Este edificio aunque es suma de varios periodos artísticos, resume su trascendencia en el conjunto ultrabarroco de su templo, esto es, la iglesia en sí misma, la sacristía y el sagrario o Sancta Sanctorum. El conjunto cartujo fue erigido a las afueras de la ciudad en una zona de huertas y cármenes que en época musulmana ya había sido cantada por poetas como Ibn Aljatib. Se debe este establecimiento en el recién conquistado reino de Granada a la intervención del Gran Capitán, quién después de dos intentos infructuosos de fundar una Cartuja dependiente del Monasterio del Paular, consiguió el asentamiento de los monjes blancos. Según la crónica de fray Rodrigo de Valdepeñas, cuando el Padre Juan de Padilla le dio noticia de esta demanda de erigir una Cartuja “no sólo oyó de buena voluntad ésta nueva; pero ofreció su favor y cuasi tomó a su cargo toda la obra, con fín de hazer en este nuevo Monasterio su enterramiento”.

Fray Alonso de Ledesma fue con seguridad el que dio la traza de todo el conjunto monástico, aunque siguiendo la organización típica cartujana. Lo primero en construirse fue el Capítulo de legos, sirviendo de iglesia durante algún tiempo, seguidamente el Refectorio y la Sala Capitular. De su gran claustro de 53 metros de lado en torno al cual se disponían las celdas, tenemos conocimiento gracias a Gómez Moreno quién conoció los restos del edificio en 1842 describiéndolo como un gran patio jardín plantado de arrayanes, cipreses, palmeras y sauces rodeado de una gran arquería “con setenta y seis arcos encima de columnas dóricas estriadas de buena traza y pedestales enlazados con antepechos”. Junto a esta pérdida, tampoco existen las tres torres proyectadas que junto a la actual conformaban las cuatro que habría de tener el templo, una por ángulo. La iglesia tuvo puestos sus cimientos en el siglo XVI y sus espacios fueron completándose a lo largo de las dos centurias posteriores.

En Granada, la importancia barroca de la adoración eucarística se traduce en la proliferación de espacios de demostración eucarística para exposición, adoración y reserva del Santísimo. Entre ellos, el caso más lucido de la Granada tridentina es el Sancta Sanctorum cartujo. Este exquisito joyel es una suerte de celda simbólica para asiento de la Eucaristía, que quedaba colocada en el tabernáculo central a modo de gran custodia en la que los mármoles polícromos y los detalles dorados se trocaban orfebrería. Queda esta estancia comunicada con la iglesia por medio de un gran transparente y en sus costados, por medio de dos óculos, con sendos oratorios desde los que la comunidad cartujana adoraba a Jesús Sacramentado. En los ángulos se encuentran las efigies de San José y San Bruno, hechuras de José de Mora, San Juan Bautista de Risueño y la Magdalena de Duque Cornejo. Como dice Orozco, “Las imágenes se nos descubren al entrar, como si los angelillos, volando, hubieran levantado los cortinajes para que las contemplemos. Así, todo el conjunto responde a una concepción escenográfica de apoteosis de auto sacramental”. Las figuras femeninas de las Virtudes se han atribuido a Risueño, aunque se duda si en colaboración con Duque Cornejo, y la bóveda fue pintada por Palomino al que también asistió Risueño, siendo su tema la apoteosis de la Eucaristía.

La gran Sacristía fue el último de los espacios construidos ya a principios del siglo XVIII y fue una adición de Hurtado Izquierdo que inicialmente no estaba contemplada en el diseño, continuada más tarde por José de Bada y Navajas. La euforia de la comunidad religiosa por los resultados obtenidos en la construcción del Sagrario y la necesidad de contar con espacio de Sacristía capaz debieron llevar a afrontar esta obra bajo los mismos postulados estéticos de aquel. Se cree que hubo una primera traza en torno al año 1713 y se sabe que en 1730 ya estaban listas las maderas venidas de Indias para hacer las cajoneras aunque la obra no empezaría hasta 1732 como apuntó Taylor. Durante el priorato del Padre Pinto (1741-1747) se ultimó la talla de las yeserías, el enchapado y la solería, así como la colocación de las puertas y alacenas.

Los paramentos arrancan de un zócalo de mármol veteado recién descubierto en su yacimiento de Sierra Nevada, mismo material con el que se fabricó el retablo que preside la sala. Otra nota de color son las riquísimas cajoneras de taracea ejecutadas por el lego fray José Manuel Vázquez. A partir de ahí, las pilastras y cornisas, si es que se les puede llamar así, se ondulan y retuercen articulándose a base de elementos geométricos y formas abstractas que se salpican de ciertos motivos de tipo orgánico como hojarascas o veneras. La blancura lo envuelve todo, destacando en oro los racimos o florones que penden al centro de cada paño de bóveda, así como la cúpula pintada por Tomás Ferrer, lamentablemente ennegrecida por la técnica empleada. Completan la decoración un ciclo de cuadros del lego fray Francisco Morales y dos atribuidos a Bocanegra con marcos del maestro Luis Cabello, así como varias esculturas de escuela granadina.

En definitiva, en estos dos espacios cartujanos se concreta la máxima expresión del ideal estético barroco que propugnó la síntesis de las artes.

Autor: Adrián Contreras-Guerrero

Bibliografía

BERMÚDEZ DE PEDRAZA, Francisco, Historia Eclesiástica. Principios y progresos de la ciudad, y religión católica de Granada, Granada, Imprenta Real, 1638.

GALLEGO BURÍN, Antonio, Granada. Guía artística e histórica, Madrid, Fundación Rodríguez Acosta, 1961.

GÓMEZ-MORENO, Manuel, Guía de Granada, Granada, Imprenta de Indalecio Ventura, 1892.

OROZCO DÍAZ, Emilio, La Cartuja de Granada, León, Everest, 2005.

TAYLOR, R.C. “La Sacristía de la Cartuja de Granada y sus autores. Fundamentos y razones para una atribución”, Archivo Español de Arte (Madrid), t. 35, 138, 1962.

VALDEPEÑAS, fray Rodrigo de, Libro del prinçipio, fundaçión y proseçución de la Cartuxa de Granada, Edición y estudio de Francisco Miguel Torres Martín, Granada, Universidad de Granada, 2007.