La creación de una fuerza naval destinada a la defensa del litoral andaluz y el mantenimiento de los intereses hispánicos sobre la frontera meridional de la Península constituyó una de las medidas más importantes del reinado de Felipe III. El elevado número de conflictos a los que la Monarquía Hispánica tuvo que hacer frente en las décadas anteriores había llevado el potencial marítimo hispánico hasta la extenuación, en una serie de episodios y expediciones hacia Irlanda, Inglaterra y los Países Bajos en los que se puso de manifiesto el poco éxito de las armadas de la Corona a la hora de mantener una política agresiva contra sus enemigos septentrionales. Con la muerte de Felipe II y la subida al trono de su heredero se impulsó una política de reducción y pacificación con la que la Corona pretendía una reducción progresiva de los múltiples escenarios bélicos en que estaba implicada, al mismo tiempo que dentro de los principales órganos de decisión y consulta en materia de política exterior aumentaba el número de partidarios de una estrategia defensiva basada en la negociación, la preferencia por intervenciones puntuales y la conservación como fundamento básico de la actuación política.
En este contexto, los cambios estratégicos también afectaron a la manera en que la Monarquía Hispánica habría de emplear en lo sucesivo sus recursos navales, potenciando una actuación de carácter defensivo. Frente al peso decisivo que las armadas habían recibido anteriormente, en época de Felipe II, como herramienta principal de una política agresiva (recuérdese, por ejemplo, el desastre de la Invencible) entre las funciones que después se subrayaron para dichas armadas se hallaban la de escolta y protección de las flotas procedentes de la Carrera de Indias o de la India portuguesa en su llegada a la Península, así como la defensa y patrullaje de la costa. Por otra parte, ante la necesidad de optimizar los recursos navales disponibles y de poner solución a aquellos problemas que pudieran obstaculizar el pleno desarrollo del potencial marítimo hispánico, se elevaron algunas propuestas que ponían el acento en la mala situación que atravesaban las fuerzas navales, teniéndose estas como un elemento clave para asegurar la unión entre los distantes reinos, frente al notable desarrollo que las flotas inglesa y holandesa habían experimentado en los últimos años. Es el caso del memorial presentado por Diego Brochero, almirante y miembro del Consejo de Guerra, quien planteaba en 1605, entre otros remedios, la organización de tres escuadras permanentes con carácter defensivo para la guarda del litoral. En este sentido, una de ellas se encargaría de proteger la costa del cantábrico, con base en La Coruña, la segunda patrullaría las costas portuguesas desde Lisboa y la tercera operaría a lo largo de Andalucía, desde el Estrecho de Gibraltar hasta el cabo de San Vicente. La buena acogida que la propuesta de Brochero tuvo, y su puesta en ejecución a lo largo de 1606, marcaría el origen de la creación de la Escuadra de la Guarda del Estrecho como uno de los elementos más representativos del programa de reformas navales que se promovió durante el reinado del tercer Felipe.
Aunque el establecimiento de esta armada, llamada a actuar en aguas andaluzas, está estrechamente vinculado con el memorial de Brochero y con la política de esfuerzos promovida durante el reinado de Felipe III para reforzar y hacer más efectivo el poder naval de la Monarquía, lo cierto es que sus precedentes ya pueden situarse en el reinado anterior. El ataque anglo-holandés sobre Cádiz en 1597 había puesto de manifiesto graves deficiencias en la defensa de un punto de excepcional importancia estratégica y comercial que, como puente entre el Atlántico y el Mediterráneo, figuraba a nivel global como uno de los espacios de mayor dinamismo dentro del sistema mercantil hispánico. La necesidad de reforzar el dispositivo de defensa en la zona del Estrecho condujo, en los años sucesivos, a una serie de medidas con vistas al desarrollo y mejora de las fortificaciones costeras, entre las que se contemplaban la mejora del puerto de Gibraltar, nuevas obras en Málaga y Cádiz y la construcción de una cadena de torres en el litoral. Asimismo, en este contexto aparecen una serie de arbitrios y propuestas que llaman la atención sobre la importancia geoestratégica del Estrecho como puerta hacia el comercio de Levante y en los que se señala, por primera vez, la posibilidad de recurrir a una escuadra con la que impedir la navegación de entrada y salida del Mediterráneo a aquellos enemigos de la Corona que atravesaban el Estrecho para el desarrollo de lucrativos negocios. Además de apostar por un cierre de este paso marítimo para ingleses y holandeses, como medida acorde con una política de guerra económica a la que se les había sometido desde hace décadas, algunas voces promovían también el establecimiento de una tarifa aduanera para todo aquel navío, natural o extranjero, que hubiese de cruzarlo. Si bien en los primeros años este proyecto no recibió demasiada atención en la Corte, el cual buscaba hacer del control del Estrecho de Gibraltar una sustancial fuente de ingresos similar a la que el rey danés disfrutaba sobre el Sund, estos planteamientos volvieron a ser objeto de discusión en algunas consultas del Consejo de Estado en 1611 antes de que el proyecto fuese definitivamente desestimado. En cuanto a la formación de una escuadra, tal y como proponían los defensores de una política de guarda del Estrecho por medio de arbitrios y memoriales, en poco tiempo llegaron a hacerse preparativos para la construcción de una armada de unos ocho navíos que habrían de ponerse al mando de Pedro de Zubiaur. No obstante, los problemas que hubo para financiar la escuadra durante los primeros años del reinado de Felipe III dificultaron la puesta en marcha de este proyecto conforme a sus planteamientos iniciales en materia de efectivos, si bien el proyecto no llegó a abandonarse. Como vimos arriba, fue Brochero quien, años más tarde en su memorial de 1605, insistió en la importancia de contar con una escuadra fija que cubriendo la defensa de las costas andaluzas reforzase el control y la seguridad sobre un punto que, en tanto puerta hacia el comercio con África y el Levante, contaba con la asidua afluencia de mercantes y navíos de guerra enemigos.
Hay que esperar hasta abril de 1607 para ver a la Armada de la Guarda del Estrecho operativa, con un número de efectivos y una capacidad ofensiva similar a la prevista inicialmente (8 galeones, 2 pataches y casi un millar de hombres). De acuerdo con los objetivos que definían su actuación, durante sus primeras semanas en activo la escuadra llegó a hacer numerosas presas de navíos holandeses al tiempo que echaba a pique otros tantos. Este prometedor comienzo llegaría a su fin con la estrepitosa derrota que sufrió el 25 de abril de 1607, junto al puerto de Gibraltar, ante el ataque de una armada holandesa de unos 30 navíos al mando del almirante Jacob van Heemskerck. Dirigida por el general Juan Álvarez Dávila, quien días antes había recibido orden de no salir al encuentro de los holandeses, la escuadra buscó el abrigo de la costa y el apoyo de las baterías de la fortaleza gibraltareña, cuyos operarios se vieron incapaces de disparar sin riesgo de dañar los buques españoles y relegados al papel de meros espectadores de lo que un contemporáneo describió como “la más cruel guerra, la que en esta raya hubo el día de San Marcos por la tarde, que los nacidos han visto”. El enfrentamiento se prolongó desde el mediodía hasta la noche, dando como resultado la pérdida de toda la escuadra, bien por hundimiento de sus buques durante el combate o bien por su incendio intencionado por parte de los españoles para evitar que cayesen en manos neerlandesas, así como la muerte del general Álvarez Dávila y de la mayor parte de los oficiales de la armada. En cuanto a las bajas entre los holandeses, destaca la muerte del almirante Heemskerck por un cañonazo. Su cuerpo fue embalsamado y trasladado a Ámsterdam, donde recibió sepultura en la actual Oude Kerk, en presencia de una multitud y de las autoridades de la ciudad. A instancias de los Estados Generales su muerte fue motivo de celebración de un funeral de estado en el que participaron un gran número de altos funcionarios de las Provincias Unidas, representantes de varios almirantazgos provinciales y de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales (VOC). En este sentido, a la victoria de la armada holandesa en la denominada batalla de Gibraltar se le asignó desde el principio un fuerte contenido simbólico y propagandístico, no solo visible en el mausoleo de Heemskerck o en la solemne ceremonia, sino también a través de una abundante reproducción iconográfica y alegórica del acontecimiento en los años siguientes por medio de medallas conmemorativas, grabados, poemas épicos, cuadros, etcétera.
Los posibles efectos adversos de la derrota de la Armada de la Guarda del Estrecho en una fecha que, paradójicamente, coincidía con la ratificación por parte de Felipe III de la suspensión de armas contraída entre los archiduques y los Estados Generales un mes antes, intentaron ser contrarrestados con rapidez y diligencia. Pese al revés militar de abril de 1607, la Corona demostró claramente su intención de mantener la política de guarda del Estrecho cuando poco después encargó al duque de Medina Sidonia, como responsable último de la defensa de la costa andaluza, la organización de una nueva escuadra y la adquisición de navíos por medio de 100.000 ducados que le habían sido proveídos con tal fin. Aunque fue en un principio la posibilidad de nuevos ataques holandeses sobre la zona lo que impulsó a la Corona a actuar, la formalización de las negociaciones hispano-neerlandesas en 1608 y la definitiva firma de la Tregua de los Doce Años en 1609 trajeron consigo la desaparición de la amenaza neerlandesa. La pacificación en los Países Bajos abrió la posibilidad para la Monarquía Hispánica de proyectar sus esfuerzos militares hacia el Mediterráneo y la lucha contra la piratería berberisca. En el contexto de este viraje hacia el frente meridional, que tiene en la toma de las plazas norteafricanas de Larache (1610) y la Mamora (1614) sus primeras manifestaciones, el proyecto de la Armada de la Guarda del Estrecho no solamente se mantuvo como uno de los principales instrumentos de la Monarquía para la defensa de la costa del sur peninsular, sino que el desplazamiento de la tensión militar hacia el Mediterráneo y la revalorización del papel estratégico del Estrecho de Gibraltar motivaba el restablecimiento de la flota y, de nuevo, su puesta en marcha. Tras la derrota que la Escuadra de la Guarda del Estrecho sufrió en 1607, con la destrucción de sus efectivos, tuvo que ser la Armada del Mar Océano, con base en Lisboa, la que se encargó de actuar en torno al Estrecho, haciéndolo de una forma cada vez más activa conforme el frente mediterráneo iba ganando protagonismo. No es de extrañar, por tanto, que para 1614 la Armada del Mar Océano concentrara gran parte de sus actividades en la zona, llegando incluso a trasladar en 1618 su puerto de invierno de Lisboa a Cádiz. En esta línea, años después sería el príncipe Manuel Filiberto de Saboya, general de la Armada del Mar Océano, quien propuso en 1617 el restablecimiento de la Escuadra de la Guarda del Estrecho como solución al problema de la piratería berberisca. Un año más tarde, en 1618, ésta volvía a estar operativa bajo el mando de Fadrique de Toledo, en uno de los escenarios más comprometidos para la Monarquía Hispánica a la hora de conservar su posición hegemónica a nivel global.
Autor: Alberto Mariano Rodríguez Martínez
Bibliografía
FERNÁNDEZ DURO, Cesáreo, Historia de la armada española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón, vol. 3, Madrid, Sucesores de Ribadeneyra, 1896-1903. Versión on-line disponible en la web de la Armada Española.
GARCÍA GARCÍA, Bernardo José, La Pax Hispánica: política exterior del duque de Lerma, Lovaina, Leuven University Press, 1996.
GARCÍA GARCÍA, Bernardo José, “La Guarda del Estrecho durante el reinado de Felipe III” en Actas II Congreso Internacional El Estrecho de Gibraltar, Madrid, 1995, pp. 247-258.
LÓPEZ MARTÍN, Iñaki, “La Batalla de Gibraltar y sus efectos sobre la Tregua de los Doce Años en el Mediterráneo”, en GARCÍA GARCÍA, Bernardo, HERRERO SÁNCHEZ, Manuel, HUGON, Alain (eds.), El arte de la prudencia. La Tregua de los Doce Años y la Europa de los pacificadores, Madrid, Fundación Carlos de Amberes, 2012.
Título: Cornelis van Wieringen, Explosión de la almiranta española en la batalla de Gibraltar (25 abril de 1607), ca. 1621. Fuente: Ámsterdam, Rijksmuseum.
Título: Alegoría de la victoria holandesa sobre la flota española en Gibraltar el 25 de abril de 1607, Adam Willaerts, 1617. Fuente: Rijksmuseum.