Carrión, y los Bucarelli con los condes de Gerena, alcanzando cotas de poder reservadas a la más alta aristocracia cuando Antonio María Bucarelli recibió el virreinato de la Nueva España en 1771.

Durante el siglo XVIII, la migración foránea se fue haciendo más débil conforme Sevilla se alejaba de los circuitos principales del comercio internacional. Las historias locales de ennoblecimiento protagonizadas por extranjeros comenzaron a escasear, a pesar de la intensa creación de títulos nobiliarios que caracterizó el XVIII español. Sin embargo, aún disfrutaban de una enorme visibilidad los apellidos y los títulos creados en el siglo XVII, que después sobrevivieron bastante tiempo, durante los siglos XIX y XX, llegando a veces hasta la actualidad.

Así que esta historia no es una historia completamente pasada. De hecho, el Patrimonio Histórico hispalense conserva huellas notables y dispersas de estas familias, que fueron parte importante de la oligarquía local durante la Edad Moderna. Las fundaciones religiosas han sobrevivido mejor que los edificios civiles en una ciudad como Sevilla, pero no dejamos de encontrar en pie la casa de los Mañara (calle Levíes), la de los Pinelo (calle Abades), la de los Bucarelli (calle Santa Clara) o la de los León-Lepin (calle Argote de Molina), mientras el Palacio de Yanduri ocupa el solar de lo que fue la residencia de El Corzo en la Puerta de Jerez. El apellido Mañara se encuentra indisolublemente asociado al Hospital de la Caridad y al patronato del colegio de San Buenaventura (calle Carlos Cañal). Y el linaje de los Neve guarda una relación fundamental con el Hospital de los Venerables y la transformación barroca de la parroquia de Santa María la Blanca. La Hermandad de la Misericordia se enriqueció con estos linajes durante su período de renovación seiscentista, al igual que el próximo Hospital del Pozo Santo. En la Catedral se encuentran la capilla de los Bécquer y la de los marqueses de Tablantes, por no hablar de la capilla de la Concepción Grande, cuyo patronato fue adquirido por el portugués Gonzalo Núñez de Sepúlveda. Y más. La ciudad está llena de recuerdos de aquellos hombres llegados a Sevilla para prosperar en el comercio.

Autor: José Manuel Díaz Blanco

Bibliografía

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