Es sabido que el setecientos hará repuntar de nuevo la demografía de todo el Reino de Granada, tras la disminución poblacional sufrida en el siglo XVII, debido entre otros factores a la expulsión de los moriscos, las consecuencias de la guerra, la presión fiscal, las epidemias o las malas cosechas. En este contexto de recuperación general de todo el reino, la ciudad de Baza fue testigo de la llegada de numerosos linajes, hasta entonces relegados en un segundo plano, a las esferas del poder local.
Se trataba, como no podía ser de otra manera, de sectores sociales que pululaban en los alrededores del cabildo (mercaderes, burócratas, militares, arrendadores de rentas, etc.), que hasta esta coyuntura no habían conseguido penetrar en el núcleo del poder consistorial. Fue entonces, al calor de la coyuntura temporal dieciochesca, cuando lograron asaltar las esferas más representativas de la toma de decisiones municipales.
La oligarquía tradicional que prácticamente había controlado el concejo desde los tiempos de la conquista, no tuvo más remedio que aceptar la irrupción de estos advenedizos y buscar su prosperidad económica para relanzar sus precarias y maltrechas economías. Por tanto, al igual que otras ciudades de idénticas características en la Corona de Castilla, el camino seguido por el cabildo de Baza fue la asimilación inevitable de contingentes a priori muy alegados.
El procedimiento empleado por estos hombres nuevos para ascender en la escala social se basaba, gracias a su floreciente poderío económico, en la compra de oficios y cargos públicos, principalmente juraderías y escribanías para desde ahí dar el salto a las regidurías perpetuas de la ciudad, la inversión en los estudios universitarios o los servicios prestados a la Corona. Ese era el camino usual, más habitualmente era embellecido a través de hábiles políticas matrimoniales, que servían para extender las redes de contactos y protección de los linajes. Y si el azar biológico lo permitía, heredar el patrimonio y mayorazgos de las familias con las que acababan de entroncar. Una vez llegados a este punto, habían logrado su ansiada progresión social y estaban totalmente legitimados para perpetuarse y consolidarse en la élite municipal.
Tras la ocultación de su auténtica, y por lo general, baja cuna, unos ventajosos entronques matrimoniales y, por supuesto, una sobrada liquidez económica llegaban a la toma de decisiones del cabildo de Baza, unos linajes que en nada se parecían a los anteriores oligarcas urbanos. Me refiero a parentelas como los Bustanovi, los Gómez de Cos, los Guillén de Toledo, los Arredondo, los Melgar Gil de Palacios, los Menciolino o los Morcillo que durante esta centuria se convertirán en los actores principales del devenir político, económico, social y cultural de la ciudad. Siendo totalmente asimilados por el sistema, formando un único todo, que permitirá la regeneración estructural del mismo.
Sirva como muestra de estas prácticas, la unión de las familias Morcillo y Portarrique. En dicho ejemplo vemos que, solo con la obsesión de cambiar su estatus y, siempre respaldados, por su buena condición económica se explica el matrimonio de don Bernabé Antonio Morcillo y Sarabia con la granadina doña Francisca Portarrique de Molina y León, hija de Beltrán de Portarrique y de doña María de Molina y León, procedente de una familia al igual que ellos, de bajos orígenes pero con un tremendo patrimonio, como refleja magníficamente la dote llevada al matrimonio, justipreciada en 189.121 reales de vellón, donde además se incluía el oficio de jurado de Baza que ejerció don Bartolomé de Portarrique, deudo de la dama. Con tan próspera economía era cuestión de tiempo que el matrimonio formado por don Bernabé y doña Francisca empezará a acaparar oficios públicos y a ascender en la escala social.
Una vez instalados en el poder, como no podía ser de otra manera, estos advenedizos estaban obligados a mimetizar el comportamiento de la rancia oligarquía mediante la autoconfirmación de su superioridad sobre el resto de la población en todos los niveles, así económico, como social, cultural, moral y sobre todo honorífico. Es decir, coches de caballos, arquitectura palaciega adornada con escudos de armas y cuidados jardines, magníficas bibliotecas, posesión de esclavos, suntuosas ropas y joyas, capillas funerarias profusamente decoradas dentro de las iglesias y conventos, que actuaban como códigos visuales que externalizaban su recién adquirida condición social.
Sea como fuere, durante el Siglo de las Luces, el panorama comenzaba a cambiar. Bien por la extinción biológica de algunos linajes o bien por el traslado hacia polos de poder mucho más apetecibles de la élite que tradicionalmente había dominado la ciudad desde la conquista de la misma, lo cierto es que los hombres nuevos irán ocupando el nicho social que se les presentaba en las esferas de la toma de decisiones del cabildo bastetano. Pero eso no quiere decir que cambien los mecanismos de poder, ni mucho menos. Son nuevas estipes, qué duda cabe, sin embargo utilizarán las mismas estrategias empleadas por los tradicionales municipales comarcanos para ejercer los cargos de la ciudad y perpetuarse en el tiempo.
La renovación en las sesiones capitulares del concejo de Baza pone de manifiesto, una vez más, la ruptura de los patrones establecidos por la historiografía tradicional, centrados en una sociedad tremendamente cerrada y hermética. No cabe de duda de que era restrictiva, sin embargo el poder económico primaba en esta coyuntura, al menos a la par que unas raíces nobles. La sangre pasaba, sin más remedio, a un segundo plano en favor del nivel de riqueza.
Autor: José María García Ríos
Bibliografía
MAGAÑA VISBAL, Luis, Baza Histórica, Baza, 1978, 2 vols.
SORIA MESA, Enrique, La nobleza en la España moderna. Cambio y continuidad, Madrid, Marcial Pons, 2007
SORIA MESA, Enrique, El cambio inmóvil. Transformaciones y permanencias de una élite de poder (siglos XVI-XVIII), Córdoba, 2001.