Las Órdenes Militares, desde sus orígenes medievales, fueron unas instituciones eminentemente masculinas y la presencia de la mujer estuvo marginada a algunas cuestiones asistenciales. Respecto a las castellanas -Ordenes de Santiago, Calatrava y Alcántara-, el acceso a sus honores durante los siglos XVII y XVIII estuvo prohibido a la mujer y tan solo podía formar parte de estas instituciones como religiosas. Sin embargo, en estos dos siglos sabemos que participó en diferentes ámbitos de estas nobles corporaciones.
En ocasiones, actuaron en calidad de testigos en las pruebas de limpieza y nobleza que el Consejo de Órdenes efectuaba sobre los pretendientes a cruzarse con alguna de las veneras de las referidas instituciones nobiliarias. Algunas estimaciones señalan que la proporción de mujeres que participaron giró en torno al 3%, aunque en determinadas comprobaciones su intervención llegó al 20%, como se aprecia en el expediente del caballero giennense de la Orden de Santiago Cristóbal Rojas Sandoval que evaluó en el año 1717 el Consejo de Órdenes -institución encargada de valorar la idoneidad de los aspirantes a caballero de hábito y considerado el principal tribunal de honor en Castilla en esta cronología-, en el cual, diez de los cincuenta declarantes eran mujeres. Por tanto, a pesar de una baja presencia femenina en el conjunto global de las pruebas efectuadas, la documentación evidencia que no fue excluida la mujer, sino que los informantes nombrados por el Consejo de Órdenes tuvieron en cuenta sus testimonios, aunque en una proporción mucho menor que la de los hombres.
Otro ámbito en el que estuvieron presentes fue en la obtención de las rentas de las encomiendas de las tres Órdenes castellanas. En este sentido, las mujeres se beneficiaron del goce de las rentas que producían estas dignidades y fue posible al ser consideradas meras administradoras aunque en la práctica gozaban de casi todas las ventajas, tanto económicas como sociales de las que se podía beneficiar un comendador. Incluso llegaría a ser más ventajosa su situación, pues evitaban ciertas obligaciones que las Órdenes imponían, que sí afectaban a los hombres. Fueron varias las razones por las que obtuvieron el disfrute de estas rentas, tales como una cesión familiar, una merced dotal, como herencia o, bien, como contraprestación por servir a la monarquía, normalmente damas de la reina.
En los referidos siglos XVII y XVIII la mujer no podía pretender la consideración de “caballero” de las Órdenes castellanas. Eran honores ostentados exclusivamente por hombres. Sin embargo, esto no fue un obstáculo para que, en ocasiones, llegaran a convertirse en una pieza esencial, bien de forma activa o pasiva, en el proceso de obtención de los hábitos de las Órdenes Militares castellanas por parte de muchos de sus caballeros como a continuación veremos.
En la sociedad del Antiguo Régimen, el matrimonio se convirtió en otra posibilidad para lograr estos honores a través de las mercedes dotales. Estas eran gracias que el monarca concedía, directa o indirectamente, a una mujer, bien por sus servicios bien por los de un familiar, para mejorar las condiciones de su futuro matrimonio y, posteriormente, “colocarla en cabeza” de quien casara con la agraciada. Esto permitió que muchos individuos ascendieran socialmente gracias a la dote de su esposa. Otra opción para recibir una merced de hábito gracias a una mujer no solo se reducía a la obtención de una merced dotal. Algunas de ellas se hicieron con estas mercedes como compensación a su viudedad, distinción que, posteriormente, destinarían para otra persona.
Pero el papel desempeñado por la mujer en cuanto al ingreso de algunos caballeros en las Órdenes no se limitó a actuar como un elemento secundario, sino que en ocasiones su papel fue determinante. Por un lado, encontramos a mujeres que, en atención a sus méritos o “calidades”, fueron las que hicieron posible que se efectuara la concesión. Por otro, encontramos a una serie de mujeres que formaban parte de la nobleza más influyente, las cuales tomaron parte en las solicitudes de algunos pretendientes al hábito, convirtiéndose en sus valedoras en la pretensión y, muy probablemente, en las responsables de que se concediera esta distinción.
A lo largo del siglo XVII la mujer se había convertido, en líneas generales, en un importante instrumento para acceder a los honores de las Órdenes Militares castellanas. Sin embargo, con las numerosas reformas que en las primeras décadas del siglo ilustrado Felipe V fue imprimiendo en estas instituciones nobiliarias, las mujeres comenzaron, progresivamente, a dejar de ser una pieza clave para los aspirantes a cruzarse con la venera de las ilustres corporaciones nobiliarias hasta desaparecer por completo su papel como elemento de acceso a estas insignias.
Autor: Domingo Marcos Giménez Carrillo
Bibliografía
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