Francisco de Herrera el Mozo destacó por ser el introductor del pleno Barroco en el entorno cortesano y en el sur peninsular. Fue el segundo hijo de María de Hinestrosa y Francisco de Herrera el Viejo –maestro de Diego de Silva Velázquez, Alonso Cano, Sebastián Llanos Valdés y Matías de Iriarte–, y nieto de Juan de Herrera y Aguilar –pintor iluminador y grabador–. Se desconoce la fecha exacta de su nacimiento, pero tuvo lugar días antes de su bautizo el 28 de junio de 1627 en la parroquia de San Andrés. Pronto inició sus estudios en el obrador paterno, una de las empresas artísticas con mayor carga de trabajo de la ciudad y referente del Naturalismo hispano. En el seno de este negocio llegó a la oficialía y a la maestría sin que quede constancia expresa del trabajo desarrollado. El 9 de septiembre de 1647 contrajo matrimonio con Juana de Auroris Medina, separándose poco después con nulidad eclesiástica.

Acto seguido la familia Herrera se mudó a Madrid, donde se presumen próximos a la Corte gracias a su amistad con Velázquez y Cano. Para cuando regresan, tras la epidemia de cólera morbo que arrasó al vecindario, el Mozo ya había marchado a Italia con intención de aprender los nuevos modos y emprender un camino autónomo. Allí se ganó la vida como pintor de bodegones de peces, participó de las academias y se acercó a estudiar los jardines y colecciones clásicas, “lo que lo hizo –según Palomino–, no solo gran pintor, sino consumado arquitecto”, coincidiendo en su periplo con José Jiménez Donoso y Francisco Pérez Sierra. En la construcción de su estilo influyeron la anatomía académica, el sentido compositivo de Bernini, el decorativismo de Pietro da Cortona y el color veneciano. De su paso por Roma sólo queda constancia de un conjunto de cartelas grabadas en las que se aprecia una apresurada evolución.

En 1653 el pintor volvió a la Villa trayendo consigo una nueva conciencia del arte y la profesión. Al poco, los carmelitas calzados le encargaron las pinturas para el retablo mayor de su capilla que debía presidir El triunfo de San Hermenegildo. La presentación del lienzo supuso la entrada definitiva del Pleno Barroco en la Península que, si bien había sido ensayado tímidamente por sus colegas, ahora se despliega con un gran alarde técnico y compositivo. Herrera era consciente de esta realidad, llegando a “decir que aquel quadro se avía de poner con clarines y timbales”.

La repentina muerte de su progenitor lo llevó a regresar a Sevilla para hacerse cargo de su herencia en 1655. Lo que en principio se previó como un mero trámite, se convirtió en un lustro de trabajo y reconocimiento, llegando a abrir su propio obrador en la Puerta de Jerez donde realizó, principalmente, retratos y temas eucarísticos. Al año de su llegada se incorporó a la Archicofradía Sacramental del Sagrario para la que realizó la Alegoría del triunfo de la Eucaristía obteniendo un nuevo éxito que supuso la revolución de profesionales ya consagrados como Bartolomé Esteban Murillo y Juan de Valdés Leal. Seguidamente ejecutó el Éxtasis de San Francisco para la Catedral que terminaría por consagrarlo entre sus vecinos. No obstante, el gesto más importante de su estancia fue la creación en 1660, junto a Murillo, de una academia de dibujo con sede en la Casa de la Lonja. A la llamada de ambos profesionales concurrieron los principales profesionales de la pintura, la escultura y el dorado para profundizar en la perfección del arte a través del estudio anatómico del cuerpo masculino.

En verano de este mismo año, tras conocer el fallecimiento de Velázquez, abandona la ciudad para regresar a la capital en busca de una nueva posición social. Regresa al circuito profesional centrándose en la elaboración de series para retablos y pinturas al fresco. De entre los primeros destaca Sueño de San José, realizado en 1661 para el Colegio de santo Tomás. Tema que repetiría al año siguiente para el templo de San Sebastián de Aldeavieja (Ávila) por mediación del comerciante Luis García de Cerecedo, para quien también realizaría su retrato y otro pequeño retablo erigido en la misma iglesia en 1666. Más trascendencia tuvieron sus pinturas murales, con las que rebasó la quadratura boloñesa imperante por una visión más cortonesca. Lo cual le valió su primer encargo regio, la decoración de la bóveda del testero de la Iglesia de nuestra señora de Atocha en 1663. Desafortunadamente toda su producción parietal fue barrida por completo, restando únicamente un conjunto de tondos conservados en el Museo del Prado que proceden del convento de los Agustinos Recoletos (c. 1670).

Herrera participo en los fastos de la beatificación de Fernando III en Sevilla en 1671 ejecutando la portada y la dedicatoria del libro panegírico que publicó la Sede hispalense. Por designios de la regente y el Consejo de Castilla también realizó el diseño de la urna-relicario del bienaventurado y de un retablo para la Virgen de los Reyes que debía presidir la Capilla Real, llegándose a ejecutar tan solo la primera.

La regencia de Mariana de Austria supuso un continuo desequilibrio político que fue utilizado por el pintor para posicionarse como candidato a Palacio. Se hizo imprescindible como creador de ambientes en la Corte cuando Fernando de Valenzuela se puso al frente del Gobierno. Sus primeros trabajos fueron como escenógrafo, estando al frente de la decoración teatral de las temporadas de invierno en el Salón Dorado del Alcázar, al menos, entre 1672 y 1675. De esta labor se conservan varias acuarelas en la Biblioteca Nacional de Viena que muestran el aparato dispuesto para Los celos hacen estrellas de Juan Vélez de Guevara. Seguidamente recayeron sobre él las ambientaciones de otros actos sociales de la monarquía, como las exequias de la emperatriz Margarita Teresa de Austria. Todos estos actos le llevaron a alcanzar la plaza de Pintor del Rey el 24 de agosto de 1673. Paralelamente realiza otros trabajos externos, como el diseño del retablo mayor y colaterales de la iglesia del Hospital de los Aragoneses (1673-1675), o dos grandes lienzos de la Pasión de Cristo y una pintura de la bóveda para la Cofradía de la Virgen de los Siete Dolores.

El 24 de agosto de 1677, tras la llegada al poder de Juan José de Austria, Herrera adquirió la plaza de Maestro Mayor de Obras Reales y furriera en sustitución del defenestrado José del Olmo, no sin la oposición de los arquitectos de profesión que veían invadido su espacio por un pintor. Como tal realizó tasaciones, visitas y dispuso soluciones a problemas heredados del periodo anterior alrededor en la plazuela de armas del Alcázar y Cocheras Reales, contando para ello con la colaboración de Bartolomé Hurtado como Aparejador Primero. También tuvo lugar para el diseño, como el de la puerta principal de dicha plazuela en el margen daba a San Gil o la basílica de Nuestra Señora del Pilar en Zaragoza, en el que dejó plasmado sus profundos conocimientos de la arquitectura manierista y barroca romana.

La repentina muerte del bastardo en 1679 supuso la paulatina defenestración del pintor en favor, nuevamente, de José del Olmo. De tal manera su último encargo importante vendría de la mano de María Luisa de Orleans, siendo responsable de la adecuación de sus aposentos, de la decoración del recorrido de su entrada en Madrid –llegando a diseñar el arco de los mercaderes– y de la adaptación del Palacio de Uceda y de los edificios colindantes a casa de la Reina Madre. Frente a esta devaluación de su trabajo su figura se vio engrandecida como referente de la profesión, siendo responsable de una epístola al rey sobre la capacidad constructiva de los arquitectos y habiendo sido propuesto por los pintores españoles destacados en Roma como director de una pretendida academia regia de dibujo que nunca se llegó a concretar.

Falleció el 25 de agosto de 1685, siendo enterrado en la parroquia madrileña de San Pedro y habiendo testado anteriormente en Ángela Robles, con quien convivía desde hacía años en una casa de la calle del Almendro. Pronto su trabajo quedó oculto por los nuevos gustos y por el interés de la historiografía en presentarlo como némesis de Murillo.

Autor: Antonio García Baeza

Bibliografía

BLASCO ESQUIVIAS, Beatriz, Arquitectos y tracistas (1536-1700): El triunfo del Barroco en la Corte de los Austrias, Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica, 2013.

BROWN, Jonathan, “Herrera the Younger: Barroque Artist and Personality”, Apollo: The Magazine of Arts, julio 1966.

FERNÁNDEZ-SANTOS ORTIZ-IRIBAS, Jorge, “Entre Agostino Carracci y Veronese: Apuntes sobre el aprendizaje italiano de Francisco de Herrera ‘el Mozo’”, Archivo Español de Arte, 311.

GARCÍA BAEZA, Antonio. La polifacética figura de Francisco de Herrera Inestrosa, el Mozo, Sevilla, Universidad de Sevilla, Tesis Doctoral, 2016.

LÓPEZ NAVÍO, José, “Testamento de Francisco de Herrera el Joven”, Archivo Hispalense, XXXV, 110.

MARTÍNEZ RIPOLL, Antonio, Francisco de Herrera el Viejo, Sevilla, Diputación Provincial, 1978.

PÉREZ SÁNCHEZ, Alfonso Emilio, Carreño, Rizi, Herrera y la pintura madrileña de su tiempo (1650-1700), Madrid, Ministerio de Cultura, Banco Herrero, 1986.

VALDIVIESO GONZÁLEZ, Enrique, Francisco de Herrera el Mozo, Sevilla, Diputación Provincial, 2016.