Las flotas de Nueva España fueron las formaciones navales que unieron España y el virreinato de México durante la Edad Moderna. La mayor parte de los barcos que navegaban en ellas eran mercantes. A la ida, tan sólo dos galeones de guerra se ocupaban de la protección militar -la capitana y la almiranta-, aunque en el viaje de vuelta las flotas se encontraban en aguas de Cuba con la flota de Tierra Firme y se beneficiaban de la protección de la Armada de la Guarda de la Carrera de Indias. No obstante, en la segunda mitad del siglo XVII, al espaciarse cronológicamente las salidas de los convoyes, las coincidencias con los convoyes del virreinato peruano se volvieron más raras y las flotas debieron volver a España sin la protección de la Armada cada vez más asiduamente.

La ruta de las flotas estaba establecida. La salida se efectuaba en Andalucía, al principio desde el eje Sevilla-Sanlúcar de Barrameda del río Guadalquivir y, desde 1680, desde la bahía de Cádiz. Una vez en alta mar, se dirigían a las islas Canarias, donde efectuaban una parada intermedia, y desde el archipiélago retomaban el rumbo hacia América, en la que entraban por el Caribe, donde el puerto de referencia era Veracruz. Según queda referido, el viaje de regreso a España comenzaba con un encuentro con los Galeones de Tierra Firme en la bahía de La Habana. A continuación, ambos convoyes (o las flotas solas, si no coincidían) abandonaban el Caribe por el estrecho de Florida, cruzaban el océano Atlántico, se detenían de nuevo en Canarias y encaraban el tramo final hasta alcanzar aguas andaluzas.

Las flotas de Nueva España transportaban productos agrarios y manufacturados europeos, y traían de vuelta plata y otros productos coloniales como grana cochinilla, cueros, carey, jengibre o cacao. También se conseguían productos asiáticos, especialmente chinos, como la seda, que llegaban a Nueva España por medio del Galeón de Manila, que unía los puertos de Cavite y Acapulco. Buena parte de los intercambios tenía lugar en las ferias de Veracruz, que en el siglo XVIII pasaron a compaginarse con las ferias de Jalapa. Por supuesto, los barcos no cargaban sólo mercancías y rentas fiscales. En ellos viajaban también pasajeros de todo tipo y se embarcaban documentos oficiales y particulares que eran necesarios para garantizar la gobernanza del virreinato.

Las flotas de Nueva España fueron un instrumento imperial bastante estable, que perduró bastante más que los Galeones de Tierra Firme. La única quiebra significativa en su seguridad tuvo lugar en 1628, durante la segunda fase de la Guerra de Flandes, cuando una armada de la Compañía de las Indias Occidentales holandesa al mando de Piet Heyn atacó con éxito a la flota que comandaba Juan de Benavides en la bahía cubana de Matanzas. El célebre episodio se cerró con la pérdida de las mercancías y, especialmente, de toda la plata. Vivido como un desastre sin precedentes en España, en Holanda fue ensalzado como un éxito colosal. El Rijksmuseum de Ámsterdam aún es testigo de la enorme satisfacción neerlandesa, conservando la propaganda artística sobre Heyn y su gesta, e incluso algún resto del botín de plata obtenido.

Los acontecimientos de 1628 fueron excepcionales. De hecho, las pérdidas navales más frecuentes se debieron más que nada a la fatalidad de las tormentas y a otros accidentes náuticos. En la actualidad, ningún caso despierta más interés entre los especialistas que el de la flota de 1630-31, gobernada inicialmente por Miguel de Echazarreta. Al iniciar el regreso a España, varios galeones se enfrentaron a una peligrosa tormenta que los hundió en la bahía de Campeche. Desde hace años, el galeón Nuestra Señora del Juncal (o, simplemente, la Juncal) se ha convertido en el objeto de deseo más anhelado por la arqueología subacuática mexicana, aunque por el momento la promesa de su hallazgo se ha mostrado esquiva.

La historia de las flotas de Nueva España se extiende hasta finales del siglo XVIII. Incluso después de la publicación del Decreto de Libre Comercio en 1778, las flotas siguieron existiendo y no fueron abolidas definitivamente hasta 1789. Su longeva trayectoria, superior a los doscientos años, las convierte en uno de los símbolos más distinguidos de toda una época histórica.

Autor: José Manuel Díaz Blanco

Bibliografía

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LANG, Mervyn F., Las flotas de Nueva España (1630-1710), Sevilla, Muñoz Moya, 1998.

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SERRANO MANGAS, Fernando, Los tres credos de don Andrés de Aristizábal, Jalapa, Universidad Veracruzana, 2012.