Francisco de Ocampo es uno de esos artistas que llenan plenamente con su producción artística la primera mitad del siglo XVII.

Nació en la localidad de Villacarrillo, Jaén, el año 1579 siendo el hijo primogénito de Fernán González de Felguera y María Inés de Tablada. A los catorce años, en 1593, se traslada a Sevilla donde entra como aprendiz de escultura en el taller de Andrés de Ocampo. Allí empieza a formarse bebiendo de los caracteres de la Escuela Sevillana, iniciándose en los moldes manieristas de su tío, aunque también pasa por el taller de Juan de Oviedo el Mozo y hasta se le conocen colaboraciones con Martínez Montañés, hacia cuyos cánones evoluciona. De su biografía sabemos que contrajo nupcias en dos ocasiones, la primera en 1602 con Lorenza Ponce –hija del maestro pintor Salvador Campos- y la segunda en 1634, cinco años antes de morir en su casa sevillana de la collación de San Martín, siendo enterrado el día 29 de diciembre en su iglesia parroquial. Aún tenemos noticia de varios aspectos más de su vida, como que mantuvo pleitos por ofensas con el maestro pintor Vicente Perea o que incluso inventó un ingenio para moler trigo.

Los primeros indicios que tenemos de su actividad son la restauración del grupo escultórico de Santa Ana y la Virgen de la iglesia de Triana y en 1603 su primera hechura documentada: un San Nicolás Tolentino. Son producto de sus gubias imágenes tan reconocidas como el Nazareno de Carmona, el San José con el Niño que hizo por encargo del monje Diego Sánchez para Villamartín en 1622, o el Cristo del Calvario de la Iglesia de la Magdalena en Sevilla.

Entre su nutrida nómina de retablos citamos el de San Andrés para la capilla de Fernando Páez de Castillejo en el Convento de Nuestra Señora de la Paz, el de la capilla de San Diego en el monasterio de Aguasantas en Palma del Río, el retablo mayor de la parroquial de Gerena y el de la Merced en San Pedro de Carmona. Fue habitual su colaboración con otros artistas en la confección de estas piezas: López Bueno, el dorador Hernando Luque, o el pintor Blas Martín Silvestre, con el que realizó entre otros, un retablo para los dominicos de Tunja (Colombia), y es que, al igual que su tío, también participó del comercio trasatlántico, enviando varias obras a América y Canarias. En 1607 también enviaba unas esculturas al Nuevo Reino de Granada, a Pamplona, donde las requería Cristóbal de Araqui, y treinta años después hacía un Santo Domingo para la isla de La Palma.

Su testamento otorgado en 26 de diciembre de 1639 disponiendo ser enterrado en la parroquia de San Martín de donde era vecino en ese momento, estableciendo como albaceas testamentarios a su esposa y al pintor Baltasar Tintero, y como universales herederos “a Fernando de Ocampo, ausente en India y a Salvador de Ocampo, mis hijos legítimos y de doña Lorença Ponce, mi primera mujer”.

Su estilo, aunque con personalidad, se hace eco del trabajo montañesino como casi todos los escultores de su época, y aunque está a caballo entre un manierismo tardío y la eclosión del barroquismo, en sus últimas obras se pueden apreciar ciertos virajes hacia el realismo barroco.

Algunos de sus discípulos más aventajados fueron Jacinto Pimentel, Juan de la Barrera y Pedro Nieto.

Autor: Adrián Contreras-Guerrero

ANGULO ÍÑIGUEZ, Diego. “Andrés y Francisco de Ocampo y las esculturas de la catedral de Comayagua, Honduras”. En Arte en América y  Filipinas, 4. Sevilla: Laboratorio de Arte/Universidad, 1952, pp. 169-170.

LÓPEZ MARTÍNEZ, Celestino. Retablos y esculturas de traza sevillana. Sevilla: Rodríguez Giménez y Cía., 1928.

MARTÍN MACÍAS, Antonio. Francisco de Ocampo. Maestro escultor (1579-1639). Sevilla: Gráficas del Sur, 1983.

VVAA. La escultura sevillana del Siglo de Oro. Madrid: Club Urbis, 1978.