Dedicado a nuestro señor san Salvador, el templo que hoy es catedral de Jerez de la Frontera fue originalmente creado como iglesia colegial y principal de la ciudad. El origen de esta institución se remonta a la conquista el 9 de octubre de 1264, cuando el rey Alfonso X ordena consagrar la mezquita aljama de Saris al culto cristiano. Casi un año más tarde, el 23 de septiembre de 1265, el monarca dotaba el templo con las rentas de una feligresía delimitada al efecto e instituía el cabildo con un abad y seis canónigos, a los que más tarde se unirían los correspondientes capellanes y demás clérigos propios de la institución.

Debido a los usos cristianos el primitivo templo islámico fue sometido a un paulatino proceso, que a lo largo de casi cuatro siglos, fue transformando el espacio y las formas incorporando en sucesivas intervenciones conforme a las necesidades, ya fueran de mantenimiento, reparación o renovación. Este devenir de circunstancias tuvo como resultado un templo llamado mudéjar por convención que no sería sino la amalgama resultante de un proceso paulatino de yuxtaposición de elementos concebidos y ejecutados en momentos distintos, con diferentes grados de impulso y sin un criterio unitario, con arreglo a la estética y capacidad constructiva de cada periodo. En consecuencia, la historia constructiva de la que fue primera iglesia colegial de Jerez es el relato de la intención, sostenida durante cuatrocientos años por el cabildo colegial, de dotarse de un templo que dignificase la institución en correspondencia a la importancia de la ciudad y compitiese en prestigio no sólo con el resto de parroquias jerezanas sino con otras edificaciones de igual rango e incluso con las catedrales del entorno más inmediato. No es desconocido que tanto el clero como la ciudadanía aspiraron siempre al establecimiento en Jerez de una sede episcopal y así intentaron que ocurriera en varias ocasiones, aunque sin éxito hasta 1980, cuando es erigida la actual diócesis de Jerez-Asidonia siendo elevado el templo a categoría de catedral al establecerse en ella la sede del obispo.

Se conocen documentalmente diferentes impulsos constructivos siempre frustrados por la dilación de las obras, la envergadura de estas o lo costoso de las mismas. No obstante, el templo que actualmente se contempla es resultado de uno de estos impulsos que se convirtió en definitivo. Motivado este además por el mal estado del edificio que incluso se había arruinado parcialmente en diversos sectores obligando a los capitulares a reparaciones de urgencia.

Es así como en 1695 se consiguen reunir los recursos necesarios para emprender la obra que dará como resultado la nueva colegial, hoy catedral. Parece claro, a juzgar por los testimonios conservados y las formas construidas, que el imponente buque gótico de la catedral de Sevilla fue siempre el referente formal y conceptual para el cabildo jerezano con respecto a su nueva fábrica, tanto en el número de naves —cinco—, como en la morfología general del espacio, basado en una planta cruciforme inscrita en un rectángulo, implicando un testero plano. Se reafirmaba en ello la voluntad y aspiración catedralicia de los capitulares jerezanos que habían tratado de conseguir el favor real para la erección de una diócesis con sede en su iglesia.

No obstante, y aunque en el nuevo templo hay no pocas referencias formales y constructivas directas a la Magna Hispalensis, entendida ésta como arquetipo gótico de la arquitectura catedralicia, la técnica edilicia y el gusto estético habían superado con mucho lo bajomedieval. Es por eso que se ha venido señalando también la relación de esta empresa constructiva con otras coetáneas como la de la también colegial del Divino Salvador de la ciudad de Sevilla.

En lo que refiere al proceso constructivo, las evidencias documentales apuntan a Diego Moreno Meléndez, arquitecto jerezano, como autor de las trazas del actual templo, así como la dirección de las obras hasta su fallecimiento en 1700. Más tarde, a partir de 1716 es Ignacio Díaz de los Reyes quien se hace cargo de las obras hasta 1748 en que su muerte da paso a Juan de Pina como maestro mayor, quien logra cerrar las bóvedas hasta el crucero, poniéndose en servicio esta parte del templo como colegial provisional. En este periodo fue crucial la intervención y mecenazgo de Manuel Arias y Porres quien protagonizó enormes esfuerzos constructivos en diferentes templos de su territorio archidiocesano, siendo la colegial de Jerez uno de sus principales empeños. Un impulso que no sólo se traduciría en el aporte y dotación económica para la continuación de las obras, sino también en una decidida intervención en el resultado formal y espacial del templo con arreglo a gustos ilustrados y modernos, que entre otras cosas suprimía la necesidad de retablo al establecer un altar con baldaquino, al modo basilical romano.

La segunda mitad del XVIII está dominada por la influencia de la Real Academia de San Fernando de Madrid destacando la maestría de Torcuato Cayón de la Vega, quien controlaría el progreso constructivo a distancia auxiliado in situ por Miguel de Olivares, prosiguiéndose la obra hasta la completa inauguración del templo en 1778. Desde ese momento y hasta 1849 cuando se abandonan definitivamente los afanes constructivos, se procede a completar las dependencias del que ya era principal templo de Jerez y embrión de la actual catedral. Quedó por concluir el claustro y algunas dependencias proyectadas, así como la torre campanario que no se llegó a edificar, manteniéndose la primitiva que hoy se mantiene exenta de la catedral junto a los reductos que dan acceso a la fachada principal. Fechable su caña en el siglo XV aunque al parecer contiene fundamentos del viejo alminar islámico, Juan de Pina construyo el actual campanario durante su maestría.

Conforme a las formas construidas, destaca en el conjunto el notable esfuerzo por lograr la regularización y nivelación del terreno en pendiente que acoge el edificio, resuelta mediante un elegante sistema de rampas y escalinatas que refuerza la monumentalidad del conjunto. Desde el punto de vista de la organización volumétrica y espacial, la construcción responde a un esquema escalonado decreciente que mantiene un fuerte referente en las soluciones constructivas góticas ya aludidas. Sobresale por tanto la gran cruz que forman la nave central y la del transepto, reforzadas exteriormente por una balaustrada. Todo el edificio se apea mediante pilares de cantería. Los que sostienen la nave central se componen según el esquema clásico con semicolumnas dispuestas sobre pedestales y sobre las que se dispone un dado de entablamento que recibe los fajones cajeados que separan los tramos de la nave, mientras sólo la molduración de la cornisa recorre la totalidad de la nave. Los soportes de las naves laterales y los que soportan los perpiaños de la nave central son una prolongación de la molduración de los arcos que sustentan siguiendo la lógica del sistema gótico. De hecho, todas las bóvedas excepto la que cierra el encuentro de las naves principales en el crucero son de arista sobre arcos de medio punto aunque sin excepción presentan nervaduras de crucería que vuelven a hacer énfasis sobre las pretensiones catedralicias de esta construcción. El crucero se cubre mediante una monumental cúpula de amplio tambor sobre pechinas y rematada en linterna, que exteriormente presenta ocho esculturas de piedra representando a los padres de la Iglesia.

De igual modo, los empujes exteriores de las bóvedas se apean mediante arbotantes que vuelan sobre el sistema de azoteas trasdoses con el que se resuelven las cubiertas. Esto favorece la presencia de numerosos vanos de iluminación que en las fachadas de los pies y sobre los portales laterales son óculos y cuadrilóbulos, mientras en las naves son rectangulares cubiertos con arcos rebajados.

La fachada principal se articula en una triple portada destacando la central, profunda y enmarcada por los caracoles que conducen a las cubiertas, cuyos castilletes, decorados con cerámica, hacen las veces de pináculos. Las esculturas y relieves fueron realizadas por José de Mendoza entre 1737 y 1741, apareciendo sobre la portada principal la Inmaculada y sobre ella el misterio de la Transfiguración decorando así una estructura en retablo complementada con una profusa ornamentación tallada en bajorrelieve. Las portadas laterales están dedicadas a la Adoración de los Magos y la Adoración de los Pastores.

Diversas transformaciones, sobre todo durante el siglo XX han hecho desaparecer la configuración original del interior del templo, que contaba con un coro en dos niveles cerrado por reja y muro perimetral, colocado en el tramo inmediato a la cúpula, así como el moderno altar mayor, que prescindía del retablo al estar concebido por el cardenal Arias respondiendo al modelo de baldaquino dispuesto sobre un podio un altar en cada uno de los lados.

En el centro del testero de la vieja colegial se abre una monumental portada neoclásica realizada por Miguel de Olivares, que hoy hace también las veces de retablo y que conduce a las sacristías y otras estancias del cabildo, y también al llamado patio de los naranjos que hace las veces de claustro. Elementos edificados ya bien entrado el siglo XIX, por lo que presentan una estética notoriamente posterior a la fusión dieciochesca de elementos barrocos y medievales que articula el buque del templo.

Autor: Pedro M. Martínez Lara

Bibliografía

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