Aunque existen diversas teorías sobre los orígenes y la etimología del puerto de Huelva, los antecedentes de la ciudad tal como la conocemos actualmente se remontan a la conquista, a mediados del siglo XIII, del reino almohade de Niebla. Desde mediados de siglo XV, Huelva queda incorporada de hecho a la Casa de los Guzmanes, en la que va a permanecer hasta el fin del Antiguo Régimen.

La ubicación costera de Huelva favoreció el desarrollo de dos de sus principales actividades económicas: la pesca y las salinas, que estaban dominadas por los grupos sociales de mayor poder adquisitivo y muy capitalizadas. Entre las actividades pesqueras sobresalieron las almadrabas que anualmente, por primavera, capturaban los atunes que nadaban hacia el Mediterráneo, aunque eran monopolio de los Medina Sidonia. Muchos onubenses acabaron viviendo de la pesca, tanto de bajura en sus costas y esteros, como de altura, enrolándose especialmente en las naves palermas.

La pesca de altura fue realizada, especialmente, en aguas africanas. Reviste una especial importancia no sólo desde un punto de vista económico, sino por la coyuntura histórica en la que se encuadró. Las actividades marítimas de los onubenses en esta zona se desarrollaron en una época de rivalidad castellano-portuguesa por el dominio de las costas africanas. A consecuencia de ello, sufrieron grandes altibajos en función de la política regia hasta que una serie de tratados fue mermando paulatinamente las áreas pesqueras a las que podían acceder los andaluces.

Los marineros de la Baja Andalucía faenaron en aguas africanas desde el primer tercio del siglo XV o incluso antes. En su contexto más amplio, la expansión por aguas africanas hay que abordarla como una consecuencia de la marcha hacia el Sur, efectuada durante la Reconquista, propia de los pueblos ibéricos. En el mar, los castellanos se limitaron a seguir la estela de las navegaciones portuguesas, auténtica pionera en el Atlántico. Desde el Norte de Afrecha, las actividades pesqueras fueron ampliándose hacia el Sur del continente, aumentando progresivamente las áreas de pesca y diversificándose las especies capturadas. De esta manera «la pesca de las alosas adquirió un portentoso desarrollo en Azamor, en la desembocadura del Umm-al-Rabia, lo que provocó una gran concentración en sus aguas de embarcaciones andaluzas. Posteriormente fueron al cabo de Aguer, donde se buscaba la pescada. En San Bartolomé, en la desembocadura del río de la Mar Pequeña, al igual que en los bancos del Cabo Bojador, se capturó el cherne, las bogas y la corvina. A mediados del siglo XV, los pescadores andaluces realizaban sus faenas hasta Angra de los Caballos y Río de Oro, donde se hallaban las más variadas y ricas especies».

El intento de los portugueses de controlar la mayor parte posible de la costa africana chocó con la resistencia de pescadores y comerciantes andaluces, lo que dio lugar a un estado de conflicto semipermanente que desembocó en una situación de inseguridad en las aguas africanas, acentuada con el inicio de la guerra peninsular. El Tratado de Alcáçovas-Toledo (1479-80) que ponía fin a la guerra peninsular, y cuyas secuelas afectaron de manera especial al comercio, tuvo, no obstante, un reflejo en las actividades pesqueras. En esencia, el Tratado estableció la definitiva renuncia castellana a los derechos que la Corona hubiera podido mantener sobre Guinea. Pero en Alcáçovas, no se hace mención de la pesca, por lo que al contrario del comercio, ésta pudo seguir desarrollándose más al Sur del Cabo Bojador, aunque se excluyera definitivamente a Guinea que, en virtud del Tratado, se convirtió en «mare clausum» para los castellanos.

Cuando Cristóbal Colón pisa por primera vez La Rábida, en 1485, la comarca conocía un gran apogeo marítimo mercantil. En el último tercio del siglo XV se abre a los onubenses el tráfico de Guinea. Su puerto acoge barcos extranjeros atraídos por el pujante comercio. La plaza pública era el lugar donde se encontraba el mercado local, en el cual se concentraban pequeñas tiendas en las que se realizaban los tratos comerciales. Las principales embarcaciones onubenses eran las carabelas, cuyo calado no solía superar los 3 m, con 20 m de eslora, 6,5 m de manga y un desplazamiento de 40 a 60 toneladas. Resultaban, por tanto, aptas para la navegación por el Odiel hasta Huelva. Con barcazas se podía llegar hasta Gibraleón y Lucena del Puerto, y con balsa hasta Niebla. La isla de Saltés, situada en la confluencia de la desembocadura de ambos ríos, despedía a las embarcaciones que se adentraban en el Atlántico. No muy lejos, en el puntal de la Puerca, las naves realizaban la aguada en la fuente de Villafría, a fin de ahorrar esfuerzos a la marinería maniobrando en el río cargados de agua.

Fueron importantes las transacciones con la costa atlántica sur de Europa: ingleses, bretones y flamencos, así como con el mediterráneo occidental, especialmente genoveses, aunque solían ser sus barcos los que fondeaban en los puertos onubenses para cargar pescado, esclavos, vinos, pasas, higos o almendras, a cambio de traer cereales, manufacturas o paños. Pero fueron sobre todo las expediciones a África la especialidad de los marinos onubenses, por cercanía geográfica y porque aprendieron las rutas de sus vecinos portugueses. Amén de que fueron, con diferencia, las más productivas. Canarias, Guinea, la Mina, constituían enclaves lejanos y peligrosos, pero, al mismo tiempo, prometedores de riquezas. Los mercaderes, locales o no, se asociaban con los más intrépidos capitanes y avezados marinos para trocar allí telas, alimentos, bebidas alcohólicas o conchas canarias, por oro, esclavos y especias, generadores de pingües beneficios.

Alonso Sánchez fue un mercader y piloto, o “pobre y oscuro marino” de Huelva, como le llama Oviedo, que realizaba frecuentes viajes a Inglaterra, las islas Canarias y Madeira. En 1484, durante una travesía entre estos dos últimos lugares en un navío pequeño y con pocos marineros, fue sorprendido por una tormenta que lo desvió de su ruta y lo llevó hacia el oeste por aguas desconocidas. Al cabo de varias semanas y con la embarcación bastante dañada, los marineros avistaron tierra, una isla que a juicio del cronista podría haber sido Santo Domingo. Cuando llegó a un puerto extraño construido por los indígenas, desembarcó con los pocos marineros que le quedaban de la tormenta. Los indígenas lo recibieron bien porque eran más altos y tenían barba (los indígenas eran imberbes) y porque su religión les decía que desde el mar vendrían los dioses. Los indígenas le dieron comida, oro y le ofrecieron a sus mujeres como regalos.

La vuelta fue más dura que la ida, casi siempre con vientos contrarios (debieron regresar por una baja latitud). Después de casi un mes, atracaron en la isla de Porto Santo, donde residía Cristóbal Colón. Alonso Sánchez, enfermo y siendo uno de los pocos sobrevivientes, siempre según estas historias orales, tomaría contacto con el navegante, al que trasladó toda la información que recogió el marinero. Precisamente el inca Garcilaso, pretendiendo afirmar esta historia, ya que había transcurrido más de un siglo desde la llegada de Colón a América cuando publicó sus Comentarios reales, añadió importantes elementos a la tradición, asegurando haberlos “escuchado en la niñez a su padre y a otros conquistadores del Perú con pormenores que no se habían borrado de su memoria”. No sabía, según declaraba, cuál era la isla a la que arribaron los tripulantes del navío, “mas se debe sospechar que fue la que ahora llaman Santo Domingo”. Por vez primera enseñó Garcilaso, pasado tanto tiempo, que el desdichado piloto se llamaba Alonso Sánchez y era natural de Huelva, lo cual fueron repitiendo los historiadores posteriores.

Colón vino pues, y no por casualidad, a la tierra de los marinos que más se habían adentrado en el Atlántico hasta entonces. Sus viajes, sus naufragios, las islas descubiertas en el océano, todo eso era el material con que argumentaba su idea de llegar a Oriente navegando hacia Occidente. Fueron estos tristes náufragos los primeros en traer noticias de aquellas tierras. Probablemente comunicaron su experiencia a muchas personas, pero pocas o ninguna más que Colón poseían el discernimiento necesario para estimar el valor de la información y utilizarlo a su tiempo. La perspectiva de hallar casas con tejas de oro, hábilmente dibujada por Martín Alonso Pinzón cuando estimulaba a los indecisos marineros; la explicación de Pero Vázquez de la Frontera del mar del Sargazo al decir que verían las aguas cubiertas de hierba y que sin temor las surcaran, seguros de llegar a tierra; las particularidades aludidas por Pedro de Velasco y otros pilotos, recogidas en autos, indican claramente que en Huelva, en Palos, en la Rábida, muy probablemente, se sabía con certeza lo que en las leyendas andaba encubierto, contribuyendo dicho conocimiento a la aceptación de los planes del desconocido Colón.

La determinación con la que, una vez explorada la isla Española, puso el Almirante rumbo al Norte y, sin vacilar, se vino de regreso por tan extraña ruta en aquella época, trazando desde aquella primera vez la derrota que, como él, más tarde trajeron Vicente Yáñez Pinzón, Antonio Torres, Pero Alonso Niño, Ojeda, tenía que obedecer a un previo conocimiento, al descubrimiento del que sería llamado Alonso Sánchez.

Cada año, Huelva conmemora el llamado “voto de la Cinta”, recordando el grave momento en que, preocupados por la tormenta, Colón y su tripulación prometen peregrinar al santuario onubense de la Virgen si se salvaban del peligro en que se hallaban: “Domingo, 3 de marzo. Después del sol puesto navegó a su camino al Este. Vínole una turbonada que le rompió todas las velas, y viose en gran peligro, mas Dios los quiso librar. Echó suertes para enviar un peregrino dice a Santa María de la Cinta en Huelva, que fuese en camisa, y cayó la suerte al Almirante”.

El testimonio del Almirante pone de manifiesto la profunda vinculación de los onubenses a la empresa colombina, tanto antes como después del primer viaje. De estas tierras probablemente surgió, real o imaginario, el predescubridor, y con toda certeza la credibilidad del proyecto, al quedar el mismo respaldado por excelentes marinos liderados por los hermanos Pinzón y los Niño, reforzados espiritualmente por el incondicional apoyo de los humildes pero muy influyentes franciscanos del Convento de La Rábida.

Posteriormente, muchos marinos de Huelva participaron en el descubrimiento y la colonización de estas nuevas tierras y océanos. Entre ellos podemos destacar tripulantes de la carabela Niña como Andrés de Huelva, grumete; Alonso Morales, carpintero, murió en La Española; Maestre Alonso, físico; murió en La Española. Con Colón fueron también, en el segundo viaje, Alonso Galeote, Alonso de Huelva, grumete, Fernando López, también grumete y Alonso Pérez, marinero. En el tercer viaje Alonso Pérez Nizardo, marinero, que descubrió la Isla Trinidad el 31 de julio de 1498. Y en el cuarto viaje, Ruy Fernández.

Participaron en la conquista de Cuba y México, los onubenses Antonio  y Gonzalo Galeote, Antón Martín, Esteban Martín, Francisco Rodríguez, Juan Sánchez, Gregorio de Santiago, de quien se dice que volvió rico a España, Cristóbal Martín de Leiva, casado con una india, Fernán Hernández y Antonio García Ribas, que fueron tripulantes de la armada de Ovando, Juan Álvarez «el manquillo de Huelva», que pilotaba un barco con el famoso palermo Antón de Alaminos, y Esteban Rodríguez, que fue piloto mayor en la armada de Legazpi.

Mención especial merece Antonio Hernández Colmenero, casado con Catalina Gómez. Este marino participó, a las órdenes de Vicente Yánez Pinzón, en el descubrimiento de Brasil en 1499. También lo encontramos en la expedición de Magallanes en las naves Trinidad y Victoria. Fue uno de los pocos que lograron volver a España después de haber completado la primera vuelta al mundo con Juan Sebastián Elcano. En este viaje le acompañaban otros dos marinos onubenses: Gómez Fernández, marinero de la Concepción y la Victoria, que también logró volver a España después de haber estado preso por los portugueses; Juan Rodríguez,  marinero, y Pedro Díaz, grumete en la Santiago y la Trinidad.

Son algunos ejemplos de la participación de los marinos de Huelva en el descubrimiento y colonización de América, así como en otras muchas expediciones que, a finales del siglo XV y comienzos del XVI, contribuyeron a los grandes descubrimientos geográficos de la época, poniendo en contacto a muchas culturas que, hasta entonces, habían estado aisladas unas de otras. Ellos hicieron de Huelva un verdadero lugar de encuentro entre civilizaciones.

Autor: Julio Izquierdo Labrado

Bibliografía

GONZÁLEZ CRUZ, David (coord.), Descubridores de América. Colón, los marinos y los puertos, Sílex, 2012.

IZQUIERDO LABRADO, Julio, «El puerto de Huelva y sus marinos», en GONZÁLEZ CRUZ, David (coord.), Descubridores de América. Colón, los marinos y los puertos, Sílex, 2012, pp. 165-199.