Arquitectura, pintura, escultura y artes decorativas se dan cita en este recoleto espacio que es uno de los productos más acabados de la obra de arte total tan querida por el Barroco. Su cristalización es explicable desde el auge devocional que tuvo esta advocación dominica desde la fundación de su archicofradía en 1492 por parte de los Reyes Católicos. Se duda si la imagen es de hechura anterior o del mismo siglo XVIII, momento en que se decide construir el edificio. Esta misma centuria dejó en Granada otros suntuosos espacios de similar concepción como el Camarín de San Juan de Dios o el Sancta Sanctorum cartujano. Las obras del Camarín dan comienzo en 1725, adosando la nueva estructura al templo gótico de Santo Domingo, para concluir en lo fundamental allá por el año de 1773. Desconocemos aún su tracista, aunque sí sabemos que en su dilatada construcción intervinieron los arquitectos Melchor de Aguirre y José de Bada y Navajas.

El conjunto del Camarín, consta de cuatro salas principales, aunque se complementan con otras accesorias como panteón, patio y escalera. Su organización queda centrada por un núcleo principal que es la sala que donde se deposita la imagen sagrada, su alcoba real, conectada con el templo por un transparente y, a su alrededor, tres salas oblongas que la circundan, a modo de estancias de aparato. Este espacio arquitectónico verdaderamente independiente del templo, surgió como sustituto del pequeño “camarín” en que estaba colocada la imagen en el retablo anterior, es decir, una hornacina más o menos amplia que causaba gran incomodidad a la hora de subir y bajar la escultura, como expuso Pedro Pascasio en 1744.

Los mármoles de sus pavimentos forman complicados mosaicos con motivos simbólicos que casi anulan su carácter utilitario mientras que los cristales que tapizan sus cúpulas confieren una magia especial al ambiente. Las pinturas murales están realizadas al óleo y al temple, siendo de distintos momentos y autores como Chavarito, Tomás Ferrer o el poco conocido Tomás de Medialdea. Los temas representados son alegóricos: lucha entre la Gracia y el Pecado, la victoria de la Gracia y la Maternidad divina, aunque lo que subyace de fondo en todo el conjunto del Camarín es un canto de la Batalla de Lepanto. Completan la decoración un conjunto de relieves en los que se advierten varias manos, constando sólo la participación cierta de Luis Narváez. Estas esculturas son escenas bíblicas contenidas en óvalos y ángeles, que se reparten por los zócalos del recinto.

Además del espacio central con su cubierta verdaderamente inaudita, resalta la configuración del antecamarín más pequeño, por el que se conecta con la escalera, cuyo exiguo espacio no puede contribuir al conjunto con un mejor rendimiento: movidos paramentos se coronan por tres diferentes cúpulas: la central elíptica escoltada por dos de tipo vahído en los laterales.

En estrecha relación con las obras del Camarín se realizó el retablo que lo manifiesta hacia el crucero de la iglesia. Tiene sólo una calle  flanqueada por estípites que alberga el sagrario y la abertura del Camarín, coronado por un ático con el relieve de Dios Padre. Este esquema en principio sencillo se complica sobremanera por la inclusión de las infinitas cabezas angélicas que acuden a alabar a la Madre de Dios en una escenografía propia del último barroco.

Autor: Adrián Contreras-Guerrero

ISLA MINGORANCE, Encarnación. Camarín y retablo de Nuestra Señora del Rosario. Granada: s.n., 1990.