Las conversiones de los mudéjares del reino de Granada se realizaron a lo largo de los años 1500 y 1501 al abrigo de unas capitulaciones donde, entre otros muchos temas abordados (por ejemplo fiscalidad y administración de la justicia), figuran aspectos culturales como el uso de ropas moriscas o de los baños. En términos generales estas disposiciones no fueron muy apremiantes aunque ya se especifican elementos como que el llevar ropas moriscas estaba permitido sólo hasta que estas se rasgaran o que si los carniceros y pescadores de los nuevamente convertidos seguían en sus oficios tendrían que matar las carnes como los cristianos viejos. Así, en las capitulaciones aparecen más allá de la conversión a la fe cristiana algunos tímidos aunque significativos elementos de una política de aculturación de la población morisca. Sobre esta base se emitieron diversas cédulas, principalmente entre 1511 y 1513, para recordar estas disposiciones y a veces reforzarlas. Se intentó por ejemplo prohibir el porte de la almalafa, la gran túnica que permite cubrir el rostro, o el degüello de las reses.
La resistencia de los moriscos a estas medidas debió ser fuerte lo que provocó un examen generalizado de la situación a raíz de la estancia de Carlos V en Granada entre principios de junio y mediados del mes de diciembre de 1526. El emperador convocó una congregación a la cual participaron 14 personas entre ellas Alonso Manrique, el inquisidor general, Juan Tavera, arzobispo de Santiago y presidente del Consejo Real; García de Loaysa, el arzobispo de Granada; Pedro de Alva; los arzobispos de Almería y Guadix y el vicario general de Málaga. El 7 de diciembre se promulgó la cédula donde se enumeraban las prácticas que se quería erradicar. Se prohibía hablar y escribir el árabe, llevar amuletos, usar nombres o sobrenombres árabes, llevar armas, andar con velo, tener esclavos musulmanes, tener contratos de bienes en árabe, alheñarse, circuncidar o ejercer la profesión de bañero reservada en adelante a los cristianos viejos. Para poner en práctica este extenso programa se decidió instalar en Granada un tribunal inquisitorial cuyo claro objetivo era vigilar y reprimir las prácticas prohibidas a los moriscos. Al cabo de una difícil negociación, los minoritarios obtuvieron el aplazamiento por 40 años de las medidas de aculturación a cambio del pago de una contribución extraordinaria de 90.000 ducados que se añadieron a una fiscalidad ya consistente. Y este acuerdo no impidió la actuación de la inquisición que se había ido reforzando a lo largo de los años.
Si bien conocemos mal la actividad del tribunal antes de 1550 sí sabemos que los moriscos representaron 61% de los condenados a principios de los años 1550 y más de 80% de ellos entre 1560 y 1571. Si buena parte de ellos figuran en los autos de fe celebrados en Granada por haber intentado ir al Norte de África o por haber apedreado cruces, otros están perseguidos por blasfemia o simplemente por “ceremonias”. Debajo de este último término impreciso se esconden la observancia del ayuno del ramadán, el rezo de las oraciones o el cumplimiento de las absoluciones cotidianas. Los inquisidores solían distinguir las ceremonias de las costumbres a las cuales pertenecen tanto las prácticas vestimentarias como las que acompañaban los grandes acontecimientos de la vida (nacimiento, casamiento, muerte). Estas costumbres estaban sancionadas en cada pueblo durante las visitas inquisitoriales generalmente con multas. Conocemos así la visita de 1560 a la serranía de Ronda y la hoya de Málaga o la de 1561 a la zona de Almería (río de Almería, campo de Nijar, sierra de Filabres, marquesado de los Vélez).
En los años 1560 la situación era muy tensa. La política de aculturación no daba los resultados esperados. La inmensa mayoría de los moriscos, sobre todo las mujeres al abrigo de sus hogares, seguía hablando el árabe y las moriscas llevaban todavía las ropas prohibidas como lo enseñan los grabados de la serie Civitates orbis terrarum que datan precisamente de estos años; el ritual tradicional de los matrimonios o de los entierros se mantenía, etcétera. Un sínodo provincial reunió en 1565 a los obispos del reino de Granada. Los prelados adoptaron un texto de nueve artículos donde reclamaban la aplicación de las cédulas suspendidas en 1526 y proponían que los hijos de las élites moriscas fueran separados de sus padres y criados en Castilla la Vieja. Esta sugerencia recordaba que los esfuerzos consentidos en el plan educativo de las élites en el reino de Granada habían dado pocos resultados. Tanto el colegio de San Miguel fundado por Carlos V para expresamente educar a moriscos como la casa de la doctrina del Albaicín, confiada por el arzobispo Pedro Guerrero a los jesuitas muy activos en la evangelización de los moriscos desde la creación de su colegio, en Granada, en 1554, no dieron los resultados esperados.
Las consideraciones de los obispos tuvieron inmediatamente eco. Felipe II convocó una asamblea de teólogos, juristas y militares en Madrid en 1566. La larga lista de peticiones de los prelados fue adoptada y completada por la prohibición de todos los libros árabes en un plazo de tres años. El texto de la asamblea fue promulgado el 1 de enero de 1567. Los moriscos intentaron una vez más negociar la suspensión de las medidas de aculturación. Con la ayuda del marqués de Mondéjar, capitán general del reino de Granada, el morisco anciano Francisco Núñez Muley, descendiente de los sultanes meriníes de Marruecos redactó un largo y famoso memorial donde intentaba enseñar que las costumbres moriscas, muy semejantes a las costumbres de los cristianos de Jerusalén, no representaban peligro ninguno. Una delegación formada por Juan Enríquez, cristiano viejo y señor de pueblos, y de notables moriscos se dirigió a Diego de Espinosa presidente del Consejo de Castilla pero no tuvo más éxito.
Los moriscos del reino de Granada se sublevaron bajo el mando de Fernando de Córdoba y Valor en la noche buena de 1568. Esta masiva rebelión que duró casi dos años fue ocasión de múltiples manifestaciones culturales tradicionales. Así Fernando de Córdoba y Valor tomó inmediatamente el nombre de Aben Humeya y ya casado contrajo tres nupcias más en pocos días. En sus Guerras civiles, Ginés Pérez de Hita describe con mucha fuerza evocativa una suntuosa fiesta donde los atuendos a la morisca son especialmente espectaculares.
Autor: Bernard Vincent
Bibliografía
VINCENT, Bernard, El río morisco, Granada, Universidad de Granada, 2006.
VINCENT, Bernard, DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Historia de los moriscos: vida y tragedia de una minoría, Alianza Editorial, 1985.