La Casa de las Torres es considerada la primera construcción palaciega ubetense. Debió comenzar su construcción durante las primeras décadas del siglo XVI. Son escasos los datos que conocemos de los promotores de este palacio, aunque se considera como tales a Andrés Dávalos de la Cueva, caballero de la Orden de Santiago, regidor y comendador de Úbeda, y su mujer, Antonia de Orozco. Sabemos que en 1544 eran sus propietarios porque el capitán Andrés Dávalos de la Cueva extiende escritura de mayorazgo, donde recoge los bienes asociados a éste incluyendo “unas casas principales que nos habemos y tenemos en dicha ciudad de Úbeda en la Plazuela de san Lorenzo con todo lo anexo y junto de ella que es toda isla con todo lo que en ella labraremos y edificaremos”. Constatamos que este conjunto no había sido terminado en este momento y se planeaba continuar con su construcción en un espacio considerado amplio “toda una isla”, algo que no deja de sorprender si tenemos en cuenta que el de San Lorenzo era un barrio colmatado. Poco datos tenemos sobre la evolución constructiva de este sitio, incluso desconocemos su tracista, así como los canteros que intervinieron en sus obras, o su cronología. La ausencia de protocolos notariales en las primeras décadas del siglo nos lo impide. Por este motivo sólo podemos analizar este lugar a través de su estudio estilístico.

Este edificio posee una gran fachada enmarcada por dos grandes torres. Nos encontramos, por tanto, ante un prototipo palaciego de alcázar urbano, una arquitectura residencial fortificada por sendos baluartes de claras reminiscencias medievales.

Para autores como Cristóbal de Villalón o Montemayor la presencia de poderosos crocheles constituía todo un paradigma de nobleza y opulencia. Sin embargo a estos los podemos considerar más una reminiscencia medieval, consecuencia de un período tan turbulento como presente en la mentalidad de los linajes nobiliarios, que con un ideal cortesano de raíz renacentista. La torre continuaba siendo, para un patriciado urbano de origen militar, un claro emblema de poder y símbolo de prestigio nobiliario. Sobre este particular Vicente Lampérez, en 1922, consideraba su presencia en la arquitectura palatina española como un rasgo nacional que no desaparecería hasta el siglo XVIII.

La de las Torres es una fachada-pantalla o fachada retablo, no nos permite conocer lo que hay tras ella, característica de los últimos años del siglo XV y los albores del XVI. Entre las torres se ubica la parte ornamentada donde se desarrolla un programa iconográfico característico de este momento. La parte baja es lisa y sólo se ve interrumpida por la gran puerta de acceso de arco de medio punto sobre impostas y un marcado dovelaje castellano. En sus albanegas hay dos bustos en relieve. Enmarca la portada dos columnas anilladas y estriadas en su parte inferior, con profusión de grutescos en los fustes. A ambos lados de estas se elevan dos medias columnas que, atravesando los restantes cuerpos de la fachada, contribuyen a dar un marcado sentido de verticalidad.

Sobre el paramento de este primer cuerpo, al igual que los restantes, encontramos una abundante representación de conchas y veneras santiaguistas, en alusión a la condición de miembro de esta orden de su fundador. El cuerpo se remata con un clásico entablamento de friso de grutescos, sobre el que se eleva un segundo, en cuyo eje central se levanta un frontón de vuelta redonda con decoración de rosetas en su intradós y “putti” entrelazados en la arquivolta que hacen sonar las trompetas de la Fama. En su tímpano, bajo celada y cimera, las armas de Dávalos y Orozco, sostenidas por las figuras encadenadas de dos salvajes, un elemento heráldico de amplia presencia en la arquitectura civil de las primeras décadas del siglo en la ciudad.

A ambos lados del frontis encontramos dos bíforas ventanas separadas por parteluz. La de la derecha está apeada sobre cornucopias, o cuernos de la abundancia enlazados, plasmación alegórica de la fortuna como compañera de la Virtud que nos muestra Alciato en su emblema CXVIII. La de la derecha está sobre águilas afrontadas, como representación simbólica de la inmortalidad del alma en claro símil con la del linaje. Estos vanos, coronados por veneras, están flanqueados por balaustres, un préstamo directo, podríamos decir, de la obra de Diego Sagredo.

Sobre entablamento se alza el tercer cuerpo de la fachada, compuesto por un gran frontón triangular peraltado sobre breves balaustres, que alberga en el tímpano la heráldica de la familia. A ambos lados, siguiendo los ejes de verticalidad colaterales, encontramos sendas venera, a modo de frontones superpuestos, con la efigie de Santiago Peregrino en su izquierda y un busto femenino, no identificado, a la derecha. Tras éstos, dos nuevos vanos de arcos deprimidos, con columnas a ambos lados apeadas sobre mascarones. Remata el cuerpo un gran friso corrido de grutescos y mascarones. Sobre él, en un arrebatado de horror vacui, una gran cornisa volada terminada en una gran crestería, de claras reminiscencias góticas, con gárgolas y tenantes. En términos generales este espacio varía poco de su estado actual, sin embargo hubo pequeñas modificaciones. Las más llamativas se realizaron durante el siglo XX. Entre las que destacamos el recrecimiento de las torres del frontispicio y la armonización de ventanas de éstas.

En eje axial desde el exterior hacia el interior nos encontramos en un primer momento con el zaguán, hoy algo transformado. Éste estaba cubierto, según señala Martos López y Moreno Mendoza, por viguerías sostenidas sobre canes con tablazón mudéjar recortada. El segundo gran elemento del interior de este edificio es el patio, uno de los primeros de estética renacentista de la ciudad, este es cuadrado, con doble galería de arcos de medio punto peraltados sobre columnas corintias de mármol.

En la parte alta encontramos escudos nobiliarios y varios tondos con imágenes de personajes clásicos (hombres y mujeres). Estas representaciones se asociaban a la idea de virtud, fama o triunfo. Entre los representados tenemos a Minerva, Josué o Gedeón, Octavio, Marco Marcial y Lucrecia. En el alero hallamos diversas gárgolas zoomórficas, elementos cuya interpretación se asocia a la irracionalidad. Al unir los diferentes significados iconográficos se suele considerar que simbolizan el enfrentamiento entre las virtudes y los vicios.

El siglo XX es uno de los momentos mejor conocido de la evolución histórica de este edificio. Durante éste fue declarado Monumento Histórico Nacional (1921), lo que no impidió que se cegaran las ventanas del tercer cuerpo de la fachada, en la parte ornamentada, que posteriormente fueron recuperadas durante la segunda mitad del siglo XX. Fue utilizado como casa de vecinos, pero hacia 1934 el Ayuntamiento, preocupado por su deterioro, acuerda gestionar la permuta del mismo por las tierras de la “Alberquilla”, de propiedad municipal, para así restaurarlo. Sin embargo no será hasta 1943 cuando se retome, por parte del Ayuntamiento, esta iniciativa pensándose incluso adjudicar el proyecto de rehabilitación del edificio a Francisco Prieto Moreno con la intención de instalar en él la Escuela de Artes y Oficios y el Museo Municipal. Será en 1954 cuando definitivamente pase a ser este lugar propiedad de la ciudad. Se comenzará su rehabilitación para acoger, tal como se había previsto, la Escuela de Artes y Oficios hasta la actualidad.

Autora: María F. Moral Jimeno

Bibliografía

ALMANSA MORENO, José Manuel, Guía Completa de Úbeda y Baeza, Torredonjimeno, el Olivo de papel de Andalucía, 2008

MORAL JIMENO, María F. y MORENO MENDOZA, Arsenio, La imagen Neoclásica y Romántica de Úbeda y Baeza, Fundación Lázaro Galdiano y editorial Monema, 2011.

MORENO MENDOZA, Arsenio, Úbeda Renacentista, Madrid, Electa, 1993.

MORENO MENDOZA, Arsenio, Urbanismo en la Úbeda del siglo XVI: Entre la tradición medieval y la Reforma, Jaén, Instituto de Estudios Giennenses, Villatorres, 2005.

MARTOS LÓPEZ, Ramón, La casa de las Torres, Úbeda, 1948

CHUECA GOITIA, Fernando, Arquitectura del siglo XVI, Ars Hispaniae, Tomo XI, Madrid, 1953.