El germen de la Universidad de Baeza está en el colegio de la Santísima Trinidad fundado en esta ciudad en 1538 por el clérigo baezano Rodrigo López, a quien Paulo III concedió para su erección beneficios eclesiásticos en Bailén, Arjona, Lupión, Sabiote, Villanueva del Arzobispo, Alcalá la Real y Úbeda, con rentas que ascendían a 300 ducados anuales. Se trataba en realidad de un complejo educativo, con una escuela de primeras letras, otra de latinidad y una capilla dedicada al culto. Se nombró a Rodrigo López y a su hermano, Diego López, arcediano de Campos en la diócesis de Palencia,  administradores vitalicios, disponiendo que a su muerte fuera administrado por el cabildo de canónigos del obispado de Jaén residentes en Baeza. Un año después  un breve pontificio concedía a la capilla del colegio gracias espirituales y poco después Rodrigo López encargaba al maestro Juan de Ávila y al clérigo Francisco Delgadillo su fundación. La fama de predicador de Ávila y sus dotes organizativas fueron la causa de que se incorporara a la fundación biacense. Más tarde Paulo III lo nombraría patrono del colegio, junto a Diego de Sevilla, preceptor de la casa del Espíritu Santo de Baeza, con capacidad de nombrar a sus sucesores, liberándose así el centro de la tutela del cabildo giennense.

Juan de Ávila llegó a Baeza y el colegio de primeras letras empezó a funcionar enseguida. Regido por un rector, y con cuatro maestros se enseñaba a los niños a leer, escribir y contar, además de la doctrina cristiana. Sus miembros participaban en la procesión del Corpus y acompañaban los entierros de los ajusticiados. Se fundó también la escuela de gramática, con cuatro maestros que enseñaban latín en las clases de mínimos, menores, medianos y mayores. Los estudios se instalaron en una casa incautada a la familia Acuña con motivo de las Comunidades.

En los años siguientes el colegio fue progresando y en 1542 los patronos, Juan de Ávila y Rodrigo Pérez de Molina, solicitaron a la Santa Sede la ampliación de los estudios de humanidades y la facultad de otorgar grados académicos. El 23 de octubre de 1542 Paulo III otorgaba la bula para que “pudiesen conferir grados de bachilleres, licenciados y doctores”, quedando fundada con ella la Universidad de Baeza. En 1549 Juan de Ávila, único administrador del estudio, encargaba a Bernardino de Carleval el nombramiento de una persona conferida con autoridad para otorgar los grados. Carleval nombró canciller a Diego de Flores, arcediano de Castro. El 1 de diciembre de este mismo año tuvo lugar la primera colación de grados.  Recibieron los grados de doctores algunos profesores del colegio, que se convirtieron en los primeros profesores de la universidad. El Colegio se había transformado en un Estudio con dos facultades, de Artes y Teología. En 1562 Juan de Ávila, que se hallaba enfermo en Córdoba, renuncia a su puesto de patrono y le sucede Bernardino de Carleval.  Tras una solicitud del estudio baezano, en 1565 una bula de Pio V  creaba nuevas cátedras –de gramática, griego, retórica, dos de filosofía y dos de teología escolástica- y utilizaba por primera vez el nombre de universidad para referirse al estudio, confirmando la jurisdicción privativa, civil y criminal del rector sobre el personal universitario.  La Universidad contaba entonces con cuatro cátedras de latinidad –mínimos, menores, medianos y mayores-, tres cátedras de Artes o Filosofía y tres de Teología;   la cátedra de Griego, pese a estar autorizada, no gozaba de docencia efectiva.

En 1568 es nombrado administrador Pedro Fernández de Córdoba, heredero de los fundadores. Hombre enérgico y gran mecenas, dedicó sus cuantiosos bienes a la construcción del noble edificio renacentista, así como a la obra pía de San Juan Evangelista, aneja a la universidad y constituida por diez capellanías, tres de las cuales serían ocupadas por catedráticos y el resto por su familia. Fundó así mismo un colegio universitario para 18 becarios –filósofos y teólogos- y un colegio menor para 12 alumnos de gramática. Concluidas las obras del nuevo edificio y la capilla de San Juan Evangelista, la corporación se trasladó al mismo el 18 de octubre de 1595, festividad de San Lucas. En las cinco aulas del patio grande se impartían las clases de las facultades de Artes y Teología, y en el piso superior se ubicaron los alojamientos de los colegiales, familiares y oficiales. En la planta inferior del claustro de las escuelas menores se situaron las cuatro aulas de Gramática y los aposentos de los colegiales en su planta superior. En esta sede permanecería la Universidad hasta su extinción en 1824.

Al parecer Juan de Ávila dio a la Universidad unos primitivos estatutos que no se han conservado. En 1571, con motivo de una visita del vicario general del obispado, se añadieron nuevas disposiciones estatutarias que tampoco se conservan. En 1609 se redactaron nuevas constituciones que rigieron el estudio hasta su extinción. Aprobados por Felipe III el 4 de marzo de 1609, gobernaron la universidad durante más de tres siglos. Estructurados en 22 títulos, otorgan el gobierno a dos autoridades: los patronos o administradores –oficios bastante permanentes que controlaban la hacienda, convocaban cátedras y nombraban al personal subalterno, participando en la elección de rector y consiliarios- y el rector –máxima autoridad académica, elegido anualmente por patronos, consiliarios y rector saliente entre maestros y doctores del claustro. Había además dos consiliarios mayores y dos menores –en representación de las facultades de Teología y Filosofía-, un secretario,  depositarios, vicerrector, bedeles, etc. El órgano corporativo más importante era el claustro de la universidad, formado por el rector y sólo trece miembros: cinco maestros en Artes y ocho doctores en Teología, con competencias docentes y de régimen interno, que administraba los fondos.

El estudio de Baeza era en realidad un complejo educativo con todos los niveles de enseñanza. Comenzaba  con las escuelas de primeras letras, regidas por un rector y varios maestros, en un edificio aparte, donde se enseñaba a leer, escribir, aritmética y doctrina cristiana. Continuaba en las escuelas de gramática, con la enseñanza de lengua latina por el Arte de Nebrija en cuatro niveles diferentes, ubicadas en el propio edificio universitario y denominadas facultades menores. Superados estos estudios y habiendo cumplido al menos doce años, los alumnos accedían a la enseñanza universitaria propiamente dicha.  Primero a la facultad de Artes, donde por espacio de tres años estudiaban las obras de Aristóteles en cursos sucesivos de Súmulas, Lógica y Filosofía. Superados los estudios –primero por meras asistencias, más tarde por exámenes-, obtenían el grado de bachiller, que capacitaba profesionalmente. Después, realizando actos de conclusiones y abonando los derechos correspondientes, podían acceder a los grados de licenciado y doctor.  La única facultad mayor del estudio era la de Teología, que comprendía cuatro cátedras: Prima, Vísperas, Durando y Sagrada Escritura,  con textos de Santo Tomás y Pedro Lombardo y grados de bachiller, licenciado y doctor.

Todas las cátedras se proveían por oposición ante expertos examinadores, sin participación de los alumnos, y eran nombradas por los patronos. Hacia 1760 las cátedras mejor dotadas eran las de Teología, con asignaciones, en metálico y especie, diferentes en cada caso (de 1.200 reales anuales la de Prima, a 600 la de Durando y Teología moral); las de Filosofía con asignación muy baja: 500 reales al año; las de Latinidad entre 600 y 1.000 reales; los maestros de primeras letras entre 365 los de lectura y 800 el de escritura. Aunque todas las cátedras eran temporales, el profesorado del centro biacense fue bastante estable. En cuanto al alumnado, los estudios de latinidad eran los más concurridos: en el siglo XVI superaban dos o tres centenares; en el XVII disminuyeron en torno al centenar; en el XVIII  se recuperaron. En cuanto a los alumnos de facultades, los de Artes eran los más numerosos: en torno al centenar durante el siglo XVI, después disminuyeron. Los alumnos de Teología solían ser solo varias decenas. Las cifras de graduados sin embargo, solían ser más altas. Los estudios eran gratuitos, solo se abonaban derechos por exámenes y graduaciones; las tasas eran más baratas que en otras universidades, especialmente en las graduaciones, pues no existían los regalos y propinas que tanto las encarecían en otros centros, lo que explicaría las cifras de graduados.

Los primeros años del estudio baezano fueron los más brillantes de su historia; bajo la impronta de Juan de Ávila, vivió una época de dinamismo intelectual y fervor pastoral que se quebró en los años setenta del siglo a causa de las acusación de alumbradismo a un grupo de baezanos, algunos de ellos profesores, buena parte de origen converso, que provocó varios procesos inquisitoriales que originaron el cese y prisión de algunos de sus profesores más insignes: Hernando de Herrera, Diego Pérez Valdivia, Bernardino de Carleval, etc. Recuperado de este duro golpe, el estudio recibió en 1630 el espaldarazo real frente a la competencia del convento dominico de Santa Catalina de Jaén, cuyas enseñanzas y colación de grados fueron suspendidos. En 1667, coincidiendo con el mandato de un rector baezano en la Universidad de Salamanca, ambas universidades se hermanaron y proclamaron la validez mutua de sus cursos. Era un reconocimiento importante y en 1685, a petición de la Universidad, Carlos II erigía una nueva facultad de Cánones con tres cátedras: Prima, Vísperas y Decreto, que comenzó a funcionar de inmediato, pero que cesaría en 1710 por falta de dotaciones. La Universidad languidece en las décadas siguientes, sin que llegara siquiera a elaborar un nuevo plan de estudios en el marco de las reformas de Carlos III. Aunque sus enseñanzas mejoraron algo en base a las disposiciones generales que afectaron a la organización de la enseñanza universitaria durante esta etapa, la pugna entre el claustro y los patronos del estudio se recrudece en estos años, sin que la universidad se recupere. Es un preludio de la supresión de sus enseñanzas universitarias en la Real Cédula de 12 de julio de 1807, impulsada por el ministro Caballero, que suprimía todas las Universidades menores del reino e imponía un plan de estudios unitario a las restantes. Continuaron los estudios de primeras letras y latinidad, bajo la supervisión de la Universidad hispalense. En 1815 Fernando VII restauró de nuevo los estudios universitarios, que puso bajo la supervisión de una Junta Censoria, quitando atribuciones al claustro, que volvería a recuperarlas durante el trienio liberal, para perderlas más tarde y sufrir una fuerte depuración de sus profesores. Al fin, en 1824 la Chancillería de Granada ordenaba que no comenzara el nuevo curso. Baeza había perdido definitivamente su universidad. Como compensación, se creó un colegio de Humanidades, que en 1875 se transformaría en Instituto Nacional de Bachillerato, heredero de los locales,  que ha mantenido la documentación histórica de la extinta universidad.

Autora: Inmaculada Arias de Saavedra Alías

Bibliografía

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