“Como el tiempo buela sin abrir las alas, assí la vida camina sin mover los pies”. Cuando Juan Pérez de Moya formula esta vanitas en sus Comparaciones o símiles para los vicios y virtudes, el ilustre bachiller rebasa los setenta años. Aún la rueca de su vida suministraría hilo durante doce fértiles años más. Le sorprendió la muerte en Granada, donde la dilatada vida del humanista giennense había recalado, seis años antes, para ostentar una canonjía de su catedral. La muerte le llegó entre el 7 de octubre de 1596 en que asistió a su último cabildo y el 15 del mes siguiente, cuando la casa que habitaba pasó a ser ocupada por otro canónigo, según consta en las actas capitulares. El largo paseo de este huésped de la vida fue rentabilizado con una importante producción literaria que le reportó fama pero le regateó beneficios económicos y honoríficos. Desde 1536, con unos veinticuatro años, ocupó una capellanía en Santiesteban del Puerto, la localidad que le vio nacer hacia 1513; y desde 1590, ya con setenta y siete, una canonjía en Granada. Ahí acaba tan exiguo cursus honorum adobado solo con el discreto título de bachiller obtenido en Salamanca, ciudad con la que estuvo vinculado durante varios años, y quizá también en Alcalá. Así las cosas, la vida del padre Moya discurrió por los cauces de una estoica aurea mediocritas que, posiblemente, debió serle muy querida para dedicarse al estudio,  su vocación fundamental. Y ello a pesar del éxito que tendría una contribución literaria de diversificados intereses y con una orientación eminentemente divulgadora que ya le reconoció Francisco Sánchez el Brocense afirmando que Moya trabajaba para evitar trabajo a los demás.

Su obra científica se inicia en 1554 con la publicación en Toledo del Libro de cuenta que tracta de las quatro reglas, prologado por el humanista Alejo Venegas y dedicado a  Diego de Benavides, conde de Santiesteban del Puerto, a quien posiblemente debiera Moya la fundación de la capellanía que ostentaba. Le siguen en 1557 el Libro segundo de Aritmética y la Sylva, típica miscelánea renacentista de saberes y curiosidades con una clara intención cívico educativa, única de sus obras redactada en latín y prologada por el Brocense. Ambas publicadas en Salamanca, donde el autor se habría instalado y donde permanecería hasta 1568, simultaneando estancias sin embargo con su pueblo natal. Con dedicatoria al mismo don Diego de Benavides, vería la luz en Burgos al año siguiente el Compendio de la Regla de la Cosa o Arte mayor,  el primer tratado relevante sobre álgebra impreso en castellano que valdría al Santistebeño el reconocido elogio de El Brocense.

Estos tres tratados sobre aritmética quedarían subsumidos en la que sería su obra definitiva, la  Arithmética práctica y speculativa, salida en 1562 de las prensas salmantinas de Matías Gast, dedicada al príncipe don Carlos y prologada por Alejo Venegas. Considerada como la obra matemática más importante del siglo XVI, fue la que consagró ya en vida la reputación del ilustre bachiller. Se trata de un compendio del saber aritmético acumulado en la época, concebido como un manual no tanto para estudiantes como para docentes. Aún a pesar de su carácter divulgativo o de su nula contribución al estado de la cuestión aritmética, sus bondades didácticas lo harían rebasar las fronteras de los reinos peninsulares, siendo celebrado por el prestigioso matemático holandés Simón Stevin. Aún a principios de la centuria siguiente, la fama de Pérez de Moya sigue cimentada en torno a esta obra, como testifica el elogio de “notable y célebre aritmético” que le dedica Lope de Vega en El peregrino en su patria. De su éxito da cuenta asimismo su vigencia como manual de aritmética durante doscientos años a través de una treintena de impresiones, circunstancia reveladora sin embargo del letargo de la vida científica española.

En estos años redacta también el Arte de Marear (1564),  borrador de un tratado de navegación que quedó inédito, publicando en Salamanca cuatro años después los Fragmentos Matemáticos en que se tratan cosas de Geometría y Astronomía, Geografía y Filosofía Natural, Esfera y Astrolabio y Navegación y reloxes. Es probable que a partir de 1569 y hasta 1584 el padre Moya fijara su residencia en la corte, donde se fechan algunos documentos suyos, apareciendo en las prensas de la vecina Alcalá una nueva edición de la Aritmética (1569);  el  Tratado de Matemáticas (1573), su más voluminosa obra, compendio sin embargo de publicaciones anteriores, que dedica a Felipe II; y en 1582, el  Manual de Contadores, un tratado elemental de aritmética.

Hasta aquí la producción científica de Pérez de Moya. Su perspicaz olfato editorial le lleva a escribir “algo que perteneciesse a mugeres, moviéndome a ello ver quán pocos libros ay manuales, fuera de los de devoción, en que virtuosamente se puedan exercitar”. Aparece así en 1583 la Varia historia de sanctas e illustres mugeres en todo género de virtudes que dedica a la emperatriz doña María. La obra se inscribe en un género pseudohistoriográfico en el que la biografía se plantea en términos de ejemplaridad moral. El  De claris mulieribus de Boccaccio que había sentado las bases de un género que tiene por protagonista exclusivo a la mujer es en buena parte referencial de la obra de Pérez de Moya, si bien este ofrece una propuesta de exempla más amplia y heterogénea. También frente al planteamiento cronológico de Boccaccio, Moya opta por una categorización dividida en tres libros: las vírgenes mártires, ilustres casadas y prototipos de castidad y penitencia; las mujeres que destacaron en hechos de armas y de gobierno; y las  que descollaron en el mundo de las ciencias, las letras y las artes. El simple planteamiento de los dos últimas libros revela ya la sensibilidad con la que nuestro bachiller se enfrenta no solo a la biografía femenina, sino también a las posibilidades de promoción -puramente meritoria, bien es cierto- que ofrece a la mujer de su época, dado el carácter ejemplarizante de la obra. Por lo demás, su mayor novedad es el carácter abierto del catálogo de mujeres ilustres. La santidad, el heroísmo, la sabiduría o la destreza, no son valores remotos en el tiempo y, por tanto, inaccesibles. Consecuentemente el humanista giennense incluirá a mujeres rigurosamente coetáneas, vivas incluso: Margarita de Austria, hermana del rey y gobernadora de los Países Bajos,  Catalina de Estrella, nieta de Juan Cristóbal Calvete de la Estrella, Francisca de Lebrija, hija del humanista, Teresa de Jesús, fallecida el  mismo año en el que el autor redacta su libro; o mujeres artistas como Marieta Robusti, hija del Tintoretto, la vallisoletana Isabel de Barros, la toledana María de Jesús, una diestra retratista de sólo dieciséis años o Isabel Sánchez Coello, hija y discípula del pintor de cámara que, gracias a Moya, volverá a merecer un reconocimiento historiográfico en 1800 con el Diccionario histórico de Ceán Bermúdez.

Otra obra suya también de carácter doctrinal sale en 1584 de las prensas de Alcalá de Henares: las Comparaciones o símiles para los vicios y virtudes. Muy útil y necesario para predicadores y otras personas curiosas que dedica al secretario del rey. Como ha señalado Chica Arellano se trata de  “un arsenal inmenso de máximas morales para incluirlas, cuando así lo exigiere el discurso, en piezas homiléticas completas”. Fue reeditada en 1586 (Alcalá), 1599 (Valencia) y 1600 (Madrid), sin ver ya más ediciones en la centuria siguiente, cuando el rumbo de la oratoria sagrada discurría por caminos bien diferentes.

La Philosofía secreta es la última de las obras publicadas por Pérez de Moya y, asimismo, la más conocida gracias a las varias ediciones que se han sucedido en el siglo XX. A la edición príncipe (Madrid, 1585), seguirían las de 1599, 1611, 1628 y 1673. La obra se contextualiza en una tradición mitográfica que, basada en la exégesis alegórica de la fábula, se remonta al siglo VI a. C. con Teágenes de Regio. A ella pertenecen la Genealogia deorum de Boccaccio (1370); Las diez questiones vulgares sobre los dioses de los gentiles de Alonso de Madrigal (1507); el Libro del Memorphoseos y fabulas del excelente poeta y philosofo Ovidio de Jorge Bustamante, traducción moralizada de la primera mitad del siglo XVI; o las Mythologiae sive explicationum fabularum libri decem de Natale Conti (1551), por solo citar fuentes generosamente rentabilizadas en la Filosofía secreta, título revelador de los intereses del autor para quien la fábula no es sino una parábola de la que le seduce, antes bien que sus valores poéticos, su oculto significado. Ello le lleva a consignar el mito con un laconismo muchas veces decepcionante, a eludir cualquier lirismo optando por una prosa desnuda y analítica y, finalmente, a beber más en las fuentes de los historiadores, mitógrafos o teólogos que en las de los poetas. Esta vocación, tan fundamentalmente hermenéutica como suspicaz con la fábula y el lenguaje poético, es también la diferencia más sensible que acusa este prontuario mitográfico respecto de otros anteriores o contemporáneos.

Los parámetros exegéticos en los que el padre Moya sitúa el mito son el evemerismo, la tradición físico-astrológica y la alegoría moral. Interpretaciones que acuñadas ya en la Antigüedad para explicar el origen y naturaleza de los dioses, fueron ampliamente utilizadas por el cristianismo como un eficaz instrumento para combatir o saldar inocuamente el panteón pagano. Moya, siguiendo a  Natale Conti, las aplica alternativamente, si bien concede una mayor importancia a la alegoría. En estos tiempos de la Contrarreforma, no especialmente comprensivos con la inmoralidad inherente al mito, la alegoría pudo servir, según la afortunada expresión de Jean Seznec, como antídoto moral contra la mitología.

Recurrentemente suele afirmarse el medievalismo con el que nuestro bachiller aplica el método alegórico, poniendo en la picota a los dioses y su escandalosa vida y, consecuentemente, devaluando los mitos como exempla censurables. Se desviaría así de la intención de uno de los primeros sistematizadores de esta tradición alegórica, Heráclito, o de la exégesis mística propiciada por los neoplatónicos, redentores uno y otros de las inmoralidades de los dioses por la revelación de su hermético y trascendente significado. Sirva como ejemplo el episodio más escandaloso de la epopeya homérica, el adulterio de Marte y Venus que, exegetado por Heráclito en sus Alegorías de Homero como la unión de la discordia y la amistad que procuraría la armonía del cosmos, será presentado por el padre Moya como ilustración del “desordenado deseo libidinoso de los viciosos”. Pero no es a través de esta óptica neomedieval con la que nuestro autor enfoca siempre el mito. En otros casos aplica un procedimiento analógico bien diferente, más próximo a la de aquellos que, con Heráclito a la cabeza, utilizaron la alegoría como una coartada para exonerar la impiedad que pesaba sobre Homero y con él la de los propios dioses. Así en el rapto de Ganimedes el padre Moya ve el amor que siente Dios por el hombre prudente, según la exégesis propuesta por Fulgencio en sus Mitologías; en la pasión zoofílica que despertó en Pasifae el hermoso toro de Creta, la imagen del alma escindida entre la razón y la pasión; o en el infanticidio de Medea, la aniquilación del deseo de los deleites por el hombre prudente. En realidad, esta dual actitud del mitógrafo giennense hacia la fábula no es sino el resultado de su concepción enciclopedista del saber y, consecuentemente, de un sistema de trabajo basado en la recopilación indiscriminada de fuentes heteróclitas, lo que acaba mermando la coherencia u originalidad final del producto literario.

Considerada por C. Clavería como “la más completa recopilación de datos mitológicos que pudieron leer en castellano los poetas del barroco español”, la Filosofía secreta fue también un instrumento útil en manos de artistas, documentándose de hecho en las bibliotecas de Herrera, Juan Bautista Monegro, Jorge Manuel Theotocópuli, Carducho, Velázquez, o Alonso Cano.

Fue la Filosofía secreta, como hemos señalado, el último de los libros publicados por Pérez de Moya, pero no de los escritos. En 1595 el anciano canónigo andaba en pleitos con Claudio Carlet, librero salmantino que se había comprometido a publicarle La obligación del cristiano y, al parecer, otros libros. Transcurrido un año sin darlos a la prensa, Carlet se desdijo, ofreciendo a Moya una indemnización de 200 reales y la devolución de los manuscritos; cosa que tampoco cumplió para desesperación del viejo canónigo que, a pesar de las amenazas judiciales dirigidas al mezquino librero, murió sin ver impresas sus últimas obras.

Dos años antes de su muerte, el padre Moya nos ofrece el conmovedor autorretrato del viejo estudioso con satisfecha vocación de eremita en una ciudad sin embargo grande y populosa como Granada, de la que sólo conoció lo que por obligaciones de su cargo se le puso delante de los ojos y donde, según sus propias palabras, aprendió finalmente a ser bueno:

“que como es pueblo grande, hay de todo mucho que emitar. Mi ejercicio es no faltar a las horas de la Iglesia y venido a mi casa, hago que me cierren la puerta con candado y que los mozos no vuelvan hasta la noche. Paso la vida leyendo libros que ayuden al alma a vencer los malos resabios de mi cuerpo. No visito a nadie, ni conozco oidor, ni caballero, sino a dos o tres personas por la vecindad. Vivo diez pasos de la puerta de la Iglesia, y para no tener con qué salir, no tengo mula, ni he visto desta ciudad en tres años y medio que ha vivo en ella, más de lo que hay desde la Iglesia mayor hasta Sant Josef y hasta Sant Sebastián, porque a estas dos partes sale el Cabildo y clerecía en procesión”.

Autor: Miguel Ángel León Coloma

Bibliografía

BARANDA, Consolación, “Introducción”; en PÉREZ de MOYA, Juan, Comparaciones o símiles para los vicios y virtudes. Philosophía secreta, Madrid, 1996; Arithmética práctica y speculativa. Varia historia de sanctas e illustres mugeres, Madrid, 1998.

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GÓMEZ de BAQUERO, Eduardo, “Estudio preliminar”; en PÉREZ de MOYA, Juan, Philosophía secreta, Madrid, 1928, 2 vols.

LEAL Y LEAL, Luis, “El bachiller Juan Pérez de Moya”, Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, 70-71, 1971-1972, pp. 17-36.

LEÓN COLOMA, Miguel Ángel, “El bachiller Juan Pérez de Moya”, en Universitarios giennenses en la historia: apuntes bibliográficos, Jaén, 2004, pp. 63-74.

VALLADARES REGUERO, Aurelio, “El bachiller Juan Pérez de Moya: Apuntes Bio-bibliográficos”, Boletín del Instituto de Estudios giennenses, 165, 1997, pp. 371-412.