Pese a no contar con grandes complejos fabriles hasta la década de 1570 Sevilla fue una de las ciudades que capitalizó el abastecimiento de pólvora entre el último cuarto del siglo XV y mediados del XVII. Mantenía su importancia estratégica como bisagra entre Granada y la Península, contaba con un rico territorio y las posibilidades navegables del Guadalquivir la conectaban con Europa y el Norte de África, manteniendo una posición política y económica reforzada desde los viajes colombinos. Parte de los diferentes mercaderes y artesanos que poblaban la ciudad se dedicó su producción, venta y distribución desde 1477 para los enfrentamientos que se sucederán en la propia Castilla, Granada, Europa, el Mediterráneo y fundamentalmente América, puesto que el pertrecho militar también se embarcó en las flotas.

Durante los siglos XVI y XVII se describen las factorías hispalenses haciendo hincapié en los efectos que acarrearon sus explosiones para la villa y el arrabal de Triana donde se situaban. Los efectos de la primera, en 1579, suscitaron que se trasladasen a una zona despoblada lejos de las calles principales de la collación; la segunda (1613) concluyó en un elevado número de víctimas y daños materiales pese a la distancia establecida, lo que llevó a un largo pleito para retirarlas fuera del entorno urbano, concretándose la mudanza en 1626 al lugar de Cuartos, camino de Dos Hermanas; donde volvieron a estallar en 1667. Estos episodios dan muestra de la situación en la que se encuentra la fabricación pirotécnica durante la Edad Moderna, tan necesaria como inestable.   

La pólvora es una mezcla proporcionada de salitre, azufre y carbón vegetal. El aspecto que complicaba su ejecución era la obtención de los ingredientes; aunque el carbón podía tomarse de cualquier madera (aconsejándose el sauce), España era deficitaria de salitre y azufre y su obtención constaba de procesos propios de refinamiento. La explotación de salitre se realizaba en el Priorato de San Juan (centros como Huerta, Tembleque, La Guardia, etcétera), aunque desde el primer cuarto del XVI se trabajaron cuencas en Almería, Granada o el Puerto de Santa María (Cádiz). Por su parte el azufre tuvo que ser importado hasta el descubrimiento en la década de 1560 de la cantera de Las Minas, en Hellín (Albacete).

Inicialmente el proceso de fabricación fue libre. Los ingredientes se pulverizaban en morteros de bronce o piedra a mano en residencias particulares, lo que hacía del resultado un producto poco fiable por la oscilación de las cantidades y su difícil cohesión, añadiéndose agua o vinagre para favorecer la mezcla. Cuando la demanda del producto aumentó se tomaron medidas para fiscalizar la manufactura: controlar su calidad, asegurar su abastecimiento y evitar la venta enemiga. Se pasó a un estadio protoindustrial en el que se reducen los centros de materia prima y producción a determinadas ciudades, y se establece el asiento o estanco como fórmula contractual entre estado y polvoristas. Estas medidas llevaron a una mayor especialización incorporándose nuevas máquinas y materiales, pasándose del batido manual a la pulverización de los componentes en molinos de muelas de piedra, bronce o fundición, movidos por tracción animal (en el caso hispalense), o fuerza hidráulica. Los antiguos talleres se organizaron en fábricas complejas formadas por edificios en torno a patios: con almacenes, molinos de producción, casas de fuego, residencias de personal…

Existían polvoristas en las grandes ciudades del reino y centros relativamente complejos como Burgos, Cartagena o Málaga, que terminarán por estar controlados por la corona en el Quinientos; pero la creciente demanda llevó a firmar estancos con empresarios particulares que se comprometían a entregar cantidades a precio cerrado para empresas concretas, corriendo a su cargo la obtención de los ingredientes y mezcla, camino que llevó a la apertura de las factorías sevillanas.

A lo largo de la Edad Moderna el abastecimiento de armas y munición castellano correspondió al Consejo de Guerra en todos los frentes excepto el americano, del que se ocupó la Casa de Contratación, hasta la primera década del XVII. Por lo general los oficiales encargaban lo correspondiente a la defensa de las flotas en Málaga, pero desde la década de 1570 comenzaron los desencuentros entre estas instituciones de manera que la Casa sondeó la situación de los fabricantes sevillanos para acordar con ellos asientos que asegurasen la provisión de las flotas, hecho que cristaliza en el año 76. El destino de la munición ocupaba dos frentes: la dotación defensiva de las armadas que acompañaban a los barcos y el abastecimiento para las colonias.  

Hasta el segundo cuarto del XVII conocemos a varios industriales de los que destacan el francés Remón Martín, el veneciano Alonso Mathías, que tuvo continuidad en Alonso Matías de Bolaños, o Damián Pérez Galindo, todos con fábricas en Triana hasta el estallido de 1613, cuando son definitivamente trasladados. Por lo general estos incendios llevaron a la mejora de las condiciones de seguridad de la producción; así tras la explosión de 1579 ocurrida en el almacén de Remón Martín se dictan órdenes que prohibirán almacenar munición en fincas particulares y se determinan unas cantidades mínimas para aquellas que contasen con licencia. También se plantea por vez primera el traslado de la fábrica a una zona despoblada de la collación trianera, y se aprecia cierta preocupación por organizar las construcciones. Por ejemplo contamos con la representación de la fábrica de Mathías de Bolaños, formada por varios edificios, rodeada de un muro y conectada con el Guadalquivir para facilitar la distribución de materiales y la llegada de materia prima.

A partir del estallido de 1613 se inicia un movimiento que culmina trece años después con la definitiva expulsión de las fábricas de pólvora del entorno de la ciudad, pese a las reticencias de los principales polvoristas, que veían en este traslado una pérdida de sus beneficios. El planteamiento de los nuevos edificios supone un paso más en la seguridad de la producción, caracterizándose las industrias por ocupar grandes extensiones de terreno y organizarse la fabricación en varios edificios separados entre sí a una distancia suficiente para evitar una explosión en cadena. Estas instalaciones estuvieron en uso hasta 1667, cuando de nuevo se arruinan tras una explosión, para entonces la demanda de material iría menguando a la par que lo hacía la proyección de la ciudad.

Autor: Gregorio Manuel Mora Vicente

Bibliografía

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