La conversión forzosa de 1502 ordenada por los Reyes Católicos convirtió a los mudéjares de la Corona de Castilla en moriscos -en la Corona de Aragón se procedió de igual modo en 1525-. Durante los dos primeros tercios del siglo XVI la actitud de la Monarquía hacia este grupo social fue relativamente flexible en la medida en que se le permitió conservar sus usos y costumbres, excepto en el aspecto religioso. Esto se sumó al hecho de que los moriscos vivían, por lo general, concentrados, lo que favoreció que se mantuvieran durante todo este tiempo como una comunidad aislada con una idiosincrasia propia que dificultaría su integración en la sociedad cristiano-vieja.
Sin embargo, a finales de 1566, ya reinando Felipe II, se promulgó una pragmática real -que sería hecha pública el 1 de enero de 1567- que prohibía su modo de vida y costumbres, forzándoles a una asimilación inmediata. Este hecho, sumado a otros factores, fue el detonante que desencadenó a finales de diciembre de 1568 la conocida como Rebelión de las Alpujarras, donde los moriscos, liderados por Abén Humeya en un primer momento y posteriormente por Abén Aboo, se sublevaron ante la prohibición. La revuelta, ya prácticamente sofocada a finales de 1570 por don Juan de Austria, duraría hasta la primavera del año siguiente.
La principal consecuencia de la derrota de los sublevados ante las tropas reales fue la deportación masiva decretada por Felipe II el 1 de noviembre de 1570. De esta manera, los moriscos del reino de Granada fueron dispersados por un amplio territorio de la Corona de Castilla, aunque no por el norte peninsular, lo que, en opinión del doctor Santiago Otero, habría acelerado su integración en la sociedad cristiana. Pero, casi año y medio antes de iniciarse la deportación general, ya habían comenzado a llegar a Jaén los primeros moriscos expulsados, procedentes de Granada, las Alpujarras, Guadix, Ronda y sus respectivos alfoces.
El primer grupo de moriscos granadinos llegó a la ciudad en julio de 1569. Se trataba de un contingente formado por algo más de doscientos cabezas de familia, lo que suponía cerca de un millar de personas. Posteriormente continuaron llegando pequeños grupos de forma intermitente, de modo que para enero de 1571 la población morisca establecida en Jaén ya superaba las trescientas familias, cifra que seguiría aumentando en un goteo constante hasta 1610, año de la expulsión. Tampoco debemos olvidar que a los anteriores se vinieron a añadir otros muchos que fueron vendidos durante estos años como esclavos, siendo comprados por familias de la élite social de la ciudad. Los recién llegados se sumaban así a la pequeña población morisca local, cuya existencia ya se constata en la época del condestable Miguel Lucas y que tuvo su máximo exponente en el capitán García de Jaén, tronco de la familia Vélez de Mendoza, que durante la Edad Moderna gozará de gran notoriedad en la esfera política de Jaén.
Los moriscos procedentes del reino de Granada no se concentraron en colaciones concretas, sino que fueron distribuidos de manera proporcional por las once en que se dividía la ciudad. Se hizo de este modo para evitar los problemas que se podrían derivar de un posible hacinamiento. Así pues, las colaciones más populosas, es decir, la de San Ildefonso y, en especial, la de Santa María, fueron las que recibieron un mayor número de familias. Les siguieron las de San Juan, La Magdalena y Santiago.
La estructura socioprofesional de la población morisca fue similar a la de los cristianos viejos, aunque sí se evidencia un mayor apego a las labores agrícolas, principalmente al regadío, siendo la de hortelano la ocupación predominante entre los moriscos. También destacaron los herreros y los que trabajaban en la artesanía del calzado (zapateros, alpargateros). Asimismo ejercieron profesiones como las de tintorero, carpintero y ganadero. A medida que fueron integrándose en la dinámica socioeconómica de la ciudad, muchos de los miembros de la comunidad morisca comenzaron a desempeñarse también como tenderos y mercaderes, a pesar de que el ejercicio de estas profesiones les sería vetado en las Cortes de Madrid de 1592-1598.
Algunos dieron un paso más en su voluntad por integrarse en la sociedad cristiana al instituir la cofradía de Nuestra Señora, que estaría compuesta por moriscos granadinos. Sin embargo, muchos no terminaban de asimilarse, sino que seguían practicando la religión musulmana en la intimidad de sus hogares. Por esta razón, los moriscos constituyeron durante esta época uno de los principales focos sobre los que centró su actuación el Santo Oficio, si bien es cierto que únicamente una minoría terminaría padeciendo los efectos de la actividad inquisitorial.
El criptoislamismo que posiblemente seguían practicando muchos de ellos fue uno de los argumentos esgrimidos por la Corona para afirmar que la comunidad morisca se mantenía como un grupo social aislado y, por ello, mal integrado. También se consideraba que los moriscos constituían una quinta columna que no dudaría en apoyar al Imperio Otomano en caso de que esta potencia decidiera invadir militarmente la Península Ibérica. Estos y otros muchos factores, tanto políticos como religiosos, animaron finalmente a Felipe III a decretar la expulsión de los moriscos de los territorios de la Monarquía Hispánica, llevada a cabo entre 1609 y 1614. El primer decreto, de 9 de abril de 1609 pero publicado en septiembre, afectó a los moriscos valencianos. Previendo su inminente expulsión, muchos moriscos de Jaén se apresuraron rápidamente a vender sus bienes muebles. En efecto, el decreto para expulsar a los moriscos andaluces se publicó en Sevilla el 12 de enero de 1610, llegando el bando de expulsión a Jaén cinco días más tarde. A partir de este momento tendrían un plazo máximo de un mes para preparar la marcha, que se iniciaría en un clima de completa confusión e incertidumbre.
Conocemos el número de moriscos que vivían en la ciudad en el momento de la expulsión gracias a un informe firmado por el corregidor de Jaén, según el cual la habitaban 655 familias y un total de 2.255 personas -un tercio de los cuales eran niños pequeños- que representaban aproximadamente un 10% de la población de la capital del Santo Reino. También sabemos que el principal puerto de embarque al que se dirigieron los moriscos giennenses fue el de Málaga, desde donde partirían con destino a Argelia, Marruecos o Túnez.
Aunque tradicionalmente se ha aceptado que esta fecha marcó el final de la permanencia de la comunidad morisca en Jaén, lo cierto es que un porcentaje desconocido consiguió quedarse, recurriendo para ello a toda clase de esfuerzos y valiéndose de los resquicios del propio sistema para evitar el destierro. El número de los que continuaron viviendo en la ciudad tras la expulsión, a la luz de los recientes descubrimientos realizados por el catedrático Enrique Soria para el caso del reino de Granada, debió ser significativo. Por ejemplo, se permitió que las moriscas casadas con cristianos viejos y sus hijos se pudieran librar del destierro. También en los libros de desposorios de las diferentes parroquias de Jaén se puede comprobar que en fechas posteriores a las de la expulsión se siguieron produciendo con relativa frecuencia casamientos entre moriscos “de los naturales del reino de Granada”, así como también no pocos matrimonios mixtos. A los anteriores cabría añadir los que finalmente consiguieron retornar, sin olvidarnos del ya referido y nada despreciable número de esclavos moriscos que existió en la ciudad y que también se quedó. En definitiva, podríamos estar hablando de varios cientos de moriscos que lograron quedarse en la ciudad y que gradualmente terminarían diluyéndose en la sociedad cristiano-vieja giennense.
En cualquier caso, la repercusión económica que tuvo la expulsión de un porcentaje cercano al 10% de la población de la ciudad de Jaén, a pesar de no estar lo suficientemente ponderada, debió ser significativa. La Hacienda se resintió al descender la tributación recaudada y del mismo modo se tuvo que producir una cierta caída de la actividad económica, especialmente en aquellos sectores productivos donde se había concentrado la mano de obra morisca. Las consecuencias socioeconómicas derivadas de la expulsión, tal como se puede comprobar en las actas de las sesiones capitulares de la época, se mantendrían visibles durante bastantes años.
Autor: Félix Marina Bellido
Bibliografía
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