En Sevilla, entre la Puerta de Jerez y los Reales Alcázares, se esconde una plaza llamada Plaza de la Contratación. Dentro de la zona más monumental de la ciudad, difícilmente llama la atención de ningún turista o de los vecinos. Ningún elemento artístico o histórico permanece allí. Diríamos que lo único que luce es el nombre, Plaza de la Contratación, que nos recuerda que en ese espacio aparentemente banal funcionó una vez la Casa de la Contratación de las Indias. La Casa, en tanto que institución monárquica, formaba parte del conjunto palaciego de los Reales Alcázares y todavía hoy, cuando se visitan, se nos invita a pasar a algunas de sus dependencias a través del Patio de la Montería. Su contemplación es muy satisfactoria, especialmente ante la Virgen de los Navegantes de Alejo Fernández, pero debe tenerse presente que, en realidad, esas salas no representan más que una parte pequeña y transformada de lo que fue la Casa de la Contratación. En la Edad Moderna, a la Casa se accedía principalmente desde la plaza y su solar se correspondía con el que ocupa actualmente un edificio historicista levantado en los años 1970. En nuestros días, acoge oficinas administrativas de la Junta de Andalucía que al principio suscitan poco interés. Sin embargo, si cruzamos sus puertas, nos reserva una agradable sorpresa. Al fondo, oculto tras las mesas de los funcionarios, todavía aguanta en pie, superviviente de desafortunados avatares, el antiguo Patio de Crucero de la Casa, con la sobria arquitectura almohade que un día recorrieron oficiales del rey, mercaderes, navegantes y pasajeros del océano Atlántico.  

La avanzada destrucción de la arquitectura coincide con cierta difuminación histórica. La Casa de la Contratación habita un terreno propicio para el recuerdo tópico o falaz, si no para el olvido. Cuando se proclaman las grandezas de la Sevilla del XVI, Puerto y Puerta de Indias, a veces con notorio exceso y simplificación, rara vez falta la referencia a la Casa de la Contratación. Se nos repite mecánicamente que su instalación trajo el comercio con América y un flujo de riquezas como jamás antes se viera, y que todo eso hizo de Sevilla el centro del mundo, nada menos. Semejante afirmación contiene dos elementos altamente dudosos: que hubiera un centro del mundo en el siglo XVI y que fuera a ocuparlo precisamente una ciudad como la capital andaluza. Esa narración es un mito. Contiene una base verídica pero se atisba con dificultad, porque se encuentra oculta tras los ropajes de una exageración notable que parece seducir a muchos, en no pocas ocasiones personas cultas de la propia ciudad. Desafortunadamente, hemos preferido el mito a la realidad histórica. Entrado el siglo XXI, aún falta un estudio monográfico que rinda verdadera justicia a la Casa de la Contratación y su relevante papel entre los engranajes de Europa y América durante la Edad Moderna. Dos efemérides próximas en el tiempo han impulsado de manera significativa nuestro conocimiento: el quinto centenario de la fundación (1503-2003) y el tricentenario de su traslado de Sevilla a Cádiz (1717-2017). No obstante, todavía quedan muchos silencios por recuperar.  

La Casa de la Contratación era una institución poliédrica, ambigua y en continuada evolución. Desde sus primeras ordenanzas de 1503, siguieron aprobándose o publicándose otras en 1510-1511, 1552 y 1647, además de una enorme diversidad de órdenes regias específicas sobre las que intentó poner algún orden el Norte de la Contratación (1672) de José de Veitia. Entre ellas, tuvo una incidencia sobresaliente un real decreto de 12 de mayo de 1717, que estipulaba el traslado del organismo a Cádiz, imponiéndole una complicada remodelación estructural vinculada a la Intendencia General de Marina, creación ilustrada.

La Casa nunca fue un organismo con enorme autonomía ni gozó de una especial capacidad de decisión. Durante las primeras décadas del siglo XVI gozó de una influencia mayor, que después se atenuó paulatinamente conforme otros organismos le disputaron protagonismo. Ya entonces dependía del Consejo de Castilla, dentro del cual algunos ministros formaron un reducido círculo de especialistas. La expansión del sistema polisinodial en la década de 1520 fortaleció la subordinación de la Casa respecto a la Corte, con la creación del Consejo de Hacienda y, señaladamente, del Consejo de Indias. Además, a la Casa le surgió competencia “por abajo”. En 1543, los mercaderes tratantes en Indias logaron arrancar a la Corona la concesión de un consulado, el famoso Consulado de Cargadores, que logró jurisdicción sobre pleitos entre mercaderes y se convirtió en el principal interlocutor del Gobierno real desde Sevilla. A fines del XVII, su papel era claramente secundario respecto al Consejo y el Consulado, y la postergación aumentó en el siglo XVIII. El traslado a Cádiz mermó sus competencias, especialmente en el ámbito de la organización naval, asumidas en buena parte por la Intendencia de Marina, y la evolución hacia el modelo del Libre Comercio le infligió el último golpe, derivando responsabilidades hacia los nuevos consulados y juzgados de arribadas. Finalmente, desapareció en 1790; el comercio entre España y América era ya muy otro del que había sido en el lejano 1503.   

Pese al desarrollo de los acontecimientos, la Casa siempre conservó en mayor o menor medida algo de la importancia práctica que posee todo organismo gestor y ejecutor. De hecho, su plantilla no hizo más que incrementarse, rebasando los límites del célebre triunvirato original que formaban el contador, el tesorero y el factor, los “jueces oficiales”. Junto a esta Sala de Gobierno, surgió una Sala de Justicia, que terminó consolidándose como audiencia real, en la que daban servicio varios “jueces letrados” y un fiscal. Sobre todos ellos se erigió una presidencia, frecuentemente ocupada por un consejero de Indias, mientras el sistema de flotas y armadas generó la necesidad de crear nuevos oficiales, comúnmente llamados de avería y armadas, con figuras como el receptor, el pagador, los contadores-diputados, el proveedor o los contadores de la Contaduría de Averías, entre otros varios. Durante el siglo XVII, y siempre de manera creciente, el personal aumentó. Se crearon más jueces oficiales, tenientes y oficiales secundarios, necesarios para satisfacer el aumento de la actividad en la bahía de Cádiz, cuando no los generaba la política de venta de cargos. La plantilla no era enorme, pero sólo consiguió menguar en el siglo XVIII.

Este conjunto de ministros y oficiales afrontaba ocupaciones muy diversas. La actividad más visible durante los siglos XVI y XVII era la organización de los convoyes de la Carrera de Indias, tanto las flotas de Nueva España como los Galeones de Tierra Firme, amén de otras escuadras de formación episódica. Eso suponía la preparación de los navíos mercantes y los galeones de guerra, coordinando actuaciones entre Sevilla, el curso del Guadalquivir, Sanlúcar de Barrameda y la bahía de Cádiz; el registro de mercancías, el examen de los pasajeros y la preparación de los pilotos. La Casa también gestionaba las remesas de Indias, tanto las de particulares, que entregaba a sus dueños, como las del rey, cuyo primer reparto efectuaba con minucioso detalle. En constante comunicación con la Corte y los puertos de la Carrera, la Casa servía como polo constante de redistribución de documentos e información entre España y América. Y finalmente, como ya se ha mencionado, actuaba como tribunal de primera instancia en su ámbito jurisdiccional, dictando resoluciones que podían ser apeladas ante el Consejo de Indias.  

Mención aparte merecen las actividades e individuos relacionables con nuestro concepto actual de la alta cultura. Algunos casos venían ligados al propio cargo, puesto que, además de los ya mencionados, la Casa contaba con oficios como el piloto mayor, el cosmógrafo o el catedrático de cosmografía. Aquí hallamos nombres tan célebres como los de Américo Vespucio o Sebastián Caboto y considerables escritores de prestigio. En el siglo XVI pasaron por la Casa Pedro Mexía, autor de la Silva de varia lección y otros textos importantes del Renacimiento español; Alonso y Jerónimo de Chaves, padre e hijo, que publicaron varias obras sobre náutica; Pedro de Medina, entre cuya vasta obra sobresalen el Arte de navegar y el Libro de grandezas y cosas memorables de España; o Rodrigo Zamorano, cuyo ingenio creó el Compendio de la arte de navegar, así como la primera traducción castellana de Euclides. En los siglos XVII y XVIII, el elenco es menos impresionante, pero no deja de incluir a Diego Jiménez de Enciso, poeta y autor teatral de cierto éxito; Juan Suárez de Mendoza, antiguo catedrático salmantino a quien debemos unos Comentarii ad Legem Aquiliam; y por supuesto José de Veitia Linaje, cuyo Norte de la Contratación de las Indias es un clásico en los estudios sobre la Casa de la Contratación y la Carrera de Indias, todavía hoy una fuente indispensable para su comprensión.       

Autor: José Manuel Díaz Blanco

Bibliografía

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