Allá por el año de 1577, el primer duque de Osuna, quinto conde de Ureña y sexto señor de la villa sevillana, don Pedro Téllez Girón, editaba a su costa en Alcalá, en las prensas de Juan Íñiguez de Lequerica, un Compendio de Antiguas Historias de España (hoy mejor conocido como Compendio de los Girones), que había mandado escribir al catedrático de su Universidad de Osuna, Jerónimo Gudiel.
Este Compendio es el primer ejemplo impreso conocido en el que, dando a las prensas hazañas, pasado y mitología familiar, una casa nobiliaria se reivindicaba y promocionaba ante el público. Fue sin duda alguna realizada con toda intención, ya que no podemos olvidar que don Pedro había recibido su ducado tan solo quince años atrás, en 1562, de la mano de Felipe II. No fuela primera crónica escrita acerca de un linaje nobiliario andaluz, ya que los Guzmanes de Medina Sidonia habían tomado la iniciativa en ello, gracias a las crónicas manuscritas de Alonso Barrantes Maldonado o de Pedro de Medina, que sin embargo no llegarían a la imprenta hasta cuatro siglos después. El Compendio es, en suma, una eficaz obra de propaganda en unas fechas en las que la literatura genealógica iba conociendo un importante auge.
El origen de la casa de Ureña y Osuna se remonta a los movidos años del reinado de Enrique IV, ya que los precedentes míticos que fijan el origen y el propio apellido -Girón-, rodeados como es habitual de imaginativas fabulaciones, nos llevarían a un siglo XI en el que la escasez de documentación impide probar fehacientemente las afirmaciones, interesadas, de un Gudiel puesto a trabajar a destajo por el primer duque en la glorificación de su linaje. Pese a que su presencia en las crónicas los sitúan en los siglos XIII y XIV en lides como las de las Navas o el Salado, en el repartimiento de Sevilla o en la toma de Algeciras, y a sus vínculos matrimoniales con eminentes linajes como el de los Meneses (instalados en Castilla en Tierra de Campos), el reinado de Pedro I -un verdadero holocausto para la nobleza histórica castellana- obligó a los Girón, casi extinguidos, a buscar refugio en Portugal. Allí su varonía se diluiría en la sangre de los lusitanos Acuña, tomando posteriormente tanto los apellidos de Pacheco (proveniente de María Pacheco, casada con Alfonso Téllez Girón) como el ya consagrado de Girón. Dos de los más movidos prohombres del siglo XV, Juan Pacheco, marqués de Villena, y su hermano Pedro Girón, maestre de Calatrava, capitanearon las intrigas de la corte castellana durante buena parte del reinado de Juan II y la totalidad del de Enrique IV.
Los cambios de bando, las presiones, los chantajes de los emergentes Pacheco -o Girón, al cabo lo mismo- a los monarcas, a los pretendientes al trono o a sus conmílites nobles podrían llenar páginas enteras. Baste decir que la propia Isabel de Castilla, quinceañera por entonces, se libró, in extremis y milagrosamente, de las indeseadas atenciones del propio -y cuarentón largo- Pedro Girón, que falleció oportunamente mientras se dirigía, con la alegría que podemos suponer, al tálamo juvenil de la princesa.
Don Pedro sin embargo dejaba tres recuerdos en el mundo, sus hijos habidos de modo espurio en la sevillana Isabel de las Casas, que fueron prestamente reconocidos para poder hacerse cargo de la herencia y mayorazgo que quedaba de su padre: Alonso, Rodrigo y Juan, legitimados por Pío II en 1456 y por Enrique IV en 1459. Muerto en 1468 Alonso, el mayor, conde de Ureña por merced real y señor de Osuna por su herencia paterna, su hermano menor, Juan, heredó condado y señorío (Rodrigo, su hermano gemelo, recibía el maestrazgo de Calatrava). Tras tomar partido -con su primo, el segundo marqués de Villena- por la Beltraneja y el rey de Portugal, su tío y valedor, y ser derrotados por las tropas de Isabel y Fernando, los Girón se acogieron al perdón general promulgado por los reyes, ofreciéndoles su acatamiento.
El maestre caería en el sitio de Loja, y su hermano Juan, II conde de Ureña, dedicó sus afanes a consolidar un ingente patrimonio que pasó, tras su muerte en 1528, a su hijo Pedro Girón, tras su matrimonio con doña Mencía de Guzmán, de la casa de Medina Sidonia. Juan Téllez Girón había recibido con el señorío el mayorazgo fundado por su padre con licencia de Enrique IV -que tanto se obligó a los revueltos Pacheco- confirmado por los Reyes Católicos en 1475, en el que entre otros bienes se vinculaba la villa de Osuna, disputada por entonces con la orden de Calatrava.
Así pues, y para garantizar que tales problemas no volverían se repitiesen en el futuro, don Juan otorgó mayorazgo de nuevo sobre la villa de Osuna, todas sus villas y lugares en Andalucía y Castilla y el resto de sus bienes el 3 de octubre de 1511 en Morón, con licencia de doña Juana dada el 13 de diciembre de 1510 en Tordesillas. Pocos años antes de su muerte fundó un segundo mayorazgo incrementando el anterior. El 21 de febrero de 1523, en Osuna y ante Francisco de Robledo, vincularía todos sus bienes raíces, mayorazgo que recaería al igual que el de 1511 en su hijo Pedro Girón, III conde de Ureña. Los bienes vinculados, finalmente, serían sus villas de Ureña, Osuna, Peñafiel, Gumiel de Izán, Quintanillas, Santibáñez de Valdesgueva, Villafrechos, San Vicente de la Sonsierra, Tiedra, Briones, Bahabón, Morón y su fortaleza de Cote, Arahal, Archidona, Puebla de Cazalla, Olvera, Ortegícar, los lugares de Pobladura, Silleruelo y Santa María de Mercadillo, todos ellos con sus jurisdicciones, rentas y derechos; las tercias de Arévalo, sus juros sobre la villa de Carmona y el cargo de notario mayor de Castilla. No estaba nada mal para unos aventureros portugueses casi recién llegados, aunque posteriormente, tras la concesión del ducado y la obtención de la Grandeza, la pésima administración y los dispendios lastraron la que fue una de las mayores haciendas nobiliarias españolas.
Estos revueltos Girón no dejaron de intervenir, siempre a su albedrío y buscando el propio provecho como habían hecho sus abuelos, en nuevos conflictos contra la Corona, caso de la guerra de las Comunidades. El III conde, tras haber tratado en 1516 de invadir sin éxito los dominios de los Medina Sidonia, que reclamaba para sí, tomó partido por el bando comunero en 1520, siendo nombrado jefe de su ejército. Derrotados los rebeldes, de quienes oportunamente se había distanciado, participaría en el conflicto navarro de 1521 (esta vez a favor de Carlos V, que le excluyó sin embargo del perdón general de 1522 y por tanto también del nombramiento de Grandes de 1520). No sería admitido en el favor real hasta dos años después, tras servir al monarca en la plaza de Orán. Fallecido don Pedro sin descendencia en 1531, heredaba el título su hermano don Juan, el Santo, que dedicó sus esfuerzos al mecenazgo religioso e intelectual, erigiendo entre otras fundaciones la Universidad y Estudio General de Osuna. Su hijo, Pedro Téllez Girón, V conde de Ureña, recibió el ducado en 1562. Su propia madre, doña María de la Cueva, fue nombrada camarera mayor de la reina Isabel de Valois.
La considerable riqueza de los Osuna, incrementada a través de intrigas, complejas negociaciones, ventajosos enlaces matrimoniales, premios reales y afortunadas adquisiciones a lo largo de los años (sus rentas se calculaban entre los 130.000-150.000 ducados anuales), permitió al linaje ganar una importancia ya en los años finales del siglo que se vería consolidada con la asunción de cargos, como el virreinato de Nápoles recibido en 1581 por el primer duque, que ubicaron a los Osuna en la primera línea del favor real y en el pleno estrellato de la Corte.
En estas tareas italianas destacaría don Pedro Girón, el Grande Osuna (1574-1624), III duque (hijo de don Juan Téllez-Girón, segundo titular del ducado, que había conseguido sobrevivir a la Felicísima Armada de 1588, donde había embarcado como aventurero). Virrey y capitán general de Sicilia y Nápoles, caballero del Toisón, luchador en los Países Bajos (en donde fue herido gravemente en una pierna) y en el Mediterráneo contra holandeses, venecianos y turcos; humanista cultísimo, historiador aficionado, amigo de poetas y comediógrafos (caso de Lope y de Quevedo), libertino, putañero y enamoriscado, buen duelista, preso, desterrado, excesivo en la cúspide del favor y estoico luego en su pérdida. Nada sería igual tras su muerte. La ruina, la intervención de las cuentas, la almoneda de los bienes, lastrarían el futuro de los Osuna (que habían apostado por el bando perdedor, el del duque de Lerma, frente al de Olivares, a la sucesión de Felipe III).
No dejaron sin embargo de ostentar, conforme a su eminente linaje, cargos de relevancia en la administración y la Corte. Don Gaspar Téllez Girón, V duque, sería por ejemplo virrey de Cataluña (1667), gobernador de Milán (1670), miembro de los Consejos de Estado y de Flandes (1674), y presidente del Consejo de Órdenes (1675) y del de Aragón (1692). Habría que esperar a 1814, año del nacimiento del XII duque, don Mariano Téllez-Girón (que también ostentaba el título de XV duque del Infantado), fastuoso embajador y cortesano, a la vez que eficaz dilapidador de la hacienda inmemorial de los Girones, para que la estrella del linaje volviera a brillar, fulgurante. Eso sí, tan fugazmente como se fue diluyendo su fortuna.
Autor: Juan Cartaya Baños
Bibliografía
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Título: Compendio de los Girones, Jerónimo Gudiel, 1577. Fuente: Dominio público.