También conocido como Juan de Oviedo el Joven o el Mozo, representa el ideal de artista total del Renacimiento, por su versátil actividad como arquitecto, escultor e ingeniero militar. Su trayectoria, estudiada en profundidad por Víctor Pérez Escolano, puede considerarse, en palabras de este autor, como “una vida apasionante”. Sus propios coetáneos eran conscientes de la valía de este polifacético artista, como lo revela la semblanza que hizo Francisco Pacheco del “jurado Juan de Oviedo” en su Libro de descripción de verdaderos retratos, de ilustres y memorables varones. Así Oviedo ejemplifica claramente la figura del artista de su época, que busca y alcanza el ascenso social gracias al desarrollo de sus habilidades profesionales y el reconocimiento mediante el rango y las relaciones institucionales que estableció en la Sevilla del tránsito del siglo XVI al XVII. Fue jurado (1602) y maestro mayor del Concejo hispalense (1603), y en 1617 consiguió el ingreso como caballero de la Orden de Montesa.

Su formación se inició al calor de su padre, el escultor abulense Juan de Oviedo “el Viejo”, llegado a Sevilla en esa corriente migratoria de artistas castellanos que configuraron la escuela sevillana del Renacimiento, como cimiento de la posterior eclosión barroca. Así su padre y su tío Miguel Adán fueron sus mentores en su aprendizaje como escultor, dentro del contexto de la intensa actividad desplegada por una generación de artistas tan relevantes como Juan Bautista Vázquez, Diego López Bueno y Martínez Montañés. De acuerdo con el sistema de formación gremial, en 1586 alcanzó el grado de maestro en el arte de escultor, entallador del romano y arquitecto. Al año siguiente contrae matrimonio por primera vez, con Mariana de Vera. Estos años los dedica Oviedo a una intensa actividad escultórica: estatuas yacentes de doña Juana de Zúñiga, viuda de Hernán Cortés, y su hija Catalina, para la iglesia conventual de Madre de Dios, para cuya portada realiza hacia 1595 el altorrelieve de la Virgen del Rosario y Santo Domingo; Virgen con el Niño de la portada del convento de Santa María de Jesús, de hacia 1590; Cristo de la Misericordia para los Carmelitas de San Juan del Puerto (1591), hoy en la parroquia de esa localidad; además de atribuciones como el Cristo del Mayor Dolor (c. 1600), originariamente en el Beaterio de la Trinidad y hoy en poder de la Hermandad de “la Bofetá” establecida en la parroquia de San Lorenzo de Sevilla, y diversas imágenes desaparecidas o sin localizar.

Otra importante faceta de Juan de Oviedo, en íntima relación con su labor escultórica, fue la de tracista de retablos, que será la que en definitiva caracterice su personalidad artística, aunque desafortunadamente la desaparición de la mayor parte de su producción a consecuencia de acontecimientos como la Desamortización o las destrucciones de la Guerra Civil, limita el conocimiento de esta actividad a las descripciones contenidas en las escrituras contractuales de estos conjuntos y a los escasos testimonios fotográficos que nos han llegado de algunas de sus obras antes de su destrucción en 1936. En estas arquitecturas en madera, demostrará su dominio de la composición clasicista que bebía en los tratadistas italianos, al tiempo que ensaya fórmulas que serán utilizadas posteriormente en el barroco sevillano. Así realizó retablos para los conventos sevillanos de la Concepción, en la collación de San Miguel (1584-1589), y Santa María de Jesús (1588), éste sustituido en el siglo XVII por el actual conjunto barroco realizado por Cristóbal de Guadix. Otros retablos, también desaparecidos, fueron realizados para la iglesia de San Miguel de Jerez de los Caballeros (1589) y las parroquias de Nuestra Señora de la Consolación de Azuaga (1589-1596), Nuestra Señora de Consolación de Cazalla de la Sierra y Nuestra Señora de la Encarnación de Constantina, estos dos últimos concertados en 1592. En las primeras décadas del siglo XVII, Oviedo colaborará con Juan Martínez Montañés en la ejecución de otros conjuntos retablísticos que en ocasiones sufrirán diversas vicisitudes y cambios. En la misma línea cooperará con otros artistas suministrándole trazas para este tipo de obras, como lo ejemplifica el retablo mayor del convento franciscano de Villamanrique de la Condesa, realizado por Diego López Bueno entre 1612 y 1616 y conservado hoy en la parroquia de la localidad tras el derribo del cenobio.

Gracias a algunas imágenes y relieves procedentes de estos perdidos conjuntos, podemos hacernos idea de la calidad plástica de la escultura que integraba sus programas iconográficos. Es el caso de obras como la Virgen de las Nieves y los relieves que la acompañan en la clausura del convento de Santa María de Jesús de Sevilla; el relieve de la Adoración de los Pastores, del Museo Frederic Marés de Barcelona, procedente del destruido retablo mayor de la parroquia de Cazalla de la Sierra (Sevilla), localidad ésta donde permanecen otras piezas del mismo, como las imágenes de San Pedro, San Pablo, San Sebastián y los relieves de la Anunciación y la Circuncisión; la Virgen del Buen Aire (1606), de la capilla del Palacio de San Telmo, procedente del primitivo hospital de los mareantes en Triana; el relieve de la Asunción de la Virgen, del Museo de Bellas Artes, resto de un retablo del convento de dominicas de Pasión, de hacia 1601; y los relieves del Nacimiento y la Resurrección, de la Colegiata del Salvador, que formaron parte del primitivo retablo mayor (1609-1612) del templo predecesor de la actual iglesia barroca.

Este dominio de las artes del diseño le facilitó su incursión en el terreno de la arquitectura efímera vinculada a fastos o celebraciones públicas, que adquirió un amplio desarrollo en la Edad Moderna y que en su caso consistió en dar las trazas para el túmulo de las exequias de Felipe II levantado en 1598 en la catedral de Sevilla y que despertó los encendidos elogios de los versos de Miguel de Cervantes. Otra muestra de este tipo de tramoyas funerarias de carácter efímero fue el túmulo que en 1611 se dedicó a la reina Margarita de Austria, muerta de sobreparto de un infante, en la misma catedral hispalense.

Su labor propiamente arquitectónica, de tanta importancia en la consolidación del Manierismo en el arte sevillano, fue especialmente versátil, pues se desarrolló en los terrenos de la arquitectura religiosa, civil y la ingeniería vinculada a obras hidráulicas y de fortificaciones.

Comenzando por su faceta religiosa, hay que señalar que estuvo especialmente vinculado a las órdenes religiosas que entonces reformaban o levantaban de nueva planta sus establecimientos conventuales. En esta línea, su obra emblemática es su intervención en el convento e iglesia de la Merced Calzada, actual Museo de Bellas Artes de Sevilla. A partir de 1602 el viejo cenobio medieval va a ser sustituido por un nuevo edificio cuyos espacios se articulan en torno a tres claustros de elegante clasicismo con arquerías sobre columnas toscanas en planta baja y ventanas alternando con paramentos lisos en la planta superior. Estos patios están centrados por una monumental escalera de tipo imperial, cuya cubierta en forma de cúpula octogonal se ornamenta con un espléndido programa de yeserías en las que se combina sutilmente el color y los dorados. El templo conventual consta de una esbelta nave con crucero, cubierta la primera con bóveda de cañón y lunetos y el segundo con cúpula, todo ello recubierto de pinturas murales.

Hacia 1620 interviene en la reforma de la iglesia del convento de Santa Clara, en colaboración con Miguel de Zumárraga, donde destaca el bello pórtico de ingreso y la decoración de yeserías de la nave, en las que adquiere decisivo protagonismo la técnica de cartones recortados. También intervino, según el testimonio de Pacheco, en la iglesia de las agustinas de San Leandro, si bien no se puede calibrar su alcance por falta de documentación.  Para los benedictinos establecidos extramuros de la ciudad desde la Edad Media, diseñó un templo “de buena arquitectura, conforme a la moda moderna”, que fue realizado siguiendo sus trazas por Andrés de Oviedo entre 1610 y 1612; frente a la tipología conventual habitual de iglesia de cajón de nave única, se organiza en una planta de tres naves, con bóveda de cañón con arcos fajones y crucero, y separadas por arcadas que descansan sobre columnas pareadas. Desafortunadamente, han desaparecido las iglesias de la Encarnación de Belén, de carmelitas calzadas, concebida como una sencilla nave larga y alta; y de las Mercedarias de la Asunción (1615), que respondía al modelo de cajón puro. Fuera de la capital, interviene en la iglesia conventual franciscana de Santa María de Gracia en Villamanrique de la Condesa (1610), desafortunadamente derribada en el siglo XX; y en la iglesia de la Merced de Sanlúcar de Barrameda, siguiendo las trazas dadas en 1616 por Alonso de Vandelvira.

Su producción de arquitectura civil, desaparecida por completo, se manifestó en diversos trabajos al servicio de la nobleza sevillana, como el duque de Alcalá, el conde de Gelves y los marqueses de Tarifa, pero alcanzó especial desarrollo con el ejercicio del cargo de maestro mayor de la ciudad de Sevilla entre 1603 y 1621, donde se ocupó especialmente de obras de infraestructura urbana en relación con las riadas del Guadalquivir y el abastecimiento de agua, y de reparaciones de edificios públicos como el Ayuntamiento, la Cárcel Real y el Matadero, entre otros. Pero la obra que le dio más fama en este campo fue la construcción de un teatro o coliseo (1614-1616) en el denominado Corral de los Alcaldes, desafortunadamente destruido por un incendio en 1620.

Por último tenemos que referirnos, como cierre de esta variada producción, a su faceta de ingeniero, desarrollada en su doble vertiente civil y militar. Si como ya hemos visto la primera la desarrolló al servicio del Concejo sevillano, la segunda fue de mucho mayor alcance y se centró durante las primeras décadas del siglo XVII en numerosas obras de fortificación en el sur de España, fundamentalmente en las torres vigías del litoral y en las ciudades de Gibraltar, Málaga y Almería, además del reconocimiento de las fortificaciones de Navarra y Guipúzcoa. Precisamente el desempeño de esta función de ingeniero militar pondría fin a su existencia, al servicio de la Corona española pero fuera del territorio peninsular. En mayo de 1624 la flota holandesa conquistó y saqueó la ciudad de San Salvador de Bahía, capital colonial portuguesa en Brasil. Felipe IV prestó su auxilio enviando una fuerza naval al mando de de don Fadrique de Toledo y a la que se incorporó Juan de Oviedo como ingeniero mayor. En el posterior asalto para recuperar la ciudad, Oviedo resultó herido de una bala de cañón que le segó completamente la pierna derecha, muriendo a las pocas horas. Era el 25 de marzo de 1625, fatídica fecha que puso fin a la vida y obra de una de las figuras más trascendentales del Bajo Renacimiento sevillano.

Autor: Salvador Hernández González

Bibliografía

CRUZ ISIDORO, Fernando, Arquitectura sevillana del siglo XVII. Maestros Mayores de la Catedral y del Concejo hispalense, Sevilla, Universidad, 1997.

FERNÁNDEZ ROJAS, Matilde, El convento de la Merced Calzada de Sevilla: actual Museo de Bellas Artes, Sevilla, Diputación Provincial, 2000.

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PALOMERO PÁRAMO, Jesús Miguel, El retablo sevillano del Renacimiento: análisis y evolución (1560-1629), Sevilla, Diputación Provincial, 1983.

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