Natural de Górriz, don Esteban Joaquín de Ripalda, palaciano de Ripalda, nació en 1668 en el seno de una ilustre familia de la nobleza media del reino de Navarra, contando entre sus ascendientes y parientes cercanos a los Marichalar, Beaumont y Ureta. Su padre fue capitán de una de las compañías de infantería del presidio de Pamplona, mientras sus tíos paternos combatieron al servicio de los Austrias, tanto en Flandes como en la Armada y las plazas del norte de África. Durante su juventud accedió a una plaza de soldado en la corte provincial navarra. Allí casó con Leonor de Unda Garibay, hija de un destacado miembro del brazo militar de las cortes regnícolas. En 1696 solicitó, por sus méritos y los de su parentela, un título de Castilla. Tras una infructuosa petición, dos años más tarde volvió a insistir en su requerimiento ante la Cámara de Castilla, siéndole otorgado en 23 de marzo de 1699 el condado de Ripalda. Sin embargo, pese a que a posteriori se intitularía como tal, don Esteban Joaquín no logró el despacho de su merced ni por Carlos II ni por Felipe V.

Su perfil militar y la relevante posición de su familia en la Navarra de comienzos del siglo XVIII le valieron su nómina como coronel de uno de los tres regimientos levantados por las cortes de Sangüesa para engrosar el cuerpo de ejército borbónico en las fronteras entre Aragón y Cataluña (verano de 1705). La conquista de Barcelona por Carlos III de Austria y el consiguiente levantamiento de Valencia y el Principado a su favor obligó al virrey navarro marqués de Solera a pedir una leva masiva que, pronto, dejó ver su ineficacia. Tras una deserción generalizada en las cercanías de Zaragoza, dos de los regimientos -bajo mando del conde de Ripalda- se acantonaron en la posición avanzada de Fraga. Ante un ataque frontal de las tropas catalanas de los hermanos Desvalls, las tropas de don Esteban Joaquín se vieron superadas y él mismo herido de gravedad (1 de noviembre de 1705). Retirados a Barbastro, sus exiguas tropas navarras consiguieron capitular honrosamente para insertarse, a continuación, en el cuerpo borbónico del conde de las Torres. Pese a su derrota, el conde de Ripalda no vio mermado su prestigio ante la diputación de Navarra ni el mismo Felipe V. El monarca Borbón le nombró brigadier ad futuram (1707) y, a cambio de su regimiento, le concedió un hábito de la Orden de Calatrava y la encomienda de Molinos y Laguna Rota, en el reino de Aragón.

En atención a sus “señalados servicios”, el coronel Ripalda fue aupado al gobierno de la plaza fuerte de Monzón y, en abril de 1710, a gobernador de Zamora. Dada su posición fronteriza con el reino de Portugal, firme aliado de Carlos III, el ministerio madrileño ponderó satisfactoriamente la experiencia adquirida por el conde en el frente levantino como fundamental para su nuevo encargo. Durante su larga estancia zamorana (1710-1724), el gobernador llevó a cabo iniciativas tendentes a acabar con seculares enfrentamientos entre los regidores urbanos y el estamento de los hijosdalgo, así como a exaltar el pasado militar de la ciudad -caso de la lápida en memoria de los éxitos extremeños de sus mesnadas al servicio de Alfonso IX de León-. En 1711, tropas portuguesas, tras liberar Miranda do Douro de un breve dominio borbónico, ocuparon el fuerte de Carbajales de Alba y saquearon las comarcas de Sayago y Alcañices. A las pocas semanas, una contraofensiva a cargo de Ripalda logró su capitulación. Un nuevo asedio luso a la población fue levantado por el gobernador y sus milicias, acción que culminó con la muerte de más de cuatrocientos portugueses. Terminada la guerra de Sucesión, la Junta de Comercio encargaría al gobernador la evaluación y gestión del proyecto que el regidor zamorano Manuel Gómez Monje desplegó para dotar de sembrados de moreras, cáñamo u olivos, así como de batanes y molinos, para el establecimiento de una fábrica de tejidos de lana y seda.

Tras acceder a la dignidad efectiva de brigadier de los reales ejércitos (1719), Esteban Joaquín de Ripalda y Marichalar consiguió de Luis I el despacho de su título de Castilla como conde de Ripalda, quedando anulado el vizcondado previo de Osate (23 de marzo de 1724). En paralelo, fue consultado favorablemente para el cargo de asistente de la ciudad de Sevilla y se le condecoró con la intendencia del ejército de Andalucía y un mariscalato de campo. La experiencia gestora y militar durante su largo gobierno zamorano y los vínculos tejidos en la corte de Madrid con importantes aristócratas cortesanos -como los duques del Infantado, Arcos y Béjar- debieron estar detrás del fulgurante ascenso social y político de Ripalda. Entre las primeras acciones del conde -en un cargo, el de asistente, idéntico en funciones y jurisdicción al de corregidor- se encuentran la toma de residencia contra su antecesor titular, conde de la Jarosa; la difusión de órdenes para conocer de primera mano la situación de los cultivos de viñas y olivares, así como de las dehesas y baldíos bajo la jurisdicción hispalense; y la resolución de conflictos generados por pugnas gremiales en la ciudad de Sevilla ante las contribuciones del encabezamiento de alcabalas y cientos. También fue conocida su actividad pía, llevada a cabo en comunión con el arzobispo Luis de Salcedo. El conde de Ripalda elaboró un proyecto de “casa de piedad” para recoger al creciente número de pobres de la ciudad y participó en los periódicos exámenes de doctrina cristiana a los alumnos Toribios de la urbe. Asimismo, sus vínculos con la Compañía de Jesús, y la publicidad hacia su persona y labor política en Sevilla, se hicieron notorios con una sobresaliente fiesta realizada por la canonización de los santos Luis Gonzaga y Estanislao Kostka, en la Casa Profesa jesuítica de la ciudad (calle de las Armas).

Los logros del primer trienio de Ripalda a la cabeza de la asistencia hispalense le permitieron ver prorrogado su encargo en 1727. A mitad del segundo mandato tuvo lugar el inicio del denominado por la historiografía como Lustro Real. Con el objetivo de alejar a Felipe V de su melancolía, la reina Isabel de Farnesio organizó las jornadas por Andalucía, proyectadas como un viaje itinerante que había alcanzado altas cotas de simbolismo político en la frontera hispano-portuguesa del río Caya, con los matrimonios dobles entre las casas de Borbón y Bragança. Tras los correspondientes festejos en Badajoz, la comitiva, conformada por los reyes, los príncipes de Asturias, los infantes Carlo y Felipe y la mayor parte de los oficios palatinos y ministeriales, descendió por Extremadura hacia el reino de Sevilla. El asistente comunicó el 3 de enero de 1729 las prevenciones para que la ciudad estuviese preparada para agasajar a los monarcas y la corte, coordinando una fastuosa entrada triunfal compuesta por varios arcos triunfales y vías engalanadas de una urbe en franca decadencia frente a la florenciente Cádiz. El “zelo y amor” de Sevilla y la diligencia del conde de Ripalda y los capitulares fueron premiados por Felipe V con la aceptación de su seguimiento al séquito regio desde Camas y su audiencia y besamanos en los Reales Alcázares. Durante los años siguientes, el asistente no dejó de colaborar activamente con los ministros regios, los jefes de las casas reales y el arzobispado, para articular la larga residencia que los soberanos hicieron de la ciudad andaluza hasta 1733.

A comienzos del mes de abril de 1731 falleció el asistente en su residencia hispalense. Su cuerpo fue enterrado en la Casa Profesa de la Compañía de Jesús “de noche y en coches”, mientras las campanas de la catedral doblaron “desde que murió hasta que se enterró de noche, y de día fueron de honras y con campana gorda”. La Gaceta de Madrid le dedicó un especial epitafio, reconociendo los servicios políticos y militares del conde, demostrando “un grande zelo y desinterés al servicio del rey del público, por lo que se ha sentido mucho su muerte”. Otro ejemplo de su relevancia urbana y cortesana sería el sermón impreso del padre Antonio de Solís a la memoria del finado, durante las “exequias solemníssimas” realizadas el 19 de abril en dicho recinto jesuítico. Pese a ello, sus familiares no se beneficiaron de la memoria del difunto en la solicitud de mercedes a Felipe V. En el mismo año de la defunción, la Cámara de Castilla rehusaría consultar favorablemente la petición de los herederos de don Esteban Joaquín para que su nieto, Francisco de Ripalda, se viese condecorado con el vizcondado de Osate, que había sido cancelado al despacharse el condado de Ripalda

Autores: Cristina Bravo Lozano; Roberto Quirós Rosado

Bibliografía

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