Hijo de los VI condes de Altamira, Lope de Moscoso y Osorio y Leonor de Sandoval. Era sobrino de Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, I duque de Lerma y valido de Felipe III. Merced a la privilegiada posición de sus padres en la Corte ―su progenitor era mayordomo de la reina Margarita de Austria desde 1599 y su madre, aya de la infanta Ana desde 1603― y al ascendiente de su tío sobre el monarca, Baltasar de Moscoso protagonizó una carrera eclesiástica fulgurante. Comenzó sus estudios en el Colegio mayor de San Salvador de Oviedo (Salamanca), llegó a ser rector de la institución salmanticense en 1609 y allí se licenció en cánones. Posteriormente, su tío materno, el cardenal primado Bernardo de Sandoval, lo nombró para ocupar el arcedianazgo de Guadalajara, abriéndole las filas del cabildo catedralicio de Toledo, donde poco después alcanzó el puesto de deán. Gracias a la influencia del valido, Felipe III lo escogió junto a Gabriel de Trejo y Paniagua como uno de los dos candidatos a recibir el capelo cardenalicio de manos de Paulo V. Así, en la promoción de las Coronas celebrada el 2 de diciembre de 1615 Baltasar de Moscoso fue nombrado cardenal junto a Trejo. Se intituló “cardenal Sandoval” a partir de ese momento, en agradecimiento al duque de Lerma, cuya influencia había sido crucial para alcanzar la púrpura. Se ordenó de mayores tras recibir el birrete cardenalicio y en 1618, coincidiendo con el declinar de la facción lermista, fue preconizado a la sede episcopal de Jaén donde desempeñó uno de los pontificados más largos del siglo XVII.

Entró en esta ciudad andaluza en 1619, ordenando su primera visita pastoral para reconocer el estado del obispado y celebrando su primer sínodo diocesano en 1624. Por medio de esta reunión quiso actualizar la aplicación de los preceptos tridentinos. Asimismo, Moscoso encomendó a los jesuitas que llevasen a cabo varias misiones religiosas por los pueblos del obispado giennense. Y es que benefició especialmente a la Compañía de Jesús a lo largo de su carrera eclesiástica. Lo demuestra que él mismo escogiese un confesor jesuita ―el padre Francisco Luis de Sandoval― y que practicase con regularidad la religiosidad ignaciana por medio de los Ejercicios espirituales. También, porque protegió a los miembros de la Compañía durante los tumultos que, alentados por miembros de otras órdenes religiosas, se extendieron en contra de los jesuitas por Andalucía en 1628.

En 1630 partió de su obispado hacia Roma en compañía de los cardenales Agustín Spínola y Gil Carrillo de Albornoz. Su estancia en la Ciudad Eterna duró poco más de dos años y se vio coronada con su participación en la protesta que el cardenal Gaspar de Borja protagonizó en el Consistorio ante el papa Urbano VIII (8 de marzo de 1632) . Tras la misma, Moscoso decidió volver a su obispado ante las presiones iniciales del pontífice, que recordó a los cardenales con obligaciones pastorales que tenían que cumplir con su deber de residencia. Esta advertencia cristalizó en la publicación de la bula Sancta Synodus Tridentina (1634), que imponía la pena de excomunión a los purpurados que no cumpliesen con ello y que se encaminaba, sobre todo, a expulsar definitivamente a Borja de Roma. Moscoso no esperó a verla y, sin pedir licencia del rey, volvió directamente a Jaén en los primeros meses de 1633. Una circunstancia que, sin duda, contribuyó a empeorar sus relaciones con el Conde-Duque de Olivares quien, según parece, ya le había mostrado de forma velada su desprecio durante la visita que Felipe IV hizo a Jaén en 1624 en el marco del viaje real a Andalucía. Esta situación se agravó aún más en 1637 cuando, influido por el marqués de Castel Rodrigo, embajador español en Roma, Felipe IV volvió a llamar a Moscoso a Madrid para ordenarle que dejase su obispado y se dispusiese a partir para residir en la Corte pontificia. La falta de acuerdo sobre su renta terminó impacientando al cardenal que, sin contar con licencia regia, volvió a su obispado. Algo que, como es de imaginar, enfureció aún más al monarca y al valido, que le instaron a que permaneciese en Jaén definitivamente. Su situación no cambió hasta la caída de Olivares. En 1646 fue nombrado nuevo arzobispo de Toledo tras la muerte del cardenal Borja. Parece que, al mostrar sus reticencias a aceptar la mitra de la primada, fue obligado a ello por el propio pontífice. Su papel político cobró más importancia durante la segunda parte del reinado de Felipe IV. Hasta tal punto fue así que el rey lo escogió como uno de los integrantes de la Junta de Regencia que debía asesorar a Mariana de Austria durante la minoría de edad de Carlos II. El cardenal no tuvo tiempo para desempeñar este cometido porque falleció tan solo un día después que el rey.      

Por su mecenazgo y su labor pastoral destacó como uno de los mayores prelados giennenses del siglo XVII. En este sentido, merece la pena destacar que consiguió nuevos fondos para continuar con la construcción de la catedral, cuyas obras estaban sin terminar. Bajo sus auspicios se hizo cargo de la fábrica el maestro mayor Juan de Aranda Salazar que dejó terminado el crucero, el presbiterio, la nave norte, la capilla mayor y la portada septentrional antes de su muerte. En el campo del mecenazgo religioso, el cardenal también destacó por ser el patrono del desaparecido convento de los capuchinos de Jaén, antiguamente emplazado en la Alameda. Por otro lado, a Moscoso también se debe la erección del primer archivo episcopal que ordenó asentar bajo la protección de las monjas franciscanas clarisas del monasterio de Santa Catalina de Baeza, a las que trasladó de su emplazamiento original. Asimismo, el purpurado destacó por ser uno de los benefactores de la universidad baezana, donde instituyó una cátedra de moral para mejorar la formación de los clérigos. Por último, también destacó por proteger y patrocinar el supuesto descubrimiento de los cuerpos de los santos mártires de Arjona y de Baeza, por ordenar la restauración del santuario de santa Potenciana en Villanueva de la Reina y por sus disposiciones moralizantes en relación con las cofradías de la diócesis y con la celebración de la Semana Santa.  

Autor: Francisco Martínez Gutiérrez

Bibliografía

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MARTÍNEZ GUTIÉRREZ, Francisco, “Bajo el poder de la púrpura. La Compañía de Jesús y el cardenal Moscoso, obispo de Jaén (1619-1646)”, en GARCÍA FERNÁNDEZ, Máximo (ed.), Familia, cultura material y formas de poder en la España moderna. III Encuentro de jóvenes investigadores en Historia Moderna. Valladolid 2 y 3 de julio de 2015, Madrid, FEHM, 2016, pp. 1047-1056.

PASSANO DE HARO, Andrés, Exemplar eterno de prelados, impresso en el corazón, y executado en la vida, y acciones del Eminentíssimo Señor el Señor don Baltasar de Moscoso y Sandoval, presbítero cardenal de la Santa Iglesia de Roma, del título de Santa Cruz en Ierusalen, obispo de Iaén, arzobispo de Toledo, […], Toledo, Francisco Calvo, Impresor de Su Majestad, 1670.