En un espacio delimitado por los pueblos de Cartajima, Júzcar, Pujerra y Ronda y su serranía, se produjo la que quizá fuese la primera reacción en el campo siderúrgico a los desastres de la España de los Austrias; unas instalaciones en cuya historia se entremezclan los datos históricos documentados con las tradiciones orales tan habituales en la época.
En los primeros consta que fueron cuatro instalaciones con distinta ubicación, aunque constituían un proyecto unitario vertebrado por el río Genal que suministraba la imprescindible energía hidráulica y sito en un entorno forestal que proporcionaba la madera precisa para su carboneo como combustible para los hornos. La historia se inició en 1726 cuando la Junta de Comercio y Moneda recibió la petición de dos metalúrgicos suizos: Pedro Menrón y Emerico Dupasquier, a los que más tarde se incorporarían un alemán y un jerezano, junto una treintena maestros alemanes con sus familias.
Este proyecto constituía lo que hoy se denominaría una “industria integral” que abarcaba desde el lavado del mineral -aunque no su extracción-, hasta el producto final constituido por la hoja de lata. Con independencia de las viviendas, capillas, carnicerías, tiendas, tabernas y lavaderos y de la obra hidráulica -presas, azudes, canales y puentes-, el conjunto industrial constaba de cuatro secciones, cada una con talleres y almacenes; horno alto para producir dos toneladas diarias; horno de reverbero para refundir el arrabio; un número indeterminado de forjas para reducirlo a hierro dulce y cuatro martinetes movidos por la corriente del Genal. Pujerra fue el lugar elegido para la fandería -el taller de laminado-, así como para la línea de blanqueo y el estañado de la chapa, afirmándose que la hojalata resultó de una calidad superior a la habitual, mejorando incluso a la que medio siglo más tarde se obtendría en las novedosas instalaciones asturianas. Pero por razones desconocidas pronto se abandonó la chapa estañada, producto técnicamente fundamental, limitándose a producir una chapa de baja calidad y otros diversos objetos de hierro dulce, siendo incapaz de entregar dos pequeños cañones y otras piezas de mayor tamaño que le solicitaron desde la fundición de artillería sita en Alcalá de Guadaíra.
La empresa atravesó por diversas alternativas financieras, partiendo de capital mixto y siendo sucesivamente primero estatalizada y luego privatizada, para finalizar en régimen de concesión antes de cumplir el medio siglo de vida. La cronología evidencia los altibajos del proyecto, iniciado en 1726 y que en 1731 estaba en plena producción gestionada por la Real Hacienda. En 1747 aparece un nuevo proyecto tendente a duplicar la producción con otro alto horno a ubicar en Cortes de la Frontera, aunque en 1749 fue reprivatizada y cedida en arriendo, lo que conllevó su paralización durante el lapso comprendido entre 1753 y 1755, la fecha en que recuperó una actividad efímera cuyo final hay que situar en la década de 1760, aunque un autor afirma haber hallado datos correspondientes a 1802.
Entre las informaciones dudosas -o al menos no contrastadas-, hay que ubicar también la que asegura que los metalúrgicos suizos salieron de su país escondidos en barriles, pues los maestros tenían una alta consideración profesional dada la importancia decisiva, tanto económica como militar, de sus conocimientos técnicos. Tampoco hay evidencia de que la calidad del producto obtenido en estas instalaciones no fuese superada por la siderurgia española hasta bien iniciado siglo XIX.
En el plano de lo históricamente conjetural hay que situar el fracaso de esta iniciativa, que no puede achacarse totalmente a la ubicación elegida, porque la energía hidráulica, la existencia de una gran cantidad de madera y la cercanía del mineral férrico eran elementos muy importantes y todos ellos se daban en abundancia. Más discutible es que hubiese una demanda potente y sostenida, aunque al respecto se cita el campo de Gibraltar a pesar de la reciente pérdida del Peñón. Factores más determinantes parecen ser la carencia de una visión político-financiera y mercantil, a la que pronto se sumó la oposición de la oligarquía del entorno, así como la elección de un lugar prácticamente inaccesible con los medios de transporte de la época, al extremo de importar camellos desde Canarias porque se adaptaban mejor que las caballerías a los senderos por los que inevitablemente saldrían los productos hacia sus hipotéticos mercados.
Autor: Siro Villas Tinoco
Bibliografía
ALCALÁ-ZAMORA Y QUEIPO DE LLANO, J. «Progresos tecnológicos y limitaciones productivas en la nueva siderurgia andaluza del siglo XVIII», en Actas del I Congreso Historia de Andalucía. Andalucía Moderna (Siglo XVIII), I, Monte de Piedad y Caja de Ahorros, Córdoba, 1978, 13-36.
SIERRA DE CÓZAR, P y SIERRA VELASCO, J. E. La Real Fábrica de Hoja de Lata de San Miguel de Júzcar, Ed. La Serranía, Alcalá del Valle (Cádiz), 2013.
Título: Estado actual de la Real Fábrica de Hojalata de San Miguel. Fuente: Diputación de Málaga.