Desde mediados del siglo XVII, en lo más elevado del estamento nobiliario, comenzó a vislumbrarse el inicio de un cambio que se fue consolidando a lo largo de las décadas siguientes y que tuvo plena continuidad en el siglo XVIII. Nos estamos refiriendo al constante incremento de la cima del honor, de los nobles titulados, quienes habían permanecido hasta entonces como un conjunto inexpugnable frente a elementos externos o advenedizos. En esta apertura tendría mucho que ver la ampliación de los méritos y servicios recompensados, pues si hasta el reinado de Felipe IV los títulos habían recaído fundamentalmente en primogénitos y segundones de las principales Casas nobiliarias, a partir de entonces, y sobre todo en tiempos de Carlos II y Felipe V, estas dignidades sirvieron para premiar méritos de diversa índole, entre ellos, los “méritos pecuniarios”.
En lo que respecta al total de títulos concedidos en el siglo XVII es difícil establecer una aproximación exacta, pues las diversas fuentes consultadas por los autores que se han acercado al tema, así como los distintos criterios de contabilización que han seguido, hacen que las cifras arrojadas sean bastante dispares. Siguiendo las aportadas por Enrique Soria, de aproximadamente 307 títulos nobiliarios que existían a finales del reinado de Felipe III, la cifra se elevó como mínimo a 1.047 títulos a la altura de 1700, y a 1.404 hacia mediados del siglo XVIII.
Ya a lo largo del reinado de Felipe IV la nobleza titulada se incrementó notablemente, máxime si comparamos los títulos concedidos en los reinados precedentes, con los otorgados durante este periodo. En este crecimiento tendría mucho que ver el intento del Conde Duque de Olivares de crear una nobleza “comprometida y dispuesta a sacrificarse en aras del bien de la república”. Las concesiones entonces continuaron vinculadas, como en los reinados anteriores, a la sangre y al origen noble. Por tanto, buena parte de estas mercedes recayeron en individuos pertenecientes a grandes Casas nobiliarias ya tituladas. Ampliamente premiados fueron además los méritos y servicios que se habían desempeñado en la milicia, en la Corte o en el ejercicio de cargos políticos o burocráticos, y aunque en menores proporciones, también se concedieron algunos títulos a cambio de servicios o méritos pecuniarios, es decir, de un desembolso económico. Es preciso señalar, que la enajenación de estos honores se inició previamente en los territorios italianos de la Monarquía antes de llegar a España y América.
En lo que respecta a las Grandezas de España, es destacable que durante este reinado su número aumentó considerablemente, lo que conllevó una cierta desvalorización de la Grandeza y el rechazo de las viejas Casas, que recelaban ante el ingreso de nuevos miembros en esta categoría nobiliaria. Fue entonces, en el reinado de Felipe IV y no en tiempos de Carlos V, cuando se crearon las distinciones dentro del seno de la Grandeza, estableciéndose así Grandes de primera, segunda y tercera clase.
Si con Felipe IV se inició el incremento de la nobleza titulada, con Carlos II (1661-1700) llegaría a su cenit, siendo el reinado en que aparentemente más títulos se otorgaron. No obstante, dicho periodo no fue homogéneo en cuanto a la provisión de estos honores, pues existen dos etapas bien diferenciadas: la regencia de Mariana de Austria (1665-1675) y el reinado, más o menos efectivo, de Carlos II (1675-1700).
Durante los primeros años correspondientes a la minoría de edad de Carlos II, la creación de títulos nobiliarios fue algo baja, y respondió a dinámicas similares a las empleadas en los años precedentes, observándose por tanto una cierta continuidad con el reinado de Felipe IV. Iniciada la segunda etapa del reinado de Carlos II, y sobre todo a partir de finales de agosto de 1679, fecha en que tuvo lugar el casamiento real entre el monarca y María Luisa de Orleans, la política de concesión de títulos nobiliarios cambio sustancialmente, produciéndose una verdadera “inflación de honores” a partir de entonces, producto de la enajenación masiva de estas mercedes que vendría a perdurar hasta finales del siglo XVII. Los ritmos de creación y los periodos de mayor concesión tendrían una correlación directa con las coyunturas en las que las necesidades financieras de la Corona fueron mayores, diferenciándose así diversas etapas en las que las ventas de títulos nobiliarios fueron mucho más destacadas.
A lo largo de este segundo periodo del reinado de Carlos II, siguieron concediéndose títulos nobiliarios a primogénitos o segundones de Casas nobles, aunque en menores proporciones, así como a servidores de la Corte -en concepto de mercedes dotales-, y a quienes habían servido en la carrera burocrática, judicial, política o militar. Pero como hemos apuntando, en buena parte de los casos estas mercedes se otorgaron previo precio, llegando a adquirirse incluso las Grandezas de España, sobre todo por parte de importantes hombres de negocios que habían servido ampliamente al rey. Las ventas entonces se realizaron principalmente a través de instituciones religiosas y a cambio de financiar nuevas unidades militares, aunque existieron más espacios de venta, entre otros, las compras directas en la Corte o las enajenaciones a través de los virreyes americanos y los presidentes del Consejo de Indias.
Durante el reinado de Felipe V, las dinámicas y procesos de concesión de títulos nobiliarios fueron muy similares a las del reinado anterior, manteniéndose las mismas vías de acceso a estos honores y ascendiendo el total de títulos nobiliarios concedidos a un total de, al menos, 322, en los que no se incluyen las Grandezas de España.
En cuanto a las coyunturas más pródigas en el reparto de estas mercedes, destacan los años de la guerra de Sucesión (1701-1714), pues fue preciso recompensar los servicios prestados durante la contienda, principalmente los servicios militares y económicos, y atender a las necesidades económicas de la guerra, lo que provocó además que aumentara entonces la venta de estos honores. Durante estos años se enajenarían además títulos a través de monasterios y conventos que los custodiaban en blanco desde las últimas décadas del siglo XVII, periodo en que se habían colapsado estos espacios de venta.
Finalizada la guerra de Sucesión, tras unos años en que se contuvo el número de mercedes, volvería a existir un repunte en las concesiones en torno a los años 1727-1729, con motivo de los títulos otorgados por el Archiduque Carlos que fueron convalidados por Felipe V, tras la Paz de Viena de 1725. Los años transcurridos entre 1729 y 1733, con motivo del traslado de la Corte a Sevilla, también implicaron un ligero incremento, al igual que el intervalo entre 1738 y 1746.
En relación a los méritos y servicios recompensados con estas mercedes durante la primera mitad del siglo XVIII, debemos señalar que casi el 60% fueron otorgados en atención a méritos y servicios prestados durante la guerra de Sucesión, en las finanzas, la Corte, la política, el ejército y la armada, siendo los servicios políticos desempeñados en cargos burocráticos o administrativos de la monarquía, junto con los servicios militares, los premiados en mayor medida. En cuanto a los títulos dados en atención a servicios pecuniarios, que representan cerca del 40% del total de concedidos, a lo largo de la primera mitad del siglo XVIII continuaron vigentes los mismos espacios de venta que en la centuria anterior, siendo los más importantes la venta a través de conventos y monasterios, las enajenaciones directas a través de las oficinas de la Corte y de las tesorerías de Madrid o Indias, o por medio de los virreyes y gobernadores de los territorios americanos. Al respecto, es interesante señalar que, del total de títulos enajenados, casi el 63% fueron adquiridos por individuos asentados en Indias, mientras que el resto recayó en compradores peninsulares.
Se constata por tanto una evidente continuidad entre la política de concesión de títulos nobiliarios que llevaron a cabo Austrias y Borbones, afirmación que estaría en total sintonía con las de Francisco Andújar Castillo, quien ha puesto de manifiesto que, pese a la historiografía que ha identificado el cambio dinástico con una profunda modificación del sistema de gobierno de la Monarquía, lo cierto es que a la luz de los resultados de diversos estudios que han revisado estas tesis, se demuestra que buena parte de las prácticas burocráticas y de los mecanismos político-administrativos del siglo XVII se mantuvieron inalterables durante el XVIII, siguiendo las directrices que ya se habían marcado. En el caso concreto de los títulos nobiliarios esta continuidad es evidente, tal y como hemos demostrado.
Autora: María del Mar Felices de la Fuente
Bibliografía
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